Cultura
Reivindicando el cine político-quinqui-gay de Eloy de la Iglesia
La editorial Dos Bigotes publica una monografía dedicada al director vasco sin eludir las zonas de sombra: tanto su persona como su obra siguen siendo hoy objeto de controversia.
«No deja de ser paradójico que mi adicción haya sido tan sonada cuando tan sólo consumí durante cuatro años. Desde hace once estoy desintoxicado», confesaba Eloy de la Iglesia en 1996, en una entrevista en El Mundo. Aún tardaría otros cinco años en volver a dirigir. Por aquel entonces, el cineasta vasco (fallecido en 2006), autor de películas extraordinariamente taquilleras en las décadas de 1970 y 1980, se había convertido en un apestado. Homosexual, comunista y yonqui, todo el mundo encontró una excusa para darle la espalda. Durante mucho tiempo, en el mundillo del cine había gente se avergonzaba de haber trabajado con él, pero eso está cambiando. «¡Joder, qué bien que por fin se esté reivindicando su figura!», le dijo José Sacristán a La Caneli cuando lo llamó para contar con su testimonio en el libro Eloy de la Iglesia: El placer oculto del cine español.
La Caneli (nombre artístico de Alberto Fernández) es uno de los 11 nombres que firman esta monografía publicada por la editorial Dos Bigotes. Coordinado por Carlos Barea, el volumen –que participa del espíritu reivindicativo que ha alumbrado otros estudios similares lanzados por la editorial, como los dedicados a Ocaña o a Gloria Fuertes–, cuenta con textos de Violeta Kovacsis, Eduardo Bravo, Nicolás Grijalba de la Calle, Diana Aller, Francina Ribes Pericàs, Juan Sánchez, David Velduque, Alejandro Melero y Vicente Monroy. Cada uno de ellos realiza una aproximación (personal, académica, histórica, social) al cine de Eloy de la Iglesia. Y todos confiesan haber tenido que usar un tacto especial para tratar el tema, porque tanto su obra como su persona siguen siendo hoy objeto de controversia.
«Cuando revisas hoy su cine, teniendo en cuenta todos los avances que hemos tenido en cuestiones de género y en derechos LGTBIQ+… En fin, yo veía que era una cosa muy difícil», confesaba Eduardo Bravo en la presentación del libro. Al principio, cuando recibió la invitación para participar en él, lo vio como un regalo; luego, al sopesar todas las implicaciones, se sintió abrumado por la responsabilidad.
Obviamente, el cine de Eloy de la Iglesia no puede verse hoy con los mismos ojos que cuando se estrenó. Hay cuestiones muy problemáticas que los autores, consecuentemente, no han tratado de eludir. «No hay que olvidar cómo trata al gay con pluma», recuerda Nicolás Grijalba, profesor en la Universidad Nebrija. «Eloy era un plumófobo total, en el sentido de que hacía una caricatura que es casi heredera de No desearás al vecino del quinto y ese tipo de películas». Además, en plena era del #MeToo, su escabrosa relación con José Luis Manzano, su actor fetiche, amante y compañero de viaje en su descenso a los infiernos, tampoco puede ser pasada por alto.
El control que ejerció sobre el intérprete le impidió a éste participar en proyectos diferentes a los suyos. Sólo hubo un par de excepciones: Barcelona Sur (1981) y la serie de televisión de Los pazos de Ulloa (1985). Ambos, Manzano y De la Iglesia, sobre todo a partir del rodaje de El pico (1983), cayeron en una espiral de dependencia tóxica (en todos los sentidos) en la que el actor se llevó la peor parte. En 1992 apareció muerto, aparentemente por sobredosis, en el piso del director y en circunstancias nunca aclaradas del todo. Tenía 29 años.
Por todas estas cosas, publicar un libro dedicado a Eloy de la Iglesia «es todo un atrevimiento», en palabras de Carlos Barea. Pero era un hueco que había que llenar a pesar de las dificultades. Mientras en París le han dedicado una retrospectiva en la Cinémathèque Française, en España apenas hay estudios publicados sobre su obra. De la Iglesia fue un pionero en muchas cosas, realizó un cine popular, a veces tosco, a menudo contradictorio, ingenuo en muchos sentidos, pero comprometido política y socialmente. Además, quienes lo conocieron de cerca (y están vivos para contarlo), sólo tienen palabras de cariño hacia él. Aunque hay excepciones: Pedro Mari Sánchez, por ejemplo, chocó con el cineasta durante el rodaje de Otra vuelta de tuerca (1985) y aquella contrariedad fue tan traumática que a día de hoy sigue sin querer hablar del tema.
