Internacional | Política

La izquierda encadenada

Aunque el Nuevo Frente Popular ganó las elecciones, Macron vetó a la formación progresista y entregó el Gobierno a los conservadores. Rescatar el programa social y ecológico de la coalición depende hoy más de la ciudadanía que de los partidos.

De izq. a dcha., Marine Tondelier (Los Ecologistas), Olivier Faure (PS), Manuel Bompard (LFI) y la candidata a primera ministra, Lucie Castets, tras la infructuosa reunión con Macron. ABDUL SABOOR / REUTERS

Esta artículo se ha publicado originalmente en la revista #LaMarea103. Puedes conseguirla aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.

Pasó un mes, pasaron los Juegos Olímpicos y pasaron otros 25 días y Emmanuel Macron seguía sin elegir un nuevo primer ministro. Hasta que finalmente presentó a su hombre: Michel Barnier, un veterano conservador (73 años), exministro con Chirac, exministro con Sarkozy, excomisario europeo, y dejó a la izquierda francesa desolada.

Después de la victoria del Nuevo Frente Popular (NFP) en las pasadas legislativas de julio y tras serios debates internos, la coalición de izquierdas había presentado a una candidata de consenso: Lucie Castets, proveniente de la alta administración francesa y del activismo asociativo en defensa de los servicios públicos. Tardaron en ponerse de acuerdo en un nombre que no provocara rechazo por ser demasiado radical ni demasiado centrista, pero lo consiguieron. Macron la desestimó sin contemplaciones porque, a su juicio, no sería garante de «estabilidad institucional». Preocupación extraña viniendo de un presidente que estaba dispuesto a entregar Matignon a la extrema derecha.

Mientras tanto, como acostumbra, el Reagrupamiento Nacional (RN) sacaba provecho de la crisis institucional. Aliados con el macronismo y otras fuerzas de derecha en la demonización del NFP, el tándem Le Pen-Bardella consiguió su objetivo: imponer su veto a cualquier candidato mínimamente izquierdista.

Acoso y derribo

En el centro de las críticas al NFP se ha encontrado siempre La Francia Insumisa, a la que la portavoz del gobierno, Prisca Thevenot, otorgó recientemente «la medalla de oro a la indecencia y a la anti-Francia», retomando algunos de los calificativos históricos de la extrema derecha francesa. Correlación no indica causalidad, pero el recrudecimiento de esta estrategia político-mediática de acoso y derribo estaría calando en la ciudadanía. Según un estudio del instituto Ipsos, alrededor del 70% de los franceses estima que LFI es un partido de extrema izquierda, que incita a la violencia y que es peligroso para la democracia, con todos los indicadores en aumento desde el año pasado. Sin embargo, el RN solo sería tachado de violento o antidemocrático por alrededor de un 50% de los encuestados.

Con el discurso político y mediático en contra del NFP, las miradas apuntan hoy, una vez más, al sector de la sociedad civil francesa que salió en masa a las calles para protestar por el aumento en la edad de jubilación y que se unió en torno a un programa social y ecológico, más allá de siglas o candidatos, para frenar a la extrema derecha. Al poco de conocerse el nombre de Barnier ya se habían convocado manifestaciones para exigir respeto al resultado surgido de las urnas, pero Macron, como ha demostrado en numerosas ocasiones, tiene por costumbre hacer oídos sordos a todo el mundo.

Los dos meses de bloqueo institucional son una muestra de su carácter imperioso y han acabado como él quería: con la derecha tradicional (Los Republicanos) atendiendo a su llamada con una predisposición obediente para, así, poder reorganizar la vida política del país a su gusto. No presidirá el gobierno la candidata de la coalición que ganó las elecciones en número de escaños (el NFP, eso nunca), ni del partido que quedó segundo (su propio partido, Ensemble), ni del tercero (el RN, aunque tampoco hubiera sido un problema para él) sino del cuarto, los gaullistas de toda la vida. Barnier, según los cálculos de Macron, no será censurado a las primeras de cambio por la Asamblea. Su perfil de tecnócrata europeo le parece ideal para dar a Francia «la mayor estabilidad posible». Además, tiene en su pasado algunas decisiones controvertidas que hacen que la ultraderecha lo mire con simpatía: en 1981 votó en contra de la despenalización de la homosexualidad para menores de edad con más de 15 años, un hecho que los defensores de los derechos LGTBI no olvidan.

Al final, la extrema derecha y el extremo centro (noción que el mismo Macron ha usado para referirse a su proyecto político) no podían tardar demasiado en ponerse de acuerdo. Ambos tenían un objetivo principal: vetar lo que ellos llaman «extrema izquierda», aunque eso desvirtúe los resultados electorales. En realidad, los dos grandes partidos del NFP (La Francia Insumisa y el Partido Socialista) son más keynesianos que trotskistas y su programa conjunto habla, en resumen, de subir el poder adquisitivo, gravar las grandes fortunas para frenar la desigualdad y derogar la reforma de las pensiones. Nada fundamentalmente revolucionario pero sí contrario a la esencia ideológica (liberal conservadora) del macronismo.

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Comentarios
  1. Muy esclarecedor el artículo.
    Tantos años de capitalismo como único amo del mundo que lo que ayer se veía como algo conveniente y normal, por ejemplo el comunismo (yo recuerdo la etapa de la Transición), han sabido lavar y vaciar de ideales los cerebros para que hoy se vea como algo descabellado, escandaloso, tanto, que la dictadura depredadora, genocida y manipuladora capitalista ha conseguido que la gente considere un crimen la ideología del bien del común, el comunismo, y llamarle a uno comunista sea considerado un insulto.
    Tanto «progreso» y tantos «estudios» para ir para atrás.

  2. Que yo sepa la coalición nunca se ha autodenominado como progresista, siempre se ha definido como de izquierdas el frente popular, y aunque para algunos pueda ser lo mismo, es diferente.

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