Opinión
La bota que nos presiona
"La sorpresa vendrá (porque llegará) cuando descubramos que la bota que nos presiona y hace la vida imposible no es la del migrante, pues ellos vienen descalzos", reflexiona Marc Cabanilles.
“Si no pasa nada, tendremos que hacer algo para remediarlo: inventar la realidad”.
Reconozco que en estos tiempos, escribir sobre migración implica asumir el “riesgo” de recibir afiladas críticas y descalificaciones, no ya del hipócrita y deshumanizado entorno político, sino de una gran parte de la población, que ante la impotencia de enfrentarse a quienes de verdad nos están fastidiando la vida, se revuelven contra la parte más débil, el migrante.
Pero hay que asumir ese riesgo porque, de lo contrario, si empezamos a buscar excusas para no hablar, no investigar, no opinar, no escribir, estamos cediendo a las pretensiones de quienes, desde variadas tribunas, nos quieren hacer creer que lo más cómodo, lo mejor para una vida tranquila, es no actuar, pasar desapercibido, que no se note nuestra presencia; es mirar pero no ver, oír pero no escuchar, en definitiva, “no meterse en política” como durante lustros nos hizo creer la dictadura franquista.
De nada sirve aportar datos de personas solventes, como el director general de Economía del Banco de España, asegurando que en los próximos 30 años harán falta 24 millones de trabajadores migrantes para mantener la relación entre trabajadores y pensionistas y, así, poder sostener el actual sistema de pensiones.
De nada sirve constatar que el Régimen de Libre Circulación de la Unión Europea supone el 60% de los casos, mientras que sólo el 40% restantes se rige por el Régimen General de Extranjería.
De nada sirve explicar que migración y delincuencia no guardan ninguna relación, como lo demostró el Instituto Nacional de Estadística, que a la par que detectaba un incremento exponencial de la población inmigrante, llegando a representar un 10% del total de la población, constató una ligera disminución de la delincuencia.
Frente a quienes dicen que a los inmigrantes se les regala todo, de nada sirve comprobar que de los beneficiarios del Ingreso Mínimo Vital, sólo el 17% son inmigrantes, que, además de cumplir las condiciones exigidas, han de tener residencia legal con al menos un año anterior a la solicitud.
No tanto del empresariado, que sabe de la exactitud de esos datos y reconoce la necesidad de mano de obra, pero sí desde la política, mayormente de derechas o fascista, no paran de generar una cantidad ingente de noticias falsas, repetidas machaconamente desde medios afines y por las redes, culpando a inmigrantes de enriquecerse con las subvenciones, de tener hijos para cobrar, de “vivir del Estado”, además de “okupar” viviendas, de violar mujeres, de perpetrar robos… No han cambiado mucho las cosas, pues a los emigrantes españoles en Francia o Alemania, durante la posguerra, ya se les acusaba de cosas parecidas.
Todo este trabajo subterráneo indecente, toda esta propaganda fascista (y, por tanto, falsa y sucia), es una de las variadas causas del repentino y poderoso resurgir de tanto partido nazi o ultranacionalista.
Preferimos ignorar la enorme cantidad de vergüenzas escondidas bajo la supuesta “civilización” occidental, mirando hacia otro lado ante las violaciones de derechos humanos que suponen los mecanismos de control frente a ciertas poblaciones.
Nos olvidamos del dolor y sufrimiento en que se ha basado (y todavía se basa) la prosperidad de Europa, presta y rauda en pagar a matones a sueldo (Marruecos, Turquía, Túnez, Mauritania,…) para garantizar nuestra tranquilidad. Tranquilidad comprada al precio de ignorar la suerte de miles de seres humanos cuyo delito es huir de la miseria o de guerras, muchas de ellas auspiciadas por intereses europeos. El discurso de la universalidad de los derechos humanos sólo sirve para quienes poseen la ciudadanía “civilizada”, no para los sin papeles “salvajes”, de tez oscura o morena. Total, si soy yo el que redacto las leyes, qué más da si me las salto.
Exagerado, dirán algunos. Ninguna exageración si analizamos los antecedentes.
La esclavitud fue un producto netamente europeo. Siglos y siglos de comerciar con millones de seres humanos, tratándolos como animales para enriquecer a reyes y nobles (oro, plata, algodón, azúcar, maíz, madera,…), productos que en poco o nada beneficiaron a la empobrecida población de los países receptores, que aun así, prefirió ignorar lo que sucedía y disfrutar de las migajas.
El colonialismo fue otro producto netamente europeo, ejerciendo la ocupación y esquilmación de recursos de otros países, mediante la fuerza, la imposición de gobernantes foráneos, y la aplicación de una legislación y cultura al servicio del país colonizador.
No sé el mecanismo cerebral por el que llegamos a creer que el gran problema que tenemos es la llegada de migrantes, sean legales o ilegales, máxime cuando cada día vemos que estos migrantes se ocupan de nuestros mayores y menores, a los que ya no podemos atender porque nos lo impide el frenético ritmo de vida que llevamos para mantener este bienestar ficticio. Cuando sabemos que los migrantes son los que recogen unas cosechas de cuyos precios ruinosos sólo nos falta culparlos también. Cuando vemos cada día que, a pleno sol, son migrantes la mayoría de trabajadores en la construcción de viviendas y en las obras públicas.
