Crónicas

Kaliningrado, un enclave ruso en la Unión Europea

La Rusia más occidental se encuentra en un enclave a orillas del mar Báltico, entre Polonia y Lituania, cubriendo parte del territorio que hasta el final de la II Guerra Mundial fue Prusia.

Desfile por el 'día de la victoria' en Kaliningrado. UNAI ARANZADI.

Es 9 de mayo, el “día de la victoria”, la fiesta no religiosa más importante de Rusia. Hoy se conmemora la victoria del Ejército rojo sobre el nazismo, y un torrente de gente baja por la Avenida Lenin para asistir al gran desfile militar que recorrerá el centro de Kaliningrado.

Hay niños y niñas tocados con las legendarias pilotkas (gorras caqui del ejército soviético), descendientes de combatientes que portan carteles con sus retratos, y, cómo no, banderas rojas con la hoz y el martillo. A las diez en punto, una columna de tanques, enormes lanzaderas de misiles S-400 y un sinfín de soldados y vehículos blindados, irrumpen en la Plaza de la Victoria, donde aún permanece abierto un hotel de la cadena estadounidense, Radisson.

La gente da vítores, se canta el himno de la federación rusa, y se recuerda a las tropas que hoy combaten en la invasión de Ucrania. No en vano, al acto asisten algunos soldados heridos del Dombás y, de forma totalmente casual, uno de ellos entabla un diálogo con Gregori, un nonagenario que sobrevivió al sitio de Leningrado (hoy San Petersburgo), una de las acciones militares más mortíferas de todos los tiempos. “Más de un millón de personas murieron de bombas, ejecuciones y hambre”, asegura este anciano, que va del brazo de su mujer, una señora de rostro amable a la que algunos de los asistentes han dado flores.

Una población prusiana y progermánica

Antes de la llegada del Ejército soviético en la primavera de 1945, este territorio al que hoy conocemos como Kaliningrado era parte de Prusia, un viejo estado germánico de aspiraciones imperiales que terminó engullido, primero por la Alemania de Weimar y posteriormente por la dictadura nazi, teniendo como último presidente de su historia al delfín de Hitler, Hermann Göring.

Este pedazo de aquella Prusia extinguida es hoy un enclave situado a orillas del mar Báltico, entre Polonia y Lituania. Con medio millón de habitantes, 145 kilómetros de costa, y un tamaño similar a la provincia de Huesca, Kaliningrado es una provincia más de la Federación Rusa. Su capital también se llama Kaliningrado, pero hasta 1945, y durante 700 años se la conoció como Königsberg, una ciudad de castillos y murallas fundada por caballeros de la orden teutónica que habían hecho la guerra de cruzadas en Tierra Santa.

De aquella población prusiana y progermánica que hablaba alemán y veía esta región como una de las joyas de su reino, hoy no queda ni un solo descendiente viviendo en la zona. Salieron todos huyendo a medida que se derrumbaba el III Reich y las tropas del Ejército rojo se iban aproximando.

Con un gran espacio vacío, y el deseo de asegurarse una posición preventiva sobre la espalda de Alemania, la Unión Soviética se adjudicó el territorio con el visto bueno de las fuerzas aliadas, que rubricaron la paz de Potsdam el 1 de agosto de 1945. No fueron los únicos en anexionarse tierras del enemigo. Polonia se quedó las regiones alemanas de la Pomerania oriental y Silesia.

El encanto de Kaliningrado

Hoy día en la ciudad de Kaliningrado quedan pocos vestigios de su etapa prusiana, pero contrariamente a lo que podría pensarse, esta ausencia no se debe al paso de la era soviética y sus políticas rusificadoras, sino a los bombardeos masivos de la aviación británica, los cuales terminaron por destruir más del 90% de los edificios mediante su táctica del carpet bombing.

