Economía | Sociedad
Jay Graber: ¿un nuevo paradigma?
La CEO de Bluesky exhibe en el festival SXSW una camiseta en contra de los gigantes digitales de Silicon Valley. Su lema: "Un mundo sin césares".
«Bluesky es Elon Musk con un bigote postizo», decía Daniel Cotillas, de Club Manhattan, en una reciente charla sobre el Fediverso en la que participó junto a amigos y amigas de La Marea. Su desconfianza es comprensible: Jack Dorsey, uno de los creadores de Twitter e impulsor del proyecto de Bluesky, decidió abandonar esta última compañía (la primera la dejó en 2021, meses antes del desembarco de Musk) porque, a su juicio, se estaban repitiendo los mismos errores que antes había cometido la red del pajarito. De hecho, fue él quién pensó que era necesario crear una red social descentralizada y sin algoritmos que decidieran lo que sus usuarios podían ver (que es como funcionan X o Instagram, por ejemplo). Lo pensó como piensan los ejecutivos: quien se arremangó y se puso manos a la obra fue Jay Graber (Tulsa, Oklahoma, 1991), una activista por los derechos digitales experta en protocolos descentralizados.
Graber, ingeniera de software licenciada por la Universidad de Pensilvania, se ha convertido en muy poco tiempo en una de las personas más influyentes del ecosistema digital. Se muestra habitualmente como el reverso luminoso de las redes sociales, en oposición al matonismo ultra y machirulo imperante en X. Suele comunicarse directamente con los usuarios de Bluesky y publica a menudo consejos para utilizar mejor la aplicación. De alguna manera, la compañía que preside (es su consejera delegada desde su creación en 2021) ha fomentado la esperanza de que otro Internet es posible. Y en efecto, muchas personas que abandonaron Twitter/X por su ambiente tóxico volvieron a usar redes sociales gracias a Bluesky. Durante las últimas elecciones estadounidenses, por ejemplo, consiguió de golpe 11 millones de usuarios. En la actualidad tiene más de 32 millones.
Una de las razones de este crecimiento está en la popularización de un concepto que ha cautivado a buena parte de lo que podría llamarse la «izquierda digital»: según sus responsables corporativos, Bluesky es «una red a prueba de milmillonarios». Con esta premisa en mente, Jay Graber acaparó todas las miradas durante su participación en el festival SXSW que se está celebrando en Austin (Texas). Allí se presentó con una camiseta con el mensaje «Mundus sine caesaribus» (en latín, ‘Un mundo sin césares’). Se trataba de una respuesta muy bien pensada a otra que lució Mark Zuckerberg con el lema «Aut Zuck aut nihil», una variación de «Aut Caesar aut nihil» (‘O César o nada’, divisa de César Borgia, el noble renacentista en el que se inspiró Maquiavelo para escribir El príncipe).
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Ante este panorama, es fácil tomar partido entre una red que promete libertad y privacidad (la de Graber) y otras con un largo curriculum de vinculaciones con el mal que van desde el escándalo de Cambridge Analytica –que desvirtuó el referéndum del Brexit– hasta la asunción complaciente del discurso trumpista más reaccionario (las de Zuckerberg).
Bluesky es una aplicación de código abierto, no tiene publicidad, no utiliza algoritmos, sus mensajes no se usan para entrenar inteligencias artificiales y sus responsables exhiben continuamente (quizás demasiado) su compromiso ético. Durante la SXSW, Graber volvió a insistir en que lo más importante para su compañía es el usuario, que su aplicación es absolutamente transparente y que permite cambiar de plataforma sin perder su identidad digital (siempre que esas plataformas utilicen el Protocolo AT, claro, un protocolo inventado por Bluesky).
Puede que las razones para desconfiar de Bluesky estén precisamente ahí: por el momento, todo parece demasiado perfecto. Después de casi 20 años de relación con las empresas de Silicon Valley, sabemos que cualquier servicio digital está expuesto a lo que Cory Doctorow bautizó como «mierdificación». Lo que un día parece bueno y amigable (como Twitter, cuando nació en 2007), al siguiente no funciona o, lo que es peor, se ha convertido en un basurero fascista del que es mejor huir.
Además, la propaganda alrededor de Bluesky no es del todo precisa cuando dice que es una red descentralizada. En la práctica, la mayoría de los servidores están gestionados por Bluesky Social, la empresa matriz. Por el momento, no es como el Fediverso, en el que cualquier usuario puede montar su propio servidor y conectarlo a la red federada (de la que forman parte Mastodon, Pixelfed, PeerTube…). De hecho, cientos de ellos lo han hecho y se han convertido en proveedores del servicio. En teoría, con Bluesky podría hacerse lo mismo, pero por lo que sea, ese desarrollo «democrático», ofrecido por una empresa que va camino de convertirse en otro gigante digital made in USA, va mucho más lento.
Graber insiste en que debemos confiar en ella… al tiempo que su compañía está explorando modelos de suscripción para que el servicio que ofrece sea económicamente viable. En cualquier caso, hasta que se demuestre lo contrario, Graber ha logrado imponer su discurso optimista: «No creemos que una red social tenga que ser algo inherentemente tóxico», dijo en la SXSW. «Queremos darle a la gente una opción real. No sólo una plataforma, sino un nuevo paradigma».