Un momento para respirar
Ciudadanos, a las armas
«Se enarbola el fantoche del enemigo exterior, pero la eliminación de todo servicio público y de toda protección social no la están llevando a cabo feroces invasores extranjeros, sino ultraderechistas europeos y conservadores acobardados», escribe José Ovejero en su diario.
16 de marzo
Iria, Yoli y Carol se acercan a nosotros después de la presentación de nuestra novela para que le firmemos sus libros. Iria y Yoli hace años que vienen a todas nuestras presentaciones, primero a las de Edurne y después comenzaron a venir a las mías. Se acercan siempre entre risueñas y tímidas. No sé cuándo se sumó Carol a ellas dos. Se alegran cuando les decimos que iremos a presentar el libro a Vino a por Letras, en Getafe, que resulta ser la librería que frecuentan. Quizá ni siquiera saben lo que significa para nosotros el apoyo y el entusiasmo de lectoras como ellas. Y no me refiero a que las necesitamos para vender nuestros libros, sino a que nos dan la sensación de que nuestro trabajo es importante para otras personas.
Comentaba con Santiago Palacios (dueño de la librería Sin Tarima) el supuesto envejecimiento del público de las librerías y el que acude a las presentaciones. Yo creo que nunca fue muy joven y además depende de los autores que presentan y de los libreros. Si pienso, por ejemplo, en Libreramente, Vino a por Letras o Anónima Librería, veo un público más joven que encuentra allí espacios para dialogar y pensar juntas. Y escribo «juntas» también porque es sabido que en lo que sí coinciden la mayoría de los espacios literarios, independientemente de la media de edad que los llene, es que hay un porcentaje muy elevado de mujeres. No es que los hombres no lean ni se interesen por la literatura, es que no van a «esas cosas», y alguno lo dice con una especie de orgullo.
De todas formas, si hago memoria, creo que la primera vez que fui a la presentación de un libro, que también fue la primera que me acerqué a que me lo firmase su autor —Julian Barnes–, yo debía de tener unos treinta y cinco años. Y no porque no me interesase la literatura. Es solo que yo no iba a «esas cosas».
Varios días solo en Madrid. No he llamado a nadie para quedar. Con la cena del viernes en casa de Santiago y la presentación del libro de Alfons a mediodía del sábado se ha saciado toda necesidad mía de socializar. Quizá si fuese un poco menos amable me cansaría menos la gente. No me refiero a la relación con mis amigos, sino con meros conocidos o desconocidos con los que tengo que tratar y a veces son insufribles. ¿Por qué no mandé a la mierda el sábado al anciano que se me acercó después de la presentación a corregirme? ¿Solo porque era un anciano? Propósito del mes: mandar a la mierda a los pesados –la pesadez es una forma de desconsideración, luego está justificado pagar en la misma moneda–.
De pronto regresa la retórica de la identidad europea. Justo cuando se habla de la necesidad de rearme. Que siempre haya tontos útiles que apuntalan el nacionalismo recurriendo a los valores que nos unen cuando suenan tambores de guerra. Se agita la amenaza rusa, se nos dice que Estados Unidos nos ha dejado solos y tenemos que valernos por nosotros mismos. Como si no gastásemos ya en armamento más que Rusia. Como –y eso se está destacando estos días– si no fuésemos a comprar las armas a quien nos está declarando la guerra comercial y nos muestra todo su desprecio.