Lo poco que aún queda en pie ha sido cuidadosamente restaurado con pequeñas partidas presupuestarias enviadas desde Moscú a lo largo de las últimas décadas. Tal es el caso de la catedral gótica, varios inmuebles centenarios, algunos de los majestuosos pórticos de entrada a la ciudad y el edificio de la bolsa, que hoy alberga el museo de bellas artes.

Sin embargo, la ciudad mantiene un encanto ajeno a todo eco bélico y la impersonal grisura de algunas construcciones del modernismo socialista. La vegetación se cuela por todas partes, creando túneles verdes, bien sea en las aceras que discurren bajo anodinos apartamentos residenciales, o bien en alguno de los suburbios donde aún quedan villas con aires germánicos.

Tres mujeres pasean por Kaliningrado. UNAI ARANZADI.

“A las construcciones nuevas se les pide que tengan inspiración prusiana o así, como de antes. No lo vemos como un problema, sino que incluso nos gusta. Además se venden mejor. No lo asociamos a la guerra, los nazis y todo eso”, asegura Sergei, un jefe de obra que está comiendo una salchicha en uno de los puestos callejeros que pueblan los parques de la ciudad en esta época del año.

Asimismo, el agua es otro elemento distintivo de esta urbe. Está por todas partes, en forma de estanques, lagunas o como ríos cruzados  por bote-taxis y toda clase de embarcaciones recreativas. No en vano, el pasado hanseático de la ciudad se palpa en la cercanía de un puerto industrial muy activo, así como a través de varios museos especializados en temas marinos, destacando el del Mundo Oceánico, que permite la inusual visita al interior de un submarino atracado en su muelle.

‘Rusificar’ la zona

El nombre con el que Stalin rebautizó esta ciudad y región, Kaliningrado, se puso en memoria de Mikhail Kalinin, cofundador del diario Pravda y bolchevique de la vieja guardia. Esta decisión llevaba consigo la clara idea de rusificar la zona, pues Kalinin no tuvo en su vida el más mínimo vínculo con este enclave. No en vano, esta intencionalidad política ha sido renovada ya en la nueva era de Gorbachov, Yeltsin, Medvédev y Putin, pues, a pesar de que otras ciudades como San Petersburgo y Volgogrado dejaron de ser Petrogrado y Stalingrado, Kaliningrado ha mantenido hasta la actualidad ese nombre tan significado en los días más duros de la Unión Soviética.

Sin embargo, una de las características de la ciudad que más puede llamar la atención del visitante es la cantidad de alusiones que existen a todo su pasado alemán y prusiano. Hoteles con nombres como Prusia o Berlín y restaurantes como el Hoffmann, Kaizer o Steindamm hacen gala de un pasado, que, aunque no les pertenece, está bien visto por los hijos y nietos de aquellos que combatieron contra la población que habitó durante siglos estas calles.

La Casa de los Soviets

Quizás el único lugar donde se ha producido cierto conflicto en relación al patrimonio histórico es el espacio donde hoy se ubica la Casa de los Soviets. Esta mole de inspiración brutalista fue construida sobre las ruinas del castillo de Königsberg, sede del Gobierno nazi, que no sólo quedó en ruinas tras los bombardeos británicos, sino que poco a poco, fue totalmente demolida por los soviéticos.

La dicha por haber levantado una Casa de los Soviets sobre esas ruinas duró muy poco. Al estar construida sobre la gran cantidad de túneles que desde el tiempo de los templarios recorren ese subsuelo, la mole jamás ha podido ser usada por lo endeble de sus cimientos.

A esto, en Kaliningrado se le conoce como “la venganza del fantasma prusiano”. Pero si hay alguna figura emblemática, no sólo para la historia de la ciudad, sino de todo este enclave, esa es sin duda la del filósofo Inmanuel Kant, quien tiene aquí su tumba, mausoleo y una universidad pública que fue inaugurada en 2005 por Vladimir Putin y el excanciller alemán, Gerhard Schröder.

