Cultura | Política
La estética viril en el primer franquismo: cómo el régimen se apropió de la cultura
'La nación viril. Género, fascismo y regeneración nacional en la victoria franquista', de Zira Box, indaga en esos primeros años de dictadura en los que la Falange intentó establecer un discurso regeneracionista que echara por tierra todo lo relacionado con lo liberal.
En 1939 no solo había un país que reconstruir, sino también una idea de nación que levantar. En ese primer franquismo, la Falange intentó evitar cualquier tipo de afeminamiento en la sociedad propugnando una regeneración política. Una rigurosa investigación publicada por Zira Box, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Univesitat de València, disecciona estos años cruciales desde una perspectiva apenas estudiada: cómo el régimen intentó apropiarse de cualquier expresión popular para hacer prevalecer su ideario.
Lo nuevo frente a lo viejo, la regeneración frente a lo caduco. También la exuberancia y el derroche en contraposición de la rectitud. El linealismo masculino enfrentado a la curva femenina. La nación viril. Género, fascismo y regeneración nacional en la victoria franquista (Alianza Editorial, 2025) constituye un ejercicio de definición en torno a la dualidad, una expresión de lo que la dictadura quiso hacer y cómo la fuerza popular, dinámica por definición, lo evitó.
La perspectiva de género a la hora de analizar la pretendida regeneración nacional tras el triunfo de los sublevados en 1939 llegó a Box de forma algo casual. Sucedió al leer un artículo publicado en la revista Vértice, cabecera por la que se paseaban las plumas más eminentes del falangismo revolucionario. Firmado por Antonio Quintano Ripollés, fiscal, magistrado y tratadista de Derecho Penal fallecido en 1967, el texto realizaba un símil entre las naciones imperiales y la incipiente España franquista. “Ahí encontramos la esencia de esta investigación. Él ya contraponía las naciones fascistas, rectas, geométricas y nuevas contra las naciones liberales, decadentes y excesivas”, apunta la autora.
Quintano Ripollés contraponía el Palacio de El Escorial, paradigma de la rectitud esgrimida por el franquismo, con la Ópera Garnier de París. Esa idea de dualidad y dicotomía acompaña a Box, también integrante del Comité Científico creado por el Gobierno para conmemorar los 50 años desde la muerte de Franco, a lo largo de su relato. “En su texto incluso definía la curva como femenil, frente a la línea recta impulsada por las nuevas naciones”, comenta.
La rectitud frente a la curvatura
La identidad es un fenómeno que se construye en gran medida por lo opuesto. La definición proviene de su contrario. “Tras buscar el discurso falangista de la época vi que estas dualidades son omnipresentes”, señala la autora de esta monografía no solo de historia factual, sino también interpretativa. Así llegó a algunos adjetivos primordiales que protagonizan el relato nacional del momento: crudeza, austeridad, sobriedad, compostura, lo que remite a una España sencilla, decidida, con arrojo y precisión. En la otra parte, lo considerado como viejo y caduco, excesivo, verborreico, palabrero, inerte, fofo y blanducho.
La principal metáfora que guía la investigación de Box se centra en la rectitud frente a la curvatura, lo viril frente a lo sinuoso. “Esto lleva parejo cierta sensibilidad estética, una forma de mirar la nueva realidad en la que se intenta que la nación encaje en su contenido”, subraya. Ese encaje se ilustra con lo sucedido en torno a las pinturas de Ignacio Zuloaga y José Gutiérrez Solana.
Los artistas de posguerra, aunque presentaron unas obras repletas de lo que Box considera “españoladas”, por un lado, y repleta de enfermos, mendigos, prostitutas, locos y una religión exacerbada, por otro, pronto terminaron incluidos en la cultura predominante de su tiempo. “Los intentaron vincular al espíritu del regeneracionismo de 1898. Por ejemplo, aunque Gutiérrez Solana representara esa realidad tan áspera del país, el régimen la resignificó a su favor, pues también para la regeneración se necesita mirar con crudeza la nación”, ilustra la autora.
