Internacional
La guerra a pie (y 3) | Dentro de Kozacha Lopan, el pueblo de la frontera que Rusia bombardea noche y día
"Se podría decir que poblaciones como Kozacha Lopan, cercanas a la frontera Este con Rusia, son quizás, aquellas en las que será más difícil sanar las heridas de todo lo sufrido hasta la fecha", concluye el reportero Unai Aranzadi, tras recorrer caminando los 50 kilómetros que separan esta localidad de Járkiv.
Bajo un cielo plomizo sobre el que llueven los proyectiles de todo tipo se encuentra la recta de dos kilómetros que va a Kozacha Lopan, población ucraniana en plena frontera con Rusia por la que unos y otros combaten día a día. Sembrada por los socavones que dejan las minas antitanque y a la vista de los drones rusos que la observan desde sus posiciones estables a menos de 3.000 metros, es la desolación absoluta; un inquietante espacio abierto en el que lo único que se percibe es la presencia de algunos perros muertos y las detonaciones de una guerra fratricida.
Tras dos kilómetros a pie y sin ver un solo vehículo o persona, se llega a un pequeño búnker en el que dos soldados aguantan la guardia sin sacar el cuerpo del bloque de hormigón tras el que se cobijan. Piden acreditación y pasaporte, pero, aun sabiendo que es una zona de combate donde la prensa está prohibida, me dejan seguir avanzando.
Sometido a un apagón informativo, y presente en los medios tan sólo como estadística (número de muertes, ataques de drones o asaltos de infantería), Kozacha Lopan, antes un apacible pueblo fronterizo entre dos países hermanos, Ucrania y Rusia, hoy no es más que un desierto de edificaciones en ruinas y vehículos calcinados. Tiene, además del continuo rugir de la artillería que la cruza de lado a lado, otros dos elementos característicos de todo frente de batalla activo. Por un lado, el vacío absoluto, es decir, se puede caminar de punta a punta sin ver un solo alma, sea civil o soldado. Y, aún más siniestro si cabe, contiene ese desorden propio de los lugares en los que sólo hay tiempo para quitar de en medio a los heridos y muertos, esto es, barricadas chamuscadas de las que alguien ha tenido que salir corriendo, restos de proyectiles por todos lados y, en definitiva, el caos de la inacabada batalla que aquí se viene dando desde que Rusia comenzó la invasión de Ucrania el 24 de febrero del 2022.
«Jugar a la ruleta rusa»
Sin embargo, incluso en estas dramáticas circunstancias, la necesidad obliga a jugarse el tipo o, como irónicamente dicen aquí, “jugar a la ruleta rusa”, lo cual significa tener que salir de la casa o el refugio a por comida y medicinas, pues aunque casi toda la población ha sido evacuada (unas 4.000 personas) aún queda un puñado de vecinos que sobrevive, no se sabe bien cómo, en medio de este pavoroso escenario.
Yura, un hombre mayor de paso firme, y Lida, una mujer de mediana edad y no menos decidida, son dos de esos residentes que, llegado un punto de escasez, no tienen más opción que jugarse la vida para poder comer o recibir tratamiento médico. Ninguno de los dos tiene coche, se han encontrado por casualidad en la calle, y ambos caminan en medio de esa quietud extraña que, cuando no hay explosiones, inunda el apocalíptico paisaje de suelos abrasados y restos de metralla. “Yendo rápido se está bien. Yo me siento fuerte”, dice Yura, como si el hecho de poder hacer el camino sólo dependiera de su buena forma física. “Sí, se está bien, porque ahora mismo no están bombardeando”, replica Lida, tras haber recorrido más de un kilómetro por el municipio sin haber visto a nadie.
El enemigo más temido de esta pequeña población de la provincia de Járkiv no es ni el avión, que la bombardea semanalmente, ni la artillería que le cae noche y día, sino los drones, pero no cualquiera de ellos, sino los kamikaze, responsables de haber hecho explotar a toda la gran cantidad de coches civiles que hay abrasados aquí y allá, incluyendo el de Leonid Loboyko, un juez de la Corte Suprema que murió heroicamente el pasado mes de septiembre cuando intentaba evacuar a tres mujeres que finalmente sobrevivieron con graves heridas. “Los drones te ven desde muy lejos”, explica Lida, quien no sabe decir hacia dónde habría de acudir en caso de ataque, pues en este lugar no hay grandes edificios de apartamentos en los que refugiarse como en Bajmut, Pokrovsk u otras localidades que han pasado por el mismo suplicio.
Súbitamente, Yura se ha desviado por un sendero desde el cual se gira para realizar un leve gesto de adiós con la mano. ¿A dónde irá? Es difícil saberlo en este territorio en el que no se sabe dónde hay agua potable, una casa ocupada o algún lugar en el que encontrar comida. Así pues, ya solo queda la valiente Lida, sus buenos consejos y compañía. A ella ya le he informado de que con mi llegada al centro de esta localidad fronteriza con Rusia termina mi viaje a pie de 50 kilómetros. Así que como ella se va a resguardar en su casa tan rápido como pueda, me ofrece la posibilidad de salir hacia un lugar más seguro con Viktor, una de las dos últimas personas del pueblo que presta servicios de repartidor, taxi, ambulancia o lo que haga falta sobre las cuatro ruedas de su viejo ZAZ Made in Zaporiya.
