Cultura

Cinco reseñas musicales de ‘La Marea’ en 2024

David Holmes, Erik Voeks, Beyoncé, John Cale, Gillian Welch y David Rawlings: estás han sido las recomendaciones musicales de 'La Marea' en 2024

En cada una de las revistas de La Marea, el periodista y crítico cultural Fran G. Matute nos recomienda un nuevo disco. En este artículo, recopilamos las reseñas musicales publicadas en las revistas editadas durante 2024.

Soñadores, inadaptados, radicales y expulsados

Blind on a galloping horse (Heavenly Recordings, 2023)
David Holmes

Reaparece el geniecillo David Holmes (Belfast, 1969), tras 15 años de ausencia, sin que esto quiera decir, claro está, que no hayamos visto su nombre por ahí multitud de veces en todo este tiempo, dedicado como ha estado a firmar numerosas bandas sonoras (para Steven Soderbergh, sobre todo), producir remixes para otros (U2, Primal Scream…) o incluso grabando discos con Unloved, su grupo pop alternativo. Pero sí es cierto que desde The Holy Pictures (2008) no escuchábamos un álbum de canciones tan propias como personales, tan feroces como elegíacas, «pintadas y producidas» (como advierten los créditos) por un Holmes en plena madurez. Blind on a galloping horse (Heavenly Recordings, 2023) es además un regreso a sus orígenes downtempo, y cuenta con la importante colaboración de la cantante Raven Violet, con quien Holmes parece haber conformado un tándem al más puro estilo de sus admirados Serge Gainsbourg y Jane Birkin.

Ve encima la luz este disco tras la trágica muerte de Sinéad O’Connor, cuya última grabación, todavía inédita, estaba produciendo Holmes. Dos canciones se filtraron entonces de aquel trabajo, y algo de su espíritu parece haber contagiado este Blind on a galloping horse, por ejemplo, en canciones como «Emotionally Clear», «Tiranny of the Talentless» o la que le da título. Es más, en la letra de «Necessary Genius», llenapistas con vocación de himno dedicado a todos los «dreamers, misfits, radicals, outcasts», se nombra a O’Connor junto a otros recientes «caídos» como John Coltrane, Nina Simone, Ennio Morricone, Terry Hall (de los Specials) y los citados Gainsbourg y Birkin. Aunque el gran homenaje recae sobre el legendario productor y dj Andrew Weatherall, de quien graba la inédita (y más atípica del disco) «I Laugh Myself To Sleep».

A lo largo del LP, Holmes tira bastante de moog (bueno, quien tira es Keith Tenniswood), lo que da al conjunto un aire de lo más orgánico y, por qué no decirlo, retro, y ahí está «It’s Over, If We Run Out of Love» como prueba, una canción coescrita con Noel Gallagher (sí, el de Oasis), pero que en la voz de Raven Violet bien podría haber sido extraída del repertorio de cualquier girl group ochentero. Otras destacadas serían las un tanto psicodélicas «Hope is the Last Thing to Die», llamada también a convertirse en un hit de baile, y «Agitprop 13», joyita pop de boutique que nos remite a los Beach Boys más oscuros. Y para el final dejamos la primera, composición de 10 minutos quizás excesivamente ambiental, pero que incluye una letra de lo más política: «When People Are Occupied Resistance is Justified». Y es así como también Blind on a galloping horse, quizás sin Holmes pretenderlo, nos habla a todos de nuestro tiempo.


Sobre la lentitud del momento

It Means Nothing Now (Hanky Panky Records, 2023)
Erik Voeks

Vuelve a la palestra uno de esos muchos geniecillos, hacedores mágicos de canciones impecables, que solo el power-pop americano sabe dar. Hablo del australiano Erik Voeks (1964), afincado desde hace mucho en Kansas City, luminaria de la melodía, al que descubrimos con Sandbox (1993), su impecable debut, título hoy de culto entre los oyentes más exquisitos. A pesar de tenerlo todo para triunfar (canciones como puños, guitarras de ensueño, producción ejemplar a cargo del entonces muy reputado Adam Schmitt…), el disco pasó sin pena ni gloria por las listas de éxitos, el gran drama este, inexplicable, del power-pop y eterna conversación esta, de barra de bar, entre los aficionados más recalcitrantes. Y así, más de 20 años tuvimos que esperar para que Voeks se dejara ver de nuevo con un segundo disco, So The Wind Won’t Blow It All Away (2016), otra maravilla, producida esta vez por su inseparable Patrick Hawley, con la sorpresa añadida de que era un sello español quien lo sacaba al mercado.

