Internacional | Opinión
Trump, triunfal, surfea una ola de miedo
El empresario juró su cargo para un segundo mandato como presidente de Estados Unidos y ofreció un discurso basado en las emociones y plagado de amenazas.
“Estamos al comienzo de una nueva era emocionante de éxito nacional”, dijo Donald Trump el lunes en su discurso de inauguración, ante correligionarios como Javier Milei, Giorgia Meloni, Santiago Abascal y Eric Zemmour, protegidos del frío polar en el Capitolio estadounidense. “Una marea de cambio –agregó– está barriendo el país”. Mientras tanto, la Marcha Popular contra Trump, este fin de semana, atrajo a menos de una décima parte de las participantes en la legendaria Marcha de las Mujeres de 2017. En lugar de la ira y la estupefacción de hace ocho años, hoy las emociones que predominan en la izquierda son otras.
Trump promete una marea de cambio, pero con su entrada a la Casa Blanca, Estados Unidos se enfrenta a un tsunami de miedo. Quienes más que temer tienen son los 11 millones de inmigrantes indocumentados –un 3% de la población–, a los que Trump ha amenazado con deportaciones en masa. También deben preocuparse los 13 millones de residentes legales, los millones de personas nacidas en EE.UU. de padres indocumentados y los casi 25 millones de ciudadanos naturalizados (entre los que me cuento yo). Por no hablar de los otros grupos en la diana de las promesas hiperbólicas del presidente: mujeres, periodistas, profesores y la comunidad LGTBIQ+.
Lo que incrementa el miedo es que nadie sabe qué esperar ahora que el magnate vuelve a controlar las riendas del gobierno federal. Esta falta de claridad es deliberada. Una táctica clave de Trump como político ha sido la impredecibilidad. Está en su elemento cuando nadie –incluidos sus allegados más cercanos– sabe a qué atenerse.
Por si acaso, muchos nos preparamos para lo peor. En la pequeña ciudad en que vivo, en el noreste de Ohio, hubo una reunión la semana pasada para educarnos a todos en nuestros derechos constitucionales ante la Migra (cuyas siglas en inglés, ICE, deletrean “hielo”). ¿Qué haces y dices, y qué no, si te detienen o interrogan en tu casa, en el trabajo o en un espacio público? “Los agentes de ICE y de la Policía Fronteriza querrán intimidarte y aprovecharse de tu ignorancia y confusión”, advirtió el conferenciante, “y es muy posible que no respeten tus derechos. Pero cuanto más tú los conozcas y afirmes, más probabilidad de éxito tendrás en una posible secuela judicial”.
Lo seguro es que la presidencia de Trump enfrentará a muchos funcionarios y miembros de la sociedad civil a dilemas endiablados. Las y los jueces –incluida la Corte Suprema– tendrán que decidir cuánto les vale su independencia. Las policías estatales y locales tendrán que decidir si colaboran o no con las fuerzas de orden federales. Las universidades y escuelas tendrán que determinar si siguen las nuevas políticas discriminatorias contra las personas trans. La prensa ponderará qué riesgos legales se puede permitir a la hora de criticar al presidente. Las primeras señales en este sentido no invitan precisamente al optimismo: dos de las mayores cadenas televisivas, ABC y CBS, parecen dispuestas a pagarle grandes sumas a Trump en lugar de defender su periodismo en los tribunales. Al seguir el ejemplo de Amazon y Facebook –que ya han ido a besarle el anillo a Trump y a regalarle millones– estas empresas mediáticas demuestran que, en la lucha entre principios empresariales y periodísticos ganarán siempre los primeros.
El propio Trump está libre de ese tipo de dilemas. A fin de cuentas, un hombre sin principios no puede traicionarse a sí mismo. En su mente transaccional, el mundo existe solo para que él le saque provecho. Exige una lealtad absoluta sin ofrecer ninguna a cambio. Gasta colaboradores como si fueran pañuelos usados. En este sentido, está por ver cuánto dura su bromance con Elon Musk, cuyo “departamento de eficacia gubernamental” está viendo su legitimidad cuestionada en los tribunales, mientras su codirector, Vivek Ramaswamy, está abandonando el proyecto.
Al mismo tiempo, sin embargo, la peculiar relación de Trump con la verdad le confiere unos márgenes de maniobra inusitados. Todos los políticos son deshonestos, desde luego. Como explicó Eric Hobsbawm en La era del Imperio, la mentira ha sido una parte consustancial de la democracia popular: ningún candidato electoral se puede permitir confesar a sus votantes “que les considera demasiado estúpidos e ignorantes para saber qué es lo mejor en política”. Pero Trump ha convertido la mentira –obvia, descarada, agresiva, absurda– en lo que Guillem Martínez ha llamado una nueva gramática política.
Esa nueva gramática es la que ha estructurado su discurso de inauguración, que ha buscado, ante todo –y a pesar de su lectura somnolienta–, generar sentimientos: pavor (“solo hay dos géneros: masculino y femenino”); nostalgia (“el declive de América termina hoy”); nacionalismo (“tenemos un sistema educativo que enseña a nuestros hijos a odiar nuestro país”, pero “ya no se negará el destino glorioso de nuestra nación”, que será “más excepcional que nunca antes”), odio al otro (los demócratas son “traidores”; los inmigrantes, “peligrosos criminales”); y un amor acrítico al líder máximo, redentor (“este día será recordado como el día de la liberación”), providencial (“fui salvado por Dios para hacer América grande otra vez”), cuya reelección será recordada como “la más grande en nuestra historia”.
No queda claro cómo se traducirá la gramática trumpista en política exterior, área en la que por ahora abundan las propuestas descabelladas (comprar Groenlandia, un Anschluss con Canadá, renombrar el Golfo de México). Por otra parte, no hay que olvidar que, en cierta medida, fue la política desastrosa en Medio Oriente de Biden y Harris la que le costó la victoria al Partido Demócrata. Según el politólogo Stephen Walt, que ha sido muy crítico de la política exterior estadounidense desde el primer Bush, el mismo caos que acompaña a Trump puede abrir espacios para repensar algunos de los principios erróneos que han guiado a ambos partidos desde hace décadas.
Una cosa es segura: no pasará día sin que Trump genere noticias extravagantes diseñadas para distraer. Durante este segundo mandato de Trump se repetirá el patrón caótico del primero, dados el carácter impulsivamente oportunista del presidente y las tensiones internas en su equipo. También es bastante probable –si se espabilan los Demócratas– que el Partido Republicano pierda sus mayorías en el Congreso en las elecciones midterm de 2026, limitando el poder del Ejecutivo. Pero en dos años se puede hacer mucho daño.