Política
“Allí donde hay un gran embalse es probable que haya un territorio de sacrificio”
Mª Ángeles Fernández y Jairo Marcos publican 'Memorias ahogadas', un ensayo que recopila relatos hasta ahora deslavazados sobre quienes tuvieron que abandonar sus casas debido a la construcción de un embalse
“Dejamos un pueblo hundido y nos establecimos en otro nuevo que navegaba en la indefinición: a veces en el agua y otras en medio del cereal y los girasoles. Lo más duro fue […] acostumbrarse a los nuevos horizontes”. Distintas formas de mirar el agua es una novela en la que el escritor Julio Llamazares aborda el destierro, la memoria, la nostalgia y el desarraigo que su propia familia vivió tras tener que abandonar Vegamián, en León, por la construcción del embalse del Porma (oficialmente denominado como embalse Juan Benet).
Una situación que vivieron centenares de familias en toda España como consecuencia de la expansión hidráulica durante el franquismo, pero también en democracia. Ahora, Mª Ángeles Fernández (Navalmoral de la Mata, 1983) y Jairo Marcos (Burgos, 1983) tejen ese hilo de unión entre varias de estas poblaciones en Memorias ahogadas (Pepitas Ed., 2024), un ensayo que pretende rescatar del silencio las vidas y las historias de aquellas personas que se vieron obligadas a abandonar sus casas y sus pueblos debido a la construcción de un embalse. Una reconstrucción de una memoria común resquebrajada por décadas de olvido premeditado.
De todas esas formas posibles de mirar el agua, ¿qué veis vosotros al mirar un embalse?
Mª Ángeles Fernández: Yo creo que este ha sido uno de los grandes aprendizajes del libro, mirar el agua de otra manera. Cuando te acercas al tema, ya tienes presente que es algo que te va a remover por dentro, pero en nuestro caso, este trabajo nos ha enseñado a ver los paisajes de otro modo. Y, dentro de los paisajes, en concreto los que conforman los embalses.
Yo ya no miro igual el embalse de Valdecañas. Siempre he sabido que había un pueblo ahí abajo, pero ahora al mirar veo un concepto de desarrollo que me hace cuestionarme todo el rato que eso se haya hecho de esta forma. El libro habla de memorias y de gente que perdió su casa por la construcción de un embalse, pero también se habla mucho de paisajes y de gestión del territorio. Es importante ser conscientes de que la realidad del territorio que tenemos ahora en el Estado se ha conformado en base a decisiones políticas concretas que han afectado a una serie de personas.
Jairo Marcos: Allí donde hay un gran embalse es probable que haya un territorio de sacrificio. El lugar en el que se ubican es siempre significativo y eso marca la geografía española. No están en cualquier sitio ni han afectado a personas, digamos, aleatorias.
A nivel paisajístico, los embalses, creo, son bonitos, estéticos. Y hay varias generaciones que posiblemente piensen que se trata de lugares naturales, que no han sido creados por el ser humano. Otras generaciones, aun sabiendo que son artificiales, tienen que acudir a un lugar escondido de su memoria para recordar que ahí debajo hay pueblos completos y que, hasta hace no tanto, vivía gente. ¿España es un país con una memoria corta?
J.M.: Totalmente, sí. Lo que dices sobre las generaciones es cierto, pero no creo que sea una responsabilidad individual, sino un proceso de borrado de la memoria, de fabricación del olvido. Detrás de eso hay una intencionalidad clara, que es la que ha provocado que las generaciones más jóvenes no conozcan la historia que se oculta debajo de los grandes embalses. Ya no hablo de que no sepan cómo funciona la energía hidroeléctrica, o quiénes son las empresas concesionarias de los saltos, sino que no sepan que ahí había pueblos, vidas, historias que han sido arrancadas, desarraigadas. Pero esa memoria se les ha negado y ahora solo pueden mirar una lámina de agua y decir que el paisaje es bonito.
M.Á.F.: Mientras trabajábamos en el libro hemos corroborado todo esto, pero también cuando hemos hecho algunas presentaciones. En varias de ellas, había gente que desconocía absolutamente todo lo que hay debajo de las aguas de los embalses y se asombraban al escucharlo. Incluso gente cercana a nosotros que sabía que estábamos trabajando en esto.
J.M.: Es más, diría que hay sorpresa incluso en las propias zonas afectadas. Gente que leyendo el libro se ha dado cuenta de que su caso no era único, y que eso mismo que ellos habían vivido, lo habían vivido cientos de personas en otra parte del país; es decir, desconocían que hubiese un patrón que se ha repetido y que es lo que ha configurado el territorio, la gestión del agua. El trauma de los desplazados no se circunscribe a un lugar concreto.
