Cultura
Margaret Atwood: “Hemos hablado mucho sobre identidad y prácticamente nada sobre clase”
La autora canadiense presenta nuevo libro, ‘Perdidas en el bosque’, y explica la victoria de Trump a partir del miedo de mucha gente a perder sus privilegios por el hecho de tener a una mujer como presidenta. «En especial a una mujer negra», puntualiza.
En 2017, después de que Donald Trump tomara posesión como presidente de los Estados Unidos para su primer mandato, tuvo lugar en Washington la Marcha de las Mujeres. Aquella protesta reunió a 200.000 personas y fue la más multitudinaria desde las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam. Allí pudo verse un cartel enormemente elocuente: «Make Margaret Atwood fiction again».
El cuento de la criada se publicó en 1985, pero aquella novela, que hablaba de una sociedad distópica en la que las mujeres habían perdido el control sobre su propio cuerpo, sigue estando de actualidad. El azar (en su doble acepción, como casualidad y como desgracia, política en este caso) ha querido que la reelección de Trump haya coincidido con la presentación del último libro en español de Margaret Atwood, Perdidas en el bosque, publicado por Salamandra y traducido por Victoria Alonso Blanco.
Se trata de una colección de cuentos dividida en tres partes: la primera y la tercera están protagonizadas por Tig y Nell, un matrimonio inspirado en el de la propia escritora y Graeme Gibson (fallecido en 2019 y también novelista); en la parte central cada relato es independiente y Atwood se lanza en ellos a la fantasía y el humor: habla de una madre que se cree bruja, de Hipatia de Alejandría contando al público actual cómo fue asesinada, de un extraterrestre que es enviado a la Tierra durante una pandemia y hasta de su querido George Orwell, a quien logra entrevistar a través de un médium.
«Tuve mi primer contacto con Orwell siendo muy niña. Por aquel entonces, cuando empecé a leer Rebelión en la granja, ni siquiera sabía que era una alegoría política. Para mí era una historia de conejitos, divertida, pero conforme iba pasando páginas me iba horrorizando más y más», explica Atwood sobre un autor que ha tenido una gran influencia en su obra. «Cuando salió la edición de bolsillo de 1984 yo tendría unos 13 o 14 años y ya era capaz de entender que se trataba de un libro sobre política. Acabábamos de salir de la Segunda Guerra Mundial, conocíamos a Hitler, Mussolini, Stalin, y yo estaba muy interesada en la cuestión que planteaba aquel libro: ¿cómo podría Inglaterra acabar viviendo bajo un régimen totalitario? Y esa fue la misma pregunta que me hice a mí misma sobre los Estados Unidos cuando escribí El cuento de la criada».
Con el auge de la ultraderecha y el autoritarismo en todo el mundo podría pensarse que las ficciones distópicas ya no tienen razón de ser, por el simple hecho de que la realidad se desliza lentamente hacia ese escenario. Pero la escritora canadiense sigue convencida de su utilidad. El mundo puede ir mal, efectivamente, «pero siempre puede ir peor», asegura con ironía. «El siglo XIX fue la edad de las utopías. La gente de aquel tiempo, en Europa y en Norteamérica, pensaba que el futuro siempre podía ir a mejor. Creían que se movían en esa dirección, y tenían motivos fundados para creerlo: se descubrieron los gérmenes, se inventó el tren, soñaban con volar alrededor del mundo y, de hecho, ya lo hacían en globos, se instaló el alcantarillado… El futuro no los desalentaba; al contrario, los animaba. ¿Por qué no iban a pensar que el futuro siempre sería mejor? Todo eso cambió a partir de la Primera Guerra Mundial».
Antes de la Gran Guerra, ilustra Atwood, ya se había publicado la primera distopía de ciencia-ficción: La guerra de los mundos, de H.G. Wells. Y poco después apareció Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, «en la que, esencialmente, predecía el estalinismo». Y luego llegó la Segunda Guerra Mundial, «que tumbó de forma definitiva la idea de un futuro necesariamente maravilloso».
«En la época en la que escribí El cuento de la criada no había muchas obras que fueran utópicas o distópicas, pero ahora hay una avalancha de distopías, se ha convertido en un género en sí mismo. La mayoría de ellas tienen que ver con el cambio climático o con que son malos tiempos para las mujeres. O malos tiempos para los hombres, si se trata de cómics», explica la escritora canadiense esbozando una sonrisa burlona.
