Un momento para respirar
¿Democracia sí o democracia no?
«Vivimos en una ficción de democracia y nos ponemos cómodos en ella como cuando leemos una novela de aventuras y dejamos de cuestionar la verosimilitud de las peripecias», escribe José Ovejero en su diario.
10 de noviembre
Anoche participé en el festival 42 de ciencia ficción. Experiencia mucho más agradable de lo que esperaba. Iba con pocas ganas. Una mesa de cinco personas más moderador, pensaba que con una duración de una hora, es decir, de cincuenta minutos –para dejar tiempo al cambio de guardia con la siguiente mesa–, es decir de cuarenta si restamos las presentaciones hechas por el moderador. ¿De qué se puede hablar en tan poco tiempo?
Pero resultó que tuvimos hora y cuarto para hablar, que el moderador supo ordenar bien los temas y las intervenciones, que ninguno de mis compañeros fue de esos que se apropian del micrófono y les parece muchísimo más importante lo que tienen que decir ellos que lo que puedan decir los demás (se me ocurren a bote pronto dos escritores que se comportan así). Por supuesto, no hay un verdadero diálogo entre los participantes, sino una serie de breves exposiciones, pero aun así creo que fue interesante.
Lo bueno de ser un pesimista y esperar lo peor es que te llevas sorpresas muy agradables. El pesimismo es una forma de provocar momentos de felicidad inesperados.
Voy en un Alvia destino a Logroño que huele terriblemente a pies. Saco una muestra de colonia que llevo con las cosas de aseo. Pulverizo a mi alrededor. Y de pronto un recuerdo vívido: cuando pasé un par de meses en China y me llamó la atención que muchas mujeres llevaran un collar de pequeñas flores de jazmín. Otras llevaban un ramillete en la mano. No era un adorno, sino una manera de combatir los malos olores de algunas calles.
«¿Democracia sí o democracia no?» escribe provocadoramente un usuario de Twitter respondiendo a alguien que se lamentaba de la victoria de Trump. Es una alternativa tramposa, porque, y eso se nos olvida constantemente, no existe la democracia auténtica en ningún lugar del mundo. Vivimos en una ficción de democracia y nos ponemos cómodos en ella como cuando leemos una novela de aventuras y dejamos de cuestionar la verosimilitud de las peripecias. La fuerza de la narración se impone a la coherencia de los hechos.
Si alguien lee eso de «no existe la democracia auténtica» puede decir: claro, la perfección no existe, pero es el mejor sistema… bla, bla, bla. No hablo de perfección.
Leyendo El fantasma de los hechos, de Bruno Arpaia, me acuerdo de mis depresivas entradas en el diario de la semana pasada. Quizá nuestro desaliento hacia el presente que, sin duda, es amenazador, se deba en parte a nuestra mala memoria hacia el pasado o a que no queremos tomar nota de él.
En pocos minutos me hago una lista mental de cómo la democracia se ha pervertido y vaciado de sentido en las últimas décadas, solo pensando en los casos más patentes: el derribo de democracias latinoamericanas y la imposición de dictadores cuando convenía a los intereses económicos o/y estratégicos de Estados Unidos. Por cierto, ya en 1970, como leo en el libro de Arpaia, la administración estadounidense planea con la CIA el asesinato de Allende, el golpe de Estado… El apoyo a dictadores africanos siempre que pareció conveniente. Las redes de terrorismo de ultraderecha en Europa con la ayuda de servicios de espionaje extranjeros. Y, hoy que nos escandalizamos porque se riegue con dinero público a medios y pseudomedios para que propaguen bulos e informaciones sesgadas, deberíamos recordar que eso ya se ha hecho, de manera masiva en Italia para evitar no que el PC llegase al poder –vade retro– sino incluso que la Democracia Cristiana se abriese a acuerdos con el Partido Socialista. Se ha arruinado a países, se ha condenado a la miseria a sus ciudadanos, se ha pervertido la cacareada voluntad popular, se ha asesinado a dirigentes, a científicos, se ha encarcelado con acusaciones falsas a políticos y funcionarios que no quisieron acatar órdenes. Los mismos que hablan de las virtudes de la democracia desde sus púlpitos pueden aliarse con policías corruptos, con delincuentes profesionales, con demagogos sin escrúpulos si así defienden intereses determinados.
No es que la democracia no sea perfecta, es que es un instrumento en el que la verdad siempre se ha manipulado a base de millones, amenazas y violencias disfrazadas. Fue así en las décadas pasadas y lo es hoy. ¿La diferencia? Que hoy es más descarado, que no se justifica ni hay verdadero empeño en ocultarlo. Y que, obviamente, una parte considerable de los ciudadanos están de acuerdo en que así sea y tampoco lo ocultan.
Nunca tuvo tanta aceptación como hoy la idea de que el fin justifica los medios. Lo preocupante es que no son los oprimidos los que lo ven así sino los opresores. Los oprimidos hace tiempo que perdieron de vista tanto los fines como los medios.
En el Alvia de Barcelona a Logroño no hay agua en los lavabos de los servicios y huele mal en el vagón. Al día siguiente, en el Alvia de Logroño a Madrid está rota la jabonera y funciona mal el servicio de megafonía. Las mesitas de trabajo entre los asientos de trabajo están totalmente desconchadas. Tanto esos dos trenes como el cercanías entre Atocha y Príncipe Pío llegan con retraso. En el Media Distancia de Madrid a Ávila uno de los dos baños está fuera de servicio; en el otro, no hay agua en el lavabo. Pronto alcanzaremos el nivel de deterioro y abandono de los trenes británicos e italianos. Eso sí, aún no hemos alcanzado la impuntualidad de los trenes alemanes. No es de extrañar que mucha gente prefiera desplazarse en coche.
A más precariedad de los Alvia, Media Distancia y Cercanías más cuidados y confort para el AVE. Igual que la precariedad va en aumento para lxs de abajo al tiempo que aumentan las ganancias de lxs de arriba.
Nunca me hubiera imaginado que la red ferroviaria aún es peor en Gran Bretaña, Italia y Alemania. Hace unas cuantas décadas que no salgo al extranjero, pero creo recordar que era mejor que la española.
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Como dijo el dramaturgo Harold Pinter:
La política exterior estadounidense podría definirse mejor de la siguiente manera: «Bésame el culo o te parto la cabeza». Así de simple y así de crudo. Lo interesante es que tiene un éxito increíble. Posee las estructuras de la desinformación, el uso de la retórica, la distorsión del lenguaje, que son muy persuasivas; pero en realidad son una sarta de mentiras. Es una propaganda muy exitosa. Tienen el dinero, tienen la tecnología, tienen todos los medios para salirse con la suya y lo hacen.
Los crímenes de EEUU han sido sistemáticos, constantes, despiadados, brutales, pero muy poca gente ha hablado realmente de ellos. Hay que reconocerlo.
Ha ejercido una manipulación bastante cínica del poder en todo el mundo mientras se hacía pasar por una fuerza del bien universal. Es un acto de hipnosis brillante, incluso ingenioso, de gran éxito.