Cultura | Sociedad
Campo de batalla: el autobús
El transporte público siempre ha sido escenario de reivindicaciones. La película ‘El 47’ narra una de ellas: la lucha de los vecinos de Torre Baró, en la periferia de Barcelona, por tener una línea de autobús que los conectara con el centro.
En 1954, Luis Buñuel estrenó una película llamada La ilusión viaja en tranvía en la que dos trabajadores de la empresa municipal de transportes de México secuestran un viejo vehículo que han conseguido reparar con sus propias manos pero que sus jefes, a pesar de todo, quieren retirar de la circulación. Llegaba una nueva flota de trolebuses y había que jubilar aquellas antiguallas. En mitad de una borrachera, sacan el tranvía de las cocheras y lo ponen a dar servicio. Quieren demostrar su pericia como mecánicos y que al cacharro aún le queda cuerda para rato. A él se suben cientos de usuarios, casi todos hombres y mujeres humildes que agradecen esa nueva ruta nocturna tras una larga jornada de trabajo. Los secuestradores tienen tanto éxito que no saben cómo parar para devolverle el tranvía a la empresa.
También Manuel Vital, conductor de autobús, secuestró un vehículo municipal. Lo hizo en 1978, en Barcelona, para demostrar que podían subir las cuestas y pasar por las estrechas calles de su barrio, Torre Baró. Su gesto no sólo era una demostración de su prurito profesional (se necesitaba ser un conductor experto como él para subir el autobús hasta allá arriba), era también, y sobre todo, una reivindicación social.
El transporte público ha sido a menudo escenario de este tipo de protestas cívicas. El caso de Rosa Parks es el más célebre: en 1955, esta mujer negra se negó a cambiar su asiento, reservado para blancos según la normativa, para sentarse en la parte trasera del autobús. Fue arrestada y multada por ello, pero la fuerza simbólica de su acto significó el inicio oficial del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. A partir de entonces, la segregación ya no sería admitida silenciosamente. Todo el país cambió.
Aunque el nombre de Parks está inscrito en la historia, obviamente no fue la primera persona negra en emprender acciones de este tipo. Antes que ella, ya en el siglo XIX, cuando la esclavitud aún era legal en buena parte de los Estados Unidos, Frederick Douglass irrumpió en un tren para blancos en Lynn, Massachusetts, provocando un enorme escándalo. Lo mismo hizo Elizabeth Jennings Graham en un autobús de Nueva York, en 1854. Y también la periodista y activista Ida B. Wells, en 1883, cuando renunció a cambiarse de vagón, por lo que el conductor y dos hombres blancos la arrastraron fuera del tren. Wells demandaría a la compañía ferroviaria en Tennessee y ganaría su caso, aunque la sentencia sería anulada por la Corte Suprema del estado.
Inscritos en esta misma corriente antisegregacionista estaban los Freedom riders (‘Viajeros de la libertad’). A principios de la década de 1960, grupos mixtos empezaron a organizar viajes en autobuses interestatales del sur de Estados Unidos para desafiar la costumbre de separar a negros y blancos, ya prohibida por las leyes pero que seguía en vigor en la práctica. Más tarde, fueron los discapacitados los que se unieron en torno a ADAPT, ‘Discapacitados estadounidenses por un transporte público accesible’ por sus siglas en inglés. Originalmente, eran personas en sillas de ruedas que querían hacer uso del autobús y no podían hacerlo al no contar con vehículos adaptados, pero el movimiento pronto se amplió para atacar todas las barreras que impidieran su movilidad y todas las normativas que atentaran contra su dignidad. Su estrategia inicial fue bloquear los autobuses colocando sus sillas delante. El gesto fue rápidamente replicado y las protestas se multiplicaron por todo el país.
La particularidad de todas estas manifestaciones es que fueron emprendidas por los viajeros, no por los conductores. Pero Manolo Vital tenía una poderosa razón para secuestrar su autobús: sus vecinos de Torre Baró.
Otro tipo de segregación
La historia que narra Marcel Barrena en El 47 no es sólo la de un autobusero emprenyat, es también la de multitud de poblaciones del extrarradio de Barcelona (y de Madrid, y de Bilbao) que vivieron aisladas de la ciudad durante décadas por motivos sociales, culturales y económicos. Eran emigrantes procedentes de Andalucía y Extremadura, personas pobres que había construido sus barrios con sus propias manos, ladrillo a ladrillo, y que habían contribuido a la prosperidad de sus nuevas sociedades como mano de obra barata. Gente subalterna, humilde, invisible.
