Análisis | Cultura
Cuando las librerías se convirtieron en el objetivo de la ultraderecha
Han pasado varias décadas de la oleada de atentados ultraderechistas a librerías –reflexiona el autor–, pero convendría que no olvidáramos que los ecos del franquismo nunca llegaron a apagarse definitivamente.
«Allí donde se queman los libros, se acaba quemando personas»
Cuando se estrenó Almansor, la obra de teatro que contenía la profética admonición de Heine, pocos se imaginaban que podía llegar a convertirse en realidad. Años después, los nazis inauguraban su ascenso al poder con una multitudinaria quema de libros en la Bebelplatz de Berlín; el broche final lo pondrían las chimeneas de los campos de extermino escupiendo las cenizas de los cadáveres arrojados a los crematorios.
Por esas mismas fechas, el fascismo vencedor de nuestra contienda civil estrenaba la posguerra emulando a sus aliados alemanes en la aplicación del “fuego purificador” al libro, tal y como había exigido Arriba España, órgano de Falange, en su primer número de 1 de agosto de 1936: “¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas…”. Y fiel a sus principios, el franquismo, además de exterminando adversarios, nacería quemando libros, depurando fondos editoriales y expurgando bibliotecas.
No es, pues, extraño que un régimen que había perpetrado un bibliocausto en sus orígenes, se despidiera con una pandemia de atentados contra librerías y editoriales que a punto estuvo de colocar contra las cuerdas al sector. Y es que nuestra ultraderecha patria siempre hizo de la cultura en sentido general, y del sector de libro en particular, el objeto de una enfermiza obsesión destructora; algo que volvería a ponerse de evidencia a finales de los años 70 del siglo pasado, cuando el mundo de la cultura empezaba a representar uno de los pilares de la actividad antifranquista y apostaba por la profundización en un proceso democratizador que se abría en el horizonte.
Aunque la mayoría de atentados tuvieron lugar a lo largo de 1976 y 1977, ya en los años previos a la desaparición de Franco se habían producido algunos avisos de lo que estaba por venir: en 1971 varios cócteles molotov lanzados contra Cinc d’Oros en Barcelona causaron un incendio que destruyó los libros expuestos en sus anaqueles, pero también una provocadora reproducción del Guernica de Picasso. A ese primer ataque documentado, le seguirían los de la Antonio Machado en 1972, El Ciervo y Nova Terra en 1973 o Enlace en 1974. Los ataques no se llevarían a cabo únicamente dentro de nuestras fronteras: Mugalde en Hendaya y Naparra en Biarritz sufrirían también los embates ultraderechistas.
Pero el más sonado sin duda fue el que se produjo el 14 de octubre de 1975 contra la sede de la editorial Ruedo ibérico en París, símbolo y refugio cultural de la resistencia antifranquista en Francia. Lo recordaba poco antes de morir Marianne Brull, cofundadora de la editorial junto a Pepe Martínez: “Traficábamos con ideas peligrosas para Franco. Dábamos cauce a los intelectuales que tenían algo que contar y que no podían publicar dentro del país […] Al principio, el Régimen nos ignoró, pero luego, cuando comenzamos a ganar peso, la cosa cambió. La extrema derecha puso una bomba en nuestra sede, en París, y todo parece indicar que fue un atentado promovido por los servicios secretos”.
En todo caso, es inmediatamente después de la muerte de Franco cuando los atentados se suceden uno tras otro a ritmo endiablado y con la complicidad de sectores de la policía y órganos represivos franquistas. Algunas, como la zaragozana Pórtico, la valenciana Tres i Quatre o la madrileña Rafael Alberti sufrirán las visitas fascistas en repetidas ocasiones –esta última acabará finalmente arrasada por el fuego el 6 de noviembre de 1976–. La fijación de la ultraderecha con la librería habría tomado forma tras la organización de un acto a finales de abril con el cantaor comunista Manuel Gerena: “Lo de Manuel Gerena ha colmado nuestra paciencia. Pronto os visitaremos”. “La librería representaba toda una serie de valores culturales progresistas, ya desde el mismo nombre, el de un intelectual muy comprometido con la izquierda. Debía ser extremadamente provocador para esta gente, supongo”, recuerda Lola Larumbe, directora de la librería.
Si el acoso comenzaba con amenazas verbales, llamadas telefónicas o pintadas, pronto se pasaba a las ráfagas de metralleta o a la colocación de cargas explosivas, tal y como recogía la prensa de la época; y El País llegaba a documentar un centenar de atentados contra librerías hasta el mes de mayo.
