Cultura
Societat Doctor Alonso abraza el juego y el absurdo en ‘Hospital de campo’
La compañía estrena una pieza sobre la fragilidad con actores y títeres, una mezcla entre ‘Anatomía de Grey’ y ‘El proceso’ de Kafka en versión ‘parkour’.
¿Víctor Colmenero?, pregunta alguien, “espera un momento, que ahora vienen a buscarte”. El hombre se queda de pie, inmóvil, clavado en mitad del escenario, haciendo eso que hacemos todos cuando vamos a un hospital: esperar. Mientras, alguien se acerca a un mostrador que no existe, pero imaginamos: “¿El receptáculo para el seminograma lo tengo que llevar en el bolsillo? No, no, siempre en horizontal, nunca en el bolsillo. ¿Siguiente?”. Víctor se sentará en una sala de espera y colocarán frente a él una tela con dibujos de estrellas. Tras ella aparecerán unas marionetas montando jaleo e interpretando algo parecido a un telefilme de sobremesa con un padre que se muere y una hija que se lamenta desconsolada. Después, Víctor tendrá que ir a su consulta atravesando pasillos, torciendo a la derecha primero y a la izquierda después, seguir todo recto hasta la cafetería, subir unas escaleras, volver a torcer hacía algún lado que ni él ni nosotros somos capaces de retener y llegar, por fin, sin haber hecho un máster de arquitectura hospitalaria, al lugar donde le espera su especialista, que nada más verle le dirá que él no es su médico, pero que si no le importa acercarle antes de irse una marioneta que tiene colgada en el biombo.
Suena música de jazz y hace rato que todo es ligeramente delirante y absurdo, como si estuviéramos asistiendo a una mezcla entre Anatomía de Grey y El proceso de Kafka en versión parkour. Porque los cinco intérpretes se moverán de un lado a otro en escenas que parecen sketches de una comedia de situación rara en un no lugar casi vacío que suena como suena esa cotidianeidad de todo hospital, un espacio en el que todos serán celadores, pero también pacientes y médicos y enfermeros y familiares, gente vestida de gris que parece estar en un plano distinto al nuestro, como si aquello que estuviera sucediendo fuera una simulación o un fallo de Matrix. Veremos una clase de gimnasia hospitalaria loquísima, a una mujer bailando como si no la mirara nadie, a una familia sobreprotectora con un hijo que nunca duerme fuera de casa pero siempre lleva el pijama en su mochila o a Víctor decirle a un doctor que le han despedido del supermercado en el que trabajaba como reponedor, mientras alguien le dice que no mienta, que en realidad es el escenógrafo de una obra de teatro con títeres. O sea, de esta obra que estamos viendo.
Se llama Hospital de campo y es la nueva pieza de Societat Doctor Alonso, la compañía formada por Tomás Aragay y Sofía Asencio. En escena, Héctor Arnau (Las víctimas civiles), Júlia Barbany (Las Huecas), Beatriz Lobo, la propia Asencio y Víctor Colmenero, responsable también de la iluminación y escenografía. El vestuario lo firma Jorge Dutor y el espacio sonoro y la música, Pol Clusella y Sala Combo con Laura Frade y Nicolás Barreto. Junto a ellos, siete títeres de guante creados por la compañía a partir de las enseñanzas del maestro brasileño Chico Simões, de la compañía Mamulengo Presepada. La pieza, que llegará a Madrid en primavera de 2025, se estrenó en septiembre en La Mutant de Valencia y se pudo ver el pasado 16 de noviembre en el Mercat de les Flors de Barcelona, dentro de la programación del Festival If.
Cuando la experimentación pasa por volver al origen
Tras fundar junto a Roger Bernat el colectivo General Elèctrica en la Barcelona de finales de los 90, Tomás Aragay (director de escena y guionista de cine) y Sofía Asencio (bailarina y coreógrafa) crean Societat Doctor Alonso en 2001 como “un núcleo abierto y mutante de artistas, un espacio para la creación, la formación y la reflexión alrededor del hecho escénico”. Se establecerán primero a las afueras de Girona y, desde hace unos años, en Valencia, donde dirigen El Consulado, un espacio de trabajo alrededor de las artes vivas y visuales que acoge y acompaña distintos proyectos y artistas residentes. A lo largo de una trayectoria marcada por la experimentación y la investigación, la compañía ha llevado a escena piezas como Sobre la belleza, Y los huesos hablaron, Hammanturgia, Noche cañón o El desenterrador, proyectos de género bastardo habitados por la idea de desplazamiento, marca de la casa que sitúa lo observado fuera de su espacio propio con el objetivo de generar un relato distinto que cuestione nuestro vínculo y nuestra comprensión de la realidad.
