Sociedad

Eileen Truax: “En la sociedad donde yo vivo, más que racismo, hay desinformación”

"No tienen claro el concepto de patria: tienen una capacidad de adaptación que los convertirá en ciudadanos del mundo". Eileen Truax, periodista mexicana, es especialista política, movimientos sociales y migración, especialmente la de los más jóvenes.

La periodista mexicana Eileen Truax. Foto: Pablo Tosco / Oxfam Intermón.

La periodista mexicana Eileen Truax está especializada en política, migración y movimientos sociales. Desde 2004 vive en Los Ángeles donde ha investigado a los ‘dreamers’, menores que llegaron a Estados Unidos de manera irregular y que reivindican su derecho a obtener la nacionalidad después de crecer en el país. Ha publicado Dreamers (Océano, 2013. Beacon Press, 2015) y Mexicanos al grito de Trump (Planeta, 2017). Actualmente trabaja en un proyecto sobre jóvenes migrantes en España.

Hace un año y medio usted empezó un proyecto sobre la integración de los jóvenes migrantes en España, las leyes que los amparan y la sociedad que les recibe. ¿Ha llegado a alguna conclusión?

En este tiempo solo he estado 63 días en España y he hecho 30 entrevistas, así que es pronto para hacer un diagnóstico. Pero si algo puedo decir es que los jóvenes migrantes que viven en España se parecen bastante a los que he conocido en EEUU, y estoy segura de que si me voy a Alemania o a Uruguay voy a encontrar lo mismo. Ser un joven migrante implica tener una doble conciencia de ti mismo: la tuya y la de tu familia. Porque el 98% de las familias que migran tienen el objetivo de que sus hijos tengan una vida mejor y eso hace que los chicos crezcan sabiéndose receptores del esfuerzo de sus padres. Por eso, son un poquito más maduros. En general, han experimentado cosas que ningún chico de su edad se podría imaginar. Por ejemplo, una chica marroquí en España se pregunta si llevará hijab, si dejará la escuela… Algo que no se cuestionaría si no hubiera dejado su país de origen. Otra cosa que he visto, sin querer ser conclusiva, es que no tienen claro el concepto de patria y eso me da esperanza: tienen una capacidad de adaptación que los convertirá en ciudadanos del mundo y les ayudará a entender al otro más allá de algunas etiquetas.

¿Los jóvenes que ha entrevistado se han sentido acogidos?

Mi percepción es que el proceso de integración es mejor en Cataluña, en gran parte gracias a la inmersión lingüística. Aprender catalán te iguala, vengas de Ecuador o de Marruecos. La inserción escolar es más complicada en Madrid. Entrevisté a un chico latinoamericano al que cuando llegó le hicieron un examen y le pusieron un curso por debajo del suyo, con su hermana menor. “Yo en mi país era inteligente”, me dijo. Nadie pierde inteligencia por migrar, o sea, que algo se ha hecho mal.

Ahora está de moda el periodismo de datos. Sin embargo, usted sigue apostando por contar historias personales. ¿Por qué?

Todo el periodismo debe tener datos, yo quiero contar estas historias porque hay un 12,7% de migrantes en España; en regiones como Cataluña la tasa es aún más alta, del 13,6%. De todas formas, solo con los datos no puedes entender a la comunidad migrante. Y no vas a poder actuar en consecuencia. Estas historias son como un camión que lleva los datos al público general. Y como tienen nombre y apellido es más fácil que lleguen.

¿Cómo podemos hacer que estas historias generen empatía? En el último año, se han publicado muchas historias de personas refugiadas y muchas veces provocan apatía o frustración.

