Crónicas | Internacional
De Líbano a Gaza, cuatro décadas de torturas israelíes
El Ejército hebreo retiene desde hace casi un año a miles de gazatíes en agujeros negros en los que impide la supervisión de observadores externos, algo que ya ocurrió en las cárceles ilegales que Israel abrió en Líbano durante la ocupación del sur del país.
Este reportaje se ha publicado originalmente en la revista #LaMarea102. Puedes conseguirla aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.
BEIRUT (LÍBANO) // Mohamed Safa se pasó 100 días escribiendo notas a escondidas porque le iba la vida en ello. Se las metía por dentro de la ropa, sufriendo por no perderlas. Era el verano de 1982 y este profesor de un colegio público de Beirut tenía 29 años cuando los soldados israelíes lo detuvieron mientras visitaba Bourj Rahal, su pueblo en el sur de Líbano: «Nos reunieron en la plaza y nos subieron en autobuses». Lo encarcelaron en el centro de detención que el Ejército israelí levantó en Ansar, un municipio libanés. «Éramos 15.000 presos», asegura Safa. Cada vez que los israelíes miraban hacia otro lado, él registraba todo lo que sucedía a su alrededor.
El mismo día que lo liberaron se puso a escribir un libro. El primero de muchos. Safa ha dedicado su vida a denunciar los abusos que la ocupación israelí provocó en Líbano. Él tuvo suerte. En Ansar hubo malos tratos, miedo y hambre: «Pero lo más cruel del mundo eran las torturas en la cárcel de Khiam».
«Fuera del mundo»
El territorio se encontraba en plena guerra civil libanesa. Multitud de milicias con visiones distintas de Líbano y del mundo se mantuvieron enfrentadas durante 15 años. Las hostilidades entre grupos cristianos libaneses y grupos palestinos, que utilizaban Líbano como plataforma para plantear la lucha armada contra Israel, había sido una de las tensiones que había llevado al conflicto.
En junio de 1982, las tropas israelíes lanzaron la ocupación militar de la mitad sur de Líbano con el objetivo oficial de expulsar de la zona a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Desde la perspectiva israelí, indica Safa, todo el mundo era parte de la «resistencia palestina». Los hebreos fracturaron el territorio con checkpoints, invadieron los municipios con asiduidad y en 1985, sobre lo que antes fue un cuartel del Ejército francés, abrieron la cárcel de Khiam.
Hacib Abdel Hamid, de 59 años, fue detenido a los 18, cuando estudiaba Magisterio. Estuvo encarcelado en Khiam durante cuatro años. Abdel Hamid y Safa dicen que los israelíes tenían miedo de los maestros por la influencia que tienen sobre los alumnos. «La tortura empezaba con descargas eléctricas», relata Abdel Hamid. «Me colgaban del techo atándome con cables. Los dos primeros meses fueron los más duros. Después daban paso a la tortura psicológica». Abdel Hamid estuvo «fuera del mundo» durante todo el tiempo que estuvo en prisión. Los carceleros no permitían visitas de familias, observadores, periodistas o médicos.
Abdel Hamid sabía que sus torturadores eran libaneses. Israel entrenaba y financiaba al Ejército del Sur de Líbano, una de las milicias cristianas incómodas con la presencia palestina en el país. El Shin Bet, la agencia interior de la inteligencia israelí, instruía los milicianos cristianos con técnicas de tortura e interrogatorio. «Los israelíes venían a Khiam cada pocos días –indica Abdel Hamid–. Lo sabían todo».
Torturas documentadas
El Shin Bet dio la razón a Abdel Hamid en 2022. Una petición presentada ante el Tribunal Supremo del país forzó la revelación de documentos sobre la implicación de Israel en Khiam. Estos archivos documentan en tiempo real casos de electrocución, detención, inanición, denegación de tratamiento médico e interrogatorios a mujeres por parte de hombres. También el uso de dispositivos para electrocutar órganos sensibles –orejas, lengua, genitales–, o confinamientos en el «gallinero» –espacios de medio metro cuadrado y 70 centímetros de altura– . Por falta de celdas sanitarias, a menudo tenían que defecar sobre su propio cuerpo, lo que les provocaba enfermedades dermatológicas. En ocasiones, se tuvieron que practicar amputaciones.
