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“Los refugiados de los años 40 y los de hoy tienen una cosa en común: nadie los quiere”
El director alemán Christian Petzold se toma una elocuente licencia artística en 'En tránsito', su última película: narra las vicisitudes de un disidente que huye de los nazis pero enmarca su historia en la Marsella actual.
El ciudadano europeo parece no haber aprendido ninguna lección del siglo XX. El ascenso de los nacionalismos y el maltrato al que está sometiendo a los refugiados así lo demuestra. Con todo esto en la cabeza, el director alemán Christian Petzold (Hilden, 1960) se ha tomado una hermosa licencia artística en su última película: En tránsito. Ha adaptado la novela homónima de Anna Seghers (publicada en 1944) cambiando su marco temporal pero no los personajes. De esta forma, el protagonista es un disidente alemán que huye de los nazis y que espera tomar un barco en Marsella rumbo a América, pero el escenario es el actual. La policía del régimen de Vichy es la policía francesa de hoy. De igual forma, el acoso al que se sometió a judíos, homosexuales, comunistas o gitanos tiene un claro paralelismo con lo que ocurre en la actualidad con los refugiados.
«Evidentemente, sé que los policías de hoy no son como los de la Gestapo o como las SS, pero sí son los que se aseguran de que las ciudades estén limpias de refugiados e inmigrantes ilegales. Ese trabajo no es como el de eliminar a los judíos de Europa, lo sé, pero hay un cierto eco. Sus uniformes, esas corazas negras, recuerdan a los guardias de asalto de Star Wars. Hay una cierta resonancia histórica», explica Petzold, que acudió a Madrid para presentar su película en el marco del 20º Festival de Cine Alemán. «Sé que hay diferencias, pero los refugiados de los años 40 y los de hoy sí que tienen una cosa en común: nadie los quiere», añade.
El filme de Petzold describe la angustia de lo provisional. El tránsito al que hace referencia es ese paréntesis temporal y geográfico en el que se mueven los sin papeles. Invisibles para la población local, perseguidos por las autoridades y atormentados por una burocracia kafkiana, el inmigrante vive en una especie de eterna sala de espera. «La propia Anna Seghers escribió la novela mientras estaba en tránsito, esperando conseguir los permisos para subir al barco que la llevaría hasta México».
Seghers lo tenía todo para acabar mal. Era de origen judío y era comunista. Tras la guerra, lo segundo pesó mucho para que fuera considerada una escritora menor. «Yo de hecho no la había leído pero tenía muy mal concepto de ella», cuenta Petzold. «En la República Federal Alemana había un anticomunismo feroz y muy pocos la conocían. Cuando le hablé de eso a Harun Farocki [que primero fue su profesor en la Academia de Cine y luego su coguionista y amigo hasta su muerte en 2014] me dijo: ‘¿Pero tú eres idiota o qué?’. Me dio En tránsito, la leí y esa novela cambió mi vida. Desde entonces la releo todos los veranos».
El hecho de encuadrar en la actualidad una historia que transcurre en la Francia ocupada tiene razones artísticas e históricas. Para lo artístico Petzold cita a la directora Chantal Akerman, que hizo una apuesta similar en Portrait d’une jeune fille de la fin des années 60 à Bruxelles, la historia de una pareja de jóvenes enamorados en 1967 que visten como en los años sesenta y compran discos de The Beatles pero que está rodada en Bruselas en los años noventa.
Para explicar las razones históricas le basta con recurrir al barco Aquarius, rechazado en Italia y Malta y que navega ahora rumbo a España: «Las imágenes son siempre las mismas. Ese barco y esos inmigrantes a bordo… Otto Preminger ya contó la misma historia en Éxodo (1960), la de los refugiados judíos que quieren ir a Palestina y no pueden desembarcar. Las historias del pasado se repiten. Y eso es quizás lo más irritante. Además, las imágenes de televisión deshumanizan a los refugiados, son representados como un virus, como una enfermedad que amenaza a Europa. El cine tiene el poder de darle la vuelta a esa indiferencia, de dar nombre a quienes no tienen nombre, de que el espectador empatice con ellos y hasta se convierta en uno de ellos. Es lo que yo he intentado con En tránsito”.
