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Esta indignación es de otra clase
Diez voces de clase obrera analizan si el escándalo del máster de Cifuentes y Pablo Casado ha hecho resurgir una toma de conciencia de clase.
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-Recuerda esas historias que usted conoce, tía?
-¿Qué historias?
-Esas historias de la esclavitud…
-¿Qué hay con ellas?
-Va a olvidarlas todas.
-¿Cuándo?
-El día que seamos dueños de todo esto…
-¿Dueños de qué?
-De todo esto… De Bahía… De Brasil…
-¿Cómo es eso, hijo?
-Dueños de los tranvías… de las casas… de la comida…
-¿Cuándo es eso, hijo?
-Cuando no queramos ser más esclavos de los ricos, tía, y terminemos con ellos…
-¿Quién va a hacer hechizo tan grande que los ricos queden pobres?
-Los pobres, por cierto, tía.
Es un diálogo extraído de Sudor, del escritor Jorge Amado. Su idea de revolución de los obreros en el Brasil de principios del siglo XX, la reflexión sobre ricos y pobres, la desigualdad y las clases bien pueden servir para ilustrar el enfoque de este análisis. En los últimos días hemos leído y escuchado testimonios con el siguiente cariz: Yo sí hice mi máster, a mí me costó mucho, no olvido los días en que compaginé trabajo y estudios, ni el orgullo que mis padres, que no pudieron estudiar, sintieron con mi título, nos quieren robar también la universidad, a la que tanto nos costó llegar… ¿Ha habido, entonces, un resurgir de la conciencia de clase a raíz del escándalo de la ya expresidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes? ¿Ha vuelto para quedarse la reivindicación de la clase obrera tras este culebrón más propio del humor del Mundo Today que de crónicas periodísticas? ¿Será ahora cuando, en mitad de este retroceso de derechos y libertades que afecta incluso a aquellos que se han considerado siempre clase media, digan basta? ¿O, por el contrario, y parafraseando de nuevo los escritos de Amado, seguiremos dejando la revolución de los pobres para ese “algún día” que nunca termina de llegar?
Una decena de voces de clase obrera, de distinto perfil –con estudios y sin ellos– analizan por qué el caso del máster de Cifuentes y Pablo Casado, por encima incluso de otros escándalos de corrupción, ha generado tanta indignación, especialmente entre aquellas personas que proceden de familias cuyos padres y madres no pudieron estudiar o ir a la universidad. Y si, además, esa indignación finalmente tendrá consecuencias o se quedará en agua de borrajas.
Indignación
«Es una vergüenza. Pero es que estamos viviendo lo mismo de antes, cuando les daban el título a cambio de jamones. Y no por ser lumbreras, que algunos eran zoquetes, sino por ser de la familia de señoritos que eran”, cuenta Mari Ángeles Fernández, 74 años, pensionista. Ella no pudo estudiar, pero sí trabajó día y noche para que sus hijos lo hicieran, para que nadie los mirara por encima del hombro. En su salón luce la orla de la pequeña, la primera universitaria de la familia. Ese título, en esa casa, vale más que cualquier fortuna. “El jamón era la versión analógica en el franquismo. El hijo del obrero no podía acceder, y el que podía tenía que ser un lumbreras, mientras otros niños de papá se lo encontraban hecho”, añade la catedrática de Trabajo Social y Servicios Sociales de la Universidad de Castilla-La Mancha María José Aguilar, también primera universitaria de su familia.
“La gravedad del asunto de Cifuentes está en la perversión de lo público, de la educación pública, el único vehículo por el que los hijos de la clase trabajadora hemos podido tener aspiraciones diferentes a las que, por cuna, nos tocaba vivir. Estos hijos de bien que siempre han comprado títulos y plazas en universidades privadas, ahora ensucian la pública para desprestigiarnos a aquellos que no tenemos otra herramienta para seguir adelante. La educación ha sido el motor de cambio del siglo XX para la clase trabajadora y, especialmente, para las mujeres, y por eso es tan peligrosa”, afirma Penélope Ayas, optometrista de 36 años que hizo un máster como pudo.
Ya lo dejó dicho Lorca.
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MANUEL RIVAS, cuenta que justo en el momento de la primera presentación de «Contra Todo Esto» sale a la luz el caso del máster de Cristina Cifuentes: “Notabas realmente como metáfora la absoluta ausencia de vergüenza. Contaba ‘Italo Calvino que el escritor de cuando en vez tiene que levantar la nariz del papel’. Tú puedes estar ahí, pero tienes que levantar la nariz del papel porque están pasando cosas. Ese ligero movimiento de levantar la cabeza. Lo que percibes es la ausencia de vergüenza, el estado de des-vergüenza que se manifiesta no de forma episódica sino de forma dominante en el paisaje. La ausencia de vergüenza queda instalada como una especie de modus vivendi, lo que nos quieren decir los corruptos es que ‘todo está corrupto’. Digamos que es una forma de culpabilizar a la sociedad de lo que hacen mal. Después, atemorizarla.”
Dicen que las revoluciones se hacen cuando ya no hay nada que perder; pero mientras a la gente le den pan y futbol y circo, lo dudo.
De nada sirvió el grito de aviso ¡qué viene el lobo! que se dió sobre la colina de Madrid en 1936, nadie lo oyó, nadie:
https://www.youtube.com/watch?v=V-WnqVYfOA0