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El estado de la Cultura. De ‘la ceja’ a la nada

La Cultura ha dejado de ser un ámbito de referencia. Los recortes de los últimos años destinados a esta partida han sido salvajes: de 1.226 millones de euros a 801.

Estantes en una librería. ÁLVARO MINGUITO

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Corría septiembre de 2012 y Mario Vargas Llosa, escritor y miembro del Patronato del Teatro Real, presentaba los tres volúmenes que reunían su obra periodística. Afirmó entonces que los recortes en Cultura «son inevitables». Dijo: «La situación española es tan grave que no es posible que la cultura no sufra recortes». En efecto, inevitables o no, los recortes en Cultura de los últimos años, los que coinciden con las legislaturas del PP en el Gobierno, han sido salvajes. De los 1.226 millones de euros destinados a dicha partida en 2009, cuando se supone que empezó la crisis, se tocó fondo en 2014, con 716. A partir de ahí, el PP destinó 749 euros en 2015, 803 en 2016 y 801 el año pasado.

Se puede seguir dando cifras. Se puede ofrecer una comparación ya clásica. Frente a los 801 millones que los Presupuestos Generales destinaban a Cultura, Defensa se llevaba el año pasado más de 7.500. Incluso se podrían comparar esos guarismos con la inversión de dinero público que ha supuesto y supondrá, por poner un ejemplo, el rescate de las autopistas privatizadas en su día. Y quizás lo más elocuente: la cultura aún supone el 0,2% de los Presupuestos, mientras aporta el 2,5% del Producto Interior Bruto (PIB), según informa el Anuario del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Sin embargo, recuperemos un momento de nuestra historia reciente.

La ceja y la nada

El 9 de febrero de 2008, se presentó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la llamada Plataforma de Apoyo a Zapatero (PAZ). Se trataba de una organización instituida por diversos creadores y artistas para respaldar las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno. Aquel día se anunció que el manifiesto propuesto por los organizadores sumaba ya alrededor de 11.000 firmas. Entre los apoyos: Pedro Almodóvar, Núria Espert, José Saramago, Daniel Barenboim, Carlos Fuentes, María Barranco, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Miguel Bosé y Concha Velasco.

Se hacía referencia entonces a «la turba mentirosa y humillante» del PP, y a la «teocracia estúpida e igualmente humillante» que trataba de instaurar la Iglesia católica de la mano de los populares. A aquel grupo de intelectuales se les llamó «los de la ceja», por el gesto que identifica en la lengua de signos española a Zapatero, y que consiste en doblar el dedo índice sobre el ojo, a modo de ceja. Con la llegada de Mariano Rajoy al Gobierno, aquello que fue un símbolo de celebración de cierta idea de Cultura, se fue convirtiendo, y así continúa, en objeto de desprecio. Se compararon entonces aquellas muestras de adhesión con las recibidas por Barack Obama en su campaña para la reelección en la presidencia de Estados Unidos. Bruce Springsteen, Lady Gaga, Mariah Carey, Scarlett Johansson, Jay Z o Eva Longoria apoyaron al entonces mandatario norteamericano. Es relevante recuperar aquel momento, para empezar, por la comparación. Se ha pasado de «los de la ceja» a la nada más absoluta. Nadie imaginaría a Mariano Rajoy, ni a ninguno de los miembros de su gabinete, rodeado de personas ligadas a la Cultura, ni españolas ni extranjeras. De hecho, no se ha visto apoyo alguno al PP en el sector, donde vagan en soledad Vargas Llosa, el cantante Francisco y Norma Duval. Sencillamente, han conseguido que la Cultura ya no sea un ámbito de referencia.

Más allá de las cifras, la imagen del apoyo de los creadores y artistas a Rodríguez Zapatero –fuera este o no santo de su devoción– evidenciaba, para empezar, que el mundo de la Cultura estaba satisfecho con las medidas adoptadas por el Gobierno socialista. Sin embargo, ese apoyo al Ejecutivo tenía una consecuencia de mucho más calado que el propio respaldo. Quienes participaban en aquella aventura, pertenecientes a los ámbitos de la literatura, las artes escénicas y plásticas o la música, lo hacían porque eran considerados referentes sociales. O sea, eran una referencia y, en tanto que referencia, resultaba importante y relevante su apoyo. Arrastraban la opinión de cientos de miles de personas. Pero, además, aquella elección de la Cultura como base de apoyo por parte de un presidente de Gobierno, dejaba clara la importancia que se otorgaba a dicho sector social. Incluso en el caso de que ese apoyo sea interesado por cualquiera de las partes, la evidencia de que resultan relevantes es innegable.

