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¡Centros de Crisis 24 horas ya! ¿Dónde han ido a parar los fondos europeos?

"Lo gravísimo y deleznable de todo esto es que las víctimas agredidas sexualmente continúan transitando en la oscuridad, ante la falta de una diligencia institucional escorada en un silencio insultante para las mujeres", reflexiona Bárbara Tardón.

El Centro de Crisis de Agresiones Sexuales de Asturias fue uno de los pioneros en España. CEDIDA

En 1974 dos activistas feministas afroamericanas y ex panteras negras coordinaron el primer Centro de Crisis y atención especializada para las víctimas de violencia sexual de los EEUU. Se llamaban Nkenge Touré y Loretta Ross. Mientras ellas y sus compañeras, remando a contracorriente, sacaban adelante el servicio en Washington D.C. que aún hoy sigue en funcionamiento,  varias feministas a lo largo de diferentes Estados se volcaron en ofrecer espacios seguros y confidenciales a las mujeres que habían sido agredidas sexualmente por sus maridos, novios, compañeros de trabajo, desconocidos, profesores, y esa interminable lista de agresores que reconocemos todas sin temblarnos la voz. Ellas sabían que no eran monstruos, que eran los hombres corrientes de siempre

En España, para desgracia de las supervivientes y de todas las mujeres, los Centros de Crisis 24 horas no serían una realidad hasta 2019, consagrados como un derecho en 2022. 

Décadas antes, en 1970, al otro lado de la ciudad de Washington, Jackie McMillen y un equipo de activistas feministas trenzaron un camino de esperanza, abriendo en su pequeño apartamento la primera línea telefónica de atención 24 horas a las víctimas y supervivientes de violencia sexual, dirigida a todas las mujeres que habían tenido que lidiar durante siglos y décadas con la vergüenza, el descrédito y el dolor que implicaba reconocer que quien te tenía que amar, te estaba violando

Ellas sabían, de primera mano, que si te iban agredir, a tocar sin consentimiento o a joderte la vida por violarte desde pequeña, lo harían a cualquier hora del día. Por eso pensaron y actuaron magistralmente, conscientes de que la atención tenía que ser 24 horas, los 365 días del año, bajo premisas incuestionables, reconocidas por todas las feministas: creer el relato de la superviviente, acompañarla sin juzgarla y ofrecerle la ayuda que ella solicita

Por fin, y gracias a los grupos de autoconciencia feminista, todo dio un vuelco. Esto ya no continuaría en silencio, esto iba de gritarle al sistema judicial, a la policía y la clase médica que nunca más iban a permitir que no se las creyera. Los centros de crisis de los años 70 transformarían para siempre la forma de contar lo que el entramado patriarcal había ocultado. Por eso, en muchos países siguen en funcionamiento desde hace 50 años. De hecho, hace unos meses, las amigas del Centro de Crisis de Santa Bárbara (California) han logrado celebrar el 50 aniversario del suyo. Las admiro por seguir ahí sin descanso, a pesar de trumpismos, negacionismos y recortes en las administraciones públicas, también liderados por el partido demócrata. 

Un derecho con la ‘Ley del Sí es Sí

Aunque nos parezca sorprendente, en nuestro país, hasta la aprobación de la Ley Orgánica 10/2022, de 6 de septiembre, de garantía integral de la libertad sexual -conocida como Ley del Sí es Sí-, el derecho humano a la asistencia especializada (psicológica, jurídica y social) no estaba aún consagrado ni reconocido en ninguna norma estatal. El artículo 35 de la ley (al que a veces le rindo pleitesía) así lo establece. Porque, a efectos legislativos y de políticas públicas estatales, hasta octubre de 2022 en nuestro país sólo eran reconocidas como víctimas de violencia machista las mujeres que había enfrentado violencia en la pareja o expareja

Es más, hasta 2019, es decir, cuarenta años después de la apertura del primer centro de crisis de la historia, pocas asociaciones feministas en escasos territorios podían ofrecer acompañamiento especializado a las supervivientes. Desgraciadamente, algunas de ellas, ahogadas por los recortes, llegaron a desaparecer, como sucedió con la histórica asociación CAVAS en Madrid. Otras, siguen ahí, al pie del cañón. 

