Cultura
La muerte dulce en ‘La habitación de al lado’
Pedro Almodóvar firma un alegato en favor de la eutanasia que es también un canto de amor a la vida, a la amistad y al cine.
Las últimas películas de Almodóvar han suscitado una pregunta un tanto injusta (aunque seguramente legítima) entre los espectadores: ¿es un desastre o no? La duda surge a raíz de títulos absolutamente fallidos como Los amantes pasajeros (2013) o Madres paralelas (2021). Y como sus detractores son implacables (y algunos cuentan con tribunas muy importantes), esa duda apenas queda diluida cuando es capaz de realizar maravillas como Dolor y gloria (2019). Pero por contestar rápidamente a la pregunta ¿es un desastre La habitación de al lado? La respuesta es no, no es un desastre. Muy al contrario, es un precioso retrato de amistad y compromiso. Es una delicada historia llena de matices, gestos, miradas que no se pueden contemplar sin sentir eso que podríamos llamar, para que todo el mundo lo entienda, el pellizquito. Es pura emoción, y ésta es capaz de pasar por encima de cualquier defecto formal. Que los tiene, claro, pero ¿a quién le importan si ha conseguido encogerte el corazón?
Cuando la película se presentó en el festival de Venecia (donde acabaría ganando el máximo galardón, el León de Oro), muchos periodistas anglosajones se mostraban sorprendidos por lo inusual de sus diálogos. Llevaban décadas leyendo los subtítulos y hasta que no vieron a sus personajes hablando en inglés no recayeron en la peculiaridad de este aspecto. Efectivamente, los personajes de Almodóvar no hablan como en la vida real. Probablemente nunca lo hicieron, aunque sí mantenían un tono, un timbre, cierto vocabulario que los conectaba con el mundo. En una entrevista con Bob Pop, contaba Almodóvar que, en un momento de su vida, tras conseguir el éxito, dejó de tomar autobuses y eso fue para él «una pérdida descomunal» porque ya no oía la voz de la calle. A partir de entonces se empezó a inspirar en lo que le rodeaba: «Los libros, los periódicos, los amigos que vienen a casa, yo mismo». Su cine, más literario, más sosegado, apoyado siempre en intérpretes extraordinarios, no perdió un ápice de su fuerza.
Además, cuando tienes a tu lado a dos gigantas de la talla de Julianne Moore y Tilda Swinton, no hay historia, ni diálogo, ni escena que no puedas sacar adelante por muy libresca o artificiosa que sea la situación. Y en este caso –a diferencia de otros melodramas de su filmografía, mucho más estrambóticos– tampoco lo es tanto: cuenta la historia de una periodista enferma de cáncer que le pide a una amiga escritora que la acompañe en sus últimos días. Antes de que la enfermedad se cebe con ella y pierda el control sobre su cuerpo, pretende quitarse la vida. Pero no quiere hacerlo sola, quiere tener a un ser querido en la habitación de al lado.
Esta defensa de la eutanasia (basada en la novela de Sigrid Nunez Cuál es tu tormento) le sirve a Almodóvar como excusa para meditar sobre el paso del tiempo, sobre los recuerdos, sobre la soledad, sobre la enfermedad, temas todos ellos que ya ha explorado antes con diferentes enfoques. Su cine, en cualquier caso, aun siendo hoy más intimista, no ha dejado totalmente de mirar hacia fuera. En ese juego de ficción y autoficción en el que lleva embarcado toda su carrera –pero singularmente desde La flor de mi secreto (1995)–, Almodóvar está presente en todos y cada uno de los personajes que desfilan ante su cámara. Todos tienen algo de él. Era, obviamente, el atribulado Antonio Banderas de Dolor y gloria tanto como aquí es Tilda Swinton (la aflicción), es Julianne Moore (el consuelo) e incluso es John Turturro (el exnovio de ambas, un activista climático). Porque el manchego puede que escriba de sus dolores y sus nostalgias, pero no lo hace encerrado en una torre de marfil.
«Mi película es exactamente lo opuesto a los discursos de odio que estamos oyendo cada día», dijo en Venecia. «Yo quiero mandar un mensaje a todos esos niños sin acompañamiento que luchan por llegar a nuestras fronteras y que la ultraderecha española pretende convertir en invasores. Es algo tan delirante, tan profundamente estúpido…», añadió. «El cambio climático no es una broma. No sé cuántas demostraciones necesitamos para estar seguros de que es real», continuó. «La película habla de una mujer que agoniza en un mundo que probablemente también esté agonizando». Y para ella prepara una muerte dulce, la muerte a la que todo el mundo debería tener derecho.
Con mayor o menor fortuna, todas estas preocupaciones personales y políticas encuentran acomodo en su narración. Y el hilo que lo va cosiendo todo, en esta película y en toda su carrera, es el amor, que es la palabra con la que se pueden resumir todas las demás: mujer, cine, madre, sexo, ciudad, libros, música, color…
Como ocurre con los personajes bien construidos, la filmografía de Almodóvar (lo que equivale casi a decir la biografía de Almodóvar) ha experimentado un acentuado «arco dramático». El cineasta que empezó siendo John Waters ha ido mutando, a lo largo del tiempo, en George Cukor, Douglas Sirk, Tennessee Williams, John Cassavetes, Lorca, Bergman, Bob Fosse, Alice Munro para desembocar ahora, a sus 74 años, en el John Huston terminal, profundo y conmovedor de Dublineses. Aquel monólogo final, invocado y parafraseado aquí por Almodóvar, es otro acto de amor. Y quien comparta ese amor con él no podrá ponerle muchas pegas a La habitación de al lado.
‘La habitación de al lado’ se estrena en cines el viernes 18 de octubre.
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