Sexo, raza, clase
El hecho de que Kamala Harris sea una mujer es, a juicio de Margaret Atwood, una de las razones de su derrota en las elecciones: «Mucha gente, incluidas algunas mujeres, tenían miedo de tener a una mujer como presidenta, y en especial a una mujer negra. ¿Y por qué? Pues porque mucha gente temía que ella pudiera hacerles lo que antes le hicieron a personas como ella. En otras palabras, tenían miedo de perder su identidad, su estatus y su poder».
«Por otra parte, creo que desde hace siete u ocho años hemos hablado mucho sobre identidad y prácticamente nada sobre clase», puntualiza la autora. «En los años treinta la clase era importante. Hoy ya no, pero sigue habiendo gente pobre, gente de clase media, gente rica y gente superrica. Ese debate sobre la clase volverá. Una de las cosas que han pasado en Estados Unidos es que la afiliación de clase, aparentemente, se ha volteado. Los demócratas solían representar a los trabajadores y los republicanos a la gente rica. Más allá de si eso ha dado efectivamente un giro, la percepción ahora es que los republicanos representan a los trabajadores y a la clase media y los demócratas representan a las élites. No necesariamente a los ricos, porque hay ricos en ambos partidos, pero sí a gente con estudios, condescendiente que piensa que lo sabe todo».
Atwood cree igualmente que los republicanos han sido muy inteligentes al dejar fuera de la campaña el tema del aborto. No se empeñaron en hacer de ello una cuestión nacional sino que lo dejó en manos de los diferentes estados. «Se hicieron 10 referendos y el derecho al aborto ganó siete de ellos. Incluso en un estado tan republicano como Montana ganó la opción de proteger la salud de las mujeres. De esta manera, como mujer, podías votar a favor de proteger la salud de las mujeres y, por otra parte, votar a Trump. Y, obviamente, mucha gente ha hecho eso», explica la novelista.
En parte gracias a la fuerza narrativa de El cuento de la criada y al auge del puritanismo evangélico en Estados Unidos, Margaret Atwood se ha convertido en una especie de profeta de la distopía. Hoy, sin embargo, se confiesa incapaz de hacer ninguna predicción respecto al segundo mandato de Trump. «¿Vamos hacia una dictadura de corte hitleriano? Lo dudo mucho, pero la verdad es que depende de si nos creemos a Trump o no. Miente tantísimo que no sabemos lo que puede hacer. Cuando dice que va a ejecutar al jefe del Ejército, ¿nos lo tomamos a broma o realmente va a hacerlo? Dice que va a construir campos de concentración para los inmigrantes ilegales y para los demócratas. ¿De verdad creemos que lo va a hacer? Podría presentarlo como un programa de creación de empleo», dice la escritora, tirando nuevamente de ironía.
Atwood cree que la avanzada edad del nuevo presidente podría ser importante. «¿Sobrevivirá a su mandato?», se pregunta. «Su salud puede jugar un papel más importante del que pensamos. Podría incluso ser incapacitado de alguna manera, y entonces J.D. Vance sería el nuevo presidente. Y eso es una incógnita. Empezó diciendo que Trump era como Hitler, pero ha acabado como su vicepresidente. Me recuerda un poco a la historia de Yo, Claudio. Si Claudio, a diferencia de otros en su misma situación, evitó ser asesinado y alcanzó el poder fue porque se mantuvo cercano y fiel a Calígula. Realmente no sabemos adónde nos conducirá esta situación. ¿Estamos asistiendo al declive de un imperio? No lo sabemos. Sólo podemos agarrar las palomitas y ver qué pasa».
Con humor y desde la atalaya de sus casi 85 años, Atwood insta a la gente progresista a no tomarse la reelección de Trump demasiado a la tremenda: «Creo que no es el momento de saltar desde un puente. No todo está perdido. La gente que es elegida puede ser rechazada igualmente. Si Trump se lanza de verdad al desenfreno, hará imposible que el Partido Republicano gane las elecciones dentro de cuatro años. Y asumo que habrá gente que trate de contenerlo, pero ¿acaso es eso posible? Esa es otra cuestión».