Cuando se dice que necesitamos un ejército propio, con un mando europeo… ¿quién va a ejercitar ese mando? Alemania y Francia han apoyado la masacre en Gaza agachando las orejas ante los intereses estadounidenses, reprimiendo manifestaciones contra el genocidio, silenciando disidentes, impidiendo la entrada a críticos; nada tan distinto de lo que hace «el amigo americano». Varios países europeos están gobernados por ultraderechistas prorrusos o tienen probabilidades de estarlo muy pronto. Para justificar la nueva carrera armamentística se enarbola el fantoche del enemigo exterior, cuando si hablamos de enemigos deberíamos hablar de los del interior. Lo mismo que Trump está desmantelando la democracia en su país, son europeos los que quieren desmantelar la nuestra. La eliminación de todo servicio público y de toda protección social no la están llevando a cabo feroces invasores extranjeros, sino ultraderechistas europeos y conservadores acobardados y dispuestos a cualquier cosa por conservar o conseguir el poder (véase el caso a escala ínfima de Mazón). Al final, si creamos tal superejército no está descartado que caiga en manos de la misma gente del interior que supuestamente queremos combatir en el exterior. La guerra fría está siendo sustituida por la represión interna a gran escala. Putin, Trump, etc. saben que ahora mismo los obstáculos para sus objetivos son los demócratas, no otros plutócratas autoritarios.
Me da la risa cuando oigo o leo a alguien hablar de esa cercanía misteriosa que une a los europeos, ese sustrato común que, como un campo magnético, nos mantiene a unos cerca de otros pero nos separa de los americanos, aunque está claro que el discurso vende bien. (Ya he escrito sobre ese asunto varias veces, la mágica identidad europea que nos hace sentir cercanos aunque no sabemos nada de los demás). Como voy a ir a Croacia este otoño, escarbo en mi memoria para recordar a qué autores croatas he leído. El resultado es desolador, pero no muy distinto de lo que encontraría si buscase autores eslovenos, húngaros –ahí puntuaría algo mejor–, bosnios, serbios, finlandeses… Solo conocemos razonablemente la cultura de los países europeos cercanos y de los hegemónicos. Meto en el buscador «Croacia» y selecciono «Noticias». De las veinticuatro primeras noticias que saltan, veintidós son deportivas (ahora alguno dirá que el fútbol une a los pueblos). Si introduzco «Serbia» sí me encuentro con un aluvión sin duda circunstancial de noticias sobre las manifestaciones masivas que están teniendo lugar allí contra su gobierno. Pero casi ninguno de nosotros está informado de las razones de las protestas, que llevan meses teniendo lugar.
Ah, esa Europa nuestra de la que no tenemos ni idea ni nos interesa gran cosa hasta que nos gritan: ¡Ciudadanos, a las armas! La solidaridad europea es poco más que una camaradería de trinchera. Por desgracia.
«La historia se repite, primero como tragedia, después como farsa», escribió Marx. Ahora Ursula von der Leyen anuncia, sin rubor, el plan “ReArm Europe”: una carrera armamentística en una Europa en la que los servicios públicos llevan tiempo siendo desmantelados. Parecen proclamar otra Gran Guerra en Europa, mientras la Seguridad Social hace aguas, mientras no se puede obtener cita con el médico de cabecera, mientras la vivienda se convierte en un privilegio.
800.000 millones de euros inyecta Bruselas al negocio de las armas. El plan “ReArm Europe” suspenderá temporalmente las reglas fiscales para que los Estados puedan endeudarse más para comprar drones, misiles o cañones autopropulsados. Se ofrecerán préstamos por valor de 150.000 millones, se reorientarán fondos europeos y se obligará al Banco Europeo de Inversiones a financiar el sector armamentístico. No se hizo para educación, no se hizo para sanidad, ni tampoco para pensiones; pero se hará para afrontar invasiones inexistentes a la UE. ¿O a lo mejor para que la UE acabe llevando a cabo invasiones realmente existentes?
Todo ello con la palabrería tecnocrática que tanto gusta en Bruselas —»autonomía estratégica», «flexibilización fiscal», «resiliencia industrial»—. Y es que la palabra “guerra” podría recordar movilizaciones pasadas. O provocar otras presentes. Aunque, si Europa se rearma porque así lo dicta la OTAN desde Washington, ¿hablamos de autonomía o de servidumbre geopolítica? ¿Defensa de las poblaciones o alienación con los delirios bélicos del eje atlántico? Por otro lado está Pedro Sánchez, quien, con ese cinismo tan suyo para parecer «moderado» mientras ejecuta la misma política del PP, ha declarado que «no le gusta» la palabra “rearme”, proponiendo en su lugar hablar de “autonomía estratégica” o “industria de la defensa”. ¿Cambiando el nombre cambia la cosa?
