Opinión

Y qué hacemos ahora sin Twitter

Los políticos se acostumbraron a comunicarse por Twitter, una red ahora en decadencia y que no termina de verse sustituida por otra que suministre la misma audiencia universal. ¿Cómo adaptar la comunicación política a esa situación?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, realiza una declaración institucional sobre el reconocimiento del Estado de Palestina. POOL MONCLOA / BORJA PUIG DE LA BELLACASA

Cuando se busca a Pedro Sánchez en Bluesky, aparece una cuenta con el nombre completo del presidente —Pedro Sánchez Pérez-Castejón— y aspecto de oficial, pero pronto uno comprueba que se trata de una parodia. También hay una cuenta titulada «Pedro Sánchez (Archivo)», consagrada a rescatar en la red social de la mariposa los viejos y célebres tuits que el presidente publicara en Twitter cuando aún no lo era: la pizza cojonuda, etcétera. Pero nada más. El inquilino de la Moncloa no tiene aún verdadera cuenta en Bluesky, sino solo en X. Una red que declina a ojos vista, malbaratada por las trapacerías del oligarca de ultraderecha que es su dueño, pero no acaba de verse realmente sustituida por ese Cielo Azul fundado como un Twitter Auténtico, con el mismo aspecto y navegabilidad que la red pre-Musk. En ese claroscuro entre lo viejo que no muere y lo nuevo que no germina, además de los famosos monstruos, un dilema serio para los políticos; al menos para los de izquierda. ¿Qué hacer? ¿Migrar a Bluesky como un acto de coherencia ideológica, pero allá hablarle a una cámara de eco de usuarios progresistas? ¿O quedarse en una red atestada de nazis y sórdidos bots, pero en la que el discurso sigue pudiendo alcanzar audiencias más amplias?

Este problema se inscribe en uno más general: la feudalización del mundo, la ruina progresiva de las instancias universales. Twitter llegó a serlo: un ágora mundial en la que estábamos todos; las derechas y las izquierdas, los nazis, los comunistas, los anarquistas, los apolíticos. Y al serlo se volvió ideal para hacer propaganda, pero también para desprenderse un tanto de cierto farragoso deber: el de convocar ruedas de prensa con preguntas que pudieran ser incómodas. Twitter permitía emitir los sucesivos anuncios y declaraciones y escabullirse de las cuestiones de una forma más honrosa que una tele de plasma o su mera no aceptación: podía ser presentado como una rueda de prensa gigantesca, en la que cualquier ciudadano pudiera interactuar con el político sin intermediarios. La misma trampa habilidosa de Luis Enrique en el fútbol, cuando, durante el Mundial de 2022, el entonces seleccionador abrió un canal de streaming para charlar con sus fans y contrarrestar la imagen de arisco y renuente a rendir cuentas que le habían proporcionado sus encontronazos con los periodistas. La diferencia, claro, es que, en un streaming o Twitter, uno selecciona las preguntas que responderá y las que dejará sin respuesta.

En el gabinete de un ministro de Sumar del actual Consejo que tiene tanto X como Bluesky, y publica las mismas cosas en las dos redes —entre ellas, críticas duras a Musk—, confirman que este es un asunto en discusión, que hay diferentes posturas y que es difícil trasladar a este periodista que les pregunta por ello una posición concreta. Se improvisa, «se hace camino al andar», en expresión de ellos mismos, y eso significa de momento estar en las dos redes, que ahora mismo es la opción de todos los ministros de la formación de Yolanda Díaz, empezando por ella misma. Ello contrasta con el abandono de dicha red en los primeros días del pasado diciembre por la portavoz sumarista, Verónica Martínez Barbero, que explicaba que creía en la política «noble, […] basada en el diálogo, en el respeto mutuo» y que, por ello, no podía seguir en una red que representaba todo lo contrario, y donde cundían la difusión de «bulos», el «acoso online» y el «machismo más atroz». El equipo de comunicación de Bustinduy justifica la permanencia en X en «la responsabilidad de intentar llegar al máximo número de personas posible»; una «labor de servicio público que no puede pretender dejar fuera a nadie», lo cual pasa por taparse la nariz ante el «ambiente envenenado» y el favorecimiento de «proyectos políticos e ideologías reaccionarias» que caracterizan a la X de Musk. «El principal reto ahora mismo es saber adaptar la comunicación del ministerio a las diversas redes sociales y utilizar las características de cada una de ellas para potenciar mensajes que se adecúen a las mismas», expresan asimismo. Lo expresan como deseo; como una tarea aún incompleta: de momento, y es así con todos los ministros, los mensajes publicados en una y otra red son exactamente los mismos. Ocurre igual con los ministros del PSOE, empezando por el más activo en redes, Óscar Puente.

