Internacional

El hundimiento ‘tory’ devuelve a los laboristas al poder 14 años después

Keir Starmer, con una aplastante mayoría absoluta, será el nuevo primer ministro del Reino Unido. El electorado castiga sin piedad las mentiras del Brexit y otorga al Partido Conservador uno de los peores resultados de su historia.

Keir Starmer, líder del Partido Laborista, se dirige a sus seguidores en la Tate Modern de Londres, donde celebró su victoria en las elecciones. SUZANNE PLUNKETT / REUTERS

Puedes fracasar estrepitosamente. Puedes hundirte como el Titanic, de forma dramática. O puedes tener unos resultados como los del Partido Conservador anoche. La formación comandada por el ya ex primer ministro Rishi Sunak perdió de un plumazo 250 diputados en la Cámara de los Comunes en las elecciones celebradas ayer en el Reino Unido. El gran beneficiado fue el Partido Laborista, que mejoró un poco en número de votos respecto a los anteriores comicios pero cuyo resultado en escaños fue espectacular: más del doble, hasta superar los 400. De este modo, Keir Starmer devuelve a los laboristas al número 10 de Downing Street 14 años después.

«¡Lo logramos! El cambio empieza ahora», se felicitaba Starmer ante los suyos en la celebración por su victoria. «Tengo que ser honesto. Esto sienta muy bien», añadió. Su felicidad era lógica: el Partido Laborista consiguió franquear con holgura los 326 diputados que marcaban la mayoría absoluta. Sumaba 412 casi al cierre del recuento. No se trata de una victoria habitual. Los analistas hablan de un «terremoto político». El hundimiento de los tories era algo que ya anunciaban los sondeos, pero la magnitud del vuelco ha dejado al Partido Conservador en shock.

Hay varias razones que explican lo que, a tenor de las cifras, puede calificarse como un verdadero linchamiento electoral, pero todas ellas se pueden resumir en una palabra: Brexit. Una gran parte de la población creyó efectivamente que su situación mejoraría con la salida del Reino Unido de la Unión Europea. No fue así. De hecho, fue justo al contrario. Por aquel entonces, la retórica de una parte del Partido Conservador (la más populista, encabezada por Boris Johnson) hablaba de una hemorragia de dinero público que acababa en Bruselas y por la que los británicos no recibían nada a cambio. Aquellas mentiras (amplificadas en Internet con el beneplácito de Facebook, lo que dio lugar al escándalo de Cambridge Analityca) quedan en evidencia ante los datos reales: la economía británica pierde 100.000 millones de libras al año a causa del Brexit. Muchas de sus empresas, lastradas por interminables trabas administrativas, no pueden vender sus productos en la UE, lo que les ha empujado a tomar una decisión expeditiva: abandonar el Reino Unido e instalar su sede en el continente, con lo que una parte de los impuestos, ahora sí, se ha desvanecido.

Pero los verdaderos perdedores del Brexit no son las empresas sino los ciudadanos y las ciudadanas de a pie. Se suponía que con la salida de Europa todo aquel dinero que salía de las islas para, por ejemplo, construir carreteras en Polonia volvería a entrar el circuito de los servicios públicos británicos. Nunca fue así. Las políticas neoliberales impuestas por el Partido Conservador han arrasado las infraestructuras, el transporte, la educación pública y el Servicio Nacional de Salud. Económica y socialmente hablando, los tories han sido como el caballo de Atila: por donde ellos han pasado no ha vuelto a crecer la hierba.

No es extraño que los laboristas hablaran anoche, continuamente, de «reconstrucción». Keir Starmer tiene ante sí una tarea gigantesca tras 14 años de gobiernos conservadores, erráticos y, a menudo, estrambóticos. Pero la victoria de Starmer no es exactamente una victoria de la izquierda.

Este desconocido (y aburrido) abogado especializado en derechos humanos no destaca precisamente por su radicalidad. Muchos ven en él una nueva versión de Tony Blair, el hombre que cogió las riendas de un partido inequívocamente socialista (y esto no es una exageración: históricamente llevaba en sus programas electorales la nacionalización de los bienes de producción) y lo convirtió en una formación de centro-liberal. Ese es más o menos el perfil de Starmer, lo que ha empujado a militantes muy ilustres a abandonar el partido. Con Jeremy Corbyn fueron más allá: al exlíder de los laboristas primero le prohibieron presentarse por su tradicional circunscripción, Islington North (donde ha sido elegido diputado ininterrumpidamente desde 1983), y después de anunciar su candidatura como independiente lo expulsaron del partido. Pero Corbyn ha ganado el pulso: anoche volvió a renovar su escaño, esta vez yendo por libre.

