Un momento para respirar
Hacer mudanza en tiempos de desolación (contra san Ignacio)
«A veces preferimos no ser felices a cambio de sentirnos seguros, protegidos, a cambio de que alguien aplaque nuestro miedo, aunque sea mintiéndonos», escribe José Ovejero en su diario.
26 de enero
De la denuncia que pusimos en el puesto de la Guardia Civil, lo que más me ha quedado en la memoria fue una frase del guardia cuando le dijimos que algunos vecinos no querían ni siquiera figurar como testigos en la denuncia al dueño de un perro agresivo al que lleva sin bozal y a veces suelto: «Si no denuncian en casos de violencia contra una mujer, imagínese por un perro».
Hay una palabra en alemán que siempre me ha gustado: «Zivilcourage». La podemos traducir por «valor cívico» pero yo creo que en castellano no se ha convertido en un concepto acuñado y extendido. Sería la disposición, y su puesta en práctica, a intervenir como individuo para enfrentarse a una injusticia independientemente de posibles consecuencias o represalias. Esto no incluye realmente cuando te manifiestas protegido por la masa –salvo en el caso de probable represión policial muy violenta–, sino cuando eres capaz de salirte de esa masa e intervenir, con tu cuerpo, tu nombre y tus apellidos, para detener una agresión o un abuso. (Un ejemplo sería la foto que vimos en un museo de Berlín en la que se veía a un hombre de brazos cruzados en medio de una masa de gente con el brazo alzado).
La derecha nacionalista –española y catalana– se une para rechazar una serie de medidas sociales y económicas propuestas por el gobierno y consensuadas con varios partidos (aunque más tarde Junts y el Gobierno han acabado llegando a acuerdos). No creo que pasen muchos años antes de que se alíen esas derechas supuestamente enfrentadas. Quienes consideraban delincuentes execrables a los independentistas catalanes y quienes señalaban a los españolistas como los peores enemigos de Cataluña acabarán yendo de la mano y, una vez exprimido políticamente su enfrentamiento, se apoyarán para repartirse el poder. Los que pretendían destruir España y los que querían aplastar a Cataluña se estrecharán la mano, intercambiarán sonrisas, sacrificarán sus diferencias por el bien de la patria, de las patrias.
También la ultraderecha antisemita ha cambiado de diana sin dificultad y ahora no parece tener muchas objeciones a un Estado dispuesto a exterminar a la población musulmana que tiene más cerca.
¿Cómo se llamaba aquel tipo insoportable con el que coincidí en una cena durante un bolo? He olvidado su nombre; lo único que recuerdo es que discutimos y que en algún momento afirmé –no recuerdo a cuento de qué– que no me sorprendía que un maoísta o un terrorista del FRAP se hiciese de extrema derecha; el contenido ideológico es más fácil de cambiar que el carácter y la manera de mirar a los demás. Quien defiende una ideología dictatorial y sangrienta puede acabar defendiendo otra de signo opuesto pero con posturas similares. Tenemos en España varios ejemplos de antiguos maoístas, revolucionarios nacionalistas o comunistas que acabaron echándose en brazos de la ultraderecha. Lo dicho: cambiaron de signo pero no de maneras autoritarias, arrogantes e intolerantes. Y luego está, claro, gente como Felipe González, que no sabes si han mutado de socialistas en defensores de Milei o fueron siempre unos caraduras sin escrúpulos.
29 de enero
Vértigo. Inseguridad. Estamos a punto de dar un paso que cambiará, de nuevo, nuestra vida. También me agobia todo el trabajo que significará el cambio. Se lo cuento a mi madre por teléfono y me recuerda que ella, con ochenta y cuatro años, organizó sola su mudanza de Móstoles a su pueblo de origen en Badajoz, incluida la venta de los muebles y objetos que no quería llevarse a su nuevo domicilio, mucho más pequeño que el anterior.
Tiene razón. Todo cambio no forzado, decidido libremente, por mucho trabajo que exija, es llevadero. Pienso que esto se aplica también a las sociedades, que a menudo salen enriquecidas de las etapas en las que la población decide un nuevo camino hacia la felicidad –llámese justicia, libertad o progreso– que cuando se le impone dicho camino.
Bah, esto es una generalización. Una sociedad también puede elegir libremente el camino hacia la autodestrucción, como parecen estar haciéndolo muchas estos años. O quizá sea que «felicidad» no es el término correcto. A veces preferimos no ser felices a cambio de sentirnos seguros, protegidos, a cambio de que alguien aplaque nuestro miedo, aunque sea mintiéndonos. Como aquella mujer que me dijo que creía en Dios porque así no sentía el miedo a la muerte.
Aún estoy simplificando. Pero es tarde y estoy cansado. Hoy mi cabeza no da más de sí. Claro que tengo que considerar que lo que para uno es felicidad para otro es desgracia… Lo dejo por hoy.
Escribir un diario, sobre todo, publicarlo, significa atreverte –más bien, tener el descaro– de dar a conocer pensamientos que no han acabado de madurar, textos que no te atreverías a poner en un artículo de opinión. Pero, ¿no es el pensamiento en marcha el pensamiento más honesto que hay, ese que se entrega sin haber pulido sus aristas, sin haber hecho que todas las piezas encajen, como si fuera verdad que todas las piezas pueden encajar? No existe el pensamiento perfecto y, sobre todo, no existe la expresión perfecta de ningún pensamiento.
Basta. Ahora lo dejo de verdad. Cállate ya, cerebro insufrible.