Opinión
Reducir la jornada para que la vida no se nos lleve
"A mí, si me preguntan, me da igual la productividad. Yo quiero que todas trabajemos menos para poder ver a nuestras amigas. Para hacer de salvavidas y animarlas a sentir el dolor y protegerlas del sufrimiento", escribe Cristina García Rodríguez
Hace unos meses tuve un dolor emocional muy fuerte. De esos que nos atraviesan a todas en algún momento de la vida. De los que hacen que se pare el tiempo. Un dolor del que todas nos recomponemos, pero no por cotidiano lo hace menos desgarrador.
Ya nos han dicho las terapias y toda la pedagogía de Instagram que para recomponerse del dolor hay que sentirlo. Y sentirlo es tremendo. “Deja que pase la emoción”, te recomiendan. Pero abrirle paso al dolor para que, paradójicamente, él mismo se lo lleve, a veces se siente como una apisonadora, como que no solo es él quien va a desaparecer, sino que va a llevárselo todo consigo. Te levantas y no quieres comer. Otras veces una tarea como la ducha se te hace un mundo. Limpiar es como escalar una montaña. “Deja que pase la emoción”, “para recomponerse del dolor hay que sentirlo”. Y para poder sentirlo tenemos que estar cuidadas. No podemos hacerlo en soledad.
Todas conocemos historias de personas que después de un dolor no volvieron a ser las mismas. Se quedaron en una especie de limbo en la tierra que les hizo desaparecer, al menos tal y como todas la recordábamos. Yo me he sentido así un tiempo. Ahora, después de dos meses, estoy bien. Le he abierto la puerta al dolor para que pudiera curarse, pero hubiera sido imposible hacerlo sola.
He tenido amigas que me han hecho la comida cuando levantarme del sofá se me hacía imposible. Mi hermano me ha sacado la basura cuando solo podía llorar. Me han leído en la cama hasta quedarme dormida. Me han puesto un true crime para desconectar. También me han hecho reír después de estar una hora y media llorando. Amigas que parece que nunca tienen hueco salieron corriendo para tomar un café y charlar. También me han llevado a la compra, como otras tantas veces. Me secuestraron para irme a la playa y se quedaron en silencio a mi lado cuando yo no podía parar de llorar. Otros días me tocaron el pelo hasta que se me cayó la baba, agotada después de jadear desconsolada.
Los dolores cotidianos pueden hacernos perder la vida si los pasamos solas, si nadie tiene tiempo para cuidar. A este tipo de males, la escritora Joan Didion los definió como oleadas. Estás tranquila y de repente la tristeza, la nostalgia y el dolor te embriagan. Es como si te dieran la vuelta y tú no te enteraras hasta que estuvieras viendo el suelo contra el que te vas a estampar. Por eso siempre hay que estar acompañada cuando se tiene un dolor, porque nunca sabes cuándo va a subir la marea y vas a necesitar esa mano que te recuerde que todo va a volver a la normalidad.
He tenido suerte de que mi dolor se alineara, perfectamente disciplinado, con las vacaciones de verano, porque supuso que muchas de las personas que me han cuidado tuvieran total disponibilidad para mí y mi fragilidad. Ahora todas han vuelto al trabajo y me piden disculpas. Querrían estar más cerca, pero la vida, el capitalismo y los horarios no les dejan estar tanto como les gustaría. Llegó septiembre y ya no hay tiempo para cuidar.
Estamos viviendo un momento en el que se debate sobre si tenemos derecho o no a trabajar media hora más a la semana. Si tiene sentido seguir trabajando lo mismo que hace 40 años. Hay una mesa de diálogo social que pelea por la reducción de la jornada. En ella, un grupo de señores que viven del dolor de los demás están bloqueando su ejecución. Y no hacemos más que inventarnos marcos argumentativos para tratar de convencerles de lo que nos corresponde por derecho, por nuestro derecho a vivir la vida.
A mí, si me preguntan, me da igual la productividad. Yo quiero que todas trabajemos menos para poder ver a nuestras amigas. Para reírme con ellas si les ha pasado algo que merezca la pena, para abrazar a sus hijos, para ayudarlas a cuidarlos. Para comer con mi madre, para pasear con mi tía abuela. Para abrazarlas cuando estén tristes y que así el dolor no se las lleve. Para hacer de salvavidas y animarlas a sentir el dolor y protegerlas del sufrimiento.
Queremos tiempo de vida porque, sencillamente, queremos vivirla.
*Cristina García es periodista y actualmente trabaja en Comunicación de CCOO
A tí te da igual la productividad, Cristina; pero el sistema capitalista al que estamos sometidos vive de la explotación del ser humano y exige productividad, productividad y productividad.
Los políticos de este sistema son sirvientes del capital, el capital no toleraría gobiernos enemigos. Ni siquiera los tolera en otros países, por ejemplo en Cuba, donde a pesar de ponerles la vida difícil no han conseguido doblegarla.
Dentro del mal periodo que has vivido, tienes muchísima suerte al contar con tantas y buenas amistades. Así debería ser, cuidarnos unos a otros y cooperar en el bienestar común los cuatro días que vivimos y que no nos vamos a llevar nada; pero la codicia y la falta de sabiduría se imponen sobre los valores y la sensatez.