Cultura
Arantxa Urretabizkaia: “Hay que desterrar la idea de que el único objetivo de los viejos y las viejas es durar”
Entrevista con la autora de 'La última casa' (Consonni), ganadora del Premio Euskadi de Literatura en Euskera 2023.
En el imaginario popular –aunque a día de hoy por desgracia se esté vinculando cada vez más con la especulación–, la compra de una casa está asociada con el futuro, con el largo plazo. Por eso puede ser que chirríe el punto de partida de La última casa, novela de Arantxa Urretabizkaia publicada por Consonni que ganó el Premio Euskadi de Literatura en euskera 2023.
En ella, una mujer mayor anda a la búsqueda de una casa en la que pasar lo que le queda. Un lugar especial, un refugio que quiere que quede perfecto para cuando entre a vivir. Pero antes de poder comprarla, tiene que resolver unos asuntos pendientes de su pasado. Una vida poco corriente, que se irá desenmarañando a ritmo de thriller, y que sirve a su autora para hablarnos de vejez fuera de la norma y de búsqueda de identidad.
La historia parte de una mujer mayor que busca una nueva casa para pasar sus últimos días. ¿Por qué unir estos dos conceptos que parecen antagónicos?
A los que escribimos en euskera nos suele lleva mucho tiempo crear novelas porque tenemos que tener otros trabajos. En mi caso, el periodismo. Iba dando vueltas a un tema y otro hasta que una amiga me contó que otra conocida estaba buscando una casa. Y empecé a tirar de ese hilo desde la ficción. ¿El motivo? Es algo que puede responder mejor un psicólogo.
La casa, que ella quiere reformar y dejar perfecta, es una metáfora perfecta para mostrar tu idea sobre la vejez.
Buscaba a una mujer que tuviera más o menos mi edad, es decir setentaitantos, y que no hubiera seguido caminos tradicionales. Que no hubiera sido madre ni abuela, que tuviera otra vejez. Me parece que hay muchas mujeres que no han seguido esos preceptos que tenemos que hacer. Buscaba por ahí.
¿Parece que la vejez está condenada a ser espera?
Parto de la constatación de que el modelo tradicional de envejecer ha desaparecido casi por completo. No tengo nada contra el que quiera seguir perpetuándolo, pero está muerto. Ahora estamos intentando crear nuevos modelos. Quiero poner el acento en que podemos elegir. Tenemos que dejar de repetir tópicos que eran válidos hace cincuenta años, pero ya no. Ese es mi punto de vista ideológico. El mensaje que la sociedad te envía es que a partir de cierta edad, el mandato es descansar. Eso sí, lejos de donde se toman las decisiones: ya sea en Peñíscola o Benidorm.
¿Por qué querías romper con ese cliché?
Porque no responde a la experiencia de vida de muchas personas que estamos en este periodo. Los viejos y las viejas de ahora no somos iguales que las de generaciones anteriores. Parece que de joven tienes que vivir y que en los últimos no tenemos más proyecto que durar. Yo no quiero existir con el objetivo de durar y descansar, y menos hacerlo lejos de donde se toman las decisiones.
Como le pasa a la protagonista, ¿encontrar un objetivo ayuda a luchar contra ello?
Hay que desterrar la idea de que el único objetivo es durar. Eso sí, desde la aceptación del envejecimiento. Como antes, que los mayores no se avergonzaban de ganar edad. Ahora es la primera vez en la historia de la humanidad que una cohorte entera pasa la frontera de los 80 años y que las formas de vida en este periodo son diferentes. Antes su misión era enseñar porque se consideraba que los viejos y las viejas no tenían nada que aprender. Pero las conferencias y los cursos universitarios están llenos de estas personas. Tenemos rastros de por dónde pueden ir los nuevos modelos de envejecimiento. Tal vez nos falte establecer un canon más claro que se desprenda de los restos de las situaciones anteriores.
Esto que dices, tiene su lado contrario en las residencias. Algo que muestras también en la novela.
No tengo claro si las personas que nos gobiernan son conscientes del cambio que se va a producir en las residencias. Ahora mismo están pensadas para personas absolutamente dóciles, pero se van a encontrar con un montón de viejas y viejos que no se van a adaptar a ello. Lo van a tener que enfocar de otra manera. No sé si lo saben, pero puede ser que de alguna manera sí porque el debate de cómo tienen que ser las residencias está ahí. No en primer plano, pero sí que está. Mi madre estuvo en una de ellas y, cuando murió, mantuve relación con sus amigas y las fui visitando. Algo que me permitió observar cómo lo afrontaban ellas y cómo lo afrontaría yo cuando no pueda valerme por mí misma. Y tengo claro que ahí va a haber cambios enormes y mejor harían las autoridades en pensárselo.