Así pues, más que un enamoramiento repentino de Starmer –que es algo que no ha ocurrido en absoluto–, lo que ha aupado a los laboristas al poder ha sido el guantazo épico que el electorado le ha propinado a un partido elitista, caótico, mentiroso y profundamente vulgar. Todo el mundo se pone de acuerdo en quién han sido el peor de los cinco primeros ministros conservadores que se han sucedido en Downing Street desde 2010: Liz Truss (quien, por supuesto, ha perdido su escaño). El programa económico de Truss, de corte ultraliberal, estuvo a punto de llevar al país a la bancarrota en cuestión de días. Más difícil, sin embargo, es elegir cuál ha sido la barrabasada más indignante protagonizada por un tory.

Hay quien señala a Neil Parish, que fue pillado viendo pornografía en su teléfono en la misma Cámara de los Comunes. Otros se decantan por David Warburton, acusado de acosar sexualmente a tres mujeres y de enviar a una de ellas a comprarle cocaína. Para excusarse dijo que «era muy tarde y había estado bebiendo toneladas de un whisky japonés muy potente…». La lista de este tipo de episodios sería casi interminable, pero para la mayoría lo peor fueron las fiestas que organizaba Boris Johnson en plena pandemia. Mientras el resto de la población permanecía confinado en sus casas, el equipo de Johnson se reunía sin restricciones en una serie de juergas bien regadas de alcohol. El entonces primer ministro primero mintió (como en el Brexit) y negó que esas fiestas hubieran existido. Luego las admitió y tuvo que dimitir.

Pero antes de Johnson y Truss estuvieron David Cameron y Theresa May. El primero trató de camuflar sus dolorosas políticas de austeridad sacándose de la manga dos referendos traumáticos: el consabido Brexit y la consulta sobre la independencia de Escocia. Perdió el primero (él era partidario de la permanencia) y estuvo a punto de perder el segundo. May fue la encargada de negociar con Bruselas la salida de la UE y sus gestiones, que se alargaron durante años, no se materializaron en un acuerdo mínimamente rentable para el Reino Unido.

El nivel de improvisación, desconocimiento, inconsciencia, incompetencia y torpeza demostrada por el Partido Conservador no tiene parangón. Rishi Sunak, para rematar la faena, decidió copiar el discurso de la ultraderecha y convirtió a los migrantes en el asunto principal de su agenda. Creó un barco prisión para retener a aquellos que cruzaran el Canal de la Mancha y aprobó una ley para enviar a Ruanda a las personas sin papeles (aunque fueran, por ejemplo, de Afganistán). Estos disparates neofascistas no le han reportado ningún voto entre el electorado de extrema derecha, que además tenía su propia candidatura: Reform UK, representada por Nigel Farage. Esta nueva formación, muy temida por los tories, apenas ha logrado arañar cuatro asientos en la cámara. Así pues, los 250 diputados perdidos por el Partido Conservador se deben exclusivamente a sus errores y no al ascenso de Farage, quien saltó a la fama durante el Brexit como bufonesca pareja artística de Boris Johnson. Quien sí ha salido beneficiado del descalabro conservador ha sido el Partido Liberal, que ha resucitado con 71 escaños (antes tenía sólo ocho), muchos de ellos conseguidos en circunscripciones de altos ingresos y de voto tradicionalmente tory.

En resumen, no se puede decir que haya ganado la izquierda. Más bien que se ha expulsado a una burguesía enajenada y neoliberal que había perdido el más mínimo contacto con la realidad.

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Comentarios
  1. Jeremy Corbyn fue expulsado del partido laborista por sus ideas «izquierdistas».
    Así que el Partido Laborista británico viene a ser lo que aquí el PSOE.
    Al servicio del capital.
    Deseo a Corbyn larga vida, reconocimiento y apoyo por su honestidad y fidelidad a los valores de la izquierda.
    Unos cientos de Jeremys y el mundo sería mucho mejor.

  2. Los padres de Rishi Sunak son de la India. Así que empiece por embarcar de vuelta a sus padres. Que predique con el ejemplo.
    Sabido es que la unión hace la fuerza, pero según que uniones, como la UE, yo prefiero ser pobre y libre antes de darle mi fuerza a una mafia capitalista y corrompida. Ya me hago cargo de que la mayoría no opina igual.
    Starmer puede ser aburrido, sin carisma; pero que Dios libre al mundo de otro Tony Blair que debería estar en la cárcel pudriéndose de por vida por ser uno de los artífices embusteros (con Aznar y Bush) de la invasión de Irak, país que desde entonces aún se sigue desangrando.
    Y otro motivo no de menor importancia y que la Tahtcher se atribuía como un triunfo suyo: destruyó la ideología del partido laborista y lo convirtió en sirviente del capital.

  3. Laboristas vs Conservadores o psoe vs pp, las dos caras de la misma moneda capitalista.
    Alegrarse que se haya ido por fin el fascista Sumak si, pero ya sabemos como fue la tercera vía de Blair.
    Así que nada que pueda suponer mucho cambio para la clase obrera británica, veremos como actúa con la emigración? Desaparecerán las cárceles flotantes infames? Combatiran al fascismo probrexit de farange o como se llame este payaso repugnante?
    Nada que celebrar de momento
    Salud y anarquia !!

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