Opinión

Assange, Manning y la gente valiente

"El mundo está plagado de personas que luchan en condiciones muy difíciles, arriesgando cotidianamente sus vidas", escribe Arantxa Tirado

Julian Assange en su llegada a Australia. LUKAS COCH / AAP IMAGE vía REUTERS

Julian Assange ya es un hombre libre, aunque ha tenido que pagar un gran precio por ello. No sólo ha debido pasar un calvario de más de doce años en los que ha sufrido difamaciones personales, persecución judicial, asilo político, prisión y un encarnizamiento carcelario que ha estado a punto de costarle la vida. También ha debido aceptar cargos de espionaje que lo condenaban a 62 meses de prisión, que ya ha cumplido previamente. Sólo así la mayor potencia del mundo ha dejado de lado su pretensión de extraditarlo a Estados Unidos (EE. UU.) para juzgarlo en su territorio o, quizás, algo peor.

Tener que ceder en una negociación establecida como un chantaje no debe de haber sido fácil para alguien que ha demostrado no dejar que el poder doblegara sus principios de defensa de la verdad.
Parece evidente que el fundador de WikiLeaks se ha beneficiado del momento preelectoral estadounidense. El actual presidente, el demócrata Joe Biden, necesitaba un golpe de efecto ante una campaña que se prevé difícil. Su imagen senil, y su respaldo al genocidio de Israel en Gaza, le pueden pasar factura entre el electorado más joven y progresista, si es que se mantiene como candidato hasta el final. Abandonar la persecución a Assange le ayuda a volver a conectar con una línea ya explorada por Barack Obama cuando decidió en 2017 conmutar la pena a la ex analista de inteligencia del Ejército de EE. UU., Chelsea Manning, antes de abandonar la presidencia.

Precisamente, Chelsea Manning fue la persona que, como Julian Assange, arriesgó su integridad para filtrar la mayor parte de la documentación clasificada de EE. UU. que WikiLeaks hizo pública en 2010. Los centenares de miles de registros proporcionados por la analista demostraban los crímenes de guerra de EE. UU. en Irak y Afganistán, así como los auténticos intereses económicos y geopolíticos del Gobierno estadounidense en diversas partes del mundo. En su libro de memorias LÉEME.txt, Manning relata cómo hizo para recopilar y enviar tal magnitud de información sensible a los miembros de WikiLeaks. Pero, sobre todo, su texto permite entender los motivos que la llevaron a romper la confidencialidad de su trabajo exponiéndose a un duro castigo ejemplarizante y una condena de 35 años de prisión. La indignación ante las acciones que su país estaba realizando en el extranjero en su autodenominada “guerra contra el terror”, unido a sus simpatías por el anarquismo y una conciencia política que fue creciendo con su propia experiencia desplazada en Irak, estuvieron detrás de su decisión.

Chelsea Manning no tuvo una vida fácil. Mujer trans, fue poco a poco encontrando su identidad, personal y política, en un trayecto plagado de experiencias traumáticas. Hija de la clase trabajadora estadounidense, con grandes problemas económicos y afectivos en su núcleo familiar, pasó de utilizar los conocimientos adquiridos en su afición por la informática y el hackeo para buscar un trabajo en el sector tecnológico que le permitiera “ser una persona rica, tener cierta seguridad en la vida” a lanzarlo todo por los aires cuando gozaba de un puesto de prestigio y bien pagado en el Ejército. Fue catalogada como “combatiente ilegal enemigo” y desprovista de sus derechos. Su encarcelamiento, primero en régimen de aislamiento en una jaula, después en una prisión militar, la llevó a intentar suicidarse en varias ocasiones.

Como reflexiona Manning en su libro, “las filtraciones se convirtieron en el punto de partida de un intenso y amplio debate sobre cómo debía participar Estados Unidos en los conflictos internacionales y sobre cuánta información merecía conocer la población acerca de la forma en que el gobierno actuaba en su nombre. Yo había cambiado los términos del debate, había abierto el telón”. Evidentemente, el complejo militar industrial que dirige los intereses de EE. UU. nunca le iba a perdonar, ni a ella, ni a Assange, ni al analista de la CIA que también filtró documentos, Edward Snowden -actualmente refugiado en Rusia-, semejante agravio.