El cariz de los acontecimientos hará que en agosto de ese año se produzca un encuentro entre representantes del Gobierno y del gremio del libro para valorar la situación. En él, Rodolfo Martín Villa, ministro de la Gobernación entonces, recibió a diferentes representantes del sector que, entre otros asuntos, le solicitaron la investigación a fondo de los actos cometidos y una actuación judicial contundente. La reunión cobraba una especial relevancia ya que se producía poco después de que el anterior ministro, Manuel Fraga Iribarne, hubiera minimizado los atentados esgrimiendo que “no causaban víctimas”.
No parece que esa primera reunión tuviera resultados prácticos inmediatos, pues la espiral de atentados continuó imparable: México el 14 de septiembre; Rafael Alberti nuevamente el 6 de noviembre. Y la madrugada del 26 de noviembre, hasta cuatro librerías llegan a sufrir atentados simultáneos: en Zaragoza es Pórtico la que salta por los aires debido a un potente artefacto que revienta los escaparates del establecimiento y produce cuantiosos daños; en Xátiva, el atentado se produce contra La Costera, destruyendo por completo la puerta de entrada del local y toda su cristalería; otra bomba de relojería destroza Popularen Albacete, especializada en textos políticos, que esos días acogía una exposición de carteles y dibujos de Miguel Hernández. La lista la cerraba la sevillana Proa, donde, como en casos anteriores, un artefacto explosivo revienta el interior y produce numerosos desperfectos. La mayoría de los atentados fueron reivindicados por el IV Comando Adolfo Hitler en unas llamadas telefónicas que afirmaban la intención de continuar atentando «contra las librerías marxistas de toda España”.
Acciones solidarias
El gremio pondrá de relieve la dimensión política de la violencia a la que está siendo sometido convocando un paro en las librerías de la capital el 12 de noviembre y otro el 29 del mismo mes en Barcelona –el segundo contabiliza el cierre de seiscientas librerías, la práctica totalidad de la ciudad condal– e intentará hacer frente de manera colectiva a las consecuencias económicas por medio del envío de libros, personal y aportaciones económicas a los damnificados.
Es precisamente el económico uno de los principales problemas al que se enfrentan, pues chocan con la negativa de las compañías de seguros a hacerse cargo de los daños y a cubrir el coste de las reparaciones por el “carácter extraordinario de los hechos”, lo que hará que las posibles indemnizaciones recaigan en el Consorcio de Reasegurados, dependiente del Ministerio de Hacienda… pero para que las indemnizaciones sean efectivas, antes es necesario un certificado de la policía como prueba del carácter político de los atentados, y para ello había que detener y condenar a los culpables, algo que raramente sucedía. Lo que sí que no escaseaba en estas terribles circunstancias era la solidaridad de los lectores: “Cada vez que había un atentado, se corría la voz y venía gente de la Universidad, de todas partes, a echar una mano a limpiar, a pintar, a ordenarlo todo… Era un subidón de ánimo”, evoca Larumbe.
Con paso del tiempo y la consolidación de una democracia que iba arrinconando a la ultraderecha en espacios más reducidos y marginales, la violencia iría decayendo. Uno de los últimos atentados se produjo en 1978 contra la librería Askatasuna, local que alojaba también la imprenta y la redacción de la revista homónima, de carácter libertario. Mikel Orrantia, uno de sus impulsores, lo recuerda como si fuera hoy: “Aquel agosto, Bilbao era una fiesta popular, autogestionada, recuperada de la mano de las gentes en cuadrillas de vecinos, de amigos… Nosotros, los miembros de Askatasuna, también estábamos de fiesta y el atentado nos sorprendió de madrugada. La primera preocupación fue comprobar que no había afectado a nadie –algunos compañeros del colectivo pernoctaban en el local durante las fiestas–. Y eso que estábamos avisados, los Guerrilleros de Cristo Rey nos habían pintado la fachada con un primer aviso en abril que denunciamos, pero no se nos hizo ningún caso”.