La historia se repite ahora con este It Means Nothing Now, para el que Voeks se hace acompañar, acreditadamente, por los Ghosters, lujo de banda de acompañamiento formada por los españoles Juan Ferrari y Pepe Bermejo (ex-Brujos de la segunda época ambos) y el propio Hawley, que aporta a la grabación una calidez especial, cierto halo de rock orgánico incluso, no siempre presente en aquellos muchos discos de power-pop que se grabaron en casa en los años noventa. Así, sobre su prístina producción sobrevuela con todo cierto halo al jingle-jangle de los Byrds, cosa que ya ocurría en la anterior grabación, un tanto cargada, de ahí que ahora encontremos más matices, como en el (no tan) velado homenaje a los T. Rex en «Suck it Up, Buttercup», o en «The Last Notes of the Song», la lánguida balada que da cierre al disco, distorsionada y envolvente, que recuerda a los Teenage Fanclub más desatados. Las ácidas guitarras de los Beatles en Revolver parecen revivir en «Break Away», mientras que «Slowness of The Moment» bien podría pasar por ser un homenaje al Tom Petty más popero. Para el final dejamos dos auténticas joyas, auténticos hallazgos dentro de un disco configurado enteramente por canciones perfectas: «Everything Dissolves» y «The Most Confusing Part», arquetipos del power-pop más adulto, composiciones con auténtica alma de clásico, categoría ésta a la que, ya sabemos, no llegarán jamás, pues esto es algo que nunca ha ocurrido, debido, quizás, como nos canta Erik Voeks, a la «lentitud del momento» en que vivimos. Y esto hace que It Means Nothing Now no sea más, ni menos, que una delicatessen para los corazones atemporales.


¿Se romperá alguna vez el círculo?

Cowboy Carter (Parkwood / Columbia, 2024)
Beyoncé

No son nuevas, desde luego, las relaciones entre la música soul y la música country. Artistas de la talla de Elvis Presley, Ray Charles, Aretha Franklin o Gram Parsons cruzaron numerosas veces el estúpido rubicón que imponía, a modo de barrera psicológica, que una era música de negros y la otra de blancos. El propio rock and roll fue hijo de ambas texturas y ayudó a diluir los colores, si bien luego los tiempos, ya fueran convulsos o conservadores, se encargarían de blanquear unos y oscurecer otros. Así, si algo tiene de sorpresiva la mezcolanza de sonidos que contiene Cowboy Carter, el último disco de la megaestrella Beyoncé (Houston, 1981), habría que buscarlo en sus orígenes, esto es, teniendo muy en cuenta el lugar desde el que se ha compuesto y producido, pues hace tiempo, también, que el mainstream engulle no solo las tendencias estéticas del momento sino también sus más fieras experimentaciones. Y Cowboy Carter es, por encima de todo, una grabación musicalmente aventurada.

Beyoncé ha pretendido reivindicar con este álbum –el segundo de una futura trilogía– las contribuciones negras a la tradición americana, ideando por el camino un disco conceptual (y sonoramente cíclico), que toma la forma de un programa de radio conducido por leyendas de la talla de Willie Nelson y Dolly Parton, siendo inevitable pensar aquí en los días gloriosos del Grand Ole Opry, pero también en grabaciones como Will The Circle Be Unbroken? (1972), aquel triple majestuoso que se marcara la Nitty Gritty Dirt Band con ayuda de sus mayores. La colaboración se convierte así en uno de los principales reclamos del disco, y quizás sea justo destacar de todas ellas la que se marca con Miley Cyrus («II Most Wanted»), como también saben a reclamo las versiones (innecesarias, quizás; bastante descafeinadas, en cualquier caso) del «Blackbird» de los Beatles y el «Jolene» de la citada Parton.

No, no todo es country en Cowboy Carter, o mejor dicho, muy poco en verdad lo es. Está presente sin duda en «16 Carriages», en «Alliigator Tears» o en «Levii’s Jeans», favoritas, pero nada en «Bodyguard», un buen llenapistas aquí un tanto despistado. Reconozco, en cualquier caso, mi debilidad hacia los samplers bien traídos (Beyoncé ya demostró hace tiempo su buen tino recuperando a los Chi-Lites…) y en Cowboy Carter encontramos dos obras maestras: «Ya ya», un funky soul al más puro estilo de Sly & The Family Stone que se apodera del «These Boots Are Made For Walkin’» de Nancy Sinatra, con guiños al «Good Vibrations» de los Beach Boys; y esa locura que es «Sweet Honey Buckiin’», con el «I Fall To Pieces» de Patsy Cline de fondo. Look at that horse!


Violencia ‘vintage’

Poptical Illusion (Double Six/Domino, 2024)
John Cale

Más de 10 años llevaba en silencio el enorme John Cale (Garnant, 1942), legendario miembro fundador de la Velvet Underground y luminaria (o)culta en los años que fueron del proto-punk al post-punk, músico polifacético (guitarras, teclados, viola…), productor (Stooges, Nico, Modern Lovers, Patti Smith…) y compositor (solo por «Child’s Christmas in Wales» ya merecería un lugar en el Parnaso). Tan exquisito siempre como aventurado, quien tras sorprender con un comeback algo oscuro como Mercy (2023) nos ha dejado a todos boquiabiertos con este Poptical Illusion (Double Six/Domino, 2024), un álbum que, a su manera, recuerda enormemente a su primer disco en solitario, aquel precioso Vintage Violence (1970), por la calidad de las melodías y los elocuentes sonidos que lo componen.

