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Panjak Mishra: “El sionismo, como otros nacionalismos, tiene que ver con una búsqueda de la hipermasculinidad”
El escritor Panjak Mishra se ha convertido en uno de los pensadores más lúcidos para entender las dinámicas de poder entre el Norte y el Sur global. Le entrevistamos a raíz de la publicación de su último ensayo, 'El mundo después de Gaza. Una breve historia'.
A lo largo de sus más de tres décadas de trayectoria, el escritor y periodista Panjak Mishra (India, 1969) se ha convertido en uno de los pensadores más lúcidos de nuestra época. A la vez que se convertía en un reputado cronista de conflictos y focos del terrorismo islamista en la primera década de este siglo, se alzó con algunos de los premios más importantes por sus novelas y en uno de los ensayistas más influyentes sobre las cuestiones que definen nuestra era: la decadencia de los imperios, el auge de las ideologías del odio y el neoliberalismo como ideología del sometimiento colonialista.
Su artículo Occidente no se entera de nada, en el que analizaba por qué la credibilidad de la mayoría de los medios de comunicación estadounidenses y europeos habían tocado fondo con sus coberturas del genocidio de Gaza se ha convertido en una lectura de referencia para quienes estén interesados en relaciones internacionales en general y para estudiantes de Periodismo, en particular.
Ahora publica El mundo después de Gaza. Una breve historia (Galaxia Gutenberg, 2025), un ensayo clave para entender cómo se ha fraguado el actual genocidio que Israel está ejecutando en la Franja y las consecuencias a largo plazo de este ejercicio de ostentación de impunidad y crueldad por parte del Norte global. La Marea le entrevista en la sede de su editorial en Barcelona, donde durante una hora expone apasionadamente los engranajes de cómo la complicidad de Estados Unidos y Europa con la ocupación y el régimen de apartheid israelí han contribuido al resurgimiento de los fascismos en sus territorios, sobre la relación entre el sionismo y la hipermasculinidad, sobre el plan de rearme de Europa y sobre dónde encontrar la esperanza, entre otras cuestiones cruciales para la actualidad.
Uno de los aspectos más difícil de contar como periodistas no es la violencia más visible de la ocupación, sino el intrincado y perverso sistema de control y represión que ha diseñado el Estado sionista para convertir en un infierno cada parcela de las vidas de los palestinos. Usted cuenta en su libro que fue en un viaje que realizó a Palestina en 2008 cuando entendió la dimensión del régimen de ocupación y de apartheid y sus similitudes con la India ocupada por Gran Bretaña, un modelo que creía extinguido en el siglo XX. ¿Cómo cambió su forma de pensar esa experiencia?
En India crecemos con una narrativa en la que las mentes más brillantes de nuestro país se unieron para derrotar el supremacismo blanco y el imperialismo racial. Es decir, crecí pensando que ese es el camino que toma la justicia en el mundo moderno. Pero luego vas a Palestina y ves que el mismo racismo, supremacismo blanco e imperialismo que creías superado hace décadas, sigue dominando allí. ¿Cómo es posible que Israel pueda seguir robando territorio, matando a tantos palestinos como quiera en cualquier momento, y que no ocurra nada? Es como viajar a un lugar en el que descubres que la esclavitud sigue existiendo. Fue una conmoción muy profunda.
¿Qué papel juegan la hipermasculinidad y la brutalidad en la construcción de la identidad del Estado de Israel?
El sionismo, como otros nacionalismos, tiene que ver con una búsqueda de la hipermasculinidad, de la fuerza masculina. A los judíos, como a los hindúes y a los musulmanes, sus amos europeos les dijeron que no eran varoniles, que eran débiles, que eran cobardes, e interiorizaron esos prejuicios. La respuesta ha sido crear Estados nacionales fuertes para demostrar su fortaleza, como ha hecho Israel o el nacionalismo hindú. Es decir, como fuiste humillado el 7 de octubre, matas a 50.000 personas para sentirte fuerte y varonil. La búsqueda de la hipermasculinidad está en la base de este tipo de violencia. Y ahora, además, se beneficia de tener en la Casa Blanca a un violador rodeado de gente que piensa que hay que volver a poner a las mujeres en su lugar, que el feminismo ha ido demasiado lejos, y de una red internacional de hombres poderosos que apoyan estas ideas.
Desde el inicio del genocidio, los soldados israelíes están documentando y difundiendo sus crímenes a través de las redes sociales, al igual que los miembros del Gobierno de Netanyahu, que los anuncian a través de ruedas de prensa sin ningún temor tras décadas de impunidad. ¿Hay esperanza de que algún día sean juzgados?
Podemos tener algo de esperanza en instituciones como la Corte Penal Internacional y en los pocos países que respetan sus normas. Ya hemos visto casos de soldados que han cometido estos delitos y que han estado en Europa sin ser detenidos. O ahora Netanyahu en Hungría con Orbán. Así que espero que la CPI sea más activa porque, si no, estaremos en una anarquía moral total en la que se pueden cometer los peores crímenes sin que pase nada.
La detención de Duterte, un hombre que se jactó abiertamente de sus crímenes, da esperanza. Espero que Netanyahu también sea detenido algún día y enviado a La Haya.
En su libro, explica cómo Israel instrumentalizó el Holocausto para convertirlo en la medida del mal supremo y borrar los otros genocidios, hasta el punto de negociar con Turquía para que no se considere como tal el exterminio de más de un millón y medio de armenios que llevó a cabo el Imperio otomano. ¿Cómo ha cambiado a lo largo de los años la relación de Israel con el Holocausto?
El Holocausto no formó parte de la narrativa israelí durante mucho tiempo. De hecho, al principio, Israel despreciaba a sus supervivientes porque quería alzarse como un país varonil y estas personas eran vistas como débiles. No fue hasta la década de los 60, cuando el Holocausto comenzó a ocupar un lugar central en la identidad israelí, precisamente cuando Israel se convirtió en una potencia colonial ocupando Cisjordania y Gaza. Entonces, Israel creó, deliberadamente, una memoria colectiva del Holocausto para justificar su ideología expansionista violento, para decir que tras todo lo sufrido, tenían que ser agresivos, que era un país nacido para dar cobijo a sus supervivientes y que tenían que defenderse porque estaban rodeados de otros potenciales nazis -que ahora eran los árabes-.
Efectivamente, los supervivientes fueron inicialmente despreciados porque se les veía como gente que no había opuesto resistencia y que, prácticamente, había ido por su propio pie a los campos de exterminio. Incluso personas como Primo Levi, que inicialmente fue muy sionista, terminó siendo percibido como un traidor a los judíos por criticar a Israel. ¿Cómo vivió él ese proceso?
En los primeros años de crearse Israel, Primo Levi tenía un vínculo emocional muy fuerte con este país, como muchos de los supervivientes del Holocausto. Pero luego empezó a ver que no era lo que había creído, sino una potencia expansionista agresiva que cometía todo tipo de atrocidades contra los árabes, no sólo contra los palestinos, sino también contra los libaneses, con la invasión de 1982. A la vez que Primo Levi se volvía más crítico con Israel, la comunidad judía estadounidense –que, inicialmente, no tenía interés en el Estado sionista– cada vez fue invirtiendo más dinero en él.
Así llegamos a 1985, cuando Primo Levi viaja a Estados Unidos y se siente profundamente incómodo porque es recibido sólo como un judío que sobrevivió al Holocausto, no como un italiano, un químico, un escritor. Como él dijo, le estaban poniendo etiquetas, cuando él las detestaba. Y todo el mundo al que conoció en Nueva York era judío, por lo que le preguntó a su mujer si en esa ciudad no había gente no judía. Y cuando criticó a Israel, la reacción fue tan mala como que la horrible revista Commentary encargó a una joven un artículo en el que lo atacara y así lo hizo. Esta escritora vive ahora en Francia y está muy arrepentida porque vino a a decir que Primo Levi ya no era judío porque no apoyaba a Israel. En una carta, le escribió a un amigo que ese escrito ayudó a extinguir su deseo de vivir. Poco después, se suicidó.
Ahora, Estados Unidos tiene a dos presidentes -Biden y Trump- que apoyan el genocidio y la limpieza étnica de Gaza y es inevitable volver a ese viaje a Estados Unidos de Primo Levi para entender esta deriva.
El genocidio en Gaza nos ha reducido a espectadores de la barbarie, ciudadanos y ciudadanas impotentes que ni siquiera pueden conseguir que, por ejemplo, el Gobierno de España, que ha sido de los más críticos del mundo con Israel, haya roto sus relaciones diplomáticas y comerciales con este Estado. ¿Qué impacto tiene esta complicidad con el genocidio en la salud, ya debilitada, de las democracias occidentales?
Un impacto devastador porque es un recordatorio para los ciudadanos comunes de que sus opiniones sobre estos asuntos no cuentan. Si miramos a los países de la UE, incluso Reino Unido -que es muy cercano a Israel- hay una mayoría de la ciudadanía pidiendo un alto el fuego y un embargo de armas. Pero las clase política y mediática siguen ignorando a la opinión pública. Por lo tanto, la complicidad de las instituciones democráticas occidentales con el genocidio alienta la desilusión generalizada que ya sufrían antes.
Una cosa fue iniciar una guerra en Irak, que estaba mal pensada, que era ilegal y que causó tantísimas muertes. Y otra ver cómo gobiernos y periodistas se vuelven cómplices de un exterminio masivo. Es una vuelta a la década de 1930, a un colapso del que sólo puede beneficiarse la extrema derecha, como estamos volviendo a ver.
“Tras este apoyo al Gobierno israelí, que está fuera de control, la represión en Europa solo va a aumentar, porque se ha echado a los brazos de la ultraderecha, no hay vuelta atrás”
Desde los primeros días del genocidio, miembros del gobierno de Israel han declarado que el objetivo es hacer volver inhabitable Gaza y obligar a la gente a marcharse. ¿Por qué los países europeos -al margen de Alemania, atravesada por su sentimiento de culpabilidad por el Holocausto- siguen tan sometidos a los dictados de Israel? ¿Es sólo porque su protector es Estados Unidos?
Efectivamente, Israel ha sido muy explícito al decir que quiere anexionarse Cisjordania y Gaza, que no reconoce los derechos de los palestinos sobre esos territorios y que va a obligarles a irse a Jordania o a Egipto o a donde sea. Mientras, los líderes europeos siguen repitiendo la ficción de la solución de los dos Estados cuando los gobernantes israelíes se burlan abiertamente de esa propuesta y niegan que vayan a permitir alguna vez que haya un Estado palestino. En realidad, los países europeos mantienen ese discurso por autoengaño y por cinismo porque todos tienen negocios con Israel, como venderles armas. Los líderes europeos tienen que insistir en que todo esto es un ejercicio de autodefensa que acabará algún día porque no pueden admitir que son cómplices de una limpieza étnica.
Tras este apoyo al Gobierno israelí, que está fuera de control, la represión en Europa solo va a aumentar, porque se ha echado a los brazos de la ultraderecha, no hay vuelta atrás.
Más allá de las personas que se han manifestado en todo el mundo contra el genocidio, especialmente los jóvenes -en quienes usted encuentra la esperanza en el futuro-, los otros grandes focos de dignidad están siendo la Corte Penal Internacional, el Tribunal Internacional de Justicia, la UNRWA y figuras como la Relatora Especial de las Naciones Unidas para los Territorios Ocupados palestinos, Francesca Albanese. ¿Qué importancia tienen estas instituciones y estas voces para el mundo de después de Gaza?
Muy importante. Añadiría organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional, Médicos Sin Fronteras, Save the Children, Oxfam Intermón… ONG que han arriesgado mucho y que han alzado la voz contra el genocidio.
Creo que para muchas personas, no solo para los palestinos, todos ellos nos han ofrecido la perspectiva de que hay instituciones responsables. Incluso las Naciones Unidas y su secretario general, a pesar de no haber logrado frenar el genocidio –porque la ONU está controlada por Estados Unidos y sus aliados–, han conservado su dignidad al denunciar lo que está haciendo Israel, al contrario que la mayoría de los gobiernos occidentales, con la excepción del español, el irlandés y quizás, un poco, el belga. El resto de democracias occidentales se han deshonrado a sí mismas con este genocidio.
La mayoría de los medios occidentales han asumido la narrativa israelí y justificado el genocidio. ¿Qué consecuencias tiene esta pérdida de credibilidad para las sociedades occidentales –porque las del Sur global hace tiempo que no creen en ellos–?
La mayoría de la gente no lee los periódicos y la audiencia de medios como la BBC o The New York Times son personas mayores y, en su mayoría, conservadoras. Por lo tanto, pueden seguir siendo grandes y rentables gracias a que ofrecen crucigramas, recetas y ese tipo de cosas; a que se están convirtiendo en empresas de entretenimiento, pero han perdido su función principal de ser medios de comunicación, de ser pilares responsables de las democracias. No tiene sentido que intenten competir con Netflix o Prime Video, pero es lo que están haciendo y de una manera mucho más rápida de lo que nos damos cuenta. Están abandonando su función de representar con precisión el mundo y creo que es la energía fresca de la juventud la que puede crear plataformas diferentes.
En su artículo Occidente no se entera de nada explica cómo la interpretación que los medios europeos y estadounidenses llevan años haciendo de lo que ocurre en el resto del mundo, es decir, en la mayor parte del mundo, es absolutamente etnocéntrica y errada. Un artículo que se ha publicado en numerosos medios occidentales y que ha tenido un gran impacto. ¿Le sorprendió la sorpresa que ha supuesto entre muchos de sus lectores del Norte global?
No me sorprendió porque hasta ahora se sobreentendía que que las personas que trabajan en grandes instituciones periodísticas como The New York Times, la BBC o The Washington Post saben lo que están haciendo, que pueden ver lo que ocurre en el mundo. Lamentablemente, es todo lo contrario. Se trata de personas extremadamente provincianas, con una formación y una educación muy limitadas y cuya capacidad de interpretación se reduce a los intereses de la seguridad nacional de Estados Unidos. Así que han estado informando, durante muchos años, erróneamente, por lo que tenemos una imagen muy distorsionada del mundo. Pero cada vez más gente se está dando cuenta de la enorme brecha que hay entre, por ejemplo, lo que podemos ver sobre el genocidio de Gaza en nuestros teléfonos o en Al Jazeera y la forma de cubrirlo de la BBC o The New York Times es enorme.
La ultraderecha, antisemita en sus orígenes, ha sustituido su odio hacia los judíos, por una parte, por la islamofobia y la arabofobia, a la vez que por una admiración profunda por Israel por no respetar el derecho internacional y por masacrar impunenemente a los palestinos. ¿Estamos entrando en la era de la crueldad?
Es difícil no llegar a esa conclusión: a la era de la crueldad, de la impunidad, de la anarquía. Israel ha apostado su futuro a la continuación de la anarquía en todo el mundo, no solo en su región. Ha vinculado su futuro al de Trump, al de Le Pen, al de AfD, al de Orbán, al de Abascal, al de todos esos demagogos de extrema derecha. Son personas con poder y riqueza que harán lo que sea necesario para ganar, así sea invadir Groenlandia, Gaza o matar a 200 niños en un solo día. Creo que Pedro Sánchez les sobreestima cuando les llama la internacional reaccionaria. Necesitamos una palabra más fuerte para describirla.
¿Odio?
Absolutamente, la internacional del odio.
Alemania es un caso paradigmático de ese retorno de la ultraderecha. Su responsabilidad en el Holocausto le ha llevado a establecer una relación de sumisión a Israel hasta el punto de perseguir a los defensores de derechos humanos cuando se han manifestado contra el genocidio de Gaza, mientras el partido neonazi Alternativa para Alemania (AfD) se consolidaba como segunda fuerza política. ¿Hacia dónde se dirige este país?
Alemania se encamina hacia un lugar muy oscuro. En el último siglo, Alemania ha sido cómplice de tres genocidios: el de Africa, el Holocausto en Europa y el de ahora en Gaza. Así que tenemos que ser extremadamente cautelosos con Alemania porque esto podría ser el principio de algo verdaderamente terrible en la historia de Europa.
El racismo que ejercen los israelíes contra los palestinos se reproduce en Estados Unidos contra las personas negras, en Europa especialmente contra las personas musulmanas y árabes. ¿Cree que parte de la crueldad en la que vivimos es porque Europa no es consciente del supremacismo blanco que sigue dictando nuestra política?
No lo saben porque ni el sistema educativo, ni los libros de historia ni la prensa hacen suficiente hincapié en el hecho de que la gran mayoría de la población del mundo ha tenido que enfrentarse y derrocar al supremacismo blanco; que si uno nacía en un país asiático o africano, el supremacismo blanco le impedía vivir en libertad y dignidad. ¿Por qué pasaron décadas en prisión personas como Gandhi o Nehru? Porque trabajaron para conseguir un orden social justo en el que todas las personas tengan los mismos derechos. Y en Europa el principio de igualdad se ha separado de esta historia, por lo que se cree que se puede perpetuar el supremacismo blanco y defender el principio de igualdad.
En Estados Unidos es aún más evidente ahora, con un gobierno lleno de personas que han explicitado su ideas supremacistas blancas y que está castigando a Sudáfrica porque dicen que allí se persigue a los blancos, cuando son los más privilegiados de ese país: representan el 7,8% de la población y poseen el 75% de sus tierras. Pero esta es la forma dominante de pensar en Estados Unidos y también en algunas partes de Europa a las que las personas no blancas les hemos hecho demasiadas concesiones. Es hora de decirles cuál es su lugar.
“La complicidad de las instituciones democráticas occidentales con el genocidio alienta la desilusión generalizada que ya sufrían antes”
Europa ha demostrado un doble rasero al apoyar a Ucrania frente a la invasión rusa y armar a la fuerza ocupante israelí antes y mientras comete un genocidio en Gaza. ¿Qué opina sobre el plan de rearme europeo después de que Trump se haya alzado como una amenaza?
Creo que es un movimiento muy peligroso. Tenemos que ser extremadamente cautelosos, en parte porque quien está haciendo gira por Europa diciendo que tenemos que rearmarla es Von der Leyen, una persona sin escrúpulos, que apoyó el genocidio israelí desde el principio, que rechazó las peticiones del Gobierno español y del irlandés para entablar un debate sobre el alto el fuego y un embargo de armas, que está profundamente relacionada con varios grupos de la industria armamentística en Europa y que, por tanto, se puede beneficiar de manera personal del rearme.
No creo que Rusia represente una grave amenaza para Europa cuando apenas puede luchar contra Ucrania. Ha perdido a mucha gente en esa guerra y ha sufrido numerosas humillaciones. La idea de que Rusia pueda cruzar Europa es solo una fantasía que están avivando los políticos porque creen que el rearme les puede ayudar.
Keir Starmer (el primer ministro británico) es un ejemplo de ello. Se propuso reformar la economía y su gestión está siendo un desastre total. Ahora, se ha vuelto belicista para tapar así sus fracasos. Kaja Kallas es una completa ignorante que fue la semana pasada a Israel para decirles la excelente relación que tiene con ellos la Unión Europea. Es hora de desconfiar de estas personas porque el rearme es una medida muy peligrosa.
Termina el libro reivindicando la esperanza que representan los jóvenes que se manifiestan contra el genocidio de Gaza y dice que, quizás, estas marchas hayan “aliviado, en parte, la extrema soledad de los palestinos. ¿Cree que es lo único para lo que sirven estas movilizaciones, para que el pueblo palestino sepa que no está solo en el mundo?
Creo que sirven para más que eso, también para darnos una modesta esperanza en el futuro: estos jóvenes crecerán, entrarán en el ámbito profesional, serán periodistas, políticos, trabajadores de empresas y espero que recuerden la posición moral que adoptaron, que trabajen por un mundo mejor. Los jóvenes que han visto en sus teléfonos móviles a hombres sosteniendo en sus brazos los cadáveres de sus hijos han recibido una educación muy diferente a la que han tenido, probablemente, sus padres. Por tanto, cabe esperar que se conviertan en adultos responsables que hagan cosas para impedir que se repitan esos hechos.