Opinión | Preguntas Humanas
¿Por qué al oír aquella palabra recordé mi infancia en un segundo?
Olivia Carballar, una de las humanas tras 'La Marea', nos habla de algoritmos analógicos y de cómo las "casualidades" disparan los recuerdos más rápido (y personalizados) de lo que ChatGPT ofrece respuestas.
¿Os ha pasado alguna vez esa cosa fascinante de encontrarte con alguien de tu pueblo a miles de kilómetros de él? ¿Te ha pasado que, después de muchos años sin ver a una de tus amigas del colegio, la encontraste saltando a tu lado en un concierto? Es posible que te haya pasado o que conozcas a esa pareja como Oliveira y la Maga, que andaban sin buscarse pero sabiendo que andaban para encontrarse.
No creas que sé muy bien qué quiero contarte hoy –qué bien me vendría algún prompt–, pero es lo que tiene ser humana. Sí sé, en cambio, que este deambular humano que estamos haciendo en La Marea me está llevando a un lugar seguro: después de días y días hablando de lo artificial y lo humano, analizando lo bueno y lo malo de la IA, los peligros y las ventajas, me reafirmo en mi posición en los debates que mantenemos, durante horas y horas, en la redacción: quiero algoritmos en mi vida, sí, pero algoritmos analógicos, los que hacen que te emociones, los que te remueven, los que te dan un pellizco.
Ayer, por ejemplo, mientras pensaba enfoques para el dossier sobre IA que estamos preparando, en la misma cafetería donde hoy inicio esta carta, la camarera saludó de este modo a la mujer que acababa de entrar: “¿Cómo estás, Fefa?”. Podría haberse llamado Lucía, o María, o Carmen. Pero se llamaba Fefa. Y a mí, escuchar ese nombre –y no Lucía, o María, o Carmen– hizo que se me encendiera todo un mundo por dentro. Recuerdos, personas, vivencias, olores… Me pasó la infancia por delante en un segundo, lo mismo que, quizá, puede tardar el Chat GPT en decirte cuántas Fefas hay en el mundo.
Lo que pasa es que esa Fefa, la Fefa a la que ninguna inteligencia artificial me va a llevar, mi algoritmo analógico, era la abuela de un amigo del pueblo, la mujer buena y diligente que vendía los zapatos cuando era casi una fiesta ir a comprarte unos zapatos, cuando tu madre te compraba dos números más grandes para que duraran años. Era, claro, cuando nadie te llevaba los pedidos a casa. Escuchar el nombre de Fefa, por tanto, activó en mi cabeza un universo muy amplio que no viene al caso ahora, pero que solo un humano, de momento, puede ver, puede sentir.
No sé si estáis pensando en vuestra Fefa particular, en anécdotas parecidas. Hay quien las llama casualidades. Decía Cortázar, por cierto –que se movía por el territorio de lo fantástico con naturalidad–, que quien así las considera, quien cree que un encuentro es una casualidad, una excepcionalidad, lo que está intentando hacer es echar atrás aquello que supuestamente lo está amenazando por el camino de la lógica, que es justo el camino que sigue la IA.
El nuestro, el de los humanos, el camino que queremos seguir recorriendo en La Marea, va por otro lado. Y en el fondo, como en Rayuela, sabemos que un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas. Saramago lo decía de esta otra manera: “Siempre llegamos donde nos esperan”. Ojalá el algoritmo analógico nos lleve esta vez hasta ti.