Eitay Mack, el abogado israelí que presentó la petición ante el Tribunal Supremo, destaca que los dirigentes israelíes se plantearon el «problema jurídico» de tener una cárcel gestionada por Israel en Líbano. «Construyeron una estructura legal que separaba Israel de Khiam», explica Mack a La Marea. «La primera ronda de interrogatorios la hacían los milicianos del Ejército del Sur de Líbano. Ellos cometían las torturas bajo las directrices de un mentor israelí. Si el prisionero podía ser del interés de Israel, se le desplazaba a otra investigación del Shin Bet».
Por Khiam pasaron unas 5.000 personas. La mayoría libanesas, otras palestinas, y al menos 500 mujeres. Se sospecha que llegó a haber fallecimientos bajo tortura. Israel puso fin a la ocupación del sur de Líbano el 25 de mayo de 2000. Dos días antes, miles de libaneses subieron las colinas de Khiam y asaltaron la cárcel para liberar a los últimos 144 presos. «La alegría por el cierre de Khiam fue aún mayor que la alegría por la liberación del sur», dice Abdel Hamid sobre la salida hebrea de Líbano. «En mi pueblo vimos un autobús que trasladaba a los últimos prisioneros liberados. Yo les conocía. Frenamos el vehículo y empezamos a darles besos».
Se cree que algunos de los detenidos libaneses que el Shin Bet se llevó a Israel jamás regresaron. Otros libaneses salieron de Khiam hacia Israel por decisión propia. Con la retirada israelí de Líbano, decenas de milicianos del Ejército del Sur, incluyendo al comandante general Antoine Lahad, decidieron reconstruir sus vidas en Israel ante el miedo de no sobrevivir a la venganza de sus enemigos.
La cárcel se convirtió en un museo. En 2006, durante la guerra entre la milicia libanesa Hizbulá e Israel, las tropas israelíes lo bombardearon. Khiam representa el mal que la ocupación israelí provocó hace unos años, pero también la amenaza que sobrevuela Líbano de nuevo. Desde octubre, las hostilidades que Hizbulá dice lanzar contra Israel «en solidaridad» con Gaza ponen el territorio en riesgo de ser arrastrado a una guerra abierta. Al mismo tiempo, Khiam da pistas de lo que podría estar pasando en los centros de detención en los que Israel encarcela a quienes detiene hoy en la Franja de Gaza.
Palizas como venganza
Como Khiam, los centros en los que Israel ha encarcelado a miles de gazatíes son agujeros negros fuera del alcance de los observadores externos. Sde Teiman, Anatot y Ofer son bases militares que tenían que ser un simple alto en el camino entre Gaza y el sistema de cárceles de Israel, pero los soldados hebreos las han reconvertido en centros de detención dudosamente legales incluso según el derecho israelí. Según Eitay Mack, los soldados a cargo de esas bases «desconocen los protocolos del sistema penitenciario oficial y son de rango bajo». «El riesgo de que abusen de su poder y cometan torturas es evidente», concluye.
Testimonios y supervivientes denuncian descargas eléctricas, sodomía, extremidades amputadas, utilización de perros contra los reclusos o negación de comida. Informantes de la CNN aseguran desde el interior de estos centros que «las palizas no se hacen para recabar información, sino como venganza contra todos los palestinos tras los ataques de Hamás del 7 de octubre».
En agosto se filtraron imágenes de la agresión sexual de un grupo de soldados israelíes a un preso palestino en Sde Teiman, en medio del desierto del Negev. Los uniformados le introdujeron al prisionero un teléfono móvil por el recto, causándole daños internos. Le tuvieron que retirar el teléfono en un quirófano. Numerosos supervivientes alertan de que este tipo de agresiones, así como golpear los genitales con herramientas de metal, son habituales. Algunos canales de televisión en Israel han debatido si violar presos palestinos es aceptable. El Canal 14 invitó al plató a uno de los soldados que cometió la violación. «El pueblo de Israel sabe cómo levantarse cuando tiene que hacerlo», dijo con el rostro tapado por un pasamontañas.