El paisaje

Tomando uno de los trenes que llegan a las poblaciones del litoral es como mejor se puede ver el paisaje y paisanaje de esta región, en la que no se observa ni rastro de turistas extranjeros. Si bien el nivel de vida no es tan alto como en la vecina Polonia, las infraestructuras son buenas, y el precio del transporte público, casi irrisorio.

De camino a localidades como Zelenogradsk, se pasa por aldeas de casitas con jardines desordenados, y un paisaje francamente bello. Campos de lavanda violeta y colza amarilla se mezclan con bosques de un verdor intenso y un cielo azul por el que apenas pasan vuelos.

Hay castillos y fortalezas aún por reconstruir, pasos a nivel donde un viejo Lada espera junto a un Mercedes de alta gama y algún signo de las empresas que, pese a las sanciones, aún permanecen en Rusia, como Leroy Merlin o Mango.

Istmo de Curlandia

Ya en Zelenogradsk, nos encontramos en una ciudad que conserva, casi intacta, toda su esencia prusiana. Las casas parecen sacadas de un cuento de los hermanos Grimm, con playa, noria, paseo frente al mar, tiendas de helados, vinotecas de lujo y apartamentos de diseño en busca de moscovitas que encuentren aquí un refugio idílico, tal y como hizo hace cien años el Nobel de Literatura alemán, Thomas Mann. Sin embargo, y más allá de su encanto como ciudad balneario, esta localidad es conocida por ser el punto de partida para adentrarse en el istmo de Curlandia, uno de los lugares más singulares de todo el Mar Báltico.

Con 50 kilómetros de largo en su parte rusa (al otro extremo continúan en territorio lituano otros 50 kilómetros más), esta especie de espigón natural alberga en su interior un paisaje inesperado, en el que el viajero podrá ver algunas de las dunas más altas de Europa y, si tiene suerte, la rara estampa de unos alces jugando con las olas del mar.

Istmo de Curlandia. UNAI ARANZADI.

Esta cara, que lo baña desde el Báltico, suele contar con la presencia de algunos buques de la armada rusa. Según los guías locales, se ha llegado a ver emerger algunos de los imponentes submarinos que vienen de realizar patrullas en aguas internacionales.

Al otro lado del istmo, en su cara interior, está la apacible laguna de Curlandia, cubierta por una bruma fantasmagórica tras la que se esconden martas, zorros y toda clase de pájaros. Pero el plato fuerte de este peculiar escenario no se encuentra en ninguno de los dos lados, sino en el centro de la franja, la cual no se puede recorrer a placer, sino mediante permisos y guías especializados.  

Se trata del “bosque danzante”, un paraje lleno de pinos retorcidos por la influencia de un tipo de polilla, dicen unos; y otros, por la magia del animismo en el que creían los antiguos habitantes de este insólito paraje. Fuera como fuere, el caso es que este fue uno de los últimos lugares en ser cristianizado en todo el norte de Europa, manteniéndose la práctica de rituales paganos hasta bien entrado el siglo XIX.

El valor geoestratégico

Para comprender el enorme valor geoestratégico que tiene este privilegiado enclave, hay que ir a un lugar prohibido a los extranjeros: el estrecho de Baltisk. Con 400 metros de ancho y 12 de profundidad, este paso marítimo conecta la laguna del Vístula –y la ciudad de Kaliningrado- con el Mar Báltico, haciendo de esta región un puerto ideal para acoger a lo más granado de la Armada rusa.

En una mañana de sábado cualquiera, el tren que se dirige hasta allí va repleto de kalingradenses, que van a recorrer la costa en bicicleta, bañarse en una de sus  playas, o visitar a un familiar que presta servicio en la base militar de esa localidad que tanto preocupa a la OTAN.

“Nos gusta venir con nuestras mountainbikes, tomar el ferry a la otra orilla de la base y pedalear por el aeródromo de Neutief”, asegura un joven llamado Igor, que, como tanta gente en esta región, trabaja en la marina mercante. “Neutief era una aeropuerto de los nazis. Permanece abandonado desde que los alemanes perdieron la guerra. Es un sitio muy auténtico. Está ruinoso pero sin tocar desde entonces”, afirma el joven antes de descender del tren con su novia.