En 2020, el mismo año en el que la COVID nos arrasó, el primer Centro de Crisis 24 horas para mujeres y jóvenes víctimas de violencias sexuales abrió sus puertas en Madrid gracias a la exconcejala Celia Meyer y a la exdirectora y jurista María Naredo. Dos años después, Asturias abrió el segundo Centro de Crisis, gracias a la determinación de la exdirectora Nuria Varela. Y entonces, ese mismo año, en plena pandemia y antes incluso de que se aprobara la Ley del Sí es Sí, el Ministerio de Igualdad, siguiendo instrucciones de su ministra, Irene Montero, decidió impulsar en todas las provincias de este país la apertura de 53 centros de crisis y atención especializadas a las violencias sexuales (24 horas, los 365 días del año), a través de los fondos europeos Next Generation.

En esos días yo era asesora del Ministerio de Igualdad, y ahora reflexiono sobre cómo fuimos capaces de conseguir formular la propuesta de Europa confinadas en nuestros pisos, a una velocidad de vértigo (durante días y noches). Eso sí, imposible sin el trabajo de las estupendas funcionarias del ministerio. Para nuestra sorpresa y alegría, semanas después Europa aceptó el proyecto, y sin un solo “pero” nos aprobaron la inversión de 66 millones de euros para transferir a todas las CCAA. Por fin se podría así impulsar el derecho humano a la atención especializada en violencias sexuales a las mujeres adultas y jóvenes de todos los territorios, las 24 horas del día, los 365 días del año.

Desidia institucional

Y entonces, todo esto tan idílico, bonito y casi épico que he relatado en las líneas previas comenzó a ensombrecerse cuando el poder del patriarcado, el de la cultura de la violación, y el de algunos responsables institucionales de carne y hueso decidieron seguir sin poner los medios para que los Centros de Crisis 24 horas estuvieran en funcionamiento. Ojo, sin olvidar la vergonzosa desidia de algunas instituciones públicas y gobiernos autonómicos, aun con todos los millones en sus arcas, y sabiendo que las supervivientes de violencia sexual no estaban siendo acompañadas en su proceso de reparación. 

De hecho, recuerdo una reunión que tuve con una directora general que durante todo el acto no paró de regañarme (como si yo fuera una niña pequeña), recordándome que “eso ya lo tenían”. Y yo pensaba: ¿es que esta mujer no es consciente de que las que llevamos toda la vida siendo activistas y trabajando en esto sabemos lo que se tiene y lo que no se tiene? Yo además venía de escribir para Amnistía Internacional la investigación Ya es hora de que me creas: un sistema que desprotege a las víctimas, con lo cual, sabía de primera mano que esa comunidad autónoma no tenían lo que decía ni de lejos, y conocía el enorme sufrimiento que allí y en otras muchas comunidades habían vivido las víctimas de agresiones sexuales. 

Han pasado cuatro años desde que Europa aprobó los fondos para la creación de los Centros de Crisis 24 horas. Yo ya no estoy en el Ministerio de Igualdad, sigo trabajando como investigadora en violencias sexuales, pero por encima de todo sigo siendo, y siempre seré, activista feminista. Por eso hoy escribo estos párrafos, entre escandalizada, desolada e indignada, porque cuatro años después, incluso con fondos, es decir, con “los dineros” que tanto han luchado las feministas para garantizar servicios dignos, públicos y adecuados, los Centros de Crisis siguen sin existir en la mayoría de las Comunidades Autónomas. Y mientras, otros funcionan a medio gas, sin ofrecer todos los servicios ni garantizar los derechos establecidos en el artículo 35 de la Ley del Sí es Sí

Lo gravísimo y deleznable de todo esto es que las víctimas agredidas sexualmente continúan transitando en la oscuridad, ante la falta de una diligencia institucional escorada en un silencio insultante para las mujeres. Las víctimas y la supervivientes se ven perdidas, ahogadas en la angustia de no saber qué hacer o a quién dirigirse en CCAA como Galicia, Castilla y León o Canarias, entre muchas otras.  Por eso no tienen más remedio que recurrir a conocidas o amigas, como siempre se ha hecho, para saber qué hacer si tienen que asistir a juicio, a un hospital, o recibir una atención psicológica y psiquiátrica que las permita reconciliarse con la vida después de que su mejor amigo las haya violado. 