Otro de los grandes problemas que contáis en el libro es que, en muchas ocasiones, el dinero de las expropiaciones llegó tarde y llegó mal, lo que aumentó todavía más el sufrimiento. Y esto fue algo que se produjo durante el franquismo pero también en democracia.
M.Á.F.: De una dictadura no se puede esperar buen trato. El gran problema es que, como dices, esto también sucedió en democracia, y fue por una cuestión puramente económica. Es decir, en esta ecuación entran en juego las grandes empresas hidroeléctricas, que siempre van a buscar el mayor beneficio posible. Por eso esto no se puede entender como una cuestión de bien común o de reparación del daño, sino como una cuestión de beneficios económicos, que son los que priman por encima de todo para ellas.
J.M: Los grandes embalses se han vendido siempre como una cuestión de desarrollo; o sea, había una serie de poblaciones y de personas que tenían que sacrificarse por el bien común. Y, claro, si todo esto se hace por un bien superior que va a beneficiar a tanta gente, las personas afectadas deberían estar de alguna forma hasta contentas de ser expulsadas de sus casas, porque su sacrificio va a contribuir a un desarrollo mucho mayor. De ahí viene, entonces, que se permitiese pagarles mal. Lo que nunca decían era quién se iba a beneficiar. Porque quizá ese relato no fuese verdad.
En estos últimos episodios de sequía que hemos sufrido en diferentes partes del país, hemos visto que los restos de algunas de estas poblaciones anegadas incluso llegaban a aflorar. No sé si esto es un acto poético y cruel, pero, ¿qué implica para las personas que vivieron allí ver esos recursos salir a la superficie? ¿Son capaces, en general, de volver al lugar para revivir todo aquello?
J.M.: Creo que puede ser algo poético y algo cruel a la vez. Hay algunas personas de las que fueron expulsadas que nunca se han atrevido a volver a regresar a estos lugares porque el dolor es tan grande que se lo impide. Otras, sin embargo, están obligadas a verlo todos los días. Estoy pensando, por ejemplo, en la gente de Riaño que vive ahora en nuevo Riaño. Esas personas tienen que ver el embalse cada día.
Otras, han construido un negocio en torno al embalse. En el libro contamos el caso de una persona que trabaja como patrón de un barco que recorre el propio embalse de Riaño. Como nos decía: “Para que vengan otros y lo exploten, por lo menos que lo explote yo y así puedo contar la historia como verdaderamente ha ocurrido”.
M.Á.F.: Es verdad que ha habido embalses, sobre todo en Catalunya y en Andalucía, en los que ha sido la sequía la que ha hecho emerger sus rectos, pero en otros ha sido la actividad hidroeléctrica como consecuencia de sus propios intereses económicos. En lamarea.com hemos escrito sobre esto, sobre cómo mucha gente se ha acostumbrado a vivir en un entorno y en un paisaje donde el embalse ocupa el centro de todo pero, en un momento dado, por los intereses económicos de una empresa, te lo turbina todo de la noche a la mañana y cambian todo el paisaje. Esto demuestra que no se tiene en cuenta a la gente, que no se tiene en cuenta su forma de vida y sus intereses.
J.M.: Que emerjan esos restos creo que es algo vergonzante para las administraciones públicas, para el Estado. De hecho, no es casual que antes de anegar los pueblos, se dinamitasen, sobre todo, los torreones de las iglesias. Es cierto que hay dos o tres imágenes icónicas de torres que emergen en verano, pero lo normal fue tirarlas abajo con ese objetivo: que no saliesen a flote para no dejar huella de lo que se hizo, para que esas memorias no pudiesen emerger. Por eso creo que es una vergüenza para el Estado que algunas sigan estando en pie, porque son la prueba de lo que provocó ese tipo de desarrollo; un desarrollo basado en expulsar a gente de sus casas.
Habéis hablado del poder de las grandes empresas hidroeléctricas, que fueron las encargadas de la construcción de las presas y, ahora, son las responsables de su gestión. En lamarea.com hemos contado el caso concreto de Valdecañas, en Cáceres, el cual Iberdrola dejó prácticamente vacío en 2022. Recuerdo que el alcalde de una de las poblaciones cercanas, Belvís de Monroy, decía que no podían aprovechar económicamente el embalse porque su gestión estaba en manos de Iberdrola y, por lo tanto, estaban a expensas de los intereses privados de una multinacional. ¿Cuál fue el poder de las grandes empresas y cuál es ahora?