Eloy de la Iglesia, cineasta gay
La semana del asesino (1972) fue la primera película española en la que puede verse un beso entre dos hombres, aunque eso sólo ha sido posible a partir de una versión restaurada con los planos que sí estaban presentes en la copia que se destinó al extranjero. Al parecer, la censura franquista ordenó más de 100 cortes, entre los que estaba, claro está, el beso entre Vicente Parra (galán español por excelencia, homosexual él mismo y productor de la cinta) y Eusebio Poncela. Otro de sus títulos emblemáticos, Los placeres ocultos (1977), ostenta el honor de haber sido la última película censurada oficialmente por el franquismo, que aún pervivía tras la muerte del dictador.
«Por desgracia, a día de hoy, vemos que muchas cosas no han cambiado», apunta el director David Velduque. «La censura, como tal, supuestamente no existe, pero se ha reinventado, tiene otras formas de operar. Lo vemos con las productoras, con las plataformas. Como cineasta queer, yo tengo muchas dificultades para sacar mis proyectos adelante y por eso siento una empatía enorme por el cine que hizo Eloy, que no sólo era arriesgado por sus temáticas sino por cómo las abordaba».
«Él hacía sus películas con la intención de molestar. Nunca vas a estar cómodo al cien por cien», opina Alejandro Melero, profesor de Comunicación en la Universidad Carlos III. «En pleno franquismo, cuando aún estaba vigente la Ley de Peligrosidad Social, en España había un director haciendo cine gay. Y era un cine muy explícito, además. Sucio, con calzoncillos, con sudor, con pelo, con imágenes que incluso hoy no son fáciles de asimilar por la industria».
Entonces, ¿cómo es que Eloy de la Iglesia fue tan prolífico? Si su cine político-quinqui-gay era tan espinoso, ¿cómo fue capaz de filmar tantas películas? «Es que Eloy no fue nunca un director marginal –explica el documentalista Juan Sánchez–. Al contrario, era un cineasta muy comercial. A los actores y actrices del momento, cuando les llegaba una propuesta de Eloy, era como si les tocara la lotería, porque sabían que era una película que se iba a ver y que iba a dar que hablar». Por eso grandes estrellas del momento como José Sacristán, Ana Belén o Juan Diego, y otras que lo habían sido antes y querían relanzar su carrera, como Carmen Sevilla o María Asquerino, se embarcaron en el cine más sucio y más arriesgado que se había rodado hasta entonces en España. «La industria tiene la manga muy ancha», continúa Sánchez. «Algunos de los productores de Eloy tampoco estaban ideológicamente cerca de él, pero se trataba de hacer dinero. Y su cine hacía dinero».
«Cuando le pones películas de Eloy a los chavales de hoy en día, les explota la cabeza. Porque no deja indiferente a nadie, porque es una bomba, un kamikaze, para bien y para mal», añade Nicolás Grijalba. «Se habla mucho de su cine quinqui [Navajeros, Colegas, El pico], pero en su obra hay un acercamiento al giallo [El techo de cristal], al cine más psicotrópico [Una gota de sangre para morir amando]… Tenemos películas tremendamente malas y otras que están rodadas de forma exquisita, como es el caso de El diputado».
Aquella película, tan hija de su época, tan canónica en su estilo social y casi documental, hablaba de un problema que, medio siglo después, sigue aquejando a la izquierda: su machismo. Según Grijalba, «Eloy rodaría hoy mismo en Tirso de Molina. Rodaría los deseos, las pesadillas, la desesperanza, a la gente desharrapada y atropellada por ese capitalismo salvaje que se ceba con el más débil. Eloy es eso, un dedo en la llaga, y no sólo para el fascismo de su época sino también para sus propios compañeros de partido. Él [aunque consiguió arrastrar a Carrillo y a la plana mayor del PCE al estreno de El diputado] no acabó bien en un partido que era, en buena medida, hombruno, machirulo y homófobo».