Opinión
EEUU-Cuba, terrorismo y Guerra Fría
"Cuba sigue apareciendo como un desafío ideológico, pero también como un problema de seguridad nacional, para EEUU", escribe Arantxa Tirado
El 14 de enero de 2025, días antes de abandonar la Presidencia de EEUU, Joe Biden revocó la inclusión de Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo. En el breve comunicado en la página web de la Casa Blanca, Biden dio dos argumentos: el Gobierno de Cuba no ha proporcionado ningún apoyo al terrorismo internacional en los seis meses precedentes y ha dado garantías al Gobierno estadounidense de no hacerlo en el futuro. En una nota de prensa del mismo día, la secretaría de Prensa de la Casa Blanca aludió a ésta y otras medidas que el Gobierno de EEUU había adoptado hacia Cuba para “apoyar al pueblo cubano” bajo el auspicio del Papa Francisco y la Iglesia Católica. En paralelo, el Gobierno cubano anunció la liberación de 553 presos.
Esta decisión de Biden, que entrará en vigor con posterioridad a la asunción de Donald Trump el 20 de enero, supone revertir la reintroducción de Cuba en la lista, que el propio Trump realizó en enero de 2021, al final de su primer mandato y que tenía un gran costo humano. El gesto de Trump era la culminación de una política de desmontaje de la herencia legada por su antecesor Barack Obama quien, en mayo de 2015, en el marco del proceso de normalización de relaciones con la isla, sacó también a Cuba de una lista en la que había sido incluida por primera vez en 1982, bajo la administración Reagan.
El proceso de normalización de las relaciones entre EEUU y Cuba discurrió durante años, a espaldas de la opinión pública, en contactos discretos que tuvieron su culminación con el anuncio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas en diciembre de 2014 y la visita de Barack Obama a La Habana en marzo de 2016. No supuso el fin del bloqueo, pero estableció la posibilidad de un nuevo marco de relaciones en el que, por primera vez, no se penalizaría el envío de remesas por parte de cubanos a la isla o los ciudadanos estadounidenses podrían viajar libremente a Cuba, sin interferencias y sin ser incluidos en ninguna lista negra. Ambas medidas, entre otras, fueron un balón de oxígeno para la dañada economía cubana, mermada por décadas de bloqueo estadounidense.
Donald Trump asumió la Presidencia en enero 2017 y se rodeó de algunos altos funcionarios vinculados al poderoso lobby anticastrista, como Mauricio Claver-Carone. En junio de ese año firmó en Miami el Memorando Presidencial de Seguridad Nacional 5, una directiva, ahora rescindida por Biden, que revertía el proceso de normalización de Obama y que supuso el recrudecimiento del bloqueo, con la voluntad específica de atacar el sector turístico cubano, del que depende buena parte de la entrada de divisas a la isla. Cerró la Oficina de servicios migratorios de EEUU en La Habana bajo el argumento de unos delirantes “ataques sónicos” a su personal por parte de las autoridades cubanas, y activó el título III de la extraterritorial Ley Helms-Burton por el cual las empresas o ciudadanos de EEUU pueden demandar a cualquier empresa o particular de cualquier parte del mundo que realice negocios con propiedades “confiscadas” por el Gobierno de Cuba tras la Revolución de 1959.
El gesto de Biden puede ser revertido por el próximo presidente de EEUU si decide continuar con la política de máxima presión hacia Cuba por la que optó en su primer mandato. Las idas y venidas de Cuba en la lista, las presiones de republicanos desde el Congreso para evitar que Cuba pudiera ser eliminada del listado hasta que no exista “un gobierno de transición” en la isla, las acciones que Trump desplegó para poner fin al proceso de normalización de relaciones entre EEUU y Cuba, y un Departamento de Estado encabezado por un destacado miembro del lobby anticastrista, permiten intuir que es probable que la nueva administración Trump vuelva a tildar a Cuba de “Estado promotor del terrorismo”. E, incluso, que pueda ampliar la lista con nuevos países a los que quiera presionar.
En su alocución en días anteriores, el casi seguro nuevo secretario de Estado, el estadounidense de origen cubano Marco Rubio, así lo insinuó cuando dijo que lo decretado por Biden no es “irreversible o vinculante” y que tenía “cero dudas” de que Cuba patrocina el terrorismo. Rubio deslizó, asimismo, la idea de catalogar a las organizaciones de narcotraficantes mexicanas como terroristas, lo que podría abrir la puerta a que, en algún momento, desde EEUU se considerara que México es también Estado patrocinador del terrorismo si no se pliega a cooperar con EEUU en este tema en los términos en que EEUU determine.
El terrorismo, una etiqueta a conveniencia
La justificación para tildar a Cuba de país “con vínculos con el terrorismo” en plena Guerra Fría fue la ayuda prestada desde el Estado cubano a grupos insurgentes y revolucionarios, tanto en América Latina como en África. Se trataba de grupos políticos que, en sus respectivos territorios, luchaban por la justicia social, la liberación nacional o contra el apartheid pero que eran catalogados como terroristas por EEUU. Antes de que Hollywood hiciera películas loando la figura de Nelson Mandela, Cuba prestó ayuda, económica, técnica y militar a su movimiento, que era designado como terrorista por EEUU. Cuando el “mundo libre” estaba del lado de los supremacistas blancos colonizadores de Sudáfrica, el papel de Cuba fue clave para el fin del apartheid y las luchas por la liberación africana (remito aquí a la documentada obra del profesor de la Johns Hopkins University, Piero Gleijeses).
