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La vida después de DAESH
El grupo terrorista pierde fuerza y, a tenor de los hechos, su fin como organización consolidada y unificada podría estar más cerca que nunca. ¿Qué pasará con los yihadistas extranjeros?
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A finales de agosto, el presidente de Líbano declaraba la victoria de sus tropas sobre DAESH. Una semana antes, fuerzas iraquíes y de la coalición liderada por EEUU recuperaban Tal Afar, uno de los últimos bastiones del grupo terrorista en Iraq. El ministro francés de Exteriores afirmaba esa misma semana a Le Parisien: «En Iraq ya estamos en la fase de posguerra». Y auguraba el fin de la organización yihadista en Siria. Al cierre de esta edición, las fuerzas kurdas anunciaban la toma de Raqqa, la capital del califato autoproclamado por DAESH. Y en octubre se cumplirá un año de la liberación de Mosul, el principal feudo del Estado Islámico.
DAESH pierde fuerza y, a tenor de los hechos, su fin como organización consolidada y unificada podría estar más cerca que nunca. La experiencia de conflictos anteriores, desde la guerra de los Balcanes hasta la invasión de Iraq o Afganistán, revela que la falta de planes para lidiar con los combatientes que decidan volver a sus países puede ser catastrófica y provocar la dispersión de miles de individuos armados y preparados para atentar. Rob Wainwright, jefe de EUROPOL, califica este problema como la «mayor amenaza de terror en más de 10 años» y advierte sobre ataques inminentes a gran escala. ¿Qué le depara el futuro a los yihadistas de DAESH? ¿Cuál es el plan para gestionar el porvenir de los miles de combatientes extranjeros que integran las filas de esta organización terrorista?
Las estimaciones más fehacientes apuntan a que hay al menos 30.000 extranjeros alistados en las filas de DAESH. La mayoría procede de países como Arabia Saudí, Jordania, Túnez o Marruecos, mientras que aproximadamente uno de cada cinco partió de Europa. La mitad sigue en el frente, un quinto habría fallecido en combate y aproximadamente un tercio tiene la etiqueta de «retornado», según datos de Soufan, una empresa privada de inteligencia con sede en Estados Unidos.
El reclutamiento de extranjeros por parte de esta organización es considerado oficialmente una amenaza para la paz y la seguridad internacional desde 2014, cuando el Consejo de Seguridad de la ONU lanzó esta advertencia por primera vez coincidiendo con la creación de esta organización terrorista. DAESH alcanzó su punto álgido en la primavera de 2015, cuando llegó a abarcar gran parte de Siria e Iraq, y alcanzó las fronteras de Turquía, Líbano, Jordania e Irán. A principios de 2016 el Consejo de Europa –consta de 47 miembros, incluida Rusia– definió el perfil del combatiente europeo retornado: varón musulmán (solo el 17% son mujeres) de entre 18 y 35 años, recién convertido al Islam, ciudadano de segunda o tercera generación de familia inmigrante con problemas de aceptación, inclusión y adaptación a su entorno social. Un 20% tiene trastornos psicológicos y el 80% acumula antecedentes penales.
A pesar de los discursos de unidad en los países afectados por el terrorismo, «no hay un plan internacional, cada país tiene su propia estrategia», explica Pedro Baños, coronel en reserva del Ejército de Tierra y exjefe de Contrainteligencia y Seguridad del Ejército Europeo. Las naciones del Magreb, origen principal de los combatientes foráneos de DAESH, combinan la represión y la disuasión para evitar que los radicales se unan a la yihad –entendida por los fundamentalistas como la guerra santa obligatoria para expandir el reino de Alá en la Tierra– o planeen actos terroristas al regresar. Marruecos, Túnez, Argelia y Egipto emplean esta estrategia, mientras que Libia carece de planes y capacidad para afrontar este problema.
Un claro ejemplo de esta falta de planificación es la Unión Europea, que basa su estrategia contraterrorista en cuatro pilares –prevención, protección, persecución y respuesta– pero deja en manos de cada país la implementación de sus propias medidas de cara a los yihadistas retornados, así como su seguimiento. Por ejemplo, Francia y Holanda consideraron retirar la nacionalidad a los condenados por terrorismo [corregido el 24/10/2017*], una medida que aún no contemplan países como España. A mediados de 2016 los gobiernos del espacio Schengen empezaron a compartir sus ficheros con datos de los viajeros que ingresan en Europa (150 millones de personas al año), pero el trabajo conjunto de cuerpos policiales y servicios secretos permanece en el plano bilateral. «Para que exista cooperación, tiene que haber amenaza a nivel europeo, pero no es el caso», señala Baños, que pone como ejemplo a países del Este con muy poca población musulmana y sin riesgos de atentados.
