Sociedad

Aurora Labio-Bernal: “El Estado no puede pedir responsabilidades a Mediaset porque no hay establecidas medidas para evitar que se mienta”

La profesora Aurora Labio-Bernal. Universidad de Sevilla

Los bulos, las medias verdades y las omisiones, como destaca la experta Aurora Labio-Bernal, han existido siempre; pero el nivel de desinformación hoy, potenciado por las redes sociales en un contexto de desencantamiento de la población aprovechado por la ultraderecha, es tan abrumador que incluso ha sido una de las principales noticias en la propia tragedia de la DANA

El programa de Iker Jiménez y los altercados en Paiporta han estado en el centro del debate. «El tipo de discurso de la extrema derecha encuentra un acomodo fácil porque canaliza rabias, enfados y busca a un enemigo a quien responsabilizar de muchas realidades cuyo origen es más profundo y complejo», afirma Labio-Bernal.

Con ella, profesora de Estructura de la Información de la Universidad de Sevilla, hablamos sobre cuestiones que, a su entender, debe enfrentar de manera urgente el periodismo y los poderes públicos –«Desde hace años, lo que falta es voluntad política para implementar medidas reales que acaben con la desinformación y las mentiras»–. Pero también la ciudadanía. 

Los copresentadores de ‘Horizonte’ durante el último programa.

¿Cómo cree que están afectando los bulos en la tragedia de la DANA? 

En un acontecimiento como la tragedia de la DANA, el criterio noticiable de interés humano cobra una importancia fundamental. El problema es que, en un sistema mediático híbrido y caracterizado por la espectacularización, este interés se desvirtúa para captar audiencia, aunque sea a través del morbo, la desinformación o las mentiras. Por un lado, las redes sociales actúan como una cacofonía de voces múltiples que ofrecen datos, en muchas ocasiones sin contrastar, que influyen sobre la opinión pública y de los que se hacen eco también algunos medios.

«Los pseudomedios siguen haciendo caja de cualquier acontecimiento que llame la atención del público».

Pero hay que distinguir entre los llamados medios serios, que en general se han comportado con prudencia, y los pseudomedios, que siguen haciendo caja de cualquier acontecimiento que llame la atención del público. También habría que distinguir entre los periodistas que sí han cumplido con su función de informar y algunos personajes televisivos que buscaban solo subir los índices de audiencia.

¿Hay alguna diferencia con respecto a la tónica general de desinformación en la que nos movemos? 

No. Lo que ha ocurrido lleva pasando mucho tiempo y se ha agravado con la existencia de las redes sociales. Hablamos de bulos y desinformación ahora y parece que olvidamos que llevan muchos años existiendo. Si hablamos de desinformación, podemos recordar lo que hicieron algunos periodistas cuando en los noventa ocurrió el crimen de Alcácer o la propaganda llena de mentiras en la guerra de Irak. De forma más reciente, recordamos la declaración de Trump hablando de cómo los inmigrantes se comían mascotas en Springfield, de lo que se han hecho muchos memes, pero que no ha impedido que Trump gane. 

En España, hay medios que han omitido información o publicado noticias tergiversadas o con un claro sesgo, que al fin y al cabo constituye otra forma de desinformar. No solo se desinforma con bulos. También se hace con omisiones –que son una forma de censura encubierta–, manipulación y selección de temáticas en la agenda informativa.

¿Qué grado de relación hay entre extrema derecha y bulos? 

Mucha. La extrema derecha tiene una serie de objetivos a batir, como pueden ser el feminismo o la inmigración, mientras que tiene en su agenda ideológica otros por lograr, como son la unidad de estado, la defensa de la familia tradicional o la subalternidad de la mujer. Para lograr sus fines, la extrema derecha utiliza todo su arsenal, desde nuevos medios a la llamada manosfera pasando por redes como X o Telegram, donde todo vale. 

«No solo se desinforma con bulos. También se hace con omisiones –que son una forma de censura encubierta–, manipulación y selección de temáticas en la agenda informativa».

Hay que entender que su discurso no pretende informar, sino que va dirigido a conseguir sus objetivos y sembrar odio hacia el diferente, hacia las corrientes feministas o hacia todo aquello que contradiga su programa. En un ambiente de frustración en el que se encuentra parte de la población, o en un ambiente de indignación, como puede haber sido la DANA, este tipo de discurso encuentra un acomodo fácil porque canaliza rabias, enfados y busca a un enemigo a quien responsabilizar de muchas realidades cuyo origen es más profundo y complejo.

