Sociedad
España-Sudán: del bisabuelo Luis a la abuela Huda
Yaser Abdelgabar Carballar y su familia narran, con la guerra de Sudán en primer plano, cómo la historia se repite en lugares, en momentos y en familias tan diversas.
«Mi bisabuelo materno solo podía hablar de la guerra civil española con mi padre, como si él fuera la única persona que pudiera entenderle», cuenta Yaser Abdelgabar Carballar. Su padre, Mohamed, arrastra una vida de exilios desde su país de origen, Sudán: de niño, Libia; de mayor, España. Aquí comenzó de nuevo, conoció a Eva. Y nacieron Yaser y Omar. La familia vive ahora en un pueblo de Sevilla y pide, desde la Asociación Cultural Hispano-Sudanesa Casa de Sudán, atención para un conflicto al que nadie mira.
La diversidad del pueblo sudanés, su colorido, sus tradiciones y peculiaridades han sido y son a la vez motivo de amor y violencia. La historia reciente del que fue el país más grande de África, ahora el tercero, cuenta con tantos silencios como sombras, y alumbrarlas será el humilde cometido de estas líneas.
El Ejército y las FAR (Fuerzas de Apoyo Rápido), enfrentados en una cruenta guerra desde el 15 de abril de 2023, continúan sin frenar un conflicto invisible al mundo que cuenta con más de 30.000 muertos y ha provocado el desplazamiento interno y externo de casi diez millones de personas, según la Agencia EFE. Ahora, mientras escribimos, nos planteamos si podremos volver algún día.
¿Cuántos años pasarán hasta que oigamos el final de la guerra? ¿Cuántas generaciones pasarán para recomponer las heridas? ¿Cómo de profundas serán las cicatrices? En el pasado, mi padre, con nacionalidad española desde 2003, tuvo que renunciar a su nacionalidad para sobrevivir, no pudo despedirse de su padre, fallecido un año después de su salida, tuvo que esperar casi diez años para volver a Sudán sin correr peligro y rehacer su vida en un país que, meses antes de su llegada, no significaba nada para él.
Ya en España tuvo que aprender a sostener las miradas, a vivir en condiciones que nunca imaginó, a esperar trámites infinitos, a hablar un idioma que nunca antes había escuchado, a convalidar estudios e intentar entender una cultura que poco tenía que ver con la propia… En definitiva, tuvo que reinventarse y aprender a vivir de nuevo.
Si algo está grabado en nuestra memoria familiar son las conversaciones de mi padre con mi bisabuelo materno, Luis, marcado por las huellas de la Guerra civil española. Cuando mis padres inician su relación en 1998, mi bisabuelo tan solo podía hablar de la Guerra Civil española con mi padre, como si él fuera la única persona que pudiera entenderle. Su voz resquebrajada y sus lágrimas en los ojos hablaban más que sus propias palabras. Contaba cómo un «chivatazo» lo llevó a la detención y a la cárcel con pena de muerte.
«Rafael Iglesias Mateo (Luis, como todos le llamaban). Jornalero, hijo de Rafael Iglesias Bautista y María Mateo Beroño, nacido en 1914, soltero. El 23 de agosto de 1936 ingresó junto a su paisano Ángel González Lancharro en la Prisión Provincial de Sevilla, lugar del que salió el 1 de diciembre de 1936 tras ser sacado de dicha prisión por mandato del Delegado de Orden Público muy probablemente para incorporarse forzoso al ejército franquista. En 1945 casó con Felisa Moñino Boza», escribe el historiador José Antonio Jiménez Cubero en La memoria silenciada. Radiografía de la represión franquista en El Real de la Jara, Sevilla 1936-1950.
Finalmente sería liberado, con la obligación de luchar en el bando nacional. Nadie le preguntó, ni él pudo nunca dar voz a su opinión o sentimiento político. El miedo, el sufrimiento de toda la familia, su encarcelamiento y su espera para ser ejecutado marcaron el resto de sus días. Contaba cómo oía los nombres de sus compañeros que nunca regresaban a la celda y que quedaron marcados para siempre en su historia de vida. Mientras, mi bisabuela esperaba esperanzada su liberación, que se produciría como si de un milagro se tratara, aunque no cómo le hubiera gustado y tuvo que incorporarse a filas, con la suerte de la supervivencia hasta el 1 de abril de 1939, día en que la guerra llegaría a su fin. La vida ya nunca fue igual. La miseria, el hambre, la presión política, el trabajo en el cortijo como calero… todo formaba parte de una vida que él nunca eligió. Al igual que mi padre.
En la actualidad, y desde que estallara de nuevo la guerra en Sudán, la historia se repite y, esta vez, son mi abuela Huda, mis tías, Selma y Leila, mi tío Ahmed y su familia y algunos de mis primos y primas los que se encuentran exiliados en Arabia Saudí. Mi tío Rashid fue refugiado en Alemania junto a su familia.