Este coronel, que actualmente trabaja como analista en la lucha antiterrorista, distingue tres perfiles de combatientes retornados de DAESH: el primer grupo estaría compuesto por los que «vienen endurecidos y con afán e indicaciones de cometer atentados, con deseo de venganza»; le seguirían los «defraudados por lo que han visto», principalmente mujeres que se sintieron engañadas y cuyo nivel de radicalización es superficial; finalmente, estarían los traumatizados. Al igual que otros expertos en la materia, Baños comparte la necesidad de emplear «medidas represivas» contra el primer grupo, pero advierte de que «no hay que desaprovechar la oportunidad de intentar recuperar a aquellas personas que vengan traumatizadas o decepcionadas».
Los expertos coinciden en la importancia de comprender las razones que motivaron la aparición de DAESH para combatir el extremismo islamista, y apuntan a la necesidad de desarrollar contranarrativas dirigidas a los retornados, principalmente a los arrepentidos y decepcionados. Así lo explica Juan Alberto Mora, autor de un completo análisis sobre el futuro de los retornados publicado por el Instituto Español de Estudios Estratégicos, organismo adscrito al Ministerio de Defensa.
En opinión de Baños, aplicar medidas represivas contra este grupo solo serviría para ahondar en su radicalización, un punto de vista que comparte la libanesa Joumana Gebara, especialista en geopolítica de Oriente Próximo. Gebara detalla puntos para una revisión teórica del Islam a nivel global, y defiende la creación de consejos locales integrados por representantes de distintas etnias, credos y facciones, así como centros para prestar ayuda psicológica sobre el terreno. «Es un plan a corto y largo plazo, no habrá resultados inmediatos e incluso veremos emerger nuevas organizaciones parecidas a DAESH», explica Gebara desde Beirut por correo electrónico.
«Me temo que DAESH será derrotado política y militarmente, pero la idea no morirá», lamentaba Nabil Rahim, empleado de una radio de Trípoli (Libia), en las páginas de la revista estadounidense The New Yorker. Antonio Alcolea, filósofo y especialista en geopolítica de Oriente Próximo y el Mediterráneo, subraya el potencial violento de los retornados pero matiza que DAESH fracasó en su intento por captar yihadistas europeos y «solo» logró que unos 5.000 ciudadanos o residentes comunitarios se sumaran a sus filas. Alcolea pone en perspectiva esta cifra con un dato de la guerra entre soviéticos y afganos en los años 80: a pesar de las dificultades para viajar, más de 30.000 extranjeros lucharon para expulsar a la URSS de Afganistán. El peligro es real y latente, pero el alarmismo no contribuye a encontrar soluciones. En su opinión, el Sahel y la periferia de Rusia serán dos de los destinos más atractivos para los atomizados grupos yihadistas en la era post-DAESH, mientras que muchos combatientes reclutados por la fuerza «serán usados como moneda de cambio a nivel territorial» e incluso podrían ser clave para la reconstrucción de Siria e Iraq.
Matarlos a todos
Buena parte de los yihadistas de DAESH son mercenarios, combatientes profesionales y con experiencia procedentes de países con población musulmana que hasta hace pocos años estuvieron en conflicto, como Bosnia, Kosovo, Albania o Chechenia. No van a la guerra por principios, por lo que «volverán allí donde haya otro foco caliente para seguir combatiendo a cambio de dinero», opina Baños. Libia, Egipto y Afganistán son los tres países con frentes abiertos que, por su cercanía geográfica y cultural (la facilidad del idioma) y por el tipo de conflicto que viven, podrían resultar más atractivos para estos mercenarios a sueldo de DAESH. Los informes de inteligencia señalan que, debido a los problemas de liquidez a los que se enfrenta la organización terrorista, un amplio número de mercenarios ya estaría buscando otros frentes más rentables.
Donald Trump, presidente de EEUU y comandante en jefe del mayor ejército del planeta, promete «matar a tantos [yihadistas] como podamos» como pilar de su estrategia frente a los retornados. «No tendrán a donde ir», declaró recientemente Ashton Carter, secretario de Defensa estadounidense. Algunos analistas señalan que esta estrategia de Washington aumenta el riesgo de dispersión de yihadistas a nivel internacional. Ya sucedió tras la guerra de Afganistán en la década de los 80, cuando «muchos combatientes se fueron a África del Norte y Somalia para seguir organizándose, sin volver a sus países de origen», apunta Jean-Charles Brissard, presidente del Centro de Análisis del Terrorismo, con sede en París. Brissard cree que «la respuesta debe ser flexible para adaptarse a cada caso individual» y pide «más cooperación entre los países afectados». «Lo más importante es hacer que el individuo renuncie a la acción y a la violencia», sentencia este especialista.