En el documental Risk, de Laura Poitras, Julian Assange enuncia una frase contundente: «La mayoría de la gente que tiene principios muy fuertes no sobrevive por mucho tiempo». Él, por fortuna, no podrá ponerla en su epitafio porque, finalmente, ha vencido, pero la historia de la humanidad ha dejado demasiados ejemplos de su afirmación. Enfrentarse a los poderes establecidos ha supuesto arriesgar la vida, la integridad física y mental o la libertad de muchas personas que hoy consideramos héroes, aunque en su época, tal vez, fueran tildadas de inadaptadas, problemáticas o, incluso, criminales, por sus posiciones revolucionarias. Sólo cuando los héroes y heroínas han pasado de ser casos aislados, como mártires o profetas en un momento político adverso para sus ideas, a sumar a un buen número de personas a su causa, se puede hablar de transformaciones sociales y políticas de calado. Ningún poder, por muy grande o imbatible que parezca, puede resistir la valentía organizada de quienes deciden luchar contra la injusticia pagando un alto coste individual.

Podríamos pensar que hay pocos héroes y heroínas en nuestro mundo actual. Sin embargo, sería injusto afirmar algo así. El mundo está plagado de personas que luchan en condiciones muy difíciles, arriesgando cotidianamente sus vidas, su integridad o un mayor bienestar material, por defender unas ideas que van a contracorriente en el capitalismo. Quizás no salgan en los libros de Historia, pero forman parte de una historia que se construye cada día, y que va conformando un hilo rojo de memoria y sedimentación de pequeñas-grandes luchas. Es la gente que no permanece impasible ante cualquier injusticia que pase delante de sus ojos y alza la voz, la que sigue sus principios éticos para hacer lo que le dicta su conciencia, la que no antepone su bienestar particular en situaciones donde se trata de pensar en colectivo. Es, en definitiva, la gente valiente y comprometida.

Son los Julian Assange, las Chelsea Manning, los Edward Snowden, pero también los luchadores antifascistas en los barrios, las sindicalistas en los puestos de trabajo o las personas que, aunque no estén organizadas, se niegan a adoptar los valores de competitividad, explotación e individualismo que deben regir las relaciones humanas para este sistema. No obstante, todavía nos hace falta más gente valiente, visible e invisible. Y ello es imprescindible no sólo para enfrentar a los poderes económicos o los Estados imperialistas a fin de frenar los graves problemas que estos están provocando y que ponen en jaque la propia supervivencia humana en el planeta. También necesitamos más gente valiente para que decisiones como las de Assange, Manning, Snowden o cualquier trabajadora en lucha no sean casos aislados que acaben convirtiendo en mártires a quienes tienen el valor de dar un paso al frente.

Si más personas no transigieran ante las injusticias, seguramente el precio a pagar por ello sería menor para quienes se destacan porque los que sostienen este orden capitalista y sus atropellos tendrían menos capacidad de hacer y deshacer a su antojo. La lucha por la verdad, la justicia o la emancipación colectiva se volvería tan hegemónica que sería prescindible porque habríamos construido otro tipo de relación social en la que nadie sería indiferente ante un abuso contra su persona o ante cualquier atropello a otros que se produjera delante de sus narices. Necesitamos, por tanto, personas valientes que construyan sociedades valientes que se atrevan, en conjunto, a romper con las normas establecidas por este sistema de poder que sostiene su dominación última en la guerra y en la explotación. La realidad tenebrosa en la que vivimos, y las perspectivas nada halagüeñas que se atisban en el horizonte ante un capitalismo decadente, nos lo piden a gritos. Luchar será la única forma de supervivencia.

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Comentarios
  1. Si fuéramos muchxs luchadores, el sistema no se atrevería con todxs. Se atreve cuando son pocos. Como bien dices Durruti, cada vez somos menos.
    Pero aún así hay muchos anónimos que los medios de comunicación del sistema invisibilizan para que no cunda el ejemplo.
    Los desprestigian, los atacan psiquica y energéticamente, consiguen aislarlos y algunos han acabado con depresión e incluso suicidándose.
    El sistema ha sabido «formar» a las últimas generaciones, los ha despojado de valores y los ha convertido en sujetos consumistas y útiles para el sistema.Incluso ha mercantilizado la enseñanza. Y por si fuera poco ahora les están impartiendo los valores castrenses sin que nadie diga ni mu. Pero que le han hecho a la gente para que se comporte igual que un rebaño dócil y obediente?
    En mi juventud se llevaban camisetas del Che y slogans progresistas. La juventud de hoy, tiene tan poca autoestima, que se siente orgullosa de hacerle propaganda gratis a Adidas u a cualquier otra marca comercial.
    Julio Anguita hacía años que avisaba de que no se podía contar con la juventud española «pues estaba criada en cajas de algodón».
    Estoy convencida de que si hubiera ideales y lucharan por causas justas no habría ni una cuarta parte de violencia de género de la que hay hoy.
    Y las redes sociales, los móviles, la última adicción?. Que acertado Pepe Mujica:
    «nosotros teníamos ideas; pero la gente quería móviles».
    He conocido viejos luchadores del franquismo, maquis, gente que ha sufrido mucho, que le mataron parte de su familia, que ha pasado la mayor parte de su vida en el exilio y pregunté a alguno de ellos: valía la pena tanto luchar para ésto? Yo lo volvería a hacer, me contestó.
    Salud, anarquía, socialismo, comunismo, anticapitalismo (yo me siento hermana de todos) en armonía, con buen rollo y luchando limpiamente por un mundo más justo y aún seremos pocos…

