Un momento para respirar
El amor en tiempos de la cólera
"Igual que las potencias europeas explotaron sin piedad a las colonias americanas, ahora es Estados Unidos quien ha decidido explotar sus colonias, es decir, a nosotros", escribe el escritor José Ovejero en su diario.
22 de febrero de 2025
El líder del M23 ha afirmado que van a «por la liberación total del pueblo congoleño.” Mientras tanto asesinan a centenares de congoleños, violan a mujeres, las esclavizan, reclutan niños a la fuerza… Una parodia sangrienta de la escena de ¡Marte ataca! en la que los marcianos van diciendo «no huyáis, somos vuestros amigos» al mismo tiempo que matan a todo el que se cruza en su camino.
Europa se escandaliza por tantas cosas, pero qué poco se escandaliza por lo que sucede en África Central. Los hutus exterminaron al 70% de la población tutsi -mataron a entre medio y un millón de personas-; la Segunda Guerra del Congo ha sido la más mortífera de la historia después de la Segunda Guerra Mundial; la violencia contra las mujeres es la más feroz del mundo; la corrupción está generalizada; las potencias europeas apoyan a uno u otro bando sin el menor escrúpulo con arreglo a sus intereses económicos -qué importa que utilicen mano de obra esclava infantil y recluten a niños para sus ejércitos-. Pero nos da igual, casi nadie se rasga las vestiduras ni exige a sus gobiernos que actúen para detener las masacres. ¿Nos preocupa tanto Gaza solo porque los asesinos son israelíes y cuentan con el apoyo de Estados Unidos?
Quién nos iba a decir que estaríamos entrando en una nueva época colonial. Si Gran Bretaña declaró la guerra a China para obligar a su gobierno a comprar opio para no tener que pagar por las importaciones de té (entre otras razones), ahora Estados Unidos pretende exigir que los países europeos cambien su legislación medioambiental y de respeto a la diversidad, so pena de desatar una guerra -por ahora solo- comercial. Igual que las potencias europeas explotaron sin piedad a las colonias americanas, ahora es Estados Unidos quien ha decidido explotar sus colonias, es decir, a nosotros, si es necesario mediante la fuerza.
Parecía que la violencia colonial estaba reservada solo a países de otros continentes -y ya casi siempre de forma indirecta, contratando a los capataces que blanden el látigo, no blandiéndolo nosotros mismos-, pero ahora podría estar a nuestras puertas. Bienvenidos al siglo de la libertad.
26 de febrero de 2025
Leo en El diablo en el cuerpo, de Radiguet: «El amor es el más violento de los egoísmos». ¿Es así? No hace mucho escribía, creo que en el diario, que la única definición de amor que me satisface es la que lo describe como un sentimiento que te lleva a preferir la felicidad de la persona amada a la propia. Me pregunto ahora si en el negarse a sí mismo para poner en el centro al otro no hay también algo distinto de la generosidad: el deseo de que te amen. Y quizá puedas sacrificar de ti mismo más de lo que debieras para satisfacer la adicción a ser amado.
Pensando en estas cosas me acuerdo de un artículo de Che Guevara que he encontrado citado en La Voluntad (I), de Eduardo Anguita y Martín Caparrós: «El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario sin esta cualidad». Y, más adelante: «Nuestros revolucionarios de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos. No pueden descender con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares donde el hombre común lo ejercita».
Decía hace poco en un club de lectura, hablando de Añoranza del héroe, que los revolucionarios rara vez son tan justos con sus familias y sus parejas como pretenden serlo con la sociedad. Malos padres y madres, malos esposos y esposas porque la causa es siempre más importante que el amor a los próximos y las responsabilidades familiares.
Vemos la película húngara El quinto sello, en parte porque la recomendaba Xandru Fernández en Bluesky. Una conversación de amigos en un bar de Budapest durante la Segunda Guerra Mundial. Los nazis húngaros aterrorizan a la población, pero eso sucede allí fuera, en las calles. En el bar, los amigos discuten de naderías hasta que se empiezan a acercar a un tema ético, poco antes de que las circunstancias les enfrenten con un dilema similar en la realidad. Nos ha gustado mucho. Y tiene un final espectacular en el que se refleja toda la complejidad de nuestras decisiones morales. ¿Puede ser un acto justo abofetear a un moribundo al que han torturado los fascistas y al que van a matar, porque solo así salvarás tu vida, de la que depende la de un grupo de niños judíos a los que escondes? ¿Hay un bien superior que justifique una indignidad tal? ¿Se basa esa decisión solo en la utilidad de mantenerte con vida o influye tu miedo a morir?