Mónica G. Prieto y Javier Espinosa son dos de los periodistas españoles con más experiencia en Oriente Próximo y acaban de publicar La semilla del odio (Debate), donde repasan la historia reciente de la región más convulsa del planeta. Prieto opina que, dado que «DAESH es una ideología y no solo un grupo estructurado», muchos yihadistas podrán regresar de forma anónima a sus países de origen para seguir su particular lucha con labores de reclutamiento, ataques en solitario y difusión de propaganda. Ambos consideran que los yihadistas que abandonen el autoproclamado Califato engrosarán las filas de grupos afines en países como Libia, Yemen, Afganistán, Pakistán e incluso Filipinas.
Las experiencias previas en la región ofrecen poca esperanza. Tras la invasión de Iraq, las fuerzas de seguridad leales a Sadam Husein fueron criminalizadas y perseguidas, lo que empujó a muchos soldados iraquíes a la radicalización y acabaron en brazos de Al Qaeda (DAESH aún no existía). También en Afganistán primó el factor sectario, que dio lugar a «una atomización de los grupos armados», explica Prieto. Espinosa cita el caso excepcional de Indonesia, el país con más musulmanes del mundo, donde existe una intensa cooperación entre el gobierno y el principal partido musulmán, crítico con el ideario salafista que promueven Arabia Saudí y Qatar e inspira a DAESH.
Esa cooperación permite que los líderes musulmanes indonesios difundan argumentos basados en el Corán para rebatir las posturas radicales. «Decir que ISIS no tiene nada que ver con el Islam es un error. Es una versión extrema de un credo religioso, por eso habría que apoyar que sean los clérigos musulmanes (…) los que combatan esta filosofía extrema», explica Espinosa. Además de recibir clases donde se instruye una versión tolerante del Islam, los exyihadistas de Indonesia también cuentan con proyectos de reinserción a través de la enseñanza profesional. «Hay hasta un restaurante constituido por exmiembros de Al Qaeda», añade.
Los niños de la yihad
A principios de 2016, DAESH divulgó un vídeo propagandístico en el que un niño británico de solo cuatro años detona un coche con tres prisioneros dentro. Desde el principio, esta organización reclutó a miles de niños en Iraq y Siria a los que adoctrinó e instruyó en técnicas de guerra. DAESH define a esos niños como el futuro de su «califato» y aprovecha su facilidad para, por ejemplo, traspasar fronteras, burlar controles de seguridad y autoinmolarse.
Las cifras oficiales señalan que, por ejemplo, ya hay más de 2.000 niños en las cárceles iraquíes, la mayor parte procedentes de las filas de DAESH. Ninguna experiencia histórica es comparable al adoctrinamiento que reciben los niños soldado de la organización terrorista aunque algunas pueden servir de inspiración. Por ejemplo, tras la guerra civil de El Salvador, el 84% de los niños soldado respondieron que la familia fue el elemento más importante para su reintegración, según una encuesta de la revista Biomédica.
La mayoría de los niños de DAESH procede de comunidades pobres, afectadas por conflictos con presencia de ejércitos extranjeros y vulnerables a los discursos radicales cargados de odio. Las escuelas vuelven a abrir en lugares hasta hace poco ocupados por los terroristas, pero encontrar profesorado cualificado y capaz de lidiar con temas complejos como el radicalismo o los traumas psicológicos resulta difícil. Los gobiernos occidentales ya han empezado a mostrar interés por estos programas de rehabilitación, pero sus esfuerzos siguen centrados en la acción militar. Un reportaje de The Economist sobre los niños soldado de DAESH concluía así: «Que los cachorros yihadistas de hoy no se conviertan en leones dependerá mucho del tiempo que dediquemos a esto».
*Corrección (24/10/2017): Francia y Holanda consideraron retirar la nacionalidad a los ciudadanos con doble nacionalidad implicados en ataques terroristas, pero en 2016 rechazaron aplicar esta medida.
Un articulo importante y muy preciso. Ojala tenga mucha lectura. Hace falta que sea conocido para un mejor enfrentamiento al problema de los retornados.
Por cierto, leyendo: «Por ejemplo, Francia y Holanda retirarán la nacionalidad a los condenados por terrorismo, una medida que aún no contemplan países como España.» Me surge la preocupacion para toda Europa. Con Schengen un terrorista español entraria en Francia u Holanda sin problemas para hacer lo que le parezca.
Privar de la nacionalidad, a reservas de devolverla si lo merece, seria una medida necesaria en toda la UE.