Un momento para respirar

Un mundo salvaje

«Durante mucho tiempo viví con la sensación de que las dictaduras brutales del pasado ya no podrían regresar (…). Los últimos años han barrido todo mi optimismo a ese respecto», escribe José Ovejero en su diario.

Donald Trump en una imagen de archivo. CHRISTOPHER DOGAS / UNIÓN EUROPEA

10-12 de octubre

Han cancelado el festival Valdefest. Aunque es un festival minúsculo, me hacía ilusión participar. Por ser el pueblo de mi madre, al que yo iba de niño los veranos. Por ser escenario disfrazado de dos de mis novelas. Porque en los últimos años he vuelto a frecuentarlo, no por nostalgia, sino porque mi madre se ha ido allí a vivir. Tengo un vínculo emocional con el espacio, más bien, con mis recuerdos unidos a ese espacio.

Juan Rodríguez Pastor, que me iba a presentar en Valdefest, me envía el audio y la transcripción de una entrevista que le hizo a mi tía Valentina en 2005. Ella tenía 81 años entonces, murió cuatro o cinco después. Mi recuerdo de ella era el de una mujer de risa fácil, siempre cariñosa. Cuando salía de viaje, yo, que he sido siempre bastante despegado con la familia, era la única persona a la que enviaba postales regularmente. Durante sus últimos años, atada a una silla de ruedas, se le agrió el carácter, soltaba palabrotas sin parar.

Reconozco en la grabación la voz de mi tía, que no habré oído en más de veinte años. También cuando, una y otra vez, salpica su relato con un «ay, ay». Cuenta de cuando, al entrar los nacionales en el pueblo, les robaron todo lo que tenían, que era poquísimo. También de cuando ella tendría doce o trece años y se quedó atrapada con su hermano pequeño en un tiroteo, parapetados tras unos juncales. Ese día desapareció la última riqueza que poseían: dos mulas.

Luego grabo yo a mi madre, que completa la imagen de la familia de sus abuelos, con los que pasó parte de su infancia, mientras su madre trabajaba sirviendo en Madrid. No tenían absolutamente nada para comer: los niños salían todos los días a buscar hierbas y a pedir. Un día los dos hijos menores regresaron a casa con burro muy joven, que acabó en el puchero.

También me habla mi madre de las represalias y venganzas de los vencedores en el pueblo. «Era la guerra», se justificó uno de los vencedores ante un tío mío. Pero no, no era la guerra, si es que esa afirmación puede justificar algo. También cuando esta acabó continuaron los expolios y los asesinatos.

Ya nadie piensa en esas cosas, dice mi madre. Quizá ese sea el problema. Que no ha habido reparación ni justicia porque el recuerdo –y digo recuerdo, no conmemoración– se ha relegado al ámbito de lo privado.

14 de octubre

Se habla con frecuencia del ego de los escritores. ¿Se habla lo suficiente del ego de los críticos?

16 de octubre

Durante mucho tiempo viví con la sensación de que las dictaduras brutales del pasado ya no podrían regresar a eso que, para resumir, llamaría «el mundo occidental». Claro que las democracias parlamentarias esconden impulsos nada democráticos. Pero las contemplaba como desviaciones vergonzantes, residuos de un proceso por completar. Los últimos años han barrido todo mi optimismo a ese respecto.

Leo declaraciones de Trump en las que criminaliza a sectores enteros de la población y prácticamente llama a una razzia indiscriminada «un día realmente violento, una hora brutal… y quiero decir brutal de verdad…»– y pienso que nuestras sociedades han adquirido una dureza y una frialdad nuevas. Más bien, esa dureza y esa frialdad, que antes parecían minoritarias, ahora se han vuelto dominantes. Que la mitad de la sociedad española considere aceptables los crímenes del Estado de Israel muestran ese endurecimiento de quien cree que todo es aceptable para erradicar un posible mal.

Estoy leyendo James, de Percival Everett, donde narra las aventuras relatadas en Huckleberry Finn desde la perspectiva del esclavo Jim. Y no puedo dejar de relacionar lo que leo con las palabras de Trump: el desprecio hacia los negros en los Estados sureños, su cosificación, la brutalidad extrema que se les aplica –no merecen otra cosa, se desprende de sus palabras– , se parece mucho a lo que seguimos pensando y sintiendo hacia las «razas oscuras».

Hay algo aquí que tengo que pensar más a fondo. A ver si encuentro tiempo este fin de semana. Cuánto me frustra esta incapacidad que siento a veces de pensar las cosas en más profundidad, por falta de tiempo o de agudeza. Ya decía Steiner que pensar no nos hace felices, sino que nos entristece, entre otras cosas porque nunca somos capaces de pensar con claridad absoluta. Y mucho menos de expresar hasta el final lo que pensamos.


Anoche estuve en el club de lectura que organiza Enya Diez, la librera de Libreramente, en Barakaldo. Y cuando estoy en sitios así me da la impresión de que el mundo se parte en dos: por un lado, el mundo brutal del que hablaba más arriba, toda esa gente que cultiva una visión simplista de la realidad, que les permite ser crueles con buena conciencia; por el otro, estas personas curiosas – como siempre en los clubes de lectura, muy mayoritariamente mujeres–, deseosas de acercarse a la complejidad de la realidad, de sentir más aunque a veces les dé miedo, como se lo da asomarse a la oscuridad… y sin embargo lo hacen. Qué necesarios son estos clubes. Qué necesarias las personas como Enya, que crean los espacios para que existan esos encuentros que giran alrededor de lo literario pero se entremezclan con la vida y las experiencias compartidas de las participantes.

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Comentarios
  1. La peor de entre las peores dictaduras, la del capital, que las mentes manipuladas o interesadas, le llaman la democracia.
    Y dentro de la dictadura del capital, el capitalismo más invasor, genocida, saqueador, salvaje, destructor, voraz, es el capitalismo de los hermanos siameses USA/ISRAEL.
    Pongan de sirivientes /presidentes a Trump o a Harris. Da igual. Ambos sirven a los mismos intereses.

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