Las ruedas de prensa de Sánchez afirman que todo este gasto saldrá de la nada; sin embargo, la Comisión Europea ya ha dejado caer entre líneas que los fondos se obtendrán al redirigir el presupuesto comunitario. Así que adiós a las —de por sí exiguas— partidas sociales (programas de cohesión territorial, fondos para educación, empleo juvenil, infraestructuras, etc.). Lo poco que aún queda de esas conquistas históricas que se lograron cuando aún existía la URSS se convertirá en munición para meternos en la barbarie. ¿Cuánto tardarán en notarse nuevos recortes en sanidad por la “caída de los fondos europeos”?
Lo repiten como un mantra: “sin seguridad no hay bienestar”. Pero la seguridad es tener techo, pan y salud. Y no provocar a las potencias emergentes, por los intereses de la oligarquía patria que pretende frenar ese mundo multipolar de los BRICS que se impone de modo imparable. Las poblaciones europeas tienen que declararlo: no estamos dispuestos a apretarnos el cinturón. Exigimos que el dinero sea para las pensiones, no para tanques Leopard. Ni un euro, ni una bala más para la OTAN y sus guerras imperialistas.
(M. Caracol, Insurgente.org)
… Lo de Ucrania es otra historia muy diferente a lo que nos han vendido. Lo de Ucrania tiene que ver con que querían meter a la OTAN en las puertas de Moscú, incumpliendo las promesas hechas a Gorbachov, en relación con la disolución del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS. Y tiene que ver con la defensa de la población rusa del Donbás, masacrada (14.000 muertos) por el régimen de Zelenski, entre 2014 y 2022, tras la entrada en vigor de un alto el fuego. Incluso después de ser firmado el acuerdo de Minsk el 15 de febrero de 2015. Un año antes, el 2 de mayo de 2014, se produjeron los asesinatos de Odessa. Atacados por parte de la ultraderecha abiertamente nazista y fuertemente armada, tuvieron que refugiarse en la casa de los sindicatos que fue incendiada con ellos dentro, con un saldo de 41 muertos y medio centenar de heridos. Así funcionaba la Ucrania proatlantista.
La idiotez de los dirigentes europeos nos puede costar muy caro. Claro, nos costará muy caro a los de siempre, a los de abajo. Los de las élites no ponen sacrificios y mucho menos vidas humanas.
Nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino, con todo lo que nos echen, como si fuéramos imbéciles. Aunque quizás lo seamos y por eso nos tratan como tales.
A los que deseamos la paz no nos cuesta mucho esfuerzo pensar que la invasión de Ucrania (vamos a llamarla así para que no se molesten demasiado los señores de la guerra) fue un acto en defensa propia. Llegar a la invasión puede que fuera un error, pero desde el momento en que ves que te quieren meter en las puertas de Moscú a la OTAN, a la que sacaron de la UCI precisamente para esto, un país históricamente agredido algo tendrá que hacer.
Hay que desmontar todas estas mentiras o nos comerán el tarro y acabaremos creyendo que el peligro ruso es tan real que merecerá la pena que renunciemos a los servicios públicos, incluida alguna parte de las pensiones. Y si tienen que recurrir a endurecer la ley mordaza, en vez de derogarla, lo harán. Porque en esta dinámica bélica, para disuadir al enemigo ruso, ahora es el 2% del PIB, luego será el 3, después el 5….
(Lorenzo Barón Ciprés)
https://arainfo.org/las-mentiras-de-la-guerra-o-como-nos-manipulan/