El rey, el mismo día de los altercados en Paiporta, apuntó a la desinformación como problema; y ahora el Gobierno ha habilitado una web específica con información sobre la DANA que comienza así: «En situaciones de emergencia como la actual, el acceso a información objetiva y veraz es más importante que nunca». ¿Se está actuando desde la Administración correctamente en este sentido? 

Está bien hacer estas advertencias, pero no hay una actuación clara de los poderes públicos para penalizar a quien desinforma intencionadamente o miente. Lo vimos hace unos meses cuando el presidente del Gobierno habló de desinformación, primero, y presentó, después, el Plan de regeneración democrática. Está muy bien llamar la atención sobre estas cuestiones, pero como comentaba antes, no es nada nuevo. Desde hace años, lo que falta es voluntad política para implementar medidas reales que acaben con la desinformación y las mentiras, porque lo que nos jugamos es la salud democrática. 

Sin embargo, nadie se atreve a poner negro sobre blanco un Estatuto de la Profesión Periodística en el que se podrían regular las malas praxis para la profesión. Quienes defendemos la regulación del sector, no estamos hablando de una ley de medios que amordace a la prensa. Hablamos de un estatuto periodístico en el que se recojan derechos y obligaciones de los medios e informadores para cumplir con la función que tienen encomendada: informa de manera veraz. 

«Desde hace años, lo que falta es voluntad política para implementar medidas reales que acaben con la desinformación y las mentiras, porque lo que nos jugamos es la salud democrática».

Además, esto implicaría contar con mecanismos de protección para el periodista, tanto a nivel laboral como legal, lo que facilitaría también el buen desempeño profesional. Mientras no se haga algo así, que ha sido siempre rechazado por la patronal y por los políticos, el resto de pronunciamientos o medidas, como las presentadas por el presidente del Gobierno, serán meras declaraciones que alimentan una espiral de disimulo.

Centrándonos en el caso de Iker Jiménez y su programa Horizonte, que difundió que el parking de Bonaire era un infierno y un colaborador se echó barro por encima. ¿Debería entonces el Estado pedir responsabilidades a Mediaset por la emisión de este tipo de programas?  

Estamos ante un programa de entretenimiento, no de información. Recordemos que el programa es heredero del anterior Cuarto Milenio, centrado en cuestiones de parapsicología y misterios, reconvertido después en un extraño experimento que combina opiniones de pseudo expertos con las de los propios presentadores, especializados en fenómenos paranormales. Con estas premisas, el espectador debería estar un poco alerta sobre la falta de rigor informativo con el que se pueden abordar determinadas cuestiones, como puede ser una catástrofe como la DANA. 

El problema es que, al final, somos seres más emocionales que racionales y programas como Horizonte aprovechan situaciones donde el suspense, la tragedia y el drama humano están muy presentes. Mediaset es un consorcio televisivo que mezcla información con espectáculo ofreciendo formatos que arrasan entre el público. El programa Horizonte tuvo el domingo pasado, en el que se mintió y manipuló, un 13% de audiencia, con un millón cuatrocientos mil espectadores, por delante de otros programas de entretenimiento e informativos. 

«El Estado no puede pedir responsabilidades a Mediaset porque no hay establecidas medidas para evitar que se mienta».

El Estado no puede pedir responsabilidades porque no hay establecidas medidas para evitar que se mienta. Después, se pueden pedir disculpas y despedir al colaborador en cuestión, como ha hecho Iker Jiménez. Pero no nos olvidemos que el buen dato de audiencia, con mentiras incluidas, sitúa al programa entre los más vistos. Y esto es lo que realmente interesa a Mediaset.

¿Y qué medidas concretas se pueden adoptar para combatir los bulos con este nivel tan grande de desinformación y ruido en las redes sociales? 

Por un lado, se necesitan receptores activos y críticos, capaces de contrastar la información que reciben y dispuestos a realizar lo que Festinger denominaba como disonancia cognitiva. Es decir, desafiar el malestar que se produce entre mis ideas y las contradicciones que puede generar conocer la realidad tal y como es, y no como yo quiero que sea. Ya he manifestado que esta disonancia cognitiva cuesta mucho llevarla a cabo y termina al final transformándose en una especie de práctica de odio diario, favorecido por el acceso tecnológico y el anonimato. Además, los medios deben ofrecer contextos explicativos y reforzar los auténticos criterios noticiables que convierten los hechos en noticias, renunciando a otros ingredientes que banalizan la información. 