Raudo y veloz, Viktor aparece con esa estela de rescatador a sueldo que le precede tras haber sobrevivido a la inoportuna visita de innumerables drones. “¡Sube!”, ordena este sesentón de audacia incuestionable. “Te saco de aquí pero me vas a pagar bien. Antes hay que ir a por una mujer que tiene herida la pierna”. Y vamos, cruzando una vez más la población entera, sin ver, ni por un instante a un solo civil o militar en ninguna parte.
Una vez llegados a la casita donde vive la señora que necesita ser rescatada, Viktor y el marido de ésta, tratan de montarla al coche tan rápido como les es posible. Ya en marcha, y una vez más tan rápido como buenamente puede circular su desvencijado ZAZ de gasolina, nos dirigimos hacia la salida del pueblo atravesando un reguero de vehículos desfigurados, cascotes de enormes misiles KAB y hasta un cohete GRAD incrustado en medio de la carretera.
Un par de kilómetros más al sur, pasando por el retén militar que se encuentra en la salida del pueblo, Viktor saluda a dos soldados sin afeitar que asoman la cabeza desde dentro. Son los mismos uniformados que vi esta mañana y ayer, cuando aborté mi primer intento de entrada al pueblo debido a la intensidad de un bombardeo que se llevó por delante la vida de un hombre de 52 años que salió al jardín de su casa para alimentar a su perro. Hoy, sin embargo, con el fuego de la artillería rusa menos intenso, se abría una ventana de oportunidad, más aún gracias a que estos militares me han dejado pasar pese a ser “zona roja”, esto es, una zona cerrada a la prensa.
“Antes se podía venir. Ahora ya es muy arriesgado”, dice Vladimir, un hombre maduro, quien pese a todas sus advertencias se va a adentrar con una viejísima bicicleta en esa Kozacha que acabamos de dejar atrás. “Si no voy en bicicleta aquí nadie va a llevarme, porque pagar para que te lleven en coche es muy caro”, dice mirando de reojo a Viktor, quien se escuda en los indudables riesgos de su trabajo para cobrar un precio muy alto por cada carrera. No en vano, Kozacha Lopan siempre fue un punto volcado en el negocio del transporte. La aduana ferroviaria que unía la importantísima línea ferroviaria de Járkiv con la no menos importante ciudad rusa de Belgorod -a tan solo 50 kilómetros de la frontera- estaba justo aquí. En esos apeaderos, hoy hechos trizas, los funcionarios exigían pasaportes y revisaban maletas, aunque no demasiado ya que la relación entre ambos países era buena, con todo tipo de facilidades destinadas al libre movimiento de bienes y personas.
Del final del pueblo de Kozacha Lopan hasta la raya del suelo que marca la frontera rusa, hay solo 1.670 metros en línea recta, por lo que la ocupación de esta localidad no requirió apenas ningún esfuerzo. Durante los primerísimos días de la guerra, la población permaneció encerrada en sus hogares, observando cómo atronadores rayos luminosos pasaban sobre sus cabezas en dirección al sur, donde está la ciudad de Járkiv. Era el fuego de artillería rusa, y una experiencia no vista desde que el 10 de agosto de 1943 el Ejército Rojo consiguiera sacar a los nazis de Kozacha Lopan cuando esta era parte de la Unión Soviética.
Pocos días después de iniciarse la actual invasión, ya en marzo del 2022, los blindados del Kremlin irrumpieron en el pueblo, y ahí sí, la ocupación física llegó, y con esta, el vaivén de disparos, así como también las primeras víctimas. Su alcaldesa, una mujer de 62 años llamada Lyudmila Vakulenko, se mantuvo en el cargo durante los seis meses que duró la ocupación rusa. Tal y como afirmó ella, y corrobora una buena parte de los vecinos, siempre se mantuvo fiel a la Constitución y al Gobierno. Sin embargo, tras la exitosa contraofensiva ucraniana que precipitó la salida de los rusos el 11 de septiembre del 2022, Lyudmila tuvo que pasar un proceso de depuración política del que salió libre de toda culpa. Aun con todo, no faltan voces que la han tachado de “colaboracionista”, llegando a figurar -todavía hoy- en una de las listas de “traidores” que administran en Internet opacas organizaciones nacionalistas como Evocation.info.
En suma, se podría decir que poblaciones como estas, cercanas a la frontera Este con Rusia, son quizás, aquellas en las que será más difícil sanar las heridas de todo lo sufrido hasta la fecha. Desfavorecidas, o directamente marginadas desde los acontecimientos del Euromaidan (a la postre de los cuales, varios de los partidos a los que votaron fueron ilegalizados; su lengua eliminada de medios, escuelas y bibliotecas, etc…) y posteriormente invadidas por un Kremlin que erróneamente considera rusa a toda persona rusófona, los jarkovitas no han protagonizado ni el privilegio de encarnar una Ucrania étnica y culturalmente paradigmática (como los de la mitad occidental) ni tampoco la convicción de que su futuro debiera discurrir al margen de Kiev (como ha sucedido en amplios sectores de Lugansk, Donetsk y la práctica totalidad de Crimea).
Así las cosas, pese a todo, y en vista de lo recorrido, no cabe duda de que estas gentes se inclinan hacia la permanencia en Ucrania, aunque solo el tiempo dirá cuál será su lugar tras lo que pueda resultar de las actuales negociaciones entre Rusia y Estados Unidos.
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Puedes leer toda la serie en los siguientes enlaces:
- La guerra a pie (1) | Járkiv, de gran capital del Este a sobrevivir
- La guerra a pie (2) | El corredor estratégico que definirá las relaciones entre Ucrania y Rusia
- La guerra a pie (y 3) | Dentro de Kozacha Lopan, el pueblo de la frontera que Rusia bombardea día y noche.