Cabe recordar, además, que mientras eso sucedía, Cuba era víctima, precisamente, de acciones terroristas perpetradas por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense, a través de miembros del exilio cubano, como Luis Posada Carriles u Orlando Bosch, o mercenarios de terceros países: desde bombas en hoteles cubanos hasta en un vuelo de Cubana de Aviación que explotó en el aire en 1976 asesinando a 73 personas en el conocido como crimen de Barbados. Ello sin contar las acciones de lanzamiento de venenos y plagas a los cultivos cubanos desde avionetas procedentes de Miami, como se retrata en la película Red Avispa, o los más de 600 intentos de asesinato a Fidel Castro abortados por la inteligencia cubana.
En la actualidad, tres países más acompañaban a Cuba en la lista de Estados patrocinadores del terrorismo: Siria, desde diciembre de 1979; Irán desde enero de 1984 y Corea del Norte desde noviembre de 2017. Sin entrar a analizar los motivos de cada una de estas inclusiones, parece evidente que la premisa para que EEUU incluya a otros Estados en este selecto club tiene que ver más sus intereses geopolíticos que con los hechos en sí. Tales intereses son, por tanto, los que determinan si las acciones de un Estado deben ser consideradas como promotoras del terrorismo o, incluso, terroristas. Que Irán pueda ser destacado como país patrocinador del terrorismo mientras que Israel, perpetrador del primer genocidio de la Historia retransmitido en directo, no, debería ser suficiente para entender el doble rasero estadounidense. Si el fin del gobierno de la dinastía Al Assad en Siria supone que, en los próximos meses, este país sea retirado de la lista, a pesar de estar gobernado por los herederos de Al Qaeda y otros grupos del terrorismo yihadista, será la constatación definitiva de la cualidad orwelliana de una lista decretada por el país que, hasta la fecha, ha realizado la mayor acción terrorista conocida contra población civil: las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
EEUU-Cuba: las dificultades para poner fin a la Guerra Fría
La Unión Soviética implosionó y, con ello, el “mundo libre” liderado por EEUU pareció haber ganado la partida geopolítica. Se decretó el fin de la Historia y el neoliberalismo se hizo fuerte en prácticamente todo el globo. Sin embargo, Cuba continuó resistiendo, defendiendo otro modelo de organización política, económica y social basado en premisas éticas diametralmente opuestas a las del capitalismo. El precio que ha tenido que pagar por ello ha sido, y sigue siendo, enorme, con grandes limitaciones a su desarrollo soberano que provocan un alto impacto en la cotidianidad del pueblo cubano.
El fin del orden bipolar comportó la terminación, al menos formal, de la Guerra Fría pero no de sus lógicas de funcionamiento en el poder estadounidense. Puede que el tablero geopolítico haya cambiado mucho en las últimas décadas, pero no así las mentalidades de quienes quieren aferrarse a una hegemonía en declive. Cuba sigue apareciendo como un desafío ideológico, pero también como un problema de seguridad nacional, para EEUU en tanto esta pequeña isla insolente es aliada de los principales retadores hegemónicos de EEUU en el mundo, China y la Federación de Rusia, y definida como sostén ideológico y político de otro enemigo a abatir, la Venezuela bolivariana.
Sólo esto explica que Cuba siga padeciendo un bloqueo, decretado oficialmente en 1962 pero con antecedentes desde 1960, que asfixia su economía macro y micro. La administración Obama vino a constatar y a reconocer, parcialmente, este anacronismo, pero, seguramente, no lo hizo tanto por cuestiones humanitarias como para responder a las presiones existentes en su propia casa. En efecto, organizaciones como Engage Cuba, que aglutinan a congresistas, ONGs o grupos de negocios estadounidenses, como el Consejo Nacional de Comercio Exterior, han impulsado durante años un cambio en el rumbo de la política hacia Cuba, con el objetivo de que EEUU abra las restricciones y permita que todo el potencial comercial y de intercambios científicos, tecnológicos, turísticos, estudiantiles o culturales entre ambos países se pueda desplegar.
El regreso a la Casa Blanca de un Donald Trump recargado, en un contexto en que la ultraderecha mundial parece reforzada y dispuesta a imponer su agenda sin limitaciones, hace prever que la ofensiva puede recrudecerse para los bastiones ideológicos de ese otro mundo posible que todavía persisten, como es el caso de Cuba. Pero Trump es también un pragmático hombre de negocios que puede responder, con su imprevisibilidad habitual, saliéndose del guion previsto y apostando por escuchar a quienes quieren acabar con el socialismo de Cuba no con los discursos sino con las inversiones, antes de que sean otros los que se beneficien de ello. La designación de Rubio como secretario de Estado, y de Claver-Carone como enviado especial para América Latina de dicho departamento, permiten intuir una continuidad en la línea de seguir asfixiando a Cuba ejerciendo la máxima presión. Pero el mundo de la realpolitik y las mutaciones del orden geopolítico pueden llevar a escenarios no previstos para un imperio en decadencia. La batalla dentro del establishment estadounidense está garantizada.