Cultura
La ley del deseo de Alain Guiraudie
El director de ‘El desconocido del lago’ regresa a la cartelera con un divertido y extravagante vodevil existencial: ‘Misericordia’.
Alain Guiraudie es el cineasta del desconcierto. Sus películas, extravagantes e hipnóticas, se presentan a menudo de manera críptica, como corresponde a un admirador confeso de Buñuel. El público tarda un poco en saber por dónde van los tiros, pero hay una cosa que tiene clara inmediatamente: ahí hay mandanga. Toda su filmografía gira en torno al deseo, sin embargo, su acercamiento al tema dista mucho de caer en la gravedad de otros artistas e intelectuales. Para Guiraudie, follar (preferentemente con hombres, pero no sólo) es una fiesta. Piensen por ejemplo en Freud, en Bataille, en Francis Bacon, en Mishima, en Lars von Trier, en Bertolucci. Pues bien, Guiraudie es lo opuesto a ellos. No hay en su cine ni asomo de culpabilidad o vergüenza. Eso no significa que no se tome el asunto en serio. Al contrario. Guiraudie tiene muchas cosas que enseñarnos sobre el sexo. Figurada y, sobre todo, literalmente.
Su última película, Misericordia, trata sobre un hombre (Félix Kysyl) que visita un pequeño pueblo para asistir al entierro del panadero con el que aprendió el oficio. Al parecer, la interacción entre maestro y aprendiz abarcó mucho más que la mera transmisión de saberes en torno a la baguette perfecta. En su regreso a esta localidad fantasma (en Francia hay una enorme franja llamada popularmente «la diagonal del vacío»), se alojará en la casa de la viuda del panadero, dormirá en la habitación de su hijo, y con ambos retomará una relación extraña, llena de dobles sentidos. Con ellos y también con buena parte de los lugareños. Hagan lo que hagan y digan lo que digan, alrededor de los personajes hay siempre un subtexto que pugna por emerger a la superficie; y tiene que ver, claro está, con el sexo. Hasta que el subtexto deja de serlo y emerge, materialmente, porque a Guiraudie no le gusta esconder nada. Hay también un asesinato. Y una investigación. Y un cura (Jacques Develay) que se convierte en ángel de la guarda de este hombre al que todo el mundo quiere fuera del pueblo… o en su cama.
Guiraudie saltó a la fama internacional con El desconocido del lago (2013), una película muy cruda, muy explícita, muy sórdida –y muy buena– sobre un asesino en serie que elige a sus víctimas en una zona de cruising. Es su mejor título, el más redondo, el más cerebral en el sentido hitchcockniano del término. Funciona como un reloj, pero uno tiene la impresión de que esa realización matemática (y solemne) no representa del todo el espíritu lúdico de Guiraudie.
Hay en sus obras una inclinación por lo que podríamos llamar el «vodevil existencial» que confiere a este director un estatus singular. El rey de la evasión (2009) o la infravalorada Un héroe anónimo (2022) participaban de este tono festivo-surrealista, como también lo hace Misericordia, que le valió la Espiga de Oro en el último festival de Valladolid. Con todo, el aplauso de la crítica (que siempre es un poquito ceniza) nunca ha alcanzado la intensidad de El desconocido del lago.
De alguna manera, Misericordia recuerda a Teorema, aquella película en la que Terence Stamp llegaba a la casa de una familia rica y se acostaba con todos sus integrantes, provocando así, desde su irresistible magnetismo genital, la desintegración del orden burgués. Y decimos genital, en lugar de sexual, porque los planos de la bragueta, los pantalones y el paquete de Stamp eran recurrentes durante todo el filme. Aquella obra de Pasolini no estaba exenta de humor, pero su propósito principal era otro. Ese carácter marcadamente político no está presente en la filmografía de Guiraudie, ¿o quizás sí?
Para empezar, nunca rueda en París, escenario predilecto del cine francés. Prefiere hacerlo (sexual y geográficamente) en los márgenes, en pequeñas poblaciones y ambientes rurales, lejos de la sofisticación y el lujo de la gran ciudad. Ahí ya hay un posicionamiento político. Y luego, la presencia del sexo en sus películas no se atiene a los códigos tradicionales. Nunca rodará un coito cortando el plano por los hombros de la pareja. Lo mostrará todo y lo hará con protagonistas que no responden al canon de belleza con el que nos han intoxicado la publicidad y las redes sociales: hay viejos, calvos, fofos, mujeres entradas en carnes, y todos ellos, como ocurre en la vida real, follan. Mostrar eso es otro acto político, podría decirse que hasta revolucionario, si tiene uno en cuenta lo que se ve hoy en día en Instagram. Pero va aún más allá.
No tiene ningún inconveniente en romper el gran tabú del cine convencional (es decir, no pornográfico): mostrar los órganos sexuales masculinos. Fláccidos, erectos o en estado intermedio, el desfile de penes está casi asegurado en una película de Guiraudie. Y bien que hace. Como decía Maribel Verdú, «si yo enseño tetas y chichi, que enseñe él la polla».
Amén.
‘Misericordia’ se estrenó en cines el 21 de marzo.