Cultura
Daria Serenko: chicas, prisiones y guerras
La activista rusa publica 'Deseo cenizas para mi casa', un libro escrito durante las dos semanas que pasó en un centro de prisión preventiva en febrero de 2022.
«¿Dónde estabais estos ocho años?». Lo pregunta Daria Serenko (Jabárovsk, 1993). Su respuesta ocupa cuatro páginas y dice cosas como: «Nos manifestábamos tocadas con coronas de flores en la Marcha por la Paz (…) Rehuíamos al agente del FSB que intentaba colarse en nuestro consejo de estudiantes, nos besábamos junto a las lilas mojadas (…), poníamos el himno de Ucrania en el metro, aprendíamos a pronunciar términos políticos y nos avergonzábamos de nuestra pronunciación (…), hablábamos con cualquier persona, llorábamos con cada conversación».
Es un capítulo de Deseo cenizas para mi casa, recientemente publicado en castellano por Errata Naturae. Se trata de un libro escrito durante las dos semanas que la activista rusa pasó en un centro de prisión preventiva en febrero de 2022. En una entrevista que publicaremos en el próximo número de La Marea en papel, esta feminista y antimilitarista, que desde hace unos meses vive en Madrid a la espera de que se le conceda el asilo político, nos cuenta que ese arresto –cuya causa oficial era la divulgación de propaganda «extremista»–, era literalmente preventivo. Ocurrió quince días antes de la invasión de Ucrania, y a la vez que el de muchos y muchas otras activistas. «Lo que pretendían era que no estuviéramos en libertad para que no pudiéramos coordinar manifestaciones y protestas en las calles», concluye.
En el libro también esboza otra idea del porqué de esos arrestos, una reflexión familiar a la que han expresado muchos otros autores y autoras de escritura carcelaria: «El objetivo de detenciones como esta es bastante simple: matar a la activista en mí para que sirva de ejemplo a otros, minar mi salud y mis fuerzas». Así que no permitirlo pasa a ser una misión, y la escritura, una buena herramienta. «Cuando estás arrestada, la escritura es de lo poco que puedes controlar, de lo poco que no te pueden quitar», explica.
El nacimiento de una activista antimilitarista
Encerrada, Daria escribe lo que vive, lo que recuerda, lo que piensa. «Aislada de las noticias y el espíritu de nuestra época, es cuando empecé a sentirlo de verdad». El libro da testimonio de un momento en lo personal y también en lo colectivo. Refleja el impacto de la guerra en quienes son parte de la sociedad del país invasor, pero no comparten esa decisión: «Somos compatriotas de violencia», escribe. «He intentado afincarme en el interior de cada soldado del Estado ruso para descubrir por dónde pasa mi culpa». La situación actual abre la caja de las preguntas y Serenko se cuestiona todo lo que creía saber sobre su país, al que ahora entiende nítidamente como imperialista. «Caigo en la cuenta de que en mi infancia no existió la guerra chechena».
Esas preguntas tienen consecuencias. Deseo cenizas para mi casa no puede ser impreso, vendido ni difundido en Rusia –aunque su autora confiesa que la versión digital y algunas copias editadas en el extranjero sí están siendo compartidas de manera clandestina: ella misma las ha puesto en circulación–. La propia Daria ha tenido que exiliarse tras su detención, lo que ha abierto nuevas preguntas. «Me da miedo ser migrante», escribe. «Nadie comprenderá cómo hablo en realidad, qué complejos y maravillosos pensamientos habitan mi cabeza. Nunca sabré hacerlo igual en otra lengua». En las ediciones de sus libros al castellano, la brillante traducción de Alexandra Rybalko Tokarenko ayuda, obrando el milagro de transmitir su especialísimo tono, que logra equilibrar frescura, hondura y relámpago poético. Pero esto no despeja la pregunta que atraviesa el libro: «¿Cómo vivir en la lengua de la libertad?»