El juego con el marco temporal sorprende en un director que ya ha ambientado varias de sus películas en el pasado de Alemania. En la espléndida Barbara (2012) narraba los esfuerzos de una doctora por burlar los servicios de seguridad de la RDA, de donde pretende huir por mar hasta Dinamarca (en esta ocasión, los paralelismos con la fuga en patera también son evidentes). En Phoenix (2014), su heroína regresa de un campo de concentración nazi para reconquistar el amor de su marido pero éste no la reconoce porque ella ha recibido un disparo en la cara y se ha sometido a una cirugía estética para reconstruir sus facciones. En ambas, el relato romántico se imponía al momento histórico. «El cine histórico no me interesa», confiesa. «Me aburre. Pero tengo que admitir que, por razones obvias, en Alemania es difícil hacer un cine que no esté lastrado por la historia. Se debe en parte a que fue un arte al que los nazis concedieron una gran importancia y que acabaron por contaminar completamente. Eso condicionó mucho la producción posterior, el cine alemán de los años cincuenta y sesenta. Mis películas, en realidad, son historias de amor que luego se convierten en otra cosa».
El nazismo, además, hizo que los mejores realizadores alemanes se trasladaran a Hollywood en los años treinta, un éxodo artístico que cambiaría la historia del cine para siempre. Petzold se confiesa admirador y discípulo de aquellos directores. Si Barbara y Phoenix eran películas en las que mandaba el suspense y en las que las emociones estaban muy contenidas, en En tránsito ha decidido dar rienda suelta al melodrama, que es también una de las grandes especialidades nacionales. «Cuando los directores alemanes se van al exilio destacan sobre todo en dos géneros: el cine negro y el melodrama. Phoenix era una película emparentada con el cine negro de Billy Wilder y Robert Siodmak. En tránsito, en cambio, es un melodrama en la línea de Douglas Sirk, Max Ophuls o Rainer Werner Fassbinder. Las películas de Sirk en el exilio hablan de amor, destilan tristeza y giran a menudo en torno una pérdida».
Cuando Petzold habla de cine se emociona. «Kino! Kino! Kino!«, exclama frotándose las manos cuando alguien le pregunta por lo estrictamente cinematográfico. Pero su película no puede explicarse sin contexto político y el director no esquiva ese tipo de preguntas. El auge del nazismo proscribió a una parte importante de la población alemana: los judíos. El fin de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, no detuvo el flujo de personas. Sus propios padres (él era alemán y ella checa) se conocieron tras la contienda en un campo de tránsito. Europa se dispuso a reorganizar sus fronteras y a trasladar grandes masas de población. Los países del Este expulsaron a sus ciudadanos de habla germana (que habían vivido allí durante siglos) y estos fueron reubicados fundamentalmente en la RFA. Pero entre medias estaba ‘el tránsito’ y este duró años. Aquellos campos no se diferenciaban demasiado de los actuales centros de internamiento de extranjeros. «No tiene sentido que hoy en día se intente encerrar a la gente en campos de refugiados mientras que el dinero circula por el mundo sin obstáculos de ningún tipo», afirma Petzold.
Precisamente en Alemania reside de forma temporal un huésped un tanto incómodo, Carles Puigdemont. El tema podría ser diplomáticamente espinoso para cualquier otro, pero no para Petzold, que habla con claridad, despreocupación y hasta humor del expresidente de la Generalitat. «Puigdemont se ha convertido en una celebridad en Alemania. Se habla mucho de su corte de pelo, que se parece bastante al de Joachim Löw, el seleccionador de fútbol. De hecho se bromea bastante con eso y hasta se dice que podríamos intercambiarlos y que nos iría mejor con él en el banquillo. Pero dejando a un lado los chistes, a mí la orden de detención europea me parece un escándalo y creo que la justicia alemana ha resuelto muy bien el problema. En mi opinión, el gobierno de Rajoy hizo mal todo lo que podía hacer mal. Han sido tan idiotas que lo han convertido en un mártir en vez de darle la oportunidad de expresarse políticamente. Dicho esto, quiero dejar claro que estoy en contra de cualquier movimiento separatista. Creo que todo pasa por la cooperación y el diálogo. En mi opinión, la no mezcla, el intento de construir sociedades puras, es lo que acaba precisamente con las sociedades. El separatismo no es la solución, pero la respuesta del gobierno de Rajoy fue absurda y estúpida».
Pues yo, que no soy catalana, también me quiero separar de la España franco-fascista y tan orgullosa de su pasado. Esta España que aún tiene los huesos de sus mejores hijos dispersados por sus cunetas.
Las historias del pasado se repiten a la inversa.
Si en el pasado los judíos fueron los mártires en el presente son verdugos implacables del mártir pueblo palestino.
Acoger, sí, pero comprendiendo que sólo es un parche, no la solución.
Cómo dice James Petras: EUROPA (y USA) LLEVAN LA GUERRA A ÁFRICA, ORIENTE MEDIO (ASIA Y AMERICA LATINA) Y LUEGO ECHAN EN CARA A SUS HABITANTES QUE EMIGREN.