Opinión
La emergencia de la ultraderecha
Para Yayo Herrero sólo hay dos formas de abordar la contradicción capital-vida: «O se recorta por el lado de la vida o se apunta a una transición ecosocial justa basada en la suficiencia, la redistribución y la garantía de la vida decente para todas las personas».
Este artículo se publicó originalmente en la revista #LaMarea102. Puedes conseguirla aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.
Para comprender la fuerza con la que ha emergido la ultraderecha al final de este primer cuarto del siglo XXI es preciso reconocer en toda su gravedad la naturaleza ecosocial de la crisis que atravesamos. Una policrisis en la que la dimensión ecológica se relaciona con las crisis económicas, el empobrecimiento, la expulsión de personas de sus territorios y las guerras.
La contradicción entre el capital y la vida que los ecofeminismos denuncian desde hace decenios se expresa de forma cada vez más violenta. El decrecimiento de la materialidad de la economía no es tanto una opción ética como una necesidad. Se sostiene en datos. Atajar el calentamiento global requeriría dejar de quemar combustibles fósiles, contraer la escala de la actividad pesquera, de la ganadería industrial, de los extractivismos energéticos, minerales o hídricos, reducir el regadío en zonas de secano… Todas esas actividades, además, son penalizadas a escala global —y de forma más intensa en unos territorios que en otros— por el declive de la disponibilidad de recursos fósiles y minerales.
La cuestión es cómo se aborda la contradicción capital-vida. Grosso modo, hay dos formas de hacerlo. O se recorta por el lado de la vida o se apunta a una transición ecosocial justa basada en la suficiencia, la redistribución y la garantía de la vida decente para todas las personas. Para hacer este segundo camino, no hay atajos. Se requiere una transformación colosal que algunos sectores dan por perdida de antemano, aunque, en realidad, no se haya intentado. Esa es mi opción.
Si prima la primera, la crisis ecosocial se gestiona con lógicas capitalistas. Quien puede pagar, merece lo que desea y quien no, se aguanta sin lo que necesita, ya sea vivienda, luz o alimentos suficientes y de calidad. Bajo esta lógica, parte de la población es tratada como humanidad sobrante. Ello exige construir una visión deshumanizada de aquellas personas a las que se quiere excluir.
La ultraderecha subhumaniza de forma explícita. Su auge es una reacción distópica a la crisis ecosocial y al decrecimiento material global. Algunas de las profundas fuerzas estructurantes de la sociedad (culturales y mediáticas, económicas y políticas) están desplazándose hacia ese polo. Cuanto peor se percibe o se imagina la crisis, mayor es el atractivo de los chivos expiatorios. El fascismo del siglo XXI es una propuesta capitalista de reorganización material y política que se realiza desde visiones racistas, misóginas y coloniales. El punitivismo y la represión constituyen el principio de precaución contra la aparición de las resistencias que, sin duda, surgen y crecerán.
Ultraderecha contagiosa
El problema es que las izquierdas y las visiones de derecha algo más moderadas están siendo arrastradas hacia ese terreno político oscuro. Los gobiernos progresistas se enfrentan a la contradicción entre el realismo de favorecer la acumulación en sus territorios y la necesidad de conseguir legitimidad política. Bajo esa tensión surgen políticas desconcertantes y contradictorias en los discursos, los programas de gobierno y las decisiones. Las crisis de legitimidad son cada vez más intensas. La retórica del mal menor se hace constante y, en un contexto de malestar y decepción, desmoviliza y paraliza.
No existen, a mi juicio, vías sólidas alternativas para expresar la frustración y el enfado que existe, y desde buena parte de los sectores de la izquierda se niega este malestar y se regaña a quien no tiene un talante positivo e ilusionado. Falta organización, reflexión compartida y espacios que permitan analizar, más allá de los laboratorios cerrados de las cúpulas, qué falla en las estrategias que se anunciaron tantas veces como ganadoras. No existe hoy una izquierda organizada y con un proyecto alternativo al capitalismo.
El resultado es una tendencia a la fascistización. Las sociedades se adentran en un terreno resbaladizo, los gobiernos no atajan la cuestión central (el conflicto entre el capitalismo y las condiciones de vida en un contexto de contracción material) y le allanan el camino al fascismo. Los fascismos del siglo XXI se convierten en el refugio para los desahuciados políticos.
El poder mediático y el derecho como instrumento político se encargan de quitar de en medio a quienes puedan ser vistos como potenciales problemas.
Emerge un estado policial global que profundiza los sistemas de control social y de represión. La criminalización de la protesta se está cebando, también y cada vez con más fuerza, con los grupos ecologistas. En su Memoria de 2023, la Fiscalía General del Estado incluyó al ecologismo radical dentro del apartado de «terrorismo». Aunque posteriormente se rectificó, es síntoma de un ambiente de amenaza y estigma que se extiende.
El futuro trae conflicto. No es posible sacudirse la ira, el miedo y la decepción si no es canalizando estos sentimientos hacia lo que pone en peligro la sostenibilidad de la vida digna, si no es conectándolos con una cultura política del apoyo mutuo y con la pertenencia a la trama de la vida. La agenda ecológica y social son la misma.
Tal vez ha hecho más por el fascismo emergente un año de confinamiento que todas las ultraderechas juntas.
Los gobiernos de la órbita del capital son meros criados del capital. Hoy se ve más claro que nunca. No se puede confiar en ellos y, lo peor, falta nobleza y lealtad también entre los seres humanos en general. Y no todas las personas que se dicen de izquierdas militan por convicción, esa es la experiencia que yo tengo y que te aparta y te desanima, aunque ni he dejado ni dejaré de luchar por mi cuenta.
Lúcido artículo de Yayo Herrero, como siempre.