Parece que el modo de intentarlo de Serenko es labrar una escritura que no distingue de géneros: crónicas de la cotidianeidad, fragmentos de ensayo político, poemas, relatos, anotaciones se trenzan en un libro que se resiste a las casillas. Entre líneas resuena toda una genealogía de escrituras carcelarias, pero también una profunda contemporaneidad: como una actualización del género para un tiempo de redes sociales.
De las instituciones culturales al centro de detención
Muchas de las claves de ese estilo ya se dejaban ver en su anterior libro, Chicas e instituciones(Errata Naturae, 2023), que giraba en torno a su experiencia como trabajadora en la maquinaria de la cultura oficial de la Rusia de Putin. Con una mirada profundamente feminista, sus fragmentos componían el puzle de una suerte de cuerpo colectivo («nosotras, las chicas, simulamos que no entendemos nada de política») a través de situaciones cuyo componente delirante se veía acentuado por una mirada sagaz.
Un día a las chicas las obligan a asistir a un concierto y celebrar la Fiesta del Trabajador; otro día se va la luz y se hacen confesiones en el respiro de que se apaguen las cámaras de vigilancia. Una noche se arremangan las faldas y beben vodka y se besan al rimo de las T.A.T.U.; una mañana se descubren delatándose entre sí. A menudo piensan en «la cantidad de chicas que querrían ver sus manos manchadas con la sangre del régimen, la cantidad de actos que se quedan sin nombrar».
En Deseo cenizas para mi casa la película ha avanzado: las chicas están en celdas. «masha / katia / kristina / polina / dasha / sonia»…, empieza la lista con la que se abre un poema titulado «Cadena de solidaridad». Algunos pasajes del libro son, de nuevo, un relato casi costumbrista de días en los que las compañeras de encierro celebran cumpleaños, intercambian recetas o se pelean. Pero el poema continúa: «puta / perra / furcia / escoria / zorra / muérete». Las chicas han descubierto por las malas la alianza del Estado ruso con el Estado masculino —así lo llama Serenko—, como apunta el capítulo que cuenta como el juez que debía valorar si mantenerle o no la pena acabó reprochándole que no tuviera hijos.
Y es que hay un continuo en los efectos del patriarcado, como sugiere con lucidez un poema en el que el mismo hombre del que se escribe: «recuerdo la noche tras la primera noche / esa tampoco fue consentida / pero me convencí de lo contrario»; después se escribe también: «y ya ves, ahora ha muerto / en una tierra ajena / que no se puede tomar / y que no se entrega».
Resistencia Feminista contra la Guerra
Más allá –o más acá– de los dolores, el libro es también una gran carta de amor y agradecimiento. «Cada día esperaba impaciente los quince minutos de teléfono de rigor. Llamaba a mi marido y a mi mejor amiga (…) Mi amiga Sonia me transmitía las últimas noticias y bromas de Twitter (…) Leer las notitas escritas a lápiz dentro de los libros que me mandaban era maravilloso», escribe Daria. Preocupada siempre por quienes la rodean, el día que va a salir de prisión se acicala para que la vean con buena cara y animada: «Ellos, imagino, lo habrán pasado peor que yo y se merecen ver que sus cuidados han servido para algo».
Para que a nadie le falten esos afectos y cuidados, el 25 de febrero de 2022 (al día siguiente de la invasión rusa de Ucrania), junto con otras compañeras fundaron Resistencia Feminista contra la Guerra, una red de apoyo que ya cuenta con células activas en 21 países —entre ellos España— que, entre otras cosas, se encargan de acompañar a las presas y presos políticos y a quienes están en situaciones de riesgo dentro fuera del país.
¿Dónde estabais estos ocho años? «Estaba aquí, por lo que nunca seré capaz de simular que no lo estaba, que esto no va conmigo y no me está pasando a mí?», nos dice Daria. «Si la belleza está en los ojos del que mira / la guerra está en los ojos / del que aparta la mirada».