En Baltisk hay un paseo que bordea el canal y termina en la salida al mar, frente a una monumental escultura de la emperatriz Isabel, un puesto de salchichas y ninguna garita, torre o sistema de defensa que escenifique la importancia militar de ese lugar.

En busca de ámbar

Buscando algo de interés en este finisterre del Imperio ruso, lo único que llama la atención son los turistas que caminan cabizbajos por la orilla de una playa adyacente. Buscan ámbar, ya que este es uno de los lugares del mundo donde más abunda, pero no es fácil llevárselo a las manos porque esta resina fosilizada es extremadamente ligera y se hunde bajo la arena cuando la ola vuelve al mar.

Ya dentro de Baltisk, llama la atención la ausencia de cafés o restaurantes. Parece que todo está volcado en la vida de los cuarteles y el consumo fuera de estos no es frecuente. La localidad es hermosa, hay un faro de película, un fuerte de cuando los suecos la ocuparon en el siglo XVII y una curiosidad reseñable: a la vista del público hay expuesto un esquife capturado a unos piratas somalíes que tuvieron la mala idea de intentar asaltar un mercante ruso hace pocos años.

La presencia militar

Ya cerca del muelle, la presencia militar se hace ineludible. Familias visitan unos tanques que se exhiben en la plaza de la Gloria. Tras estos, se distingue un gran destructor, varias fragatas y muchos más buques bien resguardados puerto adentro. Caminar con una cámara parece no ser buena idea, y bastan pocos minutos para que un soldado irrumpa exigiendo explicaciones, el pasaporte y la inmediata presencia de una patrulla de policía.

Varias personas celebran el ‘día de la victoria’. UNAI ARANZADI.

Según indican los militares, Baltisk es una población cerrada a todos los extranjeros, y el simple hecho de venir sin permiso del FSB (Servicio Federal de Seguridad) supone un arresto, el pago de una multa y la prohibición de regresar al país en cinco años.

No obstante, la Policía no observa mala fe, dice que no quieren problemas con los turistas, y decide que el asunto se resuelva con la inmediata salida del intruso después de haber borrado todas las fotografías sacadas con su cámara en esa zona. No en vano ya iba siendo hora, y la marcha se produce al día siguiente por ese nuevo telón de acero que, incluso aquí, en medio del continente, divide más que nunca a los ciudadanos europeos.

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Comentarios
  1. Verde, agua por todas partes, clima fresco, descongestionada, relajante. Me gustaría vivir en Kaliningrado. Aunque los inviernos deben ser duros; pero aún así me compensaría.
    —————
    La OTAN ahora mismo está ocupada en otros territorios rusos. Concretamente en la ciudad de Kursk.
    «Trabajando» por un mundo más justo según la ministra Margarita Robles (que poco le pegan a esta mujer el nombre y apellido que son sinónimos de alegría y vida).
    Defensora acérrima de la OTAN y de sus habituales siembras de muerte y destrucción al servicio del gran capital, ha vuelto a reiterar el apoyo de España a este ejército terrorista en declaraciones ante la prensa después de visitar el cuartel general de despliegue rápido de la OTAN en Bétera.
    (Esta individua se hubiera realizado plenamente en los campos de exterminio nazis; pero va por «buen camino»).

  2. La victoria del ejército Rojo sobre el nacismo.
    El heroico ejército Rojo. Hoy que la historia parece que se vuelve a repetir, quién lo tuviera en este mundo sometido por el fasciocapitalismo!
    Al final de la II guerra mundial EEUU se arrogo el papel de potencia global hegemónica, con una Europa totalmente destruida y una Unión Soviética que fue la verdadera fuerza triunfante del conflicto y aunque ganadora estaba seriamente golpeada con 25 millones de muertos y el 75% de su infraestructura devastada….
    (Por qué EEUU no se va…a su casa, M. Colussi)

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