Apropiarse del folclore: toros y flamenco
Su trabajo está focalizado casi en una foto fija de ese primerísimo franquismo, un momento de exultación y regeneración. Después, el régimen se convertiría en tantas otras cosas con el Spain is different como emblema. De esta manera, el folclore se torna como un fenómeno que el franquismo también intentó hacer suyo ya desde el principio. “La historia de los toros y el flamenco del siglo XIX son elementos asumidos por la identidad española. Pueden parecer incómodos, pero la Falange no los elimina, sino que se los apropia”, concede.
El hombre desnudo contra la bestia, un baile el del toreo que requiere valor, disciplina y rigor fue ensalzado por la dictadura en sus inicios. “Y cuando señalas este tipo de cosas, lo virilizas”, remarca Box. Parecido sucedió con el flamenco, donde se presenta a la guitarra como un instrumento sin artificios que llega al alma honda de una España sobria, parafraseando a la autora de la investigación. “Sí rechazaron ese estereotipo romántico del siglo XIX, aunque el segundo franquismo lo abrazará con visos comerciales”, añade.
A lo largo de la dictadura, la política cultural falangista protagonizó grandísimos fracasos, recuerda Box: “Al principio sí proporcionó una forma de entender la política de masas, con capacidad de incidir en gran medida en la construcción de símbolos y en una estética y discurso propios”. Con la sucesión de los años, otras familias políticas integradas en el franquismo coparon el espacio y relegaron a la Falange.
La explosión popular vence al control
El quinto capítulo de La nación viril aborda cómo el género y la clase llevaron a un afeminamiento por exceso, así como un discurso del anticasticismo. “La nación castiza es pringosa, proletaria, de arrabal y bajo fondo, que remite al obrero chabacano que vive en la periferia con mono sucio, sudado y boina”, presenta Box. Esa imagen politizada y preponderante entre los intelectuales falangistas remite a un clasismo incorporado que supura por cada uno de los mensajes que el partido explicitaba.
Box va más allá. La investigadora se pregunta qué ocurría en aquellas fiestas de gran acervo popular, y se centra en Las Fallas de Valencia. En ellas hay churros y buñuelos, masificación, olor a aceite quemado, todo lo que Falange consideraba castizo. “Me encontré con intentos de virilización discursiva. El régimen intentó presentar cada falla, que puede ser algo satírico y relativamente soez a pesar de la censura, como ese trabajo del artesano en su taller que con tenacidad y paciencia crea su obra”, explica.
A pesar del control explícito que esta gran fiesta valenciana sufrió en su primera celebración tras la Guerra Civil, en marzo de 1940, el clamor y la fuerza popular estuvieron por encima del control de la dictadura. “Si lees los libretos en los que se explica cada falla, incluso en ese año ya se hacían bromas soeces y picantonas. Intentaron virilizarlas, pero no lo consiguieron”, sentencia la propia Box.
Una España que supera la españolada
Por otra parte, las fallas también fueron utilizadas por el simbolismo que siempre acompaña al fuego. “Esto situó muy bien el tono de la victoria franquista, su idea de regeneración, en la que se quema lo viejo para que resurja lo nuevo. Pretendían que las fallas fueran una fiesta de regeneración nacional”, añade la experta. Además, el fuego purificador es un elemento clave en el arsenal simbólico del fascismo. Ahí quedan las antorchas de la Marcha sobre Roma de Mussolini de 1922.
Tal y como concluye Box en su libro, “hubo un tiempo, antes de la promoción de la pandereta, en el que se clamó con insistencia por desterrar todo atisbo de españolada; un tiempo en el que la prioridad pareció ser erigir una España que fuese valiente a la par que rigurosa, fuerte al tiempo que sobria, decidida al igual que mesurada”. Y termina: “En definitiva, un tiempo en el que la urgencia pareció ser recuperar una España que, ante cualquier forma de decadencia y de afeminamiento, se afirmarse, por fin, como lo que verdaderamente era: una nación intrínseca e inherentemente viril”.