Análisis

Trump y el fin del sueño americano

Muchos votantes de Trump pertenecen a esas clases que perdieron con la revolución conservadora de Reagan y no se han rehecho. Son los perdedores de la drástica reducción del papel del Estado

Donald Trump, nuevo presidente de los Estados Unidos. ARCHIVO CASA BLANCA TRUMP / Licencia PDM 1.0

Este artículo se ha publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo aquí.

LLÚCIA OLIVA | La elección presidencial de Donald Trump puede compararse a la elección del republicano Ronald Reagan en 1980, que puso en marcha una revolución neoliberal y conservadora que transformó Estados Unidos y el mundo. Esa revolución de Reagan y sus consecuencias están en el origen de la frustración actual de muchos americanos que, paradójicamente, han votado a Trump. Es otro republicano que piensa cambiar su país y, de paso, el orden mundial. Todavía no sabemos hasta qué punto.

Esta vez, detrás de la campaña de Trump se encuentra la extrema derecha de signo fascista que tiene todo un programa preparado, Project 2025, un plan con el que pretenden “enderezar” el país después de todos los males que atribuyen a la izquierda.

El programa de Trump abordaba los temas que preocupan a la población que le ha votado, pero en la práctica es una hoja de ruta que va contra los inmigrantes, contra los derechos de las mujeres, contra la protección del medio ambiente, contra la educación pública federal, contra la prensa independiente, contra el movimiento LGTBIQ+, contra la cooperación con Europa

La nueva victoria de Trump como presidente de Estados Unidos es el resultado de casi medio siglo de políticas neoliberales, de un capitalismo sin reglas, con unos medios de comunicación sin regulación ni autorregulación, donde ya no se pide la honestidad y el rigor periodísticos. El nuevo panorama informativo sin normas y la influencia de las redes sociales han facilitado la desinformación y manipulación de la opinión pública.

Mucha gente ha sufrido años de políticas fiscales que benefician a las grandes empresas y los más ricos, y han visto cómo se gastaban millones y millones de dólares en guerras en el extranjero, mientras se dejaban de lado las políticas educativas, sanitarias y de vivienda social que habrían permitido progresar en las clases medias y trabajadoras.

Muchos votantes de Trump pertenecen a esas clases que perdieron con la revolución conservadora de Reagan y no se han rehecho. Son los perdedores de la drástica reducción del papel del Estado y en beneficio de la iniciativa privada. Pese a que cuando han gobernado, los demócratas lo han intentado parchear, lo cierto es que no han cambiado nada fundamental en un capitalismo desatado que se ha mostrado difícil de enderezar.

Los gobiernos de Reagan facilitaron la deslocalización de empresas que se marcharon –y no han vuelto nunca más- a México o a China, dejando grandes áreas deprimidas y miles de trabajadores sin empleo. Mucha gente perdió el seguro médico que casi siempre iba ligado al puesto de trabajo. Miles de niñas y niños, así como adultos, mueren por enfermedades que serían curables con asistencia médica. Millones de personas no tienen ni han tenido acceso a un seguro y otros se han arruinado para curarse de enfermedades graves.

Ese ascensor social del que los americanos estaban tan seguros hace años que no funciona. El sueño americano de hacerse rico si se trabaja mucho se ha desvanecido. El presidente Joe Biden y Kamala Harris han tratado de conseguir salarios más dignos, porque Estados Unidos fue el primer país en el que apareció una nueva clase: los trabajadores pobres, personas que tienen un empleo pero que no pueden llegar a fin de mes porque los sueldos son demasiado bajos.

Ni los líderes demócratas ni los republicanos han seguido la advertencia del presidente Eisenhower al dejar el poder. Quienes han venido detrás han permitido que el complejo militar industrial, es decir, la burocracia del Pentágono y las empresas de armamento, influyeran en la política exterior de Estados Unidos, una política belicista e intervencionista. Los ciudadanos ven cómo se gastan millones de millones de dólares en sufragar guerras que no benefician al país en lugar de gastar ese dinero en más educación, ayudas médicas y vivienda social.

La victoria de Trump ha sido posible por la desconfianza de una parte del país en la clase política y en el descontento provocado por los cambios sociales y económicos que han llevado a las políticas neoliberales y la globalización implementadas en el último medio siglo en Estados Unidos. Han creído en el personaje, a pesar de todos los aspectos negativos que representa y que probablemente nunca les devolverá la gran América que desean.

La victoria de Trump también es una consecuencia del desastroso modo en que los demócratas han enfocado la campaña de Kamala Harris. Las propuestas de Harris en los dos temas claves que se jugaban en esta campaña, la inmigración y la guerra de Gaza, también han frustrado a mucha gente: millones de demócratas se han quedado en casa y no han votado.

Respecto a la cuestión de la inmigración, Harris se ha empantanado en el terreno marcado por Trump, el de la seguridad y los muros. Ha sido incapaz de cambiar el mensaje y recordar a los americanos que la inmigración es un tema económico, que son los inmigrantes los que cultivan los alimentos que comen, los que construyen sus casas y carreteras, los que cuidan a sus abuelos y niños. Habría sido mejor recordar a los votantes que sin inmigrantes -como quiere Trump- la economía americana no se sostendrá.

En la guerra de Israel contra Gaza y Líbano, Kamala Harris ha continuado punto por punto la política de la administración Biden. Ha sido incapaz de romper con la política intervencionista anti árabe y de guerra infinita de los extremistas que mandan en el Departamento de Estado. Harris ha persistido en apoyar a Israel haga lo que haga, desestimando la influencia de quienes se oponían dentro del mismo electorado demócrata y de las comunidades árabes.

Existe un clamor a favor del embargo de armas a Israel y que se presione a Benjamin Netanyahu para terminar esta guerra que Harris no ha escuchado. En una situación económica difícil para muchos americanos, con una sangrienta desigualdad social, el astronómico gasto en ayuda militar parece intolerable a muchos demócratas, que han dado la espalda a Kamala Harris. Ahora bien en la derrota de Harris es seguro que también ha intervenido el racismo y el machismo todavía muy presentes a la sociedad americana

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