Opinión | Política
1 de cada 6 y subiendo: la pujanza de Vox
Según las últimas encuestas, el bipartidismo se recupera, aunque sigue lejos de sus récords de la década de 2010; pero quien hoy lo amenaza ya no es la izquierda, sino la ultraderecha.
Vox tendría hoy un votante de cada seis, y subiendo. Lleva haciéndolo tres meses, según las encuestas, y en concreto según el barómetro del Instituto 40db para El País y la Cadena SER. Un 13,8% de los sufragios es el guarismo concreto que en este momento se atribuye a la formación ultraderechista. Se Acabó la Fiesta, el partido/canal de Telegram del agitador Alvise Pérez, obtendría un 2,4% a pesar de la investigación a la que está sometido por la Audiencia Nacional, por financiación ilegal en las últimas elecciones europeas. Sumados, los dos porcentajes se convierten en un 16,2% que sobrepasa el 15,09% que el partido de Abascal obtuvo en las segundas elecciones de 2019.
Son tiempos halagüeños para el posmofascismo español; tanto como aciagos para su izquierda: Sumar conseguiría el 5,1% y Podemos el 4%. Entrambos no sobrepasan, pues, el 10% de los sufragios. Queda muy lejos aquel 2016 en que la coalición entonces llamada Unidos Podemos consiguió un 21,15%. La década prodigiosa de una izquierda que fue capaz de amenazar seriamente al bipartidismo y de lograr el sorpasso sobre el PSOE parece hoy un sueño, una fantasía.
El bipartito goza ahora de buena salud, y, si en alguna parte es mala, ya no es en la izquierda, sino en la derecha. Un repaso a la historia electoral española nos permite comprobar que, fuera de Podemos en 2015, Unidos Podemos en 2016 y Unidas Podemos en las primeras elecciones de 2019, ese 16,2% nunca lo ha obtenido un tercer partido nacional. El récord del CDS de Adolfo Suárez fue, en unas generales, el 9,22% de 1986; y en unas europeas, el 10,26% de 1987. El de la IU de Julio Anguita, el 10,54% de 1996 en unas generales y el 13,44% en unas europeas, las de 1994. El PCE de Carrillo no pasó del 10,77% de 1979. Ciudadanos consiguió el 15,86% en 2019, una cifra que sí supera la que ahora se le prevé a Vox, pero inferior a la de su coalición de facto con SALF, más previsible, y más previsiblemente sólida, que la que C’s nunca tuvo con sus rivales de UPyD.
Si una inesperada movilización de la izquierda en las próximas elecciones generales, como la de 2023, no lo remedia, o no lo hace una brusca caída de las expectativas de voto de los dos partidos ultraderechistas, el próximo gobierno tendrá con seguridad ministros del PP y de Vox; un sueño que, nuevamente, nunca consiguió un tercer partido en España, excepción hecha de Unidas Podemos y de Sumar.
Pudo haberlo conseguido, eso sí, la CiU de Pujol, a la que José María Aznar ofreció carteras ministeriales en 1996, en aquel Pacto del Majestic que llevó al líder del PP a la presidencia del Gobierno, mientras Xabier Arzalluz, líder del PNV a la sazón, se ufanaba de haber «conseguido más de Aznar en 14 días que de Felipe en 14 años». Los partidos nacionalistas declinaron en cualquier caso aquella invitación.
El bipartidismo, en fin, se ha recuperado, después de tocar fondo en la década de 2010, en que el PP llegó a bajar a 66 escaños y el PSOE a 85. Pero sus tiempos siguen sin ser los de su edad de oro de la década del 2000, cuando los dos grandes partidos llegaron a amasar juntos –en la legislatura 2008-2011– el 83,81% de los votos.
Según la encuesta del Instituto 40db, obtendrían un 62,5% que significa una recuperación con respecto al menos del 50% (49,1% para ser exactos) que llegaron a obtener en las europeas de 2014, su momento más crítico; y al 54% de las generales de 2019. Pero sigue sin ser el rodillo de otro tiempo.
Los terceros partidos fuertes traídos por la crisis de 2008 han venido para quedarse. Pero eso ha dejado de ser buena noticia para una izquierda que, reducida al nicho tradicional de IU, ya no protagoniza esa noticia. Al bipartito, las grietas le sobrevienen hoy en su flanco derecho; aquel en el que obtuvo un efímero escaño la Fuerza Nueva de Blas Piñar al inicio del actual período democrático, y en el que desde entonces y hasta que apareció Vox siempre pintaron bastos para los partidos fascistas, cuya sociología fagocitaba un PP atrapalotodo. El contexto europeo no invita, por lo demás, a pensar que esta tendencia se revierta en el corto plazo. También los partidos neofascistas han venido para quedarse.