Opinión

Rojo

«Ser ‘rojo’ significa luchar por la libertad, una que se ejerce y se consigue con y gracias a los otros y no contra ellos, creer que un mundo más igualitario es posible y trabajar para ello», escribe Ana Carrasco-Conde.

Autorretrato del pintor francés Girodet-Trioson con el gorro frigio (1792).

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En Autobiografía de Rojo Anne Carson sostiene que la palabra «adjetivo» en griego en ella misma es un adjetivo que significa «puesto encima» (epitheton). Su función es sujetar los sustantivos a un lugar concreto que da cuenta de su particularidad. Por eso, porque se puede ser de muchas maneras distintas, el epíteto concretiza cómo es algo en su singularidad. No es lo mismo un otoño lluvioso que uno árido. Rojo es un sustantivo y es, al mismo tiempo, un adjetivo. En el uso habitual jerarquizamos su intensidad añadiendo un calificativo como por ejemplo «rojo primario», «rojo sangre», «rojo turco» o «rojo escarlata», pero también decimos «el rojo rojo» y todos entendemos que es el rojo más rojo, el más intenso, la esencia del rojo, el corazón esencial de lo rojo. Por eso, reiterar el carácter de lo rojo nos puede llevar a pensar que, dentro del espectro de color, lo «esencial» de lo rojo estaría en el extremo, aunque en realidad estaría más bien en el centro de la gama, «sin contaminar» por otros colores. En el círculo cromático que diseñó Goethe en su Teoría del color (1810) el extremo del rojo dejaría de ser «rojo rojo» porque comenzarían los colores secundarios y terciarios que derivan en naranja o violeta antes de pasar a otros colores primarios como el amarillo o el azul. «Rojo rojo» sería por tanto el término medio, donde según Aristóteles está la virtud.

Rojo es también desde el siglo XIX un color político, aunque no siempre fue así: como sostiene Pastoureau en Rojo. Historia de un color (2016), el sentido que tiene un color se inserta directamente en el contexto de una historia social. De pasar a ser el color del poder y de las clases adineradas (piénsese en los mantos de coronación de color rojo de los reyes) e incluso con profundos sentidos religiosos asociados a la sangre de Cristo (el todavía rojo calzado del papa) se convierte en el color de las luchas sociales. Sus tonos cubren el cielo revolucionario con rojos gorros frigios. Esta sería la ironía del «rojo rojo»: que antes de la revolución francesa representaría todo lo contrario a lo que significa tras 1791, cuando el alcalde de París ordenó izar una bandera roja en señal de peligro ante las aglomeraciones en el Campo de Marte, y esta se tiñó de sangre. Desde entonces el rojo pasa a ser el color de la revolución. Calificar a alguien de «rojo» significa situarle políticamente en un lugar, por lo que llamar a alguien «rojo rojo» nos haría pensar que presenta los valores característicos de la izquierda, lo que no quiere decir que sea «extremo», del mismo modo que el «extremo del rojo» estaría muy cerca de dejar de ser rojo. De ese modo, la «extrema izquierda» no sería «izquierda izquierda» sino que presentaría los valores más «primarios» de la izquierda. Siguiendo a Pastoureau la historia social del color nos lleva a pensar que el espectro «central» del rojo es en realidad «extremo» de tal modo que las características propias del rojo político como término medio se vuelven «extremas» y «peligrosas».

El «rojo» demonizado

Donald Trump califica a Kamala Harris de «camarada», con claras resonancias comunistas, y Emmanuel Macron considera a Lucie Castets demasiado radical. La presidenta de la Comunidad de Madrid ofrece como alternativa «comunismo o libertad» y años antes Esperanza Aguirre habló de «soviets» para referirse a las políticas de Manuela Carmena. El rojo es así un color demonizado por la derecha en todo su espectro. El mejor «rojo» es el rojo inexistente desde esta perspectiva cromática porque, borrado del mapa, solo quedarían como alternativa el naranja (ocupado hasta no hace mucho por otra formación política) y aquellos que caerían dentro de los tonos del azul. Paradójicamente para los líderes de la derecha, por tanto, los valores del rojo moderados y tolerables serían los de sus verdaderos extremos, que efectivamente son en algunos casos la «izquierda» en su gama cromática. Si es cierto lo afirmado por Pastoureau, a saber, que los problemas del color son los problemas de la sociedad y que sus connotaciones van asociadas a un contexto social, político y económico porque «sea cual sea la época que estudiemos, la mirada es cultural», quizá los intentos paulatinos, pero en constante avance, de demonización del «rojo de la izquierda» apunten a que el «color rojo» se ha convertido en un nuevo campo de batalla cultural de la derecha, como lo ha sido el concepto «libertad». El color no puede desaparecer, pero puede experimentar cambios epistemológicos y ser percibido diferente. En este sentido es sintomática la elección del color de la blusa de Ayuso cuando, tras las pasadas elecciones generales, apareció vestida de rojo primario, como la bandera de la Comunidad de Madrid, en la balconada azul: simbólicamente reivindica y se reapropia de un color al que, al mismo tiempo, se combate para neutralizarlo. Azul come rojo. Esta sería otra posible alternativa: «rojo izquierda» o «rojo Ayuso». No toda izquierda es extrema por mucho que retóricamente se busque esta asociación, del mismo modo que no todo «rojo» es de izquierdas.

¿Y qué representa el «rojo» del «Rojo»? Desde Anne Carson ¿cuál es el lugar de particularidad que el uso del epíteto «rojo» otorga al sustantivo «Rojo»? Por lo dicho, la posición no es la «extrema» sino la «central», es decir la que abandera los valores vertebrales de lo que la izquierda es. Volvamos al siglo XIX. El gorro frigio era también denominado el gorro de la libertad por constituir el emblema de la liberación ante la servidumbre. El gorro desapareció, no así el sentido político. A mediados de este mismo siglo pasó a ser el color de los movimientos obreros, de la lucha contra la desigualdad y las problemáticas socioeconómicas, y del marxismo. Ser «rojo» significa luchar por la libertad, una que se ejerce y se consigue con y gracias a los otros y no contra ellos, ser «rojo» supone creer que un mundo más igualitario es posible y trabajar para ello, luchar por tanto contra la desigualdad y las problemáticas socioeconómicas. Otra cuestión es que los conceptos de libertad, igualdad y comunidad se hayan convertido en objeto de usurpación semántica para ser arrastrados a otra gama de color.

Además de entender el color como un grado de oscuridad que no depende solo de la luz, lo novedoso de la propuesta de Goethe en su Teoría del color es su forma de asociar cada color a una forma subjetiva de percibir y de influir en la conducta humana. Salvar el rojo es más que una lucha cromática: es una forma de combatir la deformación de los valores reales de la Izquierda. Y no se olvide que el «rojo» es también el color de la alegría y la fiesta.

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