«Se necesitan receptores activos y críticos, capaces de contrastar la información que reciben y dispuestos a realizar lo que Festinger denominaba como disonancia cognitiva».

Y es complicado con el desencantamiento que hay…

Dice Angela Nagle, en Muerte a los Normies, que la clase obrera ha dejado de ser revolucionaria y se está convirtiendo en reaccionaria y culturalmente conservadora. En ello, evidentemente hay un rechazo a todo lo que se considera el establishment, desde la clase política a los medios de comunicación tradicionales.

Pensemos en lo que ocurrió en Grecia en 2015 cuando el país votó mayoritariamente en contra del rescate y el primer ministro, Tsipras, terminó agachando la cabeza ante las exigencias de la Troika. El enfado, la idea de que las cosas no cambian, de que los políticos no cuidan de sus ciudadanos, es un buen camino para que la ultraderecha triunfe a través de la búsqueda de culpables y enemigos. En esta guerra cultural, la construcción de bulos se convierte en una estrategia seguida y aplaudida como muestra del inconformismo, del rechazo al statu quo y hasta de la autoexpresión de la diferencia.

«El enfado, la idea de que las cosas no cambian, de que los políticos no cuidan de sus ciudadanos, es un buen camino para que la ultraderecha triunfe a través de la búsqueda de culpables y enemigos».

Como recordaba usted antes, entre un personaje como Donald Trump y una mujer como Kamala Harris, EEUU ha votado por lo primero. ¿Qué lectura rápida hace de ello? 

Ya hay datos sobre cuáles han sido los sectores poblaciones que más han votado a Trump, destacando el aumento de apoyo entre hombres y comunidad latina. Una lectura sobre la situación económica en Estados Unidos y el proteccionismo nacionalista de Trump también han funcionado. Pero se podría profundizar también en otros aspectos, como por ejemplo hasta qué punto el hecho de que sea una mujer ha podido también influir. Recordemos que las dos veces que se ha presentado una mujer, Hillary Clinton en 2016, y ahora en 2024, Kamala Harris, ambas han perdido. Y también perdió Hillary Clinton en las primarias frente a Obama en 2008, ganando en 2016 a Sanders, que era visto como un radical de izquierda para el propio partido. No me atrevo a afirmar de manera contundente que el hecho de que la candidata demócrata haya sido una mujer ha ayudado a decantar el voto hacia Trump, pero sí recordar que cuando se han presentado mujeres a la presidencia han perdido. 

«No me atrevo a afirmar de manera contundente que el hecho de que la candidata demócrata haya sido una mujer ha ayudado a decantar el voto hacia Trump, pero sí recordar que cuando se han presentado mujeres a la presidencia han perdido».

Sobre la era Trump que viene habrá que esperar, pero recordemos que en la anterior legislatura cambiaron pocas cosas en Estados Unidos. En este punto, me gusta recordar las palabras de Noam Chomsky, que dice que demócratas y republicanos, con pequeñas diferencias, son en realidad las dos facciones de un mismo partido empresarial. Añade el profesor que esto está basado en la existencia de una poliarquía, destinada a proteger la riqueza de una opulenta minoría. No creo que sea algo particular de Estados Unidos, sino algo sistémico en las democracias occidentales.

¿Pero hemos saltado otro escalón? ¿Normalizaremos que los propios gobiernos mientan?

Los gobiernos ya mienten. Acabo de hacer referencia al caso de Grecia, pero hay otros. Por ejemplo, Biden dijo en 2020 que Arabia Saudí sería un estado paria para Estados Unidos tras el asesinato del periodista Khashoggi, y dos años más tarde visitó el país y se reunió con el príncipe Mohammed bin Salman, a quien los propios servicios secretos de USA habían vinculado con dicho asesinato. Con anterioridad, el que fuera secretario de Estado de Estados Unidos, Colin Powell, mintió en el seno de las Naciones Unidas al afirmar que en Irak había armas de destrucción masiva para justificar la invasión. Aquí en España, tras los atentados del 11 de marzo de 2004, el gobierno se dedicó a ocultar información y el propio presidente Aznar llamó a los medios para decir que había sido ETA. Esta versión la mantuvo tiempo después en la Comisión de Investigación.

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