Análisis | Política

‘Puigdemont y la promesa rota del independentismo’

El retorno de Puigdemont es el último gran acto de la obra independentista, pero llega demasiado tarde. Los actores secundarios hace tiempo que han ido abandonando el escenario, y gran parte del público ya ha vuelto a casa, argumenta Guillem Pujol en 'Catalunya Plural'.

Carles Puigdemont. PARLAMENT DE CATALUNYA

Artículo publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

Tiempo atrás, Puigdemont — el héroe herido — había dicho que su retorno debería estar envuelto en un aura de institucionalidad y que no lo haría si no tuviera garantías de que no sería detenido. Ahora, pocas horas antes de su esperado retorno, la situación ha cambiado drásticamente. El regreso de Puigdemont ha pasado de querer representar (que no implicar) la reimplementación de una presidencia independentista que completara el camino iniciado el uno de octubre, a ser una acción partidista desesperada para intentar tumbar la investidura de Salvador Illa.

Este era el objetivo de Junts per Catalunya en las últimas semanas, cuando solo les quedaba una carta después de haber quedado en segundo lugar en las elecciones, por detrás de los socialistas: presionar a la militancia de ERC para que votara en contra de la investidura, llevar al país a una repetición electoral y esperar que los dados, esta vez, les fueran favorables.

Pero la última — o más bien la penúltima carta —, tampoco ha sido favorable a los intereses del partido y al regreso de Puigdemont. Todavía había una posibilidad, debieron pensar en Waterloo: condicionar el voto de la juventud republicana que representa la diputada Mar Besses. Si la juventud republicana se hubiera abstenido o hubiera ido en contra de los resultados de la militancia, la investidura de Illa también habría caído, ya que el número total de escaños se habría quedado en 67, uno menos de la mayoría absoluta necesaria. Pero no fue así, y ahora Puigdemont tiene que enfrentarse a su promesa de retorno sin que haya ninguna zanahoria al final del camino: ni independencia, ni repetición electoral.

Parece, pues, que solo queda una posibilidad, y como ha acostumbrado a pasar en los últimos años, es la peor posible: la detención de Puigdemont por la policía, y, muy probablemente en manos de los Mossos d’Esquadra, nuestra policía. Porque el motor inmóvil — la causa primera de todo esto, como diría Aristóteles — y la razón subyacente en la década del independentismo que explica el éxito histórico de figuras como Carles Puigdemont no es otra que la celosa, desproporcionada y errática justicia española y sus acólitos político-policiales. Solo ellos pueden reavivar las llamas del independentismo, aunque sea puntualmente. Pero ya no estamos en el año 2017. Ha llovido mucho desde entonces, y el suelo ya se encuentra fértil para comenzar una nueva época.

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