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‘La vida nueva que empieza en el territorio’, por Jorge Sharp, alcalde de Valparaíso

Jorge Sharp, alcalde de Valparaíso (Chile), reflexiona sobre el gobierno local y el movimiento municipalista global, y defiende que "es allí donde podemos avanzar de forma más clara en la reconstrucción de la comunidad".

Cerro San Juan de Dios, Valparaíso. Foto: Claudia Esfema / CC BY-NC-ND 2.0.

Valparaíso es una ciudad sin dudas especial, como son a menudo las ciudades puerto, abiertas a vientos que les traen los diversos sabores de la humanidad. Pero es una ciudad singular también por su historia, por su tradición de acción colectiva, en las cooperativas, en los comienzos del sindicalismo, por su especial geografía de mar, cerros y quebradas, pintados de múltiples colores escogidos en libertad por el indócil carácter de su gente.

Valparaíso, segunda ciudad de Chile, es también políticamente compleja, atravesada por la acción de poderes que actúan más allá de las formas democráticas, que fueron dejando al municipio sumido en un enorme déficit financiero, sin poder hacerse cargo de los múltiples problemas de una ciudad abandonada que se quema cada cierto tiempo y se cae a pedazos en su pobreza.

Llegamos en diciembre de 2016 a hacernos cargo del gobierno local con humildad. Veníamos principalmente de un movimiento ciudadano y de organizaciones políticas decididas a poner fin a una sucesión de gobiernos locales incapaces, insensibles, y en casos, corruptos; y veníamos también de la formidable potencia que remeció los cimientos del modelo económico y político con el movimiento estudiantil de 2011 y 2012. Esa confluencia social y política se haría cargo del gobierno local. Pero no sabíamos gobernar. No teníamos experiencia ni profesionales ni personal técnico suficientes. Teníamos, eso sí, una decisión desbordante, mucha solidaridad en todo el país y más allá, y la voluntad de no descansar.

Pero nos condujo también a este lugar, nuestra voluntad de desarrollar un esfuerzo político territorial. En los años en que comenzamos a organizarnos y prepararnos para este desafío, en las nuevas organizaciones políticas chilenas la cuestión territorial no estaba madura. La exitosa experiencia del movimiento estudiantil aún inclinaba la balanza en una medida muy alta hacia esfuerzos que se concebían de forma “sectorial”. De modo que, si bien no éramos las únicas que sosteníamos la necesidad de una revitalización de lo territorial y lo local, pudimos materializarlo de la mejor forma con el triunfo en las elecciones municipales de octubre de 2016, luego de la realización de unas ejemplares primarias ciudadanas a mediados de ese año. Hoy en Chile la política territorial tiene una relevancia sin dudas mayor.

Sin embargo, nunca concebimos el municipio como una alternativa excluyente, puesta como el reverso duro del plano nacional. Chile es un país extremadamente centralista, dirigido por unas clases dominantes que heredaron marcados rasgos oligárquicos de vieja data, con un régimen presidencialista fuerte, inclinado, como es esperable en el marco neoliberal, a la negociación con los grandes poderes económicos y las instituciones financieras globales, donde por tanto la autonomía de lo local es muy escasa y así como las decisiones se toman en la capital, la riqueza se realiza en el centro. En un contexto así, no es viable pensar el esfuerzo territorial de espaldas al Estado nacional, menos aún concebir los territorios tal como la división político administrativa lo delimitó históricamente en los años de la dictadura militar. Buena parte de los problemas que hoy enfrentamos están originados, de hecho, en la falsa descentralización operada en los años 80.

En ese contexto, el trabajo político local se revela sin dudas fundamental, tanto en la práctica transformadora del gobierno local, como en la dinamización de las comunidades locales. Es allí donde podemos avanzar de forma más clara en la reconstrucción de la comunidad y vincular la movilización y la protesta con la construcción de nuevas formas de vida más plenas, más igualitarias, aquí y ahora. Es esa comunidad territorial la que, por embrionaria que sea, en nuestra experiencia está en condiciones de proponer y actuar una forma alternativa de cotidianeidad, relaciones sociales cada vez menos mercantilizadas, una convivencia más justa entre pares, una proyectividad viva, concreta.