Emerge en cualquier caso la pregunta de si esa aún no conseguida comunicación distribuida por varias redes, que sea distinta en cada una de ellas, lograría la potencia de la que antes se hacía, casi en exclusiva, en el púlpito a una audiencia universal que era Twitter. Esta parece una de esas situaciones en la que la suma es mayor que los sumandos. Con Twitter también se pierde, y no se recupera con estas alocuciones cofradía a cofradía, cámara de eco a cámara de eco, la fricción con los enemigos y lo que ella generaba a su vez. Por ejemplo, la puesta a punto del discurso, reforzado en esa intemperie de una brega con los críticos que permite chequear sus debilidades. O esos retuits indignados de adversarios que, aunque acompañen el reposteo de una injuria, no dejan de llevar el mensaje a audiencias externas al nicho, donde puede haber gente ganable para la causa.

Son tiempos de feudalización, de fragmentación de las cosas universales, y parecen serlo también en lo que respecta a las redes. Qué política y qué políticos y qué comunicación política saldrán de ahí es una incógnita que tuvo un primer despeje en el éxito, en las últimas europeas, de Alvise Pérez y su capacidad de amasar inadvertidamente ochocientos mil votos a través de un mero canal de Telegram. Ya lo cantaba Bob Dylan: los tiempos están cambiando.

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Comentarios
  1. LA REVOLUCION NO VENDRA CON CAMPANADAS – Edit. Insurgente.org.
    Coincidimos en que, aunque lo fundamental sea la lucha en barrios, centros de trabajo o lugares de estudio, las redes sociales pueden jugar un papel. Sin embargo, resulta inexplicable que, desde las campanadas de fin de año, buena parte de la izquierda «cibermilitante» ande obsesionada con la cuestión de Lalachús y Broncano.
    Estos humoristas pueden resultar simpáticos para tomarse una caña, qué duda cabe. Pero de ahí a ponerlos como los nuevos Che Guevara y Rosa Luxemburgo, hay un salto considerable. Resulta inaceptable que, en apenas unos años, se haya pasado de gritar “nacionalización de la banca y las eléctricas” o “no al pago de la deuda externa” a un descafeinado “viva Broncano, abajo Motos”.
    La mayoría de los temas que hoy día levantan pasiones en tertulias y redes sociales no son políticos: son personales. La lucha de clases se está queriendo aparcar y sustituir por una vaporosa y estéril «guerra cultural» entre “wokes y antiwokes”, “globalistas y patriotas” y otros circos similares que desvían la atención, mientras la vivienda se convierte en un lujo, la sanidad pública es desmontada, etc.
    Es un error entrar en ese juego. Ni en Kamala ni en Trump podemos buscar el más mínimo avance para los trabajadores, los autónomos y los sectores populares, pues ambos son peones de un mismo tablero: el de la estructura de poder capitalista. ¿“Antiglobalistas”? Que no nos confundan. Somos antiimperialistas. Y sabemos que tanto Trump como Harris forman parte del mismo bando: el imperialismo que explota al tercer mundo y bloquea económicamente a los países que deciden resistir. ¿No había quedado ya claro, desde la anterior arremetida de la crisis, que PSOE y PP “la misma mierda es”? (O CASI)
    En las redes sociales, nuestro pueblo se divide y se odia en una guerra cultural que en nada le beneficia, mientras la oligarquía queda fuera de todo cuestionamiento. Una parte del pueblo se mofa de la otra y la convierte en el blanco de todos sus esfuerzos. No caigamos también nosotros en eso: la otra mitad del pueblo no es el enemigo. Aunque a alguien le parezca casposa, reaccionaria, tendente a las actitudes machistas o inclinada a los comentarios xenófobos.
    Guste o no, el pueblo sigue siendo el único sujeto histórico capaz de darle la vuelta a esto. Con el pueblo, hace falta pedagogía, no una nueva inquisición. Pero es comprensible que se cometa este error, porque estar en las redes sociales despista. Y porque no existen los «cibermilitantes». Solo alguien ligado al terreno (a la asamblea, a la asociación vecinal, al sindicato…) podrá luego hacer un uso sano y estratégico de las redes sociales.

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