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‘Amar libre’, por Isabel Cadenas
"Yo elegí, entre otras, la de amar, también, como acción política." "Pienso: que el amor es uno de los pocos reductos libres del capitalismo, donde las relaciones sean situaciones no medidas, sí cuidadas."
Tengo dos amigos con los que hablo, casi exclusivamente, sobre amor. Uno es Diego. Durante varios años, algunas veces encendíamos Skype y charlábamos un rato con océano de por medio, pero la mayoría de nuestras conversaciones eran envíos de libros, frenesís de e-mails con frases brevísimas –»pensaba, ¿el arte es libertad o compromiso? ¿y el amor?», uno; «lo que no siento en la pareja lo siento con las ciudades», otra–. Tengo muchas amigas, algunos amigos, con los que hablo sobre el amor, digamos, aplicado: que si ya no es lo que era, que si te quiere bien, que si la soltería vaya, que si las parejas vaya. Pero con Diego, el tema de conversación era el amor así, a palo seco, como teoría. Y siempre con un apellido: libre.
La última vez que viajé a Buenos Aires quedamos para devolver nuestra ya extensa conversación a su formato originario: dos extranjeros en una mesa de un cafetín porteño. Pero las coordenadas habían cambiado, o eso me pareció cuando me dijo que había conocido a una mujer, se había enamorado y ahora tenía ganas de probar una relación monógama. Más que traicionada, me sentí sola: Diego había sido mi pilar en este tema en el que tenía muy pocos interlocutores, la puerta a la que llamaba cuando mis relaciones se empezaban a enrarecer, cuando necesitaba volver a la casita de quién era yo, realmente, en el amor.
Ahora pienso que mi amigo estaba siendo coherente con aquello que tanto teorizábamos: ser libre para establecer los pactos que cada una quiera con cada persona. Nuestro amor libre se inspiraba en algunas de esas pensadoras que aparecen aquí, debajo de este texto: Armand, Goldman, Kollontai. Pero nace –y ya paso al presente y al singular: hace tiempo que no sé de Diego–, sobre todo, de una fe profundísima en la honestidad de cada persona hacia las otras. Y de saber que esa honestidad con el resto solo puede provenir de la honestidad con una: saberse frágil y saber que construir sobre esa fragilidad no puede sino ser un acto precario. Y abrazar esa precariedad, a pesar de todo.
Esto lo llevamos haciendo las personas desde que el mundo es mundo, y las mujeres cada vez más y más abiertamente según ese mundo se vuelve menos patriarcal. Por eso, lo que yo concibo como amor libre está lejos de neologismos, lejos de modas y lejos de pensar que esta libertad la hemos inventado nosotras. En mi pueblo, debajo de casa de abuela, vive la Merce con su marido, Paco, y su amigo, Quinín. Ha sido así desde hace al menos 40 años. La Merce no tiene ningún problema en contar cómo viven a tres, encuentros sexuales incluidos. Y estoy segura de que no ha leído Ética promiscua.
Amar libre no viene, claro, sin problemas. Una psicóloga me dijo, en uno de nuestros primeros encuentros, que ese tipo de relaciones no funcionaba nunca. Le pregunté cuántas parejas que tenían relaciones cerradas pasaban cada semana por su consulta –y cambié de psicóloga–. Amar libre no viene sin problemas, pero me pregunto qué tipo de amar está exento de complejidades, de dificultades, de dudas. Quizá sea cuestión de decidir qué dudas queremos asumir como inevitables, y cuáles queremos aprovechar para revolucionarnos a nosotras mismas. Siempre es cuestión de elegir las batallas. Yo elegí, entre otras, la de amar, también, como acción política.
No es fácil. Escribo esto mientras trato de deslindar los silencios de un amante amigo –un «camarada amoroso» en esa expresión hermosa de Émile Armand. Camino sobre la cuerda floja que separa cuidado y control. Pondero la frontera finísima entre qué es lo que yo quiero y qué lo que quiere mi ego, entre alegrarme por la libertad compartida y reconocerme descuidada. Entre asumir que relacionarse libremente es no tener garantías y lamentar que, como dice Brigitte Vasallo, las personas entren y salgan de las vidas de otras como se entra y se sale de un supermercado. Yo convertida en territorio de disputa entre la cabeza que sabe y el cuerpo que reclama.
Pienso: que el amor es uno de los pocos reductos libres del capitalismo, donde las relaciones sean situaciones no medidas, sí cuidadas. Me pregunto: ¿entonces, por qué siempre tanto esfuerzo por construir relaciones libres? Me respondo: porque tenemos tanto por desaprender. Me contradigo: ¿pero y si el cuerpo sabe? Me vuelvo a responder: es que amar nos expone reales; es que es, quizá, en la vida cotidiana, la única situación en la que una sale sin la coraza. Me pregunto: ¿y si otra vez duele?
Y así.
Esa es la lucha.
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«¿Qué se entiende por camaradería amorosa? Una concepción de asociación voluntaria que engloba las manifestaciones amorosas, los gestos pasionales o voluptuosos. Es una comprensión más completa del compañerismo que la sola camaradería intelectual o económica. Nosotros no decimos que la camaradería amorosa es una forma más elevada, más noble, más pura; decimos simplemente que es una forma más completa de compañerismo. Toda camaradería que comprende tres, dígase lo que se quiera, es más completa que la que solo comprende dos […].