  2. «El periodismo es una profesión molesta para el poder. Ello muestra lo importante que es nuestra labor» (Pablo González Yagüe)
    LoQueSomos:
    Alegres y contentos por Julián Assange, tristes y contrariados por Pablo González.
    Pablo González es, como Assange, un cabeza de turco. Un rehén, como advertencia a cualquier periodista que pretenda cumplir con su obligación ética profesional, que es servir a la verdad, al derecho ciudadano a la información, consagrado en la Constitución española.
    Pablo González casi dos años y medio después de su detención cuando informaba desde Polonia para medios españoles sobre la huída de refugiados ucranianos de la invasión rusa, aún no conoce, ni sus abogados, las acusaciones concretas que pesan sobre él y no hay vísos de que se vaya a señalar una fecha para su juicio.
    Entre tanto se le violan de forma constante sus derechos como ciudadano español y de la UE en un país miembro de la UE.
    Lo mantienen esposado, en régimen de incomunicación y en un diminuto espacio.
    Y esta situación no ha merecido para el gobierno español ni una nota de protesta ante el gobierno de Polonia ni ante las autoridades europeas.
    Señalamos al gobierno español por incumplir con su deber y a su ministro de Asuntos Exteriores por dejación de funciones y por violar el derecho de Pablo González a la presunción de inocencia.
    Denunciamos con gran pena el abandono generalizado, salvo muy honrosas excepciones, de los grandes medios de comunicación y de los profesionales españoles que han dejado y siguen dejando a Pablo en la estacada.

  3. Cuantas palabras sabías de Arantxa,Carmen y Maria ,pues es de agradecer infinitamente a las personas que por sus profundas convicciones y reales valores, estén dispuestas a dar su vida o su libertad.
    Y hay muchxs menos conocidxs que Assangeo Snowden, como líderes de movimientos nativos, ecologistas, o simples defensores de sus derechos que mueren o acaban encerradxs, torturadxs, desaparecidxs.
    Y en lo más cercano vemos compañerxs de lucha realmente combativa ,como se sientan en los banquillos ,entran en la cárcel, aquí y ahora.
    Son anonimxs de la clase obrera, entregadxs con toda su energía en seguir confrontando el sistema y sus tentáculos, gente humilde acribilladxs a multas, gente que se han dejado un ojo en una manifestación, pero siguen en pie puño en alto.
    Todxs estxs que somos cada vez menos ,también nos mueve la defensa de la libertad y la dignidad de la clase obrera.
    Gracias por este artículo.
    Salud y anarquia!!!

  4. Y menos mal a estas personas, LAS IMPRESCINDIBLES.
    No tenemos suficiente conciencia para agradecerles todo lo que el género humano les debemos.
    No, no habrá sido fácil para Julián aceptar el chantaje impuesto por los capos USA; pero a estas alturas todos sabemos quién es quién, dónde está la razón y dónde la mafia.
    Si fueras líder política, Arantxa, estaríamos contigo todxs los que queremos un mundo más justo basado en los valores y no en el dinero.
    Tu autenticidad, tu convencimiento y tú sabiduría a mí me dan fuerza para seguir en la línea que defiendes que para mí es la acertada.

  5. Pues sí. La lucha contra la injusticia siempre viene acompañada por, primero,la crítica y desprecio familiar, después la crítica y desprecio de amig@s y después por la crítica y manipulación social.
    Lo importante es no perder el norte, cuestión que no es nada fácil.
    Ha sido una gran alegría la liberación de Assange.
    Considero no obstante que los derechos que se luchan debían ser para l@s que los luchan.
    Porque al final el ó la que no mueve un dedo por sus derechos pero sí los disfruta provoca que se vuelvan a perder porque no es consciente de lo que cuesta ganarlos. Hay muchas personas, jóvenes y viej@s que disfrutan de unos derechos y creen que estos nunca se pueden perder…. por eso no se mueven para conservarlos….
    Viva la gente con dignidad!!!!!!! Y con conciencia y consciencia!!!!

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