Porque todo esto que cuento, en un momento en el que volvemos a hablar de la cultura de la violación, es también cultura de la violación. Negar el derecho a la asistencia especializada reproduce una de las grandes premisas de la propia cultura de la violación: «Las mujeres mentís, os lo inventáis, no os creemos. Y como nos engañáis, no tenéis derecho a ser acompañadas». ¿Os imagináis que a alguien con una enfermedad grave diagnosticada le dijeran que es mentira su enfermedad y que no van a poner ningún medio para recuperarse? Esto es lo que está ocurriendo con los Centros de Crisis, con la asistencia especializada, y con el artículo 35 de la Ley del Sí es Sí. 

Mucho me temo que ni la vergüenza está cambiando de bando, ni quienes se tienen que dar por aludidos lo están haciendo. Así que, por favor, empujemos con rabia y contundencia para que el 31 de diciembre de 2024 las mujeres de todos los territorios de este país tengan un Centro de Crisis al que acudir. Visible, no escondido, que grite a través de sus cimientos que ya no vamos a estar calladas, ni en silencio, como nos enseñaron las compañeras feministas de los años 70. Y entonces, como si viajáramos en la cápsula del tiempo, podremos abrir una de las puertas del ‘Ministerio del Tiempo’ para darles las gracias a todas ellas por inspirarnos hasta llegar a donde hemos llegado, tarde, pero con una inmensa dignidad y arrojo. 

Por todas. Por las mujeres agredidas sexualmente en los campos de la fresa, en el sector del hogar y los cuidados, en sus casas por sus maridos o parejas, en las escuelas y universidades por sus profesores, en las empresas por sus compañeros o jefes, en los espacios de fiesta, ocio y tiempo libre, en los partidos políticos por sus compañeros de militancia, en los movimientos sociales por quienes se creen aliados y son también agresores sexuales… Por cada una de nosotras, exijamos que los Centros de Crisis estén operativos con todas las garantías y profesionales que faciliten el derecho humano a la reparación integral. 

* La información de este texto ha sido seleccionada de las fuentes digitalizadas que las activistas feministas norteamericanas, antirracistas y afrocesdencientes han puesto a disposición de manera gratuita online. Gracias a todas ellas. 

Bárbara Tardón Recio. Doctora en estudios interdisciplinares de género. Investigadora feminista y ex asesora del Ministerio de Igualdad (2019-2023).

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Comentarios
  1. Dicen que siempre han existido las agresiones sexuales; pero que antes se callaban.
    Pues yo estoy en que ésto ha ido en aumento, en parte por la ausencia de valores e ideales que poco a poco nos ha ido despojando de ellos la dictadura del capital.
    Nos tiene entretenidos en la capa más superficial de nuestra existencia, vacios, como le conviene al sistema, con poca autoestima por ambas partes, con malestar interno y con nada profundo que compartir.
    De un mínimo de sensatez sería romper civilizadamente y desearse lo mejor mutuamente; pero este mezquino sistema nos ha convertido en seres mezquinos y desquiciados como el propio sistema.
    Yo lo tengo claro; pero las generaciones «formadas» en este diabólico sistema capitalista no lo ven.

  2. Y aún falta lo peor, que no sean ellas las que tengan que huir de sus casas, incluidas las que no huyen por las represalias contra sus hijos y otros familiares del hogar o fuera de él.
    Poca gente allegada, incluso conociendo el drama, te abre no ya las puertas de su casa, sino las de su corazón. En fin.

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