El problema es que escribimos la misma historia todo el rato. Las historias de refugiados tienen tres posibles finales: llegó, murió o fue deportado. ¿Y luego qué? ¿Hablaba el idioma? ¿Tenía derecho a ir al médico? ¿Pudo llevar a sus hijos a la escuela? ¿Cómo fue su primer día de clase? ¿Y al cabo de dos meses? Si no continuamos la historia, año tras año, el día que cumplen 18 años, cogen una pistola y le disparan a alguien, o el día que ganan un premio de arte, o de ciencia, no entendemos por qué. Hay un periodo en medio que no nos importa, y es una pena porque esas personas van a convivir con nosotros, se sentarán al lado de nuestros hijos en la escuela, y terminarán haciendo algo en nuestra sociedad. Si te digo que Fátima llegó hace 15 años a España y que después de sacar excelentes notas dejó los estudios, podemos analizar qué hemos hecho bien y qué hemos hecho mal. Y lo mejor: podemos actuar para que la chica que está llegando ahora pueda tener una vida mejor. Y eso depende de nosotros. Estoy en contra de que hablemos de la migración solo cuando se produce una crisis porque solo enunciamos, no entendemos.

¿Y cree que la gente quiere entender?

Estoy segura de que sí. Te puedo decir que en la sociedad donde yo vivo la mayoría de la gente, más que racista, es gente sin información. Cuando le cuentas las historias, la mayor parte de la gente es empática y te dice: yo estoy en contra de la inmigración ilegal, pero la historia de esta chica marroquí que me acabas de contar merece un final mejor.

¿Qué podemos hacer para que estos jóvenes se sientan mejor acogidos en nuestro país?

Hablar con ellos. Todos opinan sobre ellos, pero nadie los escucha. Muchas personas hablan sobre la migración sentadas en sus sillones de Bruselas o de Nueva York, pero no salen a la calle a hablar con ellos. Si quieres saber qué es la islamofobia, escucha a chicas musulmanas que la sufren. Es así de simple.

Empezó a cubrir el tema de las migraciones cuando entró a trabajar en La Opinión, el periódico en español más importante de EEUU.

Efectivamente. Llevaba casi 10 años cubriendo política en México, pero salió una vacante para cubrir la comunidad mexicana en Los Ángeles y me contrataron. Poco a poco fui cubriendo también las comunidades de El Salvador, Guatemala, Honduras, y de toda América Latina, y también comunidades asiáticas, que son muy numerosas, como coreanos, vietnamitas, filipinos. Yo siempre digo que el gran privilegio de mi vida ha sido poder contar las historias de las personas migrantes, que para mí son las más valientes del mundo. Creo que no hay una decisión más difícil, después de la eutanasia, que dejar tu vida y empezar de cero, y en el caso de los indocumentados, hacerlo en un lugar donde no te quieren. Sin embargo, llegan, y sobreviven, y conquistan un pequeño Everest cada día, aunque no sea digno de una noticia. Porque levantarse, ir a trabajar, atender a los hijos y dormir no es noticia. Pero, ¿te imaginas el esfuerzo que les supone hacer estos actos cotidianos? Otra cosa que me hace muy feliz es cuando la gente lee estas historias y me dice que ahora lo entiende todo mejor. Si logramos esto estamos poniendo un eslaboncito para que alguien pueda arreglar lo que no funciona.

¿Los medios en inglés en EEUU no hablan sobre la comunidad migrante?

Solo lo hacen cuando son noticia. No en la vida cotidiana. Eso se vio en las elecciones recientes. Los periodistas de estos medios, que viajaban en los autobuses de los candidatos y pasaban tres días en cada Estado, no supieron prever que ganaría Trump porque era imposible conocer a sus votantes en tan poco tiempo. No puedes hablar de una comunidad solo cuando toca. Si además cubres comunidades vulnerables, es muy importante quién eres para que la persona te cuente quién es. En el caso de los ‘dreamers’, el tema más sensible que he cubierto, si yo no hubiera sido migrante o hubiera hablado otro idioma, estoy segura de que el acercamiento hubiera sido diferente.

¿Quién informa entonces sobre la comunidad migrante en EEUU?