Practicar la camaradería amorosa quiere decir para mí ser un camarada más íntimo, más completo, más próximo. Y por el mero hecho de estar ligado por la práctica de la camaradería amorosa con el que es tu compañero, tu compañera, tú serás para mí –su compañera o su compañero– una o un camarada más cercano, más alter ego, más querido. Entiendo, además, que esto significa servirme de la atracción sexual como de una palanca de compañerismo más amplia, más acentuada. Tampoco he dicho nunca que esta ética estuviese al alcance de todas las mentalidades».
Émile Armand
La Camaraderie amoureuse
ou ‘chiennerie sexuelle’, 1930
«Si logramos que de las relaciones de amor desaparezca el ciego, exigente y absorbente sentimiento pasional; si desaparece también el sentimiento de propiedad lo mismo que el deseo egoísta de «unirse para siempre al ser amado»; si logramos que desaparezca la fatuidad del hombre y que la mujer no renuncie criminalmente a su «yo», no cabe duda que la desaparición de todos estos sentimientos hará que se desarrollen otros elementos preciosos para el amor. Así se desarrollará y aumentará el respeto hacia la personalidad del otro, lo mismo que se perfeccionará el arte de contar con los derechos de los demás; se educará la sensibilidad recíproca y se desarrollará enormemente la tendencia de manifestar el amor no solamente con besos y abrazos, sino también con una unidad de acción y de voluntad en la creación común».
Alexandra Kollontai
Carta a la juventud obrera, 1921
«Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria.
En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: ‘La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos’. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, aquella época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo, y el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y de la represión de otros».
Friedrich Engels
El origen de la familia,
la propiedad privada y el Estado, 1884
«Amar es querer la libertad, la completa independencia de otro; el primer acto del verdadero amor es la emancipación completa del objeto que se ama; no se puede amar verdaderamente más que a un ser perfectamente libre, independiente, no solo de todos los demás, sino aun y sobre todo de aquel de quien se es amado y a quien se ama.
He ahí mi profesión de fe política, social y religiosa, he ahí el sentido íntimo, no solo de mis actos y de mis tendencias políticas, sino también, en tanto que puedo, el de mi existencia particular e individual; porque el tiempo en que podrían ser separados esos dos géneros de acción está muy lejos de nosotros; ahora el hombre quiere la libertad en todas las acepciones y en todas las aplicaciones de esa palabra, o bien no la quiere de ningún modo; querer la dependencia de aquel a quien se ama es amar una cosa y no un ser humano, porque no se distingue el ser humano de la cosa más que por la libertad; y si el amor implicase también la dependencia, sería lo más peligroso e infame del mundo, porque sería entonces una fuente inagotable de esclavitud y de embrutecimiento para la humanidad».
Mijail Bakunin
Carta a Pablo, 1845
«Si por cualquiera circunstancia, la mujer se sintiera capaz de libertarse de ciertos pequeños prejuicios y fuera lo bastante arriesgada para desflorar los misterios del sexo sin la sanción del Estado y de la Iglesia, se vería condenada a permanecer como un instrumento inservible para casarse con un hombre bueno y honesto; aun cuando tan bellas prendas personales consistan en tener una cabeza vacía y una bolsa llena de dinero. ¿Puede haber algo más repugnante que esta idea de que una mujer, crecida ya, sana, llena de vida y de pasión se halle obligada a rechazar las exigencias imperiosas de su naturaleza, a tener que sofocar sus más intensos anhelos, yendo en desmedro de su salud, quebrantando su espíritu, absteniéndose de la profunda gloria del sexo, hasta el día que un buen hombre venga y la solicite para que sea su esposa? […].
La institución del matrimonio hace de la mujer un absoluto parásito, un ser que está sometido a otro ser. La incapacita para la lucha por la vida, aniquila su conciencia social, paraliza su imaginación, y entonces le impone su graciosa protección, lo que no es nada más que una trampa, disfrazada de humanitarismo».
Emma Goldman
Anarchism and Other Essays, 1914
«Yo considero que el anarquista feminófobo, el que no se preocupa de obtener el concurso de la mujer o el que no da importancia a su acción, no solamente se engaña, sino que representa un enemigo inconsciente de la emancipación humana. Y reafirmo una vez más que es –más aún que los partidarios del matrimonio indisoluble– un obstáculo al progreso ético de la Humanidad el individuo que, a pesar de su ‘libertarismo’, se encarniza en monopolizar el usufructo de un amor, el que sujeta y contiene las expansiones sexuales femeninas, imponiendo a la mujer un amor único, uniforme para toda la vida cuando él gusta de todos los placeres. Representan un obstáculo aún más temible que los adversarios con los cuales se puede librar batalla en todo momento, aquellos que, escondidos bajo un manto de ‘libertarismo’, contribuyen a sostener, bajo otro nombre, todos los vicios, todas las injusticias, todas las perversidades de la sociedad actual sin que nos sea posible combatirlos eficazmente […].
Y que se tenga bien en cuenta que la incorporación de la mujer a las acciones y a las luchas masculinas no será efectiva mientras exista el monopolio del amor. La cooperación femenina no podrá ser absoluta mientras subsista la menor huella de restricción sexual«.
María Lacerda de Moura
Los libertarios y el feminismo, 1932