Cultura
Angélica Liddell: “Yo quiero un arte inútil”
La directora catalana, después de inaugurar el Festival de Aviñón, el gran referente escénico de Europa, actuará en el Festival Grec de Barcelona. Lo hará en el Teatre Lliure, del 19 al 21 de julio, con la obra ‘DÄMON’, inspirada en el ceremonial del entierro de Ingmar Bergman.
Esta entrevista con Angélica Liddel se publicó originalmente en ‘Catalunya Plural’. Puedes leerla en catalán aquí.
ORIOL PUIG // El entierro de Ingmar Bergman en 2007 en Fårö, la pequeña isla báltica situada en el sur de Estocolmo, fue íntimo y privado. Poco se sabe, aunque ahora llega a escena tal y como él mismo lo diseñó, incluyendo los himnos que se habrían cantado y las interpretaciones musicales que habrían sonado. Angélica Liddell (Figueres, 1966) no ha querido dar muchos detalles del montaje antes de su estreno en el Festival de Aviñón, pero ha destacado que no quiere homenajear a Bergman, sino más bien a los demonios que le acompañaron en vida, como la angustia sobre la muerte y las dudas sobre la existencia de Dios.
Aviso para navegantes: en los montajes de Angélica Liddell hay que ir con el estómago preparado. El viaje será entre tinieblas, con incursiones en el dolor y la violencia. Todo el sufrimiento de ese mundo empaquetado sobre el escenario. Y con escenas que no se olvidan. El teatro como choque estético. Humano. Integral. Entre el escalofrío y la fascinación. Otra idea de teatro. En definitiva, otra escritura dramática.
Comentó que Bergman le salvó la vida muchas veces por la fuerza de su podredumbre. ¿Es la podredumbre lo que define la condición humana?
Absolutamente. Nuestros sentimientos están podridos. Existe una imposibilidad de vivir. Somos seres inacabados que chapotean entre la vergüenza, la culpa, el odio, la ira… Al crearnos, Dios se olvidó de hacer algo. Tal vez Dios sea una gran cantidad de miedo. El parecido viene a través del miedo.
Las posibilidades humanas del horror son innumerables. La existencia es fatigosa; la vida es fatigosa.
La vida es una labor de extenuante cumplimiento, según Schopenhauer.
Bergman nos lleva dentro de las posibilidades del horror. Es imposible separar la injusticia del hombre.
Somos malos por naturaleza. Ya lo dice la hija de Indra en El sueño, de Strindberg. Ella baja a la tierra para ver cómo son los hombres y dice: “Sois todos malos”.
Los monstruos como tema son una constante de su obra, que no deja de apuntar, por otra parte, a cierta belleza poética. ¿Cómo se explica la presencia de la belleza en medio de tantos monstruos?
La belleza no es lo más agradable. La belleza es un conjunto de leyes que dan origen a un objeto de tal supremacía estética que nos conmueve sin que podamos darle ninguna explicación, nos angustia y nos hace extremadamente vulnerables. La belleza es el rostro de Dios y el arte es como la fe. Crear es como rezar. Y esa oración, a veces desata a los monstruos.
¿Qué fantasmas deja entrar en ‘DÄMON’?
Creo que los fantasmas que nos atormentan a todo el mundo. El demonio de la ira, del sexo, de la vergüenza, de la culpa, y por encima de todos estos, el miedo a la muerte.
El fantasma de Bergman, ¿es también su fantasma?
Bergman es ya uno de mis fantasmas, por supuesto. Hablo con él, al igual que hablo con mi padre o mi madre. Durante el proceso de creación se ha metido en varias ocasiones en el cuerpo de otras personas para dirigir esta obra. El fantasma de Bergman ha estado presente todo el tiempo. La estancia en el Dramaten fue tan fantasmagórica como lo son los sueños en sus películas. El funeral lo oficia una actriz del Dramaten que asistió en persona al funeral de Bergman. Los jóvenes que interpretan la escena de Strindberg son actores del Dramaten, me he llevado a la responsable de vestuario de las obras de Bergman, la mujer que ha seleccionado los trajes de sus producciones, una mujer que es historia del Dramaten, a quien adoro. El vestido rojo que lleva el joven sueco que interpreta al abogado simbolizaba al demonio. Bergman es un fantasma muy insistente. Hemos grabado la voz en off de un actor que asistió en vivo al momento en que Bergman golpeó a un crítico. Y el propio Bergman me va guiando en las decisiones. Todo lo que no le gusta lo expulsa rotundamente. Nada puede salir mal, porque yo no he dirigido esta obra.