Tienes que acudir a lo que allí se llama ‘ethnic media’, medios que no son en inglés o son para minorías. Eso medios tienen reporteros de esa comunidad y conocen lo que le ocurre. Pero para los reporteros que trabajan allí suele ser muy complicado acceder a la información que proviene de fuentes oficiales. Y es una injusticia porque esos medios son importantísimos para sus comunidades, por ejemplo, para ese señor que acaba de cruzar la frontera, no sabe inglés y necesita saber cuáles son sus derechos, aunque no tenga papeles. Porque eso es lo que crea ciudadanos de primera. Por desgracia, la crisis de 2009 pegó fuerte en los medios en EEUU, y también a los medios en español. Cuando yo entré en La Opinión en 2008, en la redacción trabajábamos 135 personas y en 2011 éramos 32, tras tres recortes de personal. Ahora la comunidad latina tiene pocas opciones para informarse y, por ende, para ser visible. Y eso tiene consecuencias, porque si no ves a alguien, no existe, y si no existe, ¿para qué le vas a asignar un presupuesto?

¿Cómo cree que ha afectado la llegada de Trump a la comunidad migrante?

Si algo bueno ha hecho Trump es que ha vuelto a poner el tema de la migración sobre la mesa. Y eso es de agradecer porque durante los ocho años de Obama hubo un encantamiento que obnubiló la crítica respecto a muchos temas y, en concreto, respecto a la migración. No olvidemos que Obama es el presidente que ha deportado a más personas en la historia de EEUU. ¿Qué ha cambiado ahora? El discurso de Trump ha envalentonado a personas violentas anti-imigrantes que, en realidad, siempre han existido (en 2014, publiqué una nota que decía que había 950 grupos de odio en EEUU activos y la cifra no ha subido desde entonces). Eso ha provocado miedo en la comunidad migrante y he tenido que trabajar mucho para dar información certera. Porque Trump dice muchas cosas, pero hay que poner el foco en lo que realmente hace. Por ejemplo, dijo que quitaría la protección a los ‘dreamers’, pero no lo hizo de inmediato, y ahora ha dado un plazo de seis meses para que el Congreso haga algo al respecto y usa ese tema para negociar otras cosas; eso no es racismo, es política. También dijo que construiría un muro en la frontera con México, pero el Congreso no ha aprobado ni un centavo para ello. En realidad, Trump también nos ha servido para darnos cuenta de que el sistema político estadounidense funciona: que hay separación de poderes y organismos que pueden parar iniciativas de un presidente con arrebatos, y eso es importante.

¿Piensa que las amenazas de Trump a la comunidad migrante han despertado a una parte de la ciudadanía que parecía dormida?

Las amenazas hacia la comunidad migrante han sido graves, pero son mucho más peligrosas las dirigidas a las mujeres. Esto es muy frío, pero los indocumentados son 11 millones de personas y las mujeres son 160 millones. Trump llegó con la amenaza de cerrar Planned Parenthood, que es la organización que provee la mayor cantidad de servicios de salud reproductiva, incluyendo la interrupción del embarazo, a las mujeres pobres en EEUU, sean blancas, negras o latinas. Si mañana se revierte el derecho a interrumpir el embarazo de manera segura, pasado mañana hay una muerte. Trump ha hecho que salgan a la calle movimientos de todo tipo: mujeres, homosexuales, migrantes… Pidiendo un país que no dé marcha atrás en derechos civiles. La gente se ha dado cuenta de que yo no puedo exigir derechos como mujer e ignorar los de los trabajadores o los migrantes. También ha permitido que las generaciones más jóvenes sean conscientes de que tienen privilegios, y que los pueden perder. Hay chicas de 18 años que dan por hecho que tienen derecho a interrumpir el embarazo y no saben que eso es gracias a las luchas de sus madres y sus abuelas y que, si quieren conservarlo, también ellas deberán defenderlo.

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