Otro tema que comparte protagonismo con la vejez es la búsqueda de identidad. La protagonista ha estado huyendo siempre y esta etapa vital es un intento de encontrarse.
Es una búsqueda de identidad, sí. Después de hablar mucho sobre el libro, he llegado a la reflexión de la importancia que damos a la apariencia. El negar el envejecimiento, como si fuera una cosa vergonzosa, y la influencia que tiene nuestro aspecto en cómo nos perciben los demás. El esfuerzo ingente que ponemos en ello, sobre todo las mujeres. Algo que queda muy claro en todos los disfraces que usa la protagonista. Ahí está la identidad y la mirada de los otros.
En el libro está contado además como un thriller. ¿Por qué?
Porque nunca lo había hecho. Como ya tengo algunas novelas, una inclinación puede ser llevarte a repetir aquello que crees que puedes hacer bien. Por ello, cuando me planteé hacer esta obra, pensé en algo que no hubiera hecho nunca. Antes te he dicho que los que escribimos en euskera tenemos otra profesión. Algo que tiene un punto negativo porque el tiempo que le puedes dedicar se limita mucho, pero también otro punto positivo: que si no sale bien y no tiene la acogida que yo quisiera, mi autoestima sufrirá, pero mi cuenta corriente seguirá igual. Eso permite mucha libertad.
¿Se podría decir que tanto el libro como la propuesta van en la misma dirección? ¿Hacer cosas nuevas y empezar aunque sea en la vejez?
No lo había visto así, pero seguramente. Esa idea tan común de que uno es rebelde de joven y, de manera irremediable, se convierte en sumiso y dócil en la vejez. Esto seguramente responderá a un porcentaje alto, pero también va cambiando. Yo quiero ser una vieja rebelde.
Algo que se lee en las calles y en la cultura. ¿Libros como Yo, vieja de Anna Freixas o los yayoflautas son un buen ejemplo?
Sí. Aquí en el País Vasco hay desde hace años un movimiento de pensionistas que se manifiestan cada día. Los admiro no solo por eso, sino porque saben lo que es defender los derechos. Una experiencia que no puede desaparecer solo porque envejeces.
Tengo 63 años, y todavia no tengo conciencia de lo que es sentirme vieja al uso, tengo problemas con mi cadera y problemas con la sanidad publica, pero no quiero que me arriconen, en un modelo social que nada tiene que ver conmigo, quiero vivir como me plazca, estudiar, compartir y participar en una sociedad que no me gusta, soy màs combativa y por ende màs feliz…hay que seguir abriendo camino, por mi, por todas!
¿Sabes que dicen abiertamente ya, sin vergüenza ni rubor alguno, lxs miserables sirvientes del capital, tal como la Christina Lagarde (ella misma se acerca a los 70) y otros «políticos» de la órbita del capital, mejor llamarles sirvientes del capital?: Que lxs viejxs nos tenemos que dar prisa en morir, que el sistema no nos puede mantener.
Y ésto lo añado yo: no es necesario que nos demos prisa nosotrxs. Ya tienen ellos medios para sacarnos de en medio. Los virus siguen a la orden del día, de momento se conforman con liberarlos en pequeña medida, quizá porque saben que con el covid hay muchísima gente «con la mosca detrás de la oreja»; pero no es para estar tranquilos ni relajados sabiéndose una en que manos estamos, en que manos está el mundo.
«Aquí en el País Vasco hay desde hace años un movimiento de pensionistas que se manifiestan cada día. Los admiro no solo por eso, sino porque saben lo que es defender los derechos».
Yo también los admiro y les expreso mi gratitud, son un ejemplo para otras Comunidades.
Soy auxiliar veterinaria, trabajé algo más de dos años en una clínica de Les Corts (Barcelona). Había un tipo de clienta que yo llamaba «las señoras hardcore» y creo que el fenómeno venía justamente de lo contrario: de haber sido dóciles con su marido, con sus hijos y, ahora, quizás ya viudas y sin los hijos en casa se habían vuelto rebeldes. Una especie de «ya era hora, ahora me toca a mí». No admitían un no por respuesta y todo era para ya; me las liaban pardas pero mi visión sobre su rebeldía me ayudaba a aceptarlas así. Efectivamente, si es un signo del cambio de los tiempos, que se prepare la sociedad que vamos a dar mucha guerra.