“El clic de esta pieza es una imagen –explica Sofía Asencio a La Marea– . La de una marioneta que le hace un masaje a un paciente, a un espectador. Ahí aparece la idea de cuerpo, el del espectador y el de la marioneta, y los dos son cuerpos objeto, cuerpos que están siendo utilizados por un tercero, el intérprete, que es un mediador. Y luego, hay una cosa que nos gusta mucho, que es la de ir hacia adelante yendo hacia atrás”. La compañía, habitual en festivales y espacios de creación contemporánea, viaja en esta pieza a “lo arcaico, a la tradición del títere, ¿por qué eso no puede ser experimental? Muchas veces buscamos resignificar el teatro y ese espacio de juego nos parecía muy político también”, explica Asencio. Doctor Alonso no es la única compañía que ha hecho ese viaje en los últimos tiempos: Monte Isla en Un cuerpo sin talento, La Veronal en Firmamento o en Totentanz–Morgen ist die Frage y Carlos Marquerie en Poeta en Nueva York han incorporado marionetas en el reparto de sus piezas más recientes.
Doctor Alonso convertirá el hospital en un espacio de representación en el que la compañía irá desvelando todos esos códigos teatrales invisibles que no apreciamos cuando nos hacen un análisis de sangre o una colonoscopia. “Jugamos todo el tiempo y hay algo de bajar al mínimo, a eso común que nos pertenece, y quitarle todo el lujo para que las cosas estén a la vista. Lo que sucede en Hospital de campo tiene que ver con la salud, pero no como algo que es de otros, sino como algo que nos pertenece y que nosotros convertimos en un juego que tiene que ver con la fragilidad”, explica Sofía Asencio.
Y esa fragilidad y todo lo que nos duele habitará un espacio cómico y disfrutón, naif en la superficie y bastante oscuro cuando rascas un poco. Porque en Hospital de campo, esos títeres de guante que aparecerán de vez en cuando serán, en el fondo, el cuerpo desdoblado de los propios actores, teatro dentro del teatro y juego de máscaras y, cuando todo termine, es muy posible que nos preguntemos si todo eso que hemos visto ha sido una historia de gente que estaba viva o que no lo ha estado nunca.
Abrazar el juego
En su libro La tesis, que acaba de publicar La Uña Rota, Jaime Vallaure y Rafael Lamata, Los Torreznos, hablan, entre otras muchas cosas, de la importancia de abrazar el juego como una estrategia de creación que coloca al artista en una posición incómoda dentro de la historia contemporánea del arte. “Lo coloca en el lugar de los artistas menos serios – dicen–, pero si profundizamos en este enfoque nos damos cuenta de que afrontar la creación como juego es una posición más seria y menos engreída que otras. Generar alternativas, posibilidades y puntos de vista diferentes entendidos desde el juego pueden otorgar una libertad mucho mayor que si la pretensión de lo que se hace tiene el encorsetamiento de la creencia en que lo que uno hace es trascendente por el hecho de colocarse en la posición oficial del arte contemporáneo”.
En ese mismo espacio se sitúa Doctor Alonso con esta pieza, a la que despoja de pretenciosidad y virtuosismo, pero también de esa pátina ensimismada que muchas veces envuelve a la creación contemporánea, como si su premisa fuera aquí hemos venido a jugar, a que suceda lo imprevisto y lo vamos a hacer con un teatro pobre, con unas sillas, unas telas, unos títeres y unos intérpretes que van a jugar a los médicos, aunque por debajo de todo eso estén sucediendo muchas otras cosas, más trágicas que cómicas.
Aunque en muchas de sus obras está presente el texto, es la primera vez que Societat Doctor Alonso lleva a escena una pieza con tantos diálogos y un hilo narrativo tan claro y tan identificable con una práctica que, aunque no deja de ser performática, se acerca más un teatro convencional. “También hay algo que nos gusta mucho y que tiene que ver con la humildad de empezar a trabajar aprendiendo algo que no sabemos. Y aquí decidimos aprender a hacer títeres –dice Tomás Aragay–, porque son seres inanimados que van a curar a seres que tienen vida, los humanos, y también porque el títere tiene algo de chamán dentro del mundo del teatro, el títere es muy antiguo, es una máscara que conecta con otra voz que no eres tú, sino otros mundos más invisibles. Tú con el títere puedes decir o hacer cosas que, normalmente, de humano a humano no harías, pero al títere se le permiten muchas cosas”.
Los pacientes del Hospital de campo sufrirán de estrés, de ansiedad, de soledad, de incomunicación, de insomnio. Alguien dirá: “Me duele aquí, en el pecho, pero no sé por qué”. Aragay y Asencio se llevarán todas esas dolencias que tienen que ver con el malestar que nos provoca la vida que tenemos al terreno del humor negro, como si el hecho de entrar en un hospital supusiera que algo te va a doler aunque no te doliera antes, como si ese hospital fuera, en realidad, un sistema que nos convierte a todos en muñequitos manejados por unos hilos que no vemos.