Se puede sumar a eso la asistencia de políticos a espectáculos, homenajes, ferias culturales o presentaciones y estrenos. ¿Y por qué de políticos? Porque son ellos quienes gestionan el ámbito público y el dinero destinado a la promoción de tal o cual sector social o económico. Es decir, no significa lo mismo que la clase política acuda a los toros y al fútbol que lo haga a una exposición, un concierto o un estreno.

Botón de muestra

Una obra de Dalí en la Casa-Museo de Figueres. Álvaro Minguito

Una obra de Dalí en la Casa-Museo de Figueres. A. M.

Las derivas que ha ido sufriendo el Ministerio de Cultura ilustran bien los distintos grados de interés que ha suscitado entre los sucesivos gobiernos, pero también cómo ha tenido que ir compartiendo las partidas presupuestarias. Entre 1977 y 1996, o sea en los gobiernos de Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo y Felipe González, la institución fue solo Ministerio de Cultura, a secas. En 1996, con la llegada del PP al poder, José María Aznar lo convirtió durante su primer mandato en Ministerio de Educación y Cultura (1996-2000). En su segunda legislatura, ya le sumó el ámbito deportivo y fue Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (2000-2004). El socialista José Luis Rodríguez Zapatero volvió a despojar de compañeros al Ministerio de Cultura (2004-2011), algo que duró hasta que Rajoy y el PP recuperaron el poder. Desde entonces vuelve a ser Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Con la acumulación de áreas, el ministro –en la actualidad, Íñigo Méndez de Vigo– se apoya en la secretaría de Estado de Cultura. Y es cierto que una radiografía al actual secretario de Estado del ramo, Fernando Benzo (Madrid, 1965), retrata bien lo que considera el Gobierno que es la Cultura y la formación que debe tener quien de ella se ocupa.

Benzo es licenciado en Derecho por la Universidad Pontificia de Comillas y miembro del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado desde 1994. La ficha que ofrece el Ministerio sobre su experiencia profesional anterior a sus labores «culturales» señala lo siguiente: «Tras comenzar su carrera en la Administración en el Ministerio de Justicia, como consejero de cooperación judicial internacional, ocupó diversos cargos en el Ministerio del Interior entre 1996 y 2001: asesor del Gabinete del ministro, director del gabinete del secretario de Estado de Seguridad y secretario general técnico. En 2001, fue nombrado director general de la Sociedad Estatal de Equipamientos e Instituciones Penitenciarias. En el año 2002, pasó a ocupar el puesto de director Gerente de la Fundación de Víctimas del Terrorismo, donde permaneció hasta 2007. Tras pasar por la empresa privada, de 2009 a 2011 fue asesor del Grupo Popular en el Parlamento Europeo». O sea, Justicia, Interior, asuntos de seguridad, penitenciarios y de terrorismo. Y de ahí, a gestionar la Cultura.

Nada es inocente

Más allá de que los recortes sean «inevitables», como afirma Vargas Llosa, o no lo sean, más allá de que los presupuestos se hayan reducido a la mitad, la transformación más embrutecedora de los últimos años consiste en la desaparición de la Cultura como referente, y su ausencia del espacio público y los medios de comunicación.

Los recortes en la promoción cultural, la falta total de ayudas a las bibliotecas públicas o la colocación de gestores absolutamente ajenos al sector, por poner tres ejemplos, no es inocente. Ninguna política lo es. De hecho, el único punto que se ha tratado seriamente en los últimos años en el Congreso relativo a este ámbito es la negociación del IVA cultural. Eliminar la Cultura del debate político y de las propuestas de los diferentes partidos significa adelgazar la capacidad que tiene una sociedad para mirarse al espejo. Y esta es una inercia difícil de revocar.

Solo si alguien consiguiera imaginarse al actual presidente del Gobierno rodeado de cineastas, escritores y músicos, la cosa tendría remedio.

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