«No hay manera de estar cerca de Barcelona si antes no lo estuvieron tus antepasados», escribía Javier Pérez Andújar en Paseos con mi madre (2011). Contra eso se rebeló Manolo Vital cuando secuestró el autobús de la línea 47, entre la plaça Catalunya y la Guineueta, el 7 de mayo de 1978. Extremeño y víctima del franquismo (a su padre lo fusiló la Falange delante de sus propios ojos cuando era sólo un niño), Vital optó por la desobediencia civil cuando vio denegadas todas sus peticiones oficiales de que un autobús uniera Torre Baró con el centro urbano.
Aquel acto tuvo múltiples significaciones. La primera es de orden social y puede resumirse en la pancarta que adornaba el frontal del vehículo cuando Vital enfiló las cuestas de Les Roquetes: «Línea de autobús para un barrio obrero». Pero hay otra razón, con un sentido más íntimo, detrás del secuestro del 47. Los vecinos de Torre Baró estaban marcados por el desarraigo. Abandonaron su tierra natal empujados por la falta de oportunidades, por motivos políticos, algunos incluso por el hambre, pero en su nueva ubicación nunca dejaron de estar en los márgenes. Una línea de transporte que los conectara con el centro sería una especie de certificado oficial de admisión en Cataluña, podrían considerarse parte de algo, podrían echar raíces.
Decenas de vecinos y vecinas apoyaron a Manolo Vital durante el secuestro del autobús y su posterior detención. Fue multado y despedido de la empresa de Transportes Metropolitanos de Barcelona, pero la presión popular hizo que fuera readmitido en su puesto. Aquel fue un ejemplo de éxito de la lucha vecinal, que tan activa fue durante los años setenta en España.
La película de Marcel Barrena, cuya anterior incursión en la ficción fue Mediterráneo (en la que contaba la historia del Open Arms), narra los acontecimientos de Torre Baró desde la complicidad emocional. El 47 es un homenaje a esa generación que se movilizó con el modesto objetivo de mejorar un poco sus precarias condiciones de vida. Barrena convierte esa lucha en material hipersensible, conmovedor y, por supuesto, como ocurría en Mediterráneo, en cine militante. La cinta destaca también por esa infrecuente característica: nuestra ficción no es muy dada a ensalzar la figura del working class hero. Es relevante por eso y, por encima de todo, por la portentosa actuación de ese monstruo llamado Eduard Fernández.
‘El 47’ se estrenó el pasado 6 de septiembre y sigue en cartelera en cines de toda España.
Yo en el 78 vivía en Barcelona, soy aragonés, y recuerdo aquella etapa como una de las mejores de mi vida. Era una época de luchas sociales para cambiar lo establecido por la dictadura, de sindicalismo, fueron los mejores tiempos de la izquierda y nunca como entonces estuvo mejor considerada. Fue un lujo vivir aquellos años en Barcelona. Se llevaban camisetas del CHE, frases con mensaje, ect. Era un ambiente progresista en general.
Me integré encantado en ese ambiente y aunque nunca he sabido aprender el catalán jamás me sentí discriminado.
Es más, como me hablaban en castellano no me esforcé en aprenderlo.
Yo me limité a vivir aquel ambiente y a colaborar en lo que pude. Tres años antes pasé una noche en el calabozo de Lloret de Mar. El motivo era que había subido a pasar el fin de semana y a repartir un paquete de postales que habían editado los del PSUC con el mensaje (creo recordar) «Llibertat i Estatut d’Autonomia».
Estaban autorizadas; pero la policía de Lloret aún no se había enterado.
Barcelona entonces era roja así que pienso que a Manolo Vital, a cuyo padre fusilaron los falangistas, no debieron faltarle simpatizantes y apoyos.
Aquella generación tenía cojones.
La película cuenta un hecho real, con grandes licencias. No fue el primer secuestro de bus y tampoco fue el Héroe solitario de la película, ni hablaba como los indios de un western para integrarse. La historia se produjo en un contesto de militancia política y sindical de la época. Fue el tercer secuestro de bus en el distrito. Implicado en la lucha social creo con otras personas la asociación de barrio y de distrito después. No subió por las calles del barrio el autobús articulado. No hubiera podido. Fue por la carretera y lo bajo por las calles del barrio de montaña, con la ayuda de los vecinos que tuvieron que tirar un muro. Una gran gesta y un gran militante social. Una película que no lo refleja ni de lejos en su complejidad.