El método principal es la participación. Y es un método, pero es más que eso, es en sí misma la puesta en práctica de una voluntad igualitaria, un compromiso democrático, una política de semejantes.

Buscamos entonces construir nuevas y mejores formas de vida, y buscamos a la vez administrar de la mejor forma los recursos para mejorar las condiciones de vida de aquella gente con la que compartimos la ciudad. Por ejemplo, con una farmacia popular que brinda medicamentos a precios no lucrativos, y luego con una óptica donde pueden realizarse tanto las mediciones de la vista como obtener los lentes a precios muy rebajados. Lo próximo es un laboratorio de análisis clínicos, y la entrega de las primeras casas a damnificados de incendios, con una calidad notoriamente superior a las viviendas sociales estándares.

Se trata de iniciativas institucionales que permiten revertir algunos de los costos más violentos que acarrea el funcionamiento de un modelo neoliberal que ha convertido a la sociedad chilena en una de las más desiguales del mundo.

Pero buscamos ir más allá. Junto a estos esfuerzos por proveer servicios accesibles, y mejorar paso a paso las condiciones de vida inmediata en el territorio, buscamos construir un dinamismo comunitario y participativo en el que sea la propia gente quien tome en sus manos la solución de sus problemas, quien imagine la ciudad y la construya, contando con el municipio como un instrumento a su servicio. Esa es la dimensión en la que nuestro proyecto político territorial encuentra su mayor valor y profundidad.

Estamos entonces enfrentados a desafíos globales. Lo sabemos bien, y buscamos conducir nuestras reflexiones también a ese nivel. El viejo “puerto principal” del Pacífico sur sigue mirando a lo lejos, sigue enfrentando las tendencias globales del comercio y el transporte de materias primas, sigue asolado por la especulación inmobiliaria, sigue, en definitiva, cruzado por grandes desafíos del capitalismo contemporáneo que una política local de justicia social no debe ignorar ni por un segundo. Pero hemos aprendido también a hablar desde nuestra experiencia, y hurgar en las reflexiones y descubrimientos de otras y otros que, como nosotras, ensayan los caminos de una humanidad más emancipada desde sus contextos específicos.

Jorge Sharp es Alcalde de Valparaíso (Chile).

Este artículo es una versión resumida del texto que publica el autor en ‘Ciudades sin miedo – Guía del movimiento municipalista global’ (Icaria Editorial, 2018).

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Comentarios
  1. Sharp se olvida de mencionar que en su gestión del «orden», del «gobierno», ha terminado ejerciendo una presión que ahoga cualquier intento de autobomia desde abajo, reprimiendo todo tipo de manifestación social que no haya sido permitida, que no tenga una hoja timbrada por el municipio del «cambio» autorizando una tocata, un encuentro cultural, etc., secuestrando equipos y enseres con la policía municipal y carabineros (nuestra propia asquerosa versión de la Guardia Civil o los Mossos) además de implementar una política de tolerancia 0 a los jóvenes instalando aspersores de agua les mojan si están bebiendo en la calle o simplemente divirtiéndose. El ha sido uno de esos que ha declarado ser partidario del orden, y ya sabemos que es el orden del capital y el del «progresismo» latinoamericano…mas allá de la retórica y los trapos rojos ondeados solo es governanza del capital finalmente.

    • Cuando uno vive en Valparaíso, conoce la realidad de la ciudad que es muy distinta de día y de noche. El nuevo alcalde ha presentado una propuesta distinta, que más que jóvenes mojados le ha cambiado la cara al puerto principal. Es cosa de subir a los cerros y preguntar.

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