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Cinco años tan duros como únicos

"El poder ha aprendido que no hay enemigo pequeño. Un reportaje publicado en un periódico modesto puede tener gran difusión en redes y quedar colgado en Internet al alcance de cualquiera", argumenta la directora de 'La Marea'.

Dos frases me han sacudido los días previos al cierre de esta edición. Una de ellas me arrancó una sonrisa cuando la oí en un programa de radio. Citaban el lema de la revista La Codorniz: “Donde no hay publicidad resplandece la verdad”. Fue una sonrisa breve, en seguida recordé un wasap que había recibido días atrás: “Me jode dejarlo pero no puedo aguantar más, cuelgo las botas en el periodismo, hartazgo”, me escribió un colaborador comprometido con La Marea desde su primer día de existencia. He oído esa frase demasiadas veces en los últimos cinco años. El periodismo se ha convertido en una profesión de la que apenas nadie puede vivir. Practicarla sin hacer trampa suele ser un lujo, un divertimento o una droga.

Nuestra adicción comenzó hace cinco años en la parte trasera de una tienda de informática del barrio de Vallecas (Madrid). Su propietario nos dejó instalar una especie de redacción a cambio de regalarle publicidad en la revista. Horas antes de enviar las primeras páginas a la rotativa, tuvimos que acordar si publicábamos un anuncio que llegó a última hora. El debate fue intenso. Finalmente, más de la mitad del equipo consideró que era sexista vender un producto usando como reclamo el cuerpo de una mujer desnuda por muy fantasiosa que fuese la ilustración. Como medio de comunicación, no debíamos fomentar estereotipos machistas. La decisión provocó cierto revuelo y nos dejó sin unos euros que necesitábamos.

Cada año, cuando analizamos la marcha económica de la cooperativa MásPúblico, editora de La Marea, alguien plantea la duda de si hicimos bien dotándonos de un código para anunciantes tan estricto. Nuestra ambición siempre fue muy grande: queríamos un medio profesional, riguroso y que fiscalizara al poder. Y aspirábamos a hacerlo sin renunciar a uno solo de nuestros principios éticos. Eso limitó nuestro crecimiento desde el inicio y, obviamente, nuestra capacidad de influencia.

Ahora sabemos que conjugar todos los principios es misión casi imposible en este sistema. En nuestro caso, solo sacrificamos uno, siempre el mismo: en La Marea, trabajadores y colaboradores pasamos apuros para cobrar. Comparto el análisis que plantea Remedios Zafra en este mismo número sobre la precariedad. La sufrimos en nuestras carnes y, sobre todo, en las cervicales, pero me niego a considerar que lo nuestro no sea “trabajo digno”. Lo es por muchos motivos que hoy quiero explicar a nuestra comunidad, sobre todo a los cooperativistas que fundaron este medio y, desde entonces, siempre han apoyado a sus periodistas y sufren pensando que deberíamos tener mejores condiciones laborales.

Disculpad que no escriba todos vuestros nombres, como me gustaría, y que me centre en Fernando. Cuando llamó a finales del verano de 2017, me contó que un día encontró la revista en un quiosco de Zaragoza y se “enamoró” de ella. A veces lee en sus páginas informaciones críticas con el partido con el que se identifica, y esa es una de las características que más valora, que no nos casemos con nadie. Cuando vio que la situación económica era difícil, decidió dar el paso definitivo y unirse a esta locura colectiva. En los últimos cuatro meses lo han hecho varias personas más por el mismo motivo.

«Nadie por encima ni por debajo»
Marcelino, uno de los socios fundadores de MásPúblico, nos contó una tarde, después de una de las primeras asambleas, que a veces, al acostarse, se descubría en la cama pensando “tengo un periódico” y creía estar soñando. Aquella conversación se me quedó grabada. ¿Por qué a Marcelino le parecía tan extraordinario poseer un medio de comunicación? Pues sencillamente porque conoce bien cómo funciona el business y quién lo financia.

La Vanguardia publicó a principios de diciembre una entrevista que me hizo la Agencia Efe. Me preguntaron por los principios éticos de La Marea y recordé aquella vez en que la directora de comunicación de un banco llamó para hablar con la persona responsable de la redacción. No entendía qué tipo de cuestionario le habíamos enviado porque su empresa “no era noticia”. Le expliqué que nosotros decidíamos cuándo y sobre qué queríamos informar. Algo contrariada, me preguntó si había alguien “por encima” de mí y le contesté que no, ni por encima ni por debajo: “Somos una cooperativa”.