‘DÄMON’ es un acto que, al tiempo que una ofrenda, confronta al público con su propia finitud. ¿Qué espacio ocupa el espectador frente a esa escena?
El espacio de la vanidad. El público es siempre un símbolo de la vanidad. Ponerse frente a un acto efímero siempre te sitúa en el sitio del tempus huido. El teatro es la presencia de una ausencia, lleva en su seno lo irreparable, lo irreversible y la muerte misma. Y por eso mismo revela la podredumbre humana, que es la del público, la del mundo, la de la expulsión del edén.
Angélica Liddell hace patente un amor por la muerte, un culto por lo efímero, como una especie de impulso de aniquilación, la sensación de que algo muere.
Tengo una conciencia de mortalidad que no me abandona. Desde pequeña. Todo lo considero desde esa perspectiva, desde un nihilismo y un determinismo que dotan a cualquier acción del sentido de lo inútil. La maravilla de lo inútil. Yo quiero un arte inútil.
Bergman quería ser enterrado en un ataúd sencillo, idéntico al de Juan Pablo II. ¿Qué le inspira este choque entre Ingmar Bergman y Juan Pablo II?
No hay tanto choque porque durante toda su vida Bergman experimentó la angustia de la fe y la soledad frente al silencio de Dios. Creo que el funeral del papa Juan Pablo II le conmovió más estéticamente que espiritualmente. La elección de este ataúd es su último acto estético, grandioso, y sólo la supremacía estética es capaz de ponernos en contacto con lo espiritual. Estamos frente a la última obra de uno de los hombres más influyentes de todos los tiempos, su propio funeral. Además, lo esencial es el hombre y su extinción.
En sus diarios, Bergman alterna la herejía y la blasfemia con una infinita necesidad de Dios, de trascendencia. La relación entre Bergman y la religión es extremadamente compleja.
No puede ser de otra forma. La religión es la guerra interior. La santidad es sólo la lucha entre el bien y el mal. Y la fe no significa que Dios exista, la fe es la necesidad de que Dios exista. Dios es amor porque nunca contesta. Está en silencio aunque le llames hasta sobresalirte la garganta.
¿Qué papel juega el lenguaje en esta obra?
El humano.
¿La palabra es una condena?
La palabra me obliga, es una condena, me obliga, necesito escribirlo todo. Sin embargo, lo que más quiero es el silencio.
Decía Bergman que los sueños son más reales que la vida. Del mismo modo, ¿el arte es más real que la vida?
El arte es más importante que la vida. No sé si más real. Pero sí que es más importante que la vida. Entre salvar a una persona o a un Caravaggio, hay que salvar al Caravaggio.
‘Vudú’ era un viaje a su funeral. En ‘DÄMON’ confirma los demonios que le rodean bajo la influencia de Ingmar Bergman. La trilogía acabará con ‘Eó’, o la obsesión por su final en el mundo. ¿Significa también su desaparición en escena?
No sé. De alguna forma tendré que desaparecer, sí. Mi desaparecer del escenario es un primer paso hacia la desaparición total, es lo que anticipa a la muerte. Me imagino como Kantor, metiéndome en los cuerpos de otras personas, tal vez.
¿Cómo devolverle al teatro su naturaleza?
“El arte debe ser libre, desvergonzado e irresponsable”, dice Bergman. No necesitamos a personas que quieran construir un mundo mejor a través del arte. No lo soporto. No soporto ese narcisismo de los creadores que creen que contribuyen a mejorar la sociedad con sus obras. La salvación del arte viene de la mano de personas que saben crear belleza destruyendo el mundo. Lo importante no es un mundo mejor, para eso están las leyes. Lo importante es un mundo más bello; para eso hay ‘Gritos y susurros’.
» No necesitamos a personas que quieran construir un mundo mejor a través del arte».
Sí que las necesitamos y ahora que el mundo se va al garete, por la maldad de unos y la inconsciencia de otros, las necesitamos más que nunca.
Las leyes están para beneficiar a los amos del mundo, no al pueblo.
Ejemplo cercano de ello lo tenemos en el poder judicial español, francofascista, alineado con los suyos y que odia, detiene acusa de falsos delitos y juzga injustamente a quienes defienden los derechos y las libertades, a todo lo que huelen a izquierdas.