Un momento para respirar

Todo lo que era sólido

"Antes, la nieve no se iba de los altos en todo el año", escribe José Ovejero en su diario, que termina recordando las similitudes entre hoy y 1933: "Y todo lo que creíamos sólido es pulverizado".

Un hombre camina entre la nieve en Piedrafita, Lugo. EFE / Pedro Eliseo Agrelo Trigo

13 de diciembre

Hoy amanece nevado. Para nosotros es hermosísimo levantarnos y ver blancos no solo la montaña, también el terreno que está delante de nuestra casa, el bosque de robles, ya sin hojas, cada rama convertida en una filigrana de hielo.

No sé si le gusta el espectáculo a los otros pocos habitantes del pueblo, pero más de una vez me han expresado su aversión a la nieve. Como me decía un vecino bastante mayor –por edad y por salud–: yo solo quiero que haga sol.

No es que mi vecino sea un defensor apocalíptico de un cambio climático extremo que acabe lo antes posible con la especie humana. Es que lleva aún, a los ochenta años, el recuerdo de la nieve y del hielo en los huesos. Otro vecino, hoy en una residencia de ancianos, me contó más de una vez cómo era cuando, de niño, tenía que llevar las vacas a través del monte, con la nieve hasta las rodillas, siguiendo en la niebla la huella de sus animales para no hundirse. Se estremecía al contarlo.

Antes, me dicen, la nieve no se iba de los altos en todo el año. «Antes sí que hacía frío». «Antes el arroyo bajaba con mucha más agua»; y es verdad que se puede ver un lecho más amplio, y reciente, a juzgar por la vegetación, que el que ocupa hoy incluso cuando baja crecido. Aquí nadie niega el cambio climático, lo han ido observando desde la niñez hasta hoy. Setenta u ochenta años durante los que también se han desplazado las fechas de siembra y de cultivo. Las peras del peral que tenemos delante de casa, que tendrá unos cien años, porque los más ancianos recuerdan haberse subido a él de niños y ya era un árbol grande, antes las recogían a principios de octubre, ahora tenemos que hacerlo a principios de septiembre. Especies de ganado con las que pocas décadas atrás se practicaba la trashumancia pasan el año entero en los mismos prados; una suerte para ellas, porque ahora la trashumancia se realiza mayoritariamente en camiones en los que trasladan hacinados a los animales.

Acabo de leer las Memorias de un revolucionario, de Victor Serge. Ahora leeré sus cuadernos de México. Qué personaje más fascinante. Y qué vida más terrible. Hace cierta la supuesta maldición china: ojalá tengas una vida interesante.

15 de diciembre

En el ensayo de mi hija sobre el nacionalismo polaco encuentro dos citas de El Manifiesto comunista, que se pueden aplicar a la época actual: aquella famosa según la cual el capitalismo hace que se desmorone todo lo que era sólido y estable, y otra en la que caracteriza la primera mitad del XIX como un tiempo de constantes y profundas transformaciones de la producción, en el que una y otra vez se ponen patas arriba las estructuras sociales, un tiempo de inseguridad y agitación inacabables.

Hoy que leemos una y otra vez sobre las similitudes entre 1933 y la actualidad, entre el ascenso de los fascismos y el de nuestras ultraderechas posmodernas (más interesadas en el relato que en la realidad), me ha llamado la atención esta nueva analogía: la del capitalismo triunfante cuando Marx y Engels escriben el manifiesto y cómo transforma por completo las estructuras sociales, las creencias, las formas de producción, con la de nuestra época en la que las formas de entender las relaciones laborales, los logros en derechos civiles y la misma forma de practicar la política parecen desmoronarse.

Todo lo que creíamos sólido se desvanece. Más bien: es pulverizado.

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