El día en que aquella dircom me invitó a conocernos para “ponernos cara” en su sede, ya se había documentado bien sobre La Marea. “Vosotros sois puros, puros. Pero sabes que el código ético condiciona vuestra sostenibilidad. Deberíais relajarlo“, sentenció. Y me dio algunos ejemplos de medios que lo hacían.

“Y vosotros, ¿por qué no relajáis también? Podríais dejar de ejecutar desahucios y así os podríais anunciar en nuestra contraportada”, le propuse. “Tampoco hacemos tantos”, aseguró. En aquel despacho tan alto, en el que había zumo de naranja, café y pastas para todos los periodistas citados esa misma mañana, le dije “la ética se tiene o no se tiene, pero no se relaja”.

Estos días, al recordar la frase en la entrevista de Efe, he reflexionado sobre el encuentro con la dircom. En primer lugar, demuestra que en los últimos años el poder ha aprendido que no hay enemigo pequeño. Un reportaje publicado en un periódico modesto puede tener gran difusión en redes y quedar colgado en Internet al alcance de cualquiera.

En segundo lugar, es la prueba de que ese mismo poder no está acostumbrado a que lo pongan en el punto de mira. Una cosa es que un medio publique un artículo cuando se produce un hecho relevante y otra muy distinta que se dedique a analizar sus informes “sin ser noticia”, como hacemos en el proyecto #YoIBEXtigo.

Por último, soy consciente de que pude permitirme esa frase porque esta revista está editada por más de un centenar de personas muy diversas unidas por un objetivo común: blindar a esta redacción para que nadie pueda presionarla. Saben que podemos equivocarnos, pero que nadie nos da instrucciones a la hora de informar sobre el TTIP, los Papeles de la Castellana, Latinoamérica, el cambio climático o la industria armamentística. En La Marea no hay contenidos patrocinados. De ningún tipo.

Tal vez nuestros principios acaben convirtiéndose en nuestros finales. Debemos ser humildes, reírnos de nosotros mismos y aceptar que quizá ninguna de nuestras publicaciones alcance la repercusión que tuvo Antonio Maestre cuando destapó que Celia Villalobos jugaba al Candy Crush en el Congreso (para evitar posverdades, hay que recordar que en realidad se entretenía con el Frozen).

Pero en estos años nos hemos esforzado para demostrar que las cosas pueden ser distintas. El último ejemplo nos lo señaló hace unos días nuestro editor gráfico al descubrir la cantidad de mujeres entrevistadas este mes. No lo planeamos, pero ha sido una grata sorpresa comprobar que todo es mucho más sencillo en una empresa en la que desde el primer momento ha habido mujeres en los cargos de presidencia, gerencia y dirección.

Durante las cuatro horas que duró el programa al que me refería al inicio de este texto, no participó ni una sola colaboradora. Pregunté al respecto a alguien de la emisora y me dijo que eran “conscientes” del problema pero no sabían cómo arreglarlo. Casi me desmayo al imaginar todo lo que arreglaríamos en esta cooperativa si tuviéramos la mitad de sus recursos, en la cantidad de coberturas informativas que podríamos hacer. Horas después intenté recordar dónde había oído voces femeninas aquella mañana. En la publicidad, allí estaban. Pensé en el primer anuncio que rechazamos. Y, de repente, me pareció que todo cobraba aún más sentido.

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Comentarios
  1. Para que quede constancia de mi identificación con estos principios escribo estas líneas con la esperanza (con incertidumbre) de que ello permita la continuación de este idilio de lector.

  2. M’agradaria fer un regal de subscripció, ja que la meva situació no és precària, sinó límit, per a subscriure’m. Però jo també tenc un codi ètic que relax poc, i és només col·laborar econòmicament amb mitjans en la meva llengua minoritzada. Això sí, m’ofereixo voluntari a traduir per a una edició en català.

  3. Feliz cumpleaños.(Y que cumplamos muchos más)
    ¡SI!, se puede.
    Un abrazo a todos y gracias por estar ahí.

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