Más allá del bien y del mal
Las imágenes tomadas en Gaza desde octubre sugieren detenciones masivas e indiscriminadas. En ellas se ven centenares de personas en ropa interior o desnudas, con números pintados en sus espaldas, con las extremidades atadas y los ojos vendados. Israel afirma que son miembros de Hamás, pero muchos gazatíes dicen haber identificado entre los detenidos a parientes y conocidos sin vinculación alguna con la milicia. Igualmente, hombres en edad militar aseguran haber sido capturados mientras se desplazaban con sus familiares a zonas supuestamente seguras. En agosto, el Tribunal Supremo forzó al Estado israelí a declarar públicamente cuántos de los presos en Sde Teiman eran miembros de Hamás. La respuesta: 28 de 1.000.
Addameer, grupo en defensa de los derechos de los presos palestinos, estima que 38 detenidos en Gaza desde octubre habrían muerto bajo torturas israelíes (60, contando a los detenidos en Cisjordania), pero advierten de que «la falta de transparencia» impide saber si la cifra es mayor. Israel ha negado la existencia de tratos abusivos y ha anunciado que abrirá investigaciones internas. Pero los abusos contra la población palestina no tienen recorrido en su sistema judicial. El 99% de las investigaciones se cierra sin comportar repercusiones. «Es sistemático», denuncia Jenna Abuhasna, de Addameer. «No hay rendición de cuentas porque el único sistema judicial al que podemos acudir es el israelí, y en la mayoría de casos son tribunales militares».
Itamar Ben Gvir, ministro de Seguridad Nacional que defiende la pena de muerte contra presos palestinos acusados de terrorismo, justificó el empeoramiento de las condiciones en las cárceles como una «política de disuasión» tras los ataques de Hamás. Tras entrevistar a decenas de palestinos liberados de las cárceles desde octubre, la ONG israelí B’Tselem concluye que las prisiones del país –también las regulares– son una «red de centros de tortura». Desde 1967, Israel habría encarcelado 800.000 palestinos en Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este. Supone el 20% de toda la población palestina y el 40% de los hombres. «Es una herramienta del apartheid israelí para preservar la supremacía judía», describe esta organización pro derechos humanos.
La incapacidad de encontrar justicia en las cortes israelíes hace que Mack, Addameer o B’TSelem tengan su última esperanza en la justicia universal. Pero la correlación de fuerzas a nivel mundial no invita al optimismo. La inteligencia israelí ya ha amenazado los fiscales del Tribunal Penal Internacional en el pasado para que se abstengan de investigar supuestos crímenes israelíes en los Territorios Palestinos. Y el Congreso de Estados Unidos aplaude a Benjamin Netanyahu, con más de 40.000 muertos a sus espaldas.
Irán, no tiene derecho a defenderse?
Las condenas y la ruptura de relaciones con Israel brillan por su ausencia.
La presidenta de la Comisión Europea, la corrupta von der Leyen, condenó con energía la defensa que hizo Irán lanzando misiles contra Israel; pero unas horas antes, cuando Israel con el apoyo imprescindible de EEUU entró en territorio libanés, guardó un cómplice silencio.
El mismo que guardó cuando la tropa de Netanyahu asesinó población civil y militares iraníes en distintos países.
Nada nuevo. El capitalismo y sus gestores apoyando a los nazis en Ucrania y al sionismo en Oriente Próximo.
La UE ordena a sus secuaces reprimir a los que osen defender a la resistencia armada palestina o apelen al derecho más que legítimo a responder desde Irán.
(Insurgente Org)
La justicia universal está sometida a los países más poderosos, a los amos del mundo.
Sólo los pueblos despiertos, con valores y luchadores podemos cambiar la trayectoria del mundo; pero hoy no se dan esas condiciones.
Estamos adormecidos, desinformados, manipulados, faltos de valores y de valor.