M.Á.F.: La construcción de los grandes embalses desplazó a la población y eso fue lo que hizo que la gente se separase de la gestión del territorio, terminando así con la capacidad democrática que permite a los pueblos decidir sobre el entorno en el que viven y de poder convivir con sus ríos y tener poder de decisión sobre su gestión. Lo que se hizo fue crear espacios vacíos donde las empresas pudiesen hacer y deshacer a su antojo. Y las concesiones a las hidroeléctricas, que son de 75 años, aunque se pueden prorrogar, lo que permite es que las empresas decidan qué hacer con ese agua.
Y eso pasaba hace 50 años y sigue pasando ahora, porque las concesiones siguen vigentes y porque las empresas hidroeléctricas tienen un enorme poder dentro de los órganos de decisión de las cuencas, que son las Confederaciones Hidrográficas. Estas compañías, junto a los regantes, son quienes más voz y voto tienen ahí. Al final, son los intereses privados y económicos los que priman sobre otros intereses democráticos, políticos, culturales, sociales… o de pequeños negocios que no tienen esa capacidad de influencia que sí tienen las grandes empresas.
En el libro, definís a España como “un Estado hidráulico en manos privadas”. ¿Es posible revertir esta situación de desequilibrio de poder? ¿Puede la gestión de los embalses volver a manos públicas?
J.M.: Me parece algo muy difícil. Cuando a la gente la separas de su territorio, pedir que lo reivindiquen o que lo cuiden, es una tarea muy complicada. Esto se ve principalmente en el caso de los ríos. Hay algunos que ya han desaparecido como tales; es decir, podemos seguir diciendo que el Tajo es un río, pero habría que hacer muchos matices. Una vez que, digamos, el Tajo desaparece como río natural, que la gente reivindique algo que ni siquiera han conocido, es muy complicado. Por eso, como la gente ha conocido siempre los embalses en manos privadas, se me hace muy difícil pensar en que va a haber una reivindicación común para que la gestión se convierta en pública.
M.Á.F.: Hubo unos años en los cuales esto se pidió, pero el asunto se ha quedado aparcado. Se han conseguido revertir algunas concesiones en la zona del Pirineo, pero son pequeños saltos, no los grandes. Algunas ya han caducado y otras caducarán en los próximos años, pero me cuesta creer que el Estado vaya a querer meterse ahí. Falta voluntad política y sin una reivindicación social clara que empuje hacia eso, me parece muy difícil que suceda.
Habláis en el libro de regiones que, históricamente, han sido territorios de sacrificio y que lo siguen siendo ahora. De hecho, los lugares más embalsados son los que ahora lideran la transición energética y los que asumen la colocación de molinos y placas fotovoltaicas que están en manos de las mismas grandes empresas energéticas de siempre. Es decir, hay un colonialismo interior que ya viene de lejos. ¿Es posible luchar contra la población repitiendo los patrones que nos han llevado a esta situación y asumiendo que hay regiones que tienen que asumir su rol de tierra de sacrificio?
J.M.: La historia se repite, además. La promesa de los puestos de trabajo es algo cíclico, que en su día se hizo con los grandes embalses y que hoy se sigue usando para la colocación de placas solares. Se prometen cientos y cientos de empleo cuando, en realidad, una vez termina la construcción de una planta fotovoltaica o eólica, la mano de obra que se requiere es muy técnica y escasa.
Yo no creo que las soluciones al problema de la despoblación venga de la mano de las megainfraestructuras o de apostar por el colonialismo energético. Uno de los aprendizajes que también nos deja este libro es que cuando hablamos de extractivismo siempre miramos hacia afuera, hacia los países del Sur Global, pero también hay extractivismo y colonialismo dentro de España. Es algo que, si no se ataja, llegará un punto de no retorno.
M.Á.F.: La apuesta por la transición energética, tal y como se está vendiendo ahora, es la apuesta por las grandes infraestructuras. No se habla de pequeños proyectos que puedan implicar gestión y participación ciudadana. Se deja en mano de grandes empresas que pueden imponer sus proyectos a la población, lo que deja un mensaje: o convives con esto, o te vas. La transición energética, para ser justa, debe poner en duda este modelo.
J.M.: Es cierto que hay colectivos y personas que están luchando por darle una vuelta a esto. En este sentido, Riaño fue un antes y después y supuso un punto de inflexión importante para el ecologismo. También está la nueva cultura del agua y muchas organizaciones que de forma más o menos territorializada están consiguiendo ganar algunas batallas.
Que existan territorios de sacrificio por el bien común, es algo que puede ser debatible. Sin embargo, lo que queda claro en vuestro libro es que ha habido una memoria que se ha intentado borrar y silenciar. ¿Por qué creéis que ha habido que esperar tanto tiempo para poder tener un trabajo como este?