En algún sitio le leí decir al galés que la perfección armónica, su búsqueda, su consecución, era el ejercicio más avant-garde que existía y, bien pensado, así es, en tanto que supone la inclusión de algo artificialmente bello en una realidad que raras veces lo es. El pop se erigiría así en el vehículo musical más experimental de todos, y a sus claves se abraza John Cale en esta nueva y sorprendentemente fresca grabación. Que nadie espere, eso sí, un pop exuberante, como el practicado antaño, pues Poptical Illusion es, por encima de todo, un disco minimalista, sobrio a su manera, construido sobre bases de teclados y juegos varios con remezclas, escrito por alguien si no enfadado, sí al menos desencantado con el mundo de hoy.

Con todo, para sorpresa de muchos, el single de avance, «How We See The Light», con su inquietante videoclip, se convirtió en una suerte de hit, quizás el primero en varias décadas para este octogenario al que ya pocos echábamos cuenta. Pero quien tuvo, retuvo, se dice, y aquí Cale se reencuentra tanto con su yo clásico del Paris 1919 (1973), su irrenunciable obra maestra, como con su yo rudo de mi favorito, Sabotage/Live (1979). El rango sonoro que va de la pizpireta «Davies and Wales» al airado «Company Commander» sería buena prueba de ello, pero habrá luego quien se entretenga, y hará bien, encontrando homenajes a la Velvet Underground en «Shark-Shark» (con, de nuevo, inquietante videoclip) o a su propio Fear (1974) en «Edge of Reason», o flipando con la intro de bajo de «Setting Fires», o con los arreglos de «Funkball the Brewster» (ese tramo final…), o directamente preguntándose cómo demonios conserva Cale todavía esa voz calmada tan delicada, pues el disco es un compendio de hallazgos se mire por donde se mire, se escuche por donde se escuche esta joya última de un genio sin parangón.


Para todas las chicas y los chicos huérfanos

Woodland (Acony Records)
Gillian Welch y David Rawlings

Con uno de los discos más hermosos que hemos escuchado en lo que llevamos de año regresa el matrimonio formado por la orphan girl Gillian Welch (Nueva York, 1967) y su guitar man David Rawlings (Rhode Island, 1969). Grabado en Nashville en sus estudios Woodland Sound, a los que homenajean directamente en el título del álbum, la pareja se deja esta vez de versiones (recuerden que su última grabación, el pandémico All the Good Times (Are Past & Gone), Grammy al mejor disco folk del año, estuvo formado en su integridad por, eso, versiones) y nos ofrece nuevo y exquisito material propio. A Welch, desde luego, no le escuchábamos una canción nueva desde hace más de 10 años y la sensación de reencontrarnos con su inconfundible, cálida y envolvente voz casi abruma. La pena es que Woodland (2024) contenga tan solo 10 canciones, de ahí que el gozo se haga breve y contenido, pero gozo al fin y al cabo.

Welch y Rawlings tiran aquí, de hecho, de un muy ajustado (porque nada sobra, todo parece estar en su sitio, hasta los silencios…) country folk que pocas veces se sale del tiesto acústico (básicamente, voz y guitarras), si acaso en los primeros compases del disco, como en las espectaculares «Empty Trainload of Sky» y «What We Had», que bien podrían haber grabado los Jayhawks. El resto de composiciones remite, no obstante, a otras tradiciones: así, «The Bells and The Birds» es una haunted ballad a lo Fairport Convention, mientras que la muy (sobre todo) country «The Day the Mississippi Died» nos recuerda a tantas de Richard y Linda Thompson, básicamente porque te pone los pelos de punta el escucharla; «Turf the Gambler», por su parte, parece una relectura del «John Wesley Harding» de Bob Dylan… y, así visto, alrededor de esas coordenadas sonoras nos moveríamos.

Con todo, la gracia de este espléndido y honesto ramillete de canciones está, especialmente, en la emoción que deparan las voces del matrimonio, sobre todo cuando maridan, siguiendo el legado de parejas mejor o peor avenidas cimentado por dúos inmortales como los formados en su día por Johnny Cash y June Carter, Gram Parsons y Emmylou Harris, Barry y Holly Tashian, Mark Olson y Victoria Williams, o los Thompson ya citados, aquí además gran influencia. El formato, ya se sabe, siempre ha dado exquisitos frutos y no deja de resultar curioso que tras casi 30 años tocando juntos, ya fuera en los discos en solitario de Gillian Welch o en los de la David Rawlings Machine, la pareja haya dado el salto definitivo a anunciarse como tal. Viva Woodland y vivan los novios.

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