Constelación de grupos ultraderechistas
Guerrilleros de Cristo Rey, Comandos de Lucha antimarxista, los diferentes comandos Adolfo Hitler, Antiterrorista ETA (ATE), Grupos de Acción Sindical (GAS), toda una constelación de siglas y grupos que en ocasiones se movían alrededor de las diferentes escisiones juveniles de Fuerza Nueva y que aspiraban a convertir al partido en una organización neofascista o «nacional revolucionaria”, con acciones en colaboración en la “guerra sucia” de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
El gremio de libreros siempre denunció permisividad o tolerancia de los aparatos policiales con las acciones violentas de la extrema derecha, algo ratificado por José Amedo, miembro de los servicios de información de la policía en el País Vasco y condenado por su participación en los grupos antiterroristas de liberación (GAL), quien llegaría a afirmar que algunas actividades “antiterroristas” fueron llevadas a cabo «a título personal» por miembros de la Brigada Político Social de la policía, como, “por ejemplo, las bombas colocadas en la librería Mugalde de Hendaya”.
Por su parte, la prensa informaba de las conexiones internacionales de estos grupos tras el encuentro celebrado en la ciudad francesa de Niza a principios del verano de 1976, en el que participaron numerosas organizaciones como Ordine Nuovo o el MSI, –el mismo en cuya rama juvenil empezó sus escarceos políticos la hoy primera ministra italiana Georgia Meloni–. Estos vínculos con los dirigentes italianos habrían provocado un radicalismo de las acciones en España según la estrategia del “Otoño Azul”, en la que se inscribirían los atentados y envíos de amenazas de muerte a periodistas. Historiadores como Santos Julià han hablado de una “estrategia de la tensión” entre 1975 y 1982 similar a la desarrollada por el neofascismo italiano, que buscaría la desestabilización de la vida política y que tendría como objetivo final una intervención por parte del estamento militar.
Será a partir de la Semana negra de 1977, y especialmente de la matanza de los abogados de Atocha, cuando desde esferas gubernamentales se dé un cambio de actitud y empiecen a producirse detenciones. Y aunque los atentados contra las librerías no causen muertes, el que se produce en septiembre de 1977 contra la redacción de El Papus acaba con la vida del conserje de la publicación y hiere a otras 17 personas. El mundo de la cultura llora a sus muertos, pese a las infames declaraciones de Fraga.
Por otro lado, los desperfectos económicos supondrán la puntilla para algunas de las librerías. Así lo reconoce Orrantia: “Nos afectó mucho más de lo que en un primer momento pensamos. El atentado originó la salida de unos cuantos miembros básicos del colectivo. Y las pérdidas económicas que originó el incendio arruinaron totalmente a varias familias que habíamos invertido todo lo que teníamos en aquella hermosa aventura existencial y política. No hubo solidaridad suficiente, nada de las instituciones, menos aún por parte de la ley y los jueces”.
Han pasado varias décadas de la oleada de atentados ultraderechistas a librerías, pero convendría que no olvidáramos que los ecos del franquismo nunca llegaron a apagarse definitivamente, tal y como sentencia Larumbe: “Durante las manifestaciones de la extrema derecha en Ferraz el año pasado volvimos a encontrarnos con esvásticas y pintadas nazis en la fachada. Esas ideas nunca se fueron del todo; no hay más que ver el auge del odio y la intolerancia, no sólo en España sino a nivel mundial. Pero frente a las agresiones, siempre más libros, más lectura, más cultura”.
Muera la inteligencia!
Las dictaduras quieren armas, no libros y mucho menos los que exponen sus crímenes.
Como se van a apagar los ecos del franquismo en España si todo sigue bien atado, empezando por la jefatura del estado, el poder judicial, militar, policial, la riqueza, los negocios…
No se ha roto con el pasado porque aún no se ha impuesto la Verdad, ni la Justicia ni la Reparación.
Fueron los genocidas quienes dirigieron la pantomima de la Transición, se amnistiaron a sí mismos y siguieron «cortando el bacalao» en la sombra.
Ahora que los vientos soplan a su favor, los herederos ideológicos de los impunes genocidas contra el pueblo trabajador y leal a la República, salen de la caverna con más fiereza que nunca y con más apoyo que nunca de las masas manipuladas y desinformadas de este país precisamente por no haberse hecho todavía Verdad, Justicia y Reparación.
Hablando de Martín Villa, por ahí anda dando conferencias en las Universidades mientras que las autoridades españolas en lugar de imputarlo le ponen todas las trabas a la jueza argentina que sí lo ha imputado.
Mucho celebrar el Holocausto, mucho juzgar a Pinochet y la propia casa sin barrer.
Sigue habiendo permisividad y tolerancia de las fuerzas del «orden» con los provocadores fascistas y represión e incluso juego sucio para imputar a los antifascistas. (Pablo Hasel, los 6 de Zaragoza, los chavales de Altsasu, ect)