Si no fuera por la seriedad del problema, causaría risa el hecho de considerar que el gran problema que tenemos en nuestros pueblos y ciudades es la llegada de migrantes.
Como si nada tuvieran que ver, ni afectara a nuestras vidas, que las decisiones políticas se tomen por unos pocos, en beneficio de los poderes económicos y financieros. O que la especulación financiera de grandes fondos de inversión y un turismo desbocado parece no molestar tanto, aunque sean la causa de los salvajes aumentos de precios en viviendas y alquileres.
O que las políticas neocolonialistas y geoestratégicas, que nos arrastran a guerras sin sentido, causando empobrecimiento, aumento de migrantes, y hasta genocidios televisados, parece que tampoco nos afecta.
Ahora resulta que el problema, nuestro gran problema, es el migrante. Mucha de estas personas no hablan el idioma del país al que llegan, no tienen papeles, sólo buscan trabajo y gozan de los mismos derechos básicos que hemos gozado nosotros durante décadas, derechos que, con una mezcla de frialdad, indiferencia y no menos estupidez, decimos que nos están quitando, cuando en realidad los estamos perdiendo por nuestra pasividad y resignación. En realidad, la irregularidad de su situación aumenta su vulnerabilidad, cosa aprovechada por desalmados para la explotación y trata de personas, especialmente mujeres.
Algunos, con más buena voluntad que acierto, dicen que aquí (aquí es el mundo occidental), no caben todos. No caben los 56.852 migrantes ilegales que llegaron en 2023, pero sí caben los 85,1 millones de turistas llegados ese mismo año (90 millones previstos para 2024). Esa afirmación es producto de una latente aporofobia (rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre, hacia el desamparado), producto de pensar “sólo en nosotros”, de priorizar el bienestar frente a lo correcto, consecuencia de ver la migración como un problema en vez de como una oportunidad, implementando los mecanismos adecuados para que esa inmigración deje de ser irregular, masiva y controlada por mafias.
Mecanismos que contemplen el dejar de esquilmar territorios y poblaciones. Que contemplen un comercio justo entre países. Que contemplen el abandonar las tácticas de fomentar y agitar conflictos tribales. Que contemplen el abandono de sobornos a gobernantes para que hagan la vista gorda ante la actuación de empresas multinacionales. Mecanismos que hagan énfasis en desmantelar las redes criminales que trafican con personas en vez de perseguir al migrante. Mecanismos que insistan y faciliten a quienes desean migrar, vías legales, seguras y dignas de migración. Mecanismos de cooperación que, mediante educación y proyectos, faciliten que migrar sea una elección y no una necesidad.
En definitiva, aprovechar el potencial que las personas migrantes tienen de contribuir al desarrollo, facilitando las interacciones culturales, viendo la migración como fuente de grandes beneficios en forma de capacidad, fuerza de trabajo, inversión y diversidad cultural, entre otros.
Continuar e insistir en acciones de contención, maltrato, negación del derecho de asilo, expulsiones arbitrarias en las fronteras y ahogamientos en el mar no es la solución porque, aparte de lo injusto, nada de eso detendrá el flujo migratorio.
Vemos que el mundo se nos cae a trozos, se incendia delante de nuestros ojos sin saber muy bien qué es lo que queremos salvar de la quema, y cuanto peor está la situación, más desorientadas y perdidas estamos las personas, más nos decantamos por la competencia en vez de la cooperación, más nos refugiamos en el consumo, más nos sumergimos en una banalidad que nos paraliza y, a falta de una inteligencia natural, nos embelesa una inteligencia artificial que no controlamos, y todo ello sólo puede tener una consecuencia, que predomine la oscuridad y que desaparezca la convivencia, disminuya el conocimiento y sálvese quien pueda.
La sorpresa vendrá (porque llegará) cuando descubramos que la bota que nos presiona y hace la vida imposible no es la del migrante, pues ellos vienen descalzos.
Marc Cabanilles. Ateneo Libertario Al Margen de València.
Carmen, desde pequeños se nos educa en que no hay alternativa a esta forma de vivir, de organizarse, de relacionarse, de producir.
Y claro, si no hay alternativa, ¿Para qué luchar ?
¿Para qué intentar cambiar las cosas, si lo que tenemos no tiene alternativa?
En fin, tendremos que seguir en la brecha, insistiendo hasta donde haga falta.
Un abrazo
El mundo se nos cae a trozos a los de abajo que no hemos sabido luchar por nuestros derechos y libertades.
Las últimas generaciones están «formadas» por el capitalismo, no han conocido otra cosa.
A los gangsters amos del mundo esta situación anestésica de la sociedad les reporta más ganancias que nunca.
Y como un dócil rebaño camino del matadero seguimos dormitando.