M.Á.F.: Sinceramente, no lo sé. Siempre ha habido un conocimiento deslavazado de lo que pasó, pero no un relato común, que es lo que hemos intentado hacer nosotros. Quizá antes no lo había porque no había interés o porque esas historias se han quedado en espacios más locales.
En este país tenemos un problema de memoria, pero también hay que tener en cuenta que los embalses siempre han tenido muy buena prensa, muy buena imagen. Entonces, desmontar esa narrativa era y es muy complicado. En el libro, nosotros lo que hacemos es dejar claro cuál ha sido el relato dominante y contar otros relatos alternativos que se han silenciado o a los que se ha dado de lado. Es decir, no es que cuestionemos o dejemos de cuestionar, simplemente contamos otra parte de la historia que apenas se ha contado. Y que cada cual saque sus conclusiones. Lo que estaba claro es que contar solo el relato del triunfalismo y del éxito de la gestión no permite conocer la historia al completo.
J.M.: El “divide y vencerás” ha funcionado en diferentes planos. En el empresarial, por ejemplo, da pudor ver que hay pueblos e incluso familias que están completamente rotas por este motivo. En algunos casos, porque cuando hubo que hacer expropiaciones, a algunos les ofrecían más por sus casas que a otros, y no les dejaron negociar las indemnizaciones de forma colectiva. Pero eso también ha funcionado para el Estado. Si al final los de Jánovas solo conocen la historia de Jánovas, los de Riaño solo conocen la suya, y los de Valdecañas igual, es muy difícil construir una historia y un empoderamiento común. No se puede crear conciencia colectiva de lo sufrido si crees que has sido el único que lo ha sufrido. Y no se pueden hacer reivindicaciones comunes si piensas que eso solo te ha sucedido a ti.
Tal es la desmemoria y el manto de silencio que solo una parte muy pequeña de España sabe que el mayor accidente laboral de la historia reciente del país tuvo lugar durante la construcción de un embalse, el de Torrejón, en Cáceres. Ha habido que esperar 50 años para que Iberdrola decidiese homenajear a los trabajadores que murieron aquel día con un monolito que, tal y como explicáis, se encuentra en un lugar al que es prácticamente imposible llegar. El caso es bastante significativo y ejemplifica muy bien esto que estáis contando.
M.Á.F.: Sin duda. El monolito que hay en el Parque de Monfragüe solo se hizo cuando el caso salió en prensa nacional, en El País, a pesar de que había gente que llevaba años llamando a diferentes puertas y buscando un mínimo reconocimiento. Al final se acabó haciendo un evento público muy bonito, con muchas fotos, pero todo ello se ha convertido en nada. Porque, ¿de qué sirve tener un monolito que recuerde la tragedia si no se puede ni acceder a él? Esto demuestra que se trata de una cuestión que todavía sigue vigente y que sigue queriendo ocultarse.
J.M.: Hay personas que simplemente necesitan una reparación simbólica, pero hasta eso se les niega. Hasta la memoria se les niega. Hay personas en cuyo DNI pone que nacieron en otro lugar diferente al real por una cuestión muy sencilla: porque su pueblo ya no existe, está inundado. La reparación simbólica es fundamental, pero ni esa tienen.
En el libro habláis del caso de Jánovas, en Huesca, que es un embalse que nunca se llega a hacer y cuando a la gente se les devuelve su casa, no pueden retornar porque el estado de la población es lamentable. Otro caso similar es del Granadilla, en Cáceres, donde el embalse sí se terminó pero el pueblo no ha llegado a inundarse nunca. Es decir, ahí hay una memoria que no se ha ahogado pero hemos dado carta de naturaleza a que exista una población vacía mientras sus vecinos y vecinas no pueden vivir en ella.
M.Á.F.: Estos dos ejemplos son muy buenos para demostrar que lo que contamos no es algo del pasado, sino que sigue teniendo repercusiones en la actualidad. Son ejemplos que demuestran que ese dolor sigue existiendo y que esa herida sigue abierta. Sobre todo en Jánovas, porque la gente sigue luchando para la reversión, para poder ir a sus casas o para tener un simple puente que les permita cruzar el río Ara cuando sube el caudal. Es una cuestión que está vigente todavía hoy.
J.M.: Y, añado: al menos los vecinos de Jánovas pueden tener todavía la posibilidad de comprar sus casas, aunque estén en malas condiciones, pero hay dos pueblos, Lavelilla y Lacort, en los que solo hay maleza y rueda. No hay nada. Son dos poblaciones que viven a la sombra de la memoria de Jánovas.