En Sudán aún quedan mis tíos Omar y Bekri con sus familias, que desde que se iniciara el conflicto han visto desplazado su domicilio desde Jartum hacia el norte del país; han tenido que abandonar sus trabajos, sus vidas. Mis primas y mis primos no siempre alcanzan a ir a la escuela porque la educación formal hace cinco años (2019) que no ha podido regularizarse.
En la actualidad, la violencia aumenta. «Se acaba el tiempo para millones de personas», advierte la ONU, la hambruna avanza a un ritmo trepidante y tanto el ejército como las FAR retienen e impiden la ayuda para la población. «Estamos presenciando (…) un baño de sangre ante nuestros ojos», declaró Claire Nicolet, representante de Médicos Sin Fronteras.
Mientras tanto, aquí, en España, en Gines (Sevilla), nosotros seguimos impotentes el día a día de una guerra que parece no tener fin. Dos guerras en dos países distintos, en momentos diferentes que dejan huellas y cicatrices imborrables, que llegan hasta mí desde ambas ramas: paterna y materna. Y que, a mí, como a muchos otros jóvenes, nos hacen reflexionar sobre el daño y la inutilidad de la violencia y cómo los intereses económicos y políticos destruyen las vidas de millones de personas.
Desde la independencia
La guerra de Sudán, junto a la de la República Democrática del Congo, se ha convertido en la guerra civil más cruenta, silenciada e invisible de la historia reciente. A fecha de junio de 2024, podemos hablar del mayor desastre humanitario mundial. Son incontables las muertes, las personas desplazadas en el interior del país y las refugiadas en países colindantes. Aun así, la comunidad internacional mira para otro lado.
Una guerra de la que nadie habla; un conflicto que solo conocemos las personas que, por un motivo u otro, tenemos conexión con Sudán; un desastre que no interesa en la política y que conecta a la vez a países como Rusia, Ucrania, Egipto, Emiratos Árabes, Israel, Chad, Sudán del Sur, Irán y otros que, sin pretender hablar de ellos, es necesario mencionar para entender el alcance del conflicto.
Sudán obtiene la independencia como colonia británica en 1956. En aquel momento, el Gobierno, surgido de las urnas tras unas elecciones libres, dio lugar a un gobierno democrático liderado por Ismael Al Azhari. Dos años después, en 1958 tendría lugar el primer golpe militar liderado por el general Ibrahim Aboud, quien gobernaría en solitario hasta el derrocamiento por un levantamiento popular en 1964.
Es en 1965 cuando de nuevo surge un gobierno democrático, por elecciones libres, liderado por Alsadig Al Mahdi, que tan solo duraría cuatro años, siendo de nuevo derrocado por golpe militar encabezado por el general Yaafar al-Numeiry, que extendería su mandato hasta 1985, cuando un nuevo levantamiento popular puso fin a su dictadura.
El exilio en Libia
Numeiry consiguió firmar la paz con el sur de Sudán en 1972. No obstante, la imposición de la ley islámica en 1983 desató la que sería la segunda guerra civil sudanesa, que tal y como vivimos en la actualidad, también fue silenciada e invisibilizada por el Gobierno sudanés. La hambruna, el desplazamiento masivo y el desastre humanitario precipitó su derrocamiento en 1985.
Durante la época de Numeiry, concretamente en 1974, mi abuelo paterno, Abdelgabar, se ve forzado al exilio en Libia, donde viviría y trabajaría como profesor de primaria durante ocho años. En este tiempo pudo ir reuniendo a la familia: mi abuela, mi padre y mis tíos se desplazarían hasta allí y comenzarían una nueva vida, que mi padre, que por entonces era un niño, vivió como una aventura llena de contrastes: añoranza, alegrías, miedos, tristezas, comodidades y, en el fondo, una falta absoluta de libertad para cumplir el mayor de los deseos: volver a su hogar. En Libia permanecerían hasta que, en 1982, un leve intento de flexibilidad del régimen les permite la entrada en Sudán.
Sería en 1985 cuando comenzaría una difícil transición tras otro levantamiento popular, que acabaría con la dictadura de Numeiry hasta que, en 1986, con unas nuevas elecciones democráticas, volvería Alsadig Al Mahdi al poder como primer ministro.
1989 sería el año en el que un tercer golpe militar traería al poder al general Omar Al Bashir, que daría lugar a la dictadura más longeva y férrea de la historia de Sudán, 30 años. Desde aquí parte la situación actual del país.
Al Bashir, instrumento del partido Frente Islámico de Sudán, instauraría un partido único cercano al fundamentalismo islámico que daría lugar a la inclusión e Sudán en la «lista de países patrocinadores del terrorismo internacional» por parte de Estados Unidos que lo vinculaba con Osama Bin Laden y Al-Qaeda. El fundamentalismo del general fomentó otro nuevo conflicto en Darfur (región del oeste del país), que se prolongaría durante años y provocaría que la Corte Penal Internacional de La Haya emitiera dos órdenes de detención contra él bajo la acusación de «genocidio y limpieza étnica».
En aquel momento, toda mi familia había vuelto a Sudán. Mi padre, el segundo de siete hermanos, estudiaba Medicina en la Universidad de Jartum. Mi abuela, modista, y mi abuelo, profesor universitario, consiguieron crear un espacio seguro para sus hijos e hijas en el convulso tiempo que vivía el país.
El activismo de vuelta en Sudán
Para mi padre no era fácil. Antes de Al Bashir existía una «norma no escrita» que permitía la libertad de expresión dentro de los recintos universitarios. Estos espacios eran lugares en los que cualquier opinión política tenía cabida hasta que el dictador rompió la regla. Mi padre y algunos de sus compañeros y compañeras, personas contrarias al régimen, se vieron obligados al activismo clandestino.
Este régimen, que optó por la militarización de la vida civil, mandó a todo aquel que trabajaba en la función civil a los campamentos de entrenamiento militar y adoctrinamiento ideológico, siendo el rechazo motivo para la pérdida del empleo y el destierro. Mi abuelo, a sus 60 años, como la mayoría de la población, tuvo que asumir esta orden para no perder el único medio de vida y el sustento para su familia. Toda persona que no aceptaba, de una u otra forma, esta ideología era expulsada de la función civil y militar al igual que las personas que poseían empresas o propiedades importantes. La vida estaba controlada y determinada por la pertenencia al régimen dictatorial impuesto por el movimiento islamista.
Al Bashir convirtió la guerra iniciada en el sur de Sudán (1955) en una guerra religiosa, en un momento donde la religión no tenía cabida; comenzó a enviar a jóvenes inexpertos al frente. De aquellos tiempos, mi familia arrastra duelos inconclusos y aún incompresibles, amigos de mi padre, familiares, personas cercanas que siempre estarán en nuestra historia. En el oeste, en Darfur, el régimen fomentó el odio formando y armando milicias étnicas (Yanyawid) que utilizaría como instrumento para cometer atrocidades. Bajo la presión de la comunidad internacional para detener el genocidio en Darfur y disolver dicha milicia, el régimen optó por legalizarla en 2013, convirtiéndola en las FAR (Fuerzas de Apoyo Rápido), que hoy son parte importante del conflicto actual.
El exilio en España
Corría 1995 cuando mi padre, al terminar la carrera de Medicina, rechaza la incorporación a los campos de entrenamiento militar y decide el exilio. Bajo una «oportunidad» para asistir a un congreso de Medicina en Barcelona, sale del país, solicitando asilo político a su llegada a España. Ahí comienza un nuevo periodo en el que la familia vuelve a revivir lo ocurrido 20 años antes: el exilio.
En el año 2005, cuando Sudán contaba 1,9 millones de víctimas mortales y más de cuatro millones de personas refugiadas, se llega al Acuerdo de Paz de Nairobi, que otorga al sur de Sudán el derecho de autodeterminación, celebrando en 2011 un referéndum que con una aplastante mayoría (98,83% de votos) precipita la división de Sudán: Sudán y Sudán del Sur.
Ya en 2018 se hace patente el descontento por el gobierno de Al Bashir y el pueblo comienza a levantarse tras tres décadas de violencia, pobreza, aislamiento, falta de libertad… miles de personas toman las calles hasta hacerlo caer en abril de 2019, cuando la sociedad civil acuerda con las fuerzas armadas un control conjunto del poder de manera transitoria hasta llegar a elecciones democráticas. El gobierno civil, liderado por Abdalla Hamdok, consigue mejoras y rompe el aislamiento internacional del país, sin embargo, los generales que controlan el ejército, apoyados por las FAR, propician un nuevo golpe militar en octubre de 2021, en plena pandemia por COVID, que rompe con los avances conseguidos por el gobierno civil. En su lucha por el control solitario del poder el ejército y las FAR, inician la más cruenta y devastadora guerra de la historia sudanesa el 15 de abril de 2023.
Actualmente, ambos bandos atraen grupos basándose en cuestiones étnicas, de afiliación política e incluso llamadas al sentimiento religioso para sumar adeptos a sus filas, lo que amplifica las bases del conflicto y le aporta una visión más compleja si cabe, que dificulta la búsqueda de soluciones e incrementa la incomprensión interna e internacional.
Llegado a este punto puedo decir que tengo la fuerte convicción de que toda idea puede y debe ser defendida con la palabra desde la tolerancia y el respeto. Mi madre siempre me recuerda una frase de Gandhi que yo repetía como un mantra cuando era pequeño: «Ojo por ojo todo el mundo se quedará ciego».
Esta historia, redactada con el título Contrastes, ganó el certamen sobre memoria histórica del Colegio Aljarafe, en la categoría familiar. Nuestra compañera Patricia Simón habló con la familia Abdelgabar Carballar en La Ventana de la Cadena SER. Puedes escucharlo aquí. También puedes encontrar más historias en la edición en papel de La Marea. O suscribirte aquí.