Cultura
‘Adolescencia’ es increíble (para bien y para mal)
El alarde técnico de la serie de Netflix fagocita (por suerte, sólo parcialmente) la credibilidad de una historia imprescindible: cómo Internet está forjando una nueva generación de jóvenes machistas y violentos.
Adolescencia es la serie del momento. Han pasado apenas dos semanas desde que se estrenó en Netflix y ya la han visto más de 65 millones de personas en todo el mundo. The Guardian ha dicho de ella que es «lo más cerca que un producto televisivo ha estado de la perfección en décadas». Y lo sería, efectivamente, si no hubiera sido concebida de inicio como un alarde técnico: cuatro episodios rodados íntegramente en cuatro planos-secuencia, sin cortes de ningún tipo, evidenciando un prodigio de planificación absolutamente asombroso. Esa proeza, paradójicamente, actúa en contra de la esencia de la narración. El espectáculo es tan abrumador que lo que tendría que ser una historia realista acaba por ser increíble… en el sentido de que no se puede creer.
La serie, creada por Jack Thorne y por el gran Stephen Graham (que también es uno de sus intérpretes), narra la historia de un chico de 13 años que es acusado de apuñalar a una compañera de clase. A partir de ahí, ofrece una imprescindible reflexión social sobre la misoginia y la violencia machista, en pleno auge del antifeminismo fomentado por la llamada «manosfera» de Internet. Ésta se compone de una red de webs, foros e influencers de Instagram y YouTube que promueven el odio hacia las mujeres, a las que culpan de su incapacidad para encontrar pareja. El término con el que se conoce a esta gente, ya lo saben, es incel (contracción de ‘célibe involuntario’). Entrar en ese ecosistema resulta potencialmente tóxico para cualquier persona, pero para los menores de edad puede ser aún peor, puede ser devastador.
Adolescencia ha tenido un impacto enorme en el Reino Unido, donde ha dado pie a un encendido debate público sobre la pertinencia del acceso de los menores a Internet. Hasta el propio primer ministro, Keir Starmer, se pronunció tras ver la serie con sus dos hijos, de 14 y 16 años. «Esta violencia llevada a cabo por hombres jóvenes, influenciados por lo que ven en línea, es un problema real, es detestable, y debemos abordarlo», declaró. El Gobierno de España lleva tiempo trabajando en esa línea y esta misma semana presentó un anteproyecto de ley para la protección de los menores en entornos digitales.
Daisy Greenwell, fundadora de la iniciativa Infancia Libre de Teléfonos Inteligentes (SFC, por sus siglas en inglés) habló con la agencia EFE y destacó la enorme potencia que tiene Adolescencia como producto cultural: «Quiero que la enseñen en las escuelas, que la pongan en el Parlamento. Es crucial porque esto sólo va a ir a peor. Es algo sobre lo que la gente necesita hablar, ojalá sea eso lo que pueda lograr la serie». Greenwell aboga por la prohibición de los smartphones para menores de 14 años.
El tema es espinoso, actual y tremendamente pertinente dada la deriva que han tomado nuestras sociedades (no sólo los jóvenes) a causa del ensimismamiento digital. Y digámoslo claramente: Adolescencia es una serie excelente, pero podría ser mejor si no pusiera la maestría técnica por delante de la credibilidad del relato. Es decir, uno puede admirar determinadas películas de Brian De Palma o de John Woo desde esa perspectiva, porque no tienen mucho más que ofrecer aparte de su virtuosismo, pero Adolescencia no debería entrar en ese juego precisamente por la importancia del tema que aborda. Pongamos algún ejemplo para entender mejor de qué estamos hablando.
El primer capítulo dura 65 minutos y están rodados del tirón, como ya hemos dicho. Pues en esa hora escasa, los policías tiran la puerta abajo de la casa del chico, lo detienen en su cama, registran el domicilio, intentan tranquilizar a los padres, trasladan al chico a comisaría en un coche patrulla, le dan de desayunar, lo someten a un registro corporal pormenorizado, le sacan muestras de ADN, le toman las huellas, hablan con los padres, hablan con el abogado de oficio (que aparece por allí como caído del cielo), interrogan al chaval, etc., etc. Todo en una hora. Del tirón. Sin cortes. El primer episodio de Adolescencia es un portento de adrenalina y tensión… absolutamente inverosímil. Ningún cuerpo policial del mundo, por muy ágil y metódico que sea, es capaz de realizar todas esas diligencias (y muchas más que hemos omitido) en una hora.
En un episodio posterior, más corto pero igualmente intenso, los policías visitan el colegio del chaval para hablar con sus compañeros. Técnicamente es alucinante, pero como en un plano-secuencia hay poco espacio para introducir matices los personajes acaban siendo caricaturas: el profesorado, en su conjunto, es desastroso y los alumnos son todos, sin excepción, unos psicópatas. Además, una de las mayores dificultades de rodar en plano-secuencia es que cuando los personajes salen del encuadre y luego vuelven a entrar, en ocasiones los tiempos puede que no cuadren bien: si los policías se dirigen a un aula y la cámara los deja para centrarse en otros personajes, no pueden volver a escena en el mismo punto en el que lo dejaron porque parecería que han necesitado andar varios kilómetros para llegar al aula en cuestión. Y eso pasa en Adolescencia.
Teniendo en cuenta la gravedad del tema que aborda la serie y su relevancia social, ¿era necesario rodarla así? Igual que hay películas cuya partitura musical es tan poderosa que acaba comiéndose la narración, hay formas de rodar (tan efectistas, tan barrocas) que aplastan la historia que quieren contar. A Adolescencia parece estar siempre a punto de pasarle eso. Por suerte, la serie no termina de desbarrancar gracias a la maestría de sus intérpretes, muy superior a la técnica de sus realizadores, que ya es decir.
Todo el reparto realiza un trabajo excepcional, pero si hubiera que destacar a algunos, esos serían la psicóloga que visita al chaval detenido (Erin Doherty) y el matrimonio formado por Christine Tremarco y Stephen Graham (si han visto The Virtues, sabrán hasta qué nivel de intensidad es capaz de llegar este actor). Por mucha floritura visual que proponga la serie, cuando alguno de estos tres intérpretes aparece en escena, la historia se dispara emocionalmente. Ya lo hemos dicho en otras ocasiones: los efectos especiales más espectaculares del mundo no son nada comparados con una buena actuación. En este negocio, los actores y las actrices son los que hacen la verdadera magia.
Si la adolescencia es la edad más
autoconflictiva del ser humano, sólo faltaba la inteligencia artificial, el individualismo y la